BUENAS NOCHES, AMOR – Susagna Caseras Vives

Por Susagna Caseras Vives

Rosa llega a casa pasadas las once de la noche. Hace unos meses se apuntó a una app para solteros y todos los viernes organizan actividades: catas de vinos, cenas temáticas, cine, teatro… Los fines de semana sale con un grupo de senderismo y los martes sigue participando en las reuniones del grupo de duelo. Su terapeuta le ha dicho en más de una ocasión que ya está preparada para dejarlo, pero ella no se siente capaz de prescindir de estas reuniones, dolorosas pero entrañables. Además, se siente útil compartiendo su experiencia con los recién llegados.

Rosa ha picado algo al salir del cine con algunos de los singles, que es como se autodenomina el grupo, así que al llegar a casa va directa a la ducha para refrescarse y ponerse cómoda. Está sola, porque los viernes sus hijos, veinteañeros, salen hasta la madrugada. Tras ducharse, secarse el pelo y ponerse las cremas de su rutina de noche, estrena un camisón precioso que compró ayer de rebajas. Se contempla en el espejo y se gusta. Va directa a su habitación, apagando todas las luces a su paso, y se mete en la cama con una sonrisa.

—Hola, cariño. Menudo día hoy. La que se ha liado en el trabajo. El bobo del director ha cruzado las direcciones de dos envíos y un cliente de Pamplona ha recibido la mercancía de un cliente de Sevilla y viceversa. Y los dos debían tener el material hoy urgentemente. Así que todo el personal ha estado dedicado a resolver el entuerto que ha provocado el muy inútil. Qué tío. La jornada ha sido una batalla de nervios, gritos y carreras por los pasillos de la oficina. Y no te vayas a creer que una vez resuelto nos ha dado las gracias, ni una palmadita en el hombro, nada de nada. El muy cabrón se ha largado tan pancho. Si no fuera el yerno del dueño, no estaría en la empresa ni para pegar sellos.

Rosa se acomoda el cojín y mete los brazos bajo la manta. Hoy hace un poco de frío. Sin esperar respuesta, sigue con su relato.

—¿Has visto las notazas de tu hija? Nuestra Julia es una crack. No me preocupa nada su futuro porque conseguirá lo que se proponga, no me cabe duda. Marcos, en cambio, me preocupa un poco. Le pone mucho empeño a todo, pero enseguida se desmoraliza. Ya sé que según tú, con la edad llegará el cambio, pero cariño, ya está más cerca de los treinta que de los veinte y yo no percibo el cambio por ninguna parte.

Rosa bosteza. Los viernes acaba agotada por el ajetreo de toda la semana. Muchas veces volvería a casa con gusto después del trabajo, en lugar de salir con los singles, pero su terapeuta insiste muchísimo en que debe relacionarse con gente nueva de su edad y hacer nuevas actividades. De ahí la app y el grupo de senderismo, que fueron una imposición por su salud mental, aunque ya empieza a sentirse a gusto con unos y otros.

—Hoy, con los singles, hemos visto una película de intriga. A ti te habría encantado. Reconozco que yo me he perdido un poco en algunas escenas, pero me ha gustado. Después hemos cenado en el bar de los montaditos al que solíamos ir, pero ya no es lo que era. No han subido los precios, pero la calidad y la variedad han caído en picado. Estragos de la crisis, supongo.

Rosa alarga el brazo, apaga la luz de la mesilla de noche y, con un bostezo, añade:

—Buenas noches, Jaime. Hasta mañana mi amor. Estoy muy cansada.

Hace ya tres años, su marido, Jaime, salió de casa con la bolsa de deporte hacia el gimnasio, como todos los martes y jueves, pero aquel día no regresó a causa de un infarto fulminante. Rosa se sumió en una profunda tristeza. Durante el día cumplía con sus obligaciones como un autómata, pero al llegar la noche y meterse en la cama que habían compartido tantos años, rompía a llorar con desesperación hasta que la vencía el agotamiento. Los primeros días se abrazaba a la almohada de Jaime porque conservaba su olor. Cuando fue necesario el primer cambio de sábanas, pulverizó sobre ella un poco de su perfume y ahora este gesto ya forma parte de su rutina diaria. Gracias al recuerdo de su aroma, puede evocar su rostro con mucha más claridad, sus ojos que se achicaban al reír, y su tacto suave, que casi vuelve a sentir sobre su piel como una caricia.
A las noches de llanto desesperado, siguieron otras de llanto más tranquilo, ya que la terapia ayudó a Rosa a gestionar su dolor y sustituir la rabia por recuerdos entrañables de su vida en común. Poco a poco se empezaron a alternar el llanto y las sonrisas al evocar los momentos vividos. Un día ya casi no hubo llanto, sino muchas sonrisas. Y no sabe cómo ni cuándo, empezó a expresar sus pensamientos en voz alta y así empezaron sus largas charlas con Jaime antes de dormir.

Ahora todo el mundo coincide en que Rosa vuelve a ser la mujer sociable y divertida que era cuando vivía Jaime: trabajadora, buena compañera, gran madre y siempre dispuesta para sus amigos. Todos comentan que está muy recuperada, porque ha retomado sus antiguas actividades y se ha iniciado en otras nuevas, como el senderismo y las salidas con los singles, y eso le ha hecho mucho bien. Su terapeuta insiste en que es una mujer joven y debe estar abierta a nuevas relaciones. Sus hijos a veces bromean sobre esta posibilidad y aseguran que no les parecería mal. Ante todos estos comentarios, Rosa se limita a sonreír.

Durante el día vive su vida lo mejor que puede, sobrellevando su vacío e intentando cumplir las expectativas de todos los que la quieren y quieren lo mejor para ella. Pero cuando llega la noche, Rosa se encierra en su habitación, se mete en la cama y comenta el día con su Jaime. Le habla de lo que ha hecho, de lo que le preocupa, de los hijos, los amigos y otras cosas de la vida, que sigue sin su presencia pero no sin él. Porque Jaime sigue aquí, en su lado de la cama, todas las noches. No habla, pero ella siente sus respuestas en el corazón y, a veces, hasta le envía señales. Como aquella noche que estuvieron de cháchara hasta tarde y por la mañana no escuchó el despertador. Se levantó sobresaltada y por más que corrió, no pudo alcanzar el autobús de cada día, así que tuvo que coger un taxi para llegar al trabajo, con lo carísimos que van. Ese día su autobús habitual sufrió un accidente con una furgoneta que se saltó un semáforo, y hubo varios heridos de diversa consideración. Cualquier otro día ella hubiera podido ser una de ellos, pero el retraso la salvó. Ella ve en esto la intervención de Jaime, sin ninguna duda.

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