CANICAS DE CRISTAL

Por María Rosario Perez

Teba con gesto cansado se sienta en las escaleras del jardín, esboza una sonrisa recordando su infancia con su abuela, y cuando jugaba con sus canicas, mientras escucha su canción favorita: Somewhere Over the Rainbow – Israel Kamakawiwo.

– ¡Vamos, salta tú ahora, demuestra que eres la mejor! – Gritaba contenta la niña a sus canicas. Este jardín es el más bonito del mundo y voy a vivir aquí siempre. – Decía la niña mientras caían rodando sus canicas de cristal por las escaleras, y observaba alegre sus piruetas y su tintineante sonido.

Ella vivía con su abuela desde que fallecieron sus padres en un trágico accidente. Ambas son muy queridas en el barrio. Su abuelo se embarcó de cocinero en un barco mercante y jamás volvió. Los primeros meses su abuela recibió tarjetas de diferentes partes del mundo hasta que dejó de tener noticias y salió adelante con su vida y su trabajo pues siempre tuvo un carácter emprendedor y alegre, aunque de salud delicada.

–Durante todos estos años recordar es mi distracción, lo hago por pura intuición, para que no se me escapen momentos felices. Ahora me encuentro donde se conjuga la certera realidad con la sublime ensoñación. Todo en mi vida surge de la nada y de la misma manera se diluye –. La joven se acomoda en un escalón mientras disfruta del perfume penetrante de la jacaranda, recoge el gastado chal violeta de la abuela y lo acomoda sobre sus rodillas, lleva su mano izquierda al bolsillo, donde solía guardar sus canicas que desde el incidente del robo no las ha vuelto a ver.

– Hola Abuela, fui a dar de comer a tu gato Kuus, pero no ha querido salir de su cesta, creo que te echa de menos, y eso que te pasas el día discutiendo con él. He estado pensado en las noches de verano cuando sentadas en el jardín me leías cuentos y contabas historias de mi abuelo. Aunque nunca lo conocí siempre nos hablabas de él con cariño añoranza. Estoy muy agradecida a tu manera de enfrentarte a las dificultades de la vida, estas son lecciones que nunca olvidaré. Te admiro por tu fuerza, tu dulzura y tu nobleza. Te quiero –.

La muchacha había peinado a su abuela mientras hablaba con ella y al acariciar sus manos, notó una suave presión-. Quedó mirándola y le dijo suavemente -No te preocupes de nada abuela, yo estoy contigo, ahora descansa tranquila que yo velare tu sueño-.

La anciana llevaba varios meses en coma aunque sus constantes vitales cada vez eran más esperanzadoras, todavía no mostraba signos de despertar del coma. Sobre la media tarde escuchó el ruido de la puerta, supuestamente a esa hora no vendría nadie. Llamaron con los nudillos pidiendo permiso para entrar.

– ¿Quién eres? Adelante, pasa por favor –.

– Hola, perdón por molestar. Soy Bruno, el chico que lleva la compra del supermercado a su abuela. Aquel día la puerta estaba entornada y pensé que la habría dejado así para que yo pudiera entrar. Cuando pasé a la sala, la abuela se asustó imagino que me confundió con un ladrón. Lo siento mucho –.

– No te preocupes Bruno, mi abuela en ocasiones no recuerda las cosas. La suerte es que llamaras a la ambulancia, gracias a tu actitud mi abuela hoy sigue viva. Por cierto yo me llamo Teba, siéntate por favor –.

– Les traigo una caja que he encontrado en la puerta de la habitación, imaginé que sería de ustedes –. Bruno, se levantó de la silla y dejó encima de la cama una caja con una cinta.

– Qué raro nadie ha llamado a la puerta –. Teba abrió la caja y dentro estaban las joyas de la abuela.

– ¿Quién habrá sido? Me hubiera gustado darle las gracias de parte de mi abuela ella es tan generosa. Se alegraría de saber que el ladrón se ha arrepentido –.

– ¿Como evoluciona la abuela? Confío que mejore –. Dijo Bruno, no dando espacio a que Teba preguntara algo más y descubriera que en realidad quien había traído la caja había sido él.

– La verdad es que está mucho mejor. Los primeros días fueron bastante angustiosos. Mi abuela tenía un problema congénito en el corazón, pero no lo sabíamos. Últimamente se encontraba siempre cansada –.

Teba cada día traía un ramo de flores de su jardín para adornar la habitación de su abuela y que disfrutara su perfume tan familiar.

En ese momento escucharon algo parecido a un suspiro bastante profundo. Ambos quedaron sorprendidos y miraron a la abuela imaginando lo peor. Cuando descubrieron que había abierto los ojos un instante y los había vuelto a cerrar. En ese instante una enfermera entró en la habitación y los tranquilizó aclarando que solía ser una reacción bastante frecuente, ello era buena señal.

La muchacha todavía muy nerviosa dijo a la enfermera y a Bruno que iría a tomar un té y dar un paseo. Cuando salió de la habitación sintió la emoción a flor de piel y dejó salir todo el estrés acumulado, lloró de emoción por presentir que su abuela mejoraría.

– Por un instante pensé que mi abuela despertaba, pero solo fue una ilusión. Debo estar tranquila para transmitirle paz, no quiero que imagine que vivo desesperada porque temo que le pase algo malo –.

Pasaron los días y la abuela continuaba igual. Bruno acudía alguna tarde a visitarla y charlaba con Teba de los cambios que hubieran notado. Poco a poco se fueron conociendo, tenían confianza el uno en el otro.

– Quiero hacerte partícipe de una inquietud que me acompaña desde hace días. No me gusta que mi abuela pase las mañanas sola, y yo tengo que continuar con las clases porque es nuestro único medio de vida.

– Yo puedo quedarme a su cuidado por las mañanas, no te preocupes –. Dijo Bruno.

La muchacha accedió a que el chico estuviera con su abuela. Ella quedó tranquila y en los días siguientes se turnaban para acompañarla.

Bruno había sido un niño de la calle, donde aprendió a valerse por sí mismo, siempre estuvo metido en líos, pero no tenía mal fondo. Un día por defender sus ganancias le dieron una brutal paliza. Ese día con la cara hecha trizas se fue camino de la casa de acogida, solo era uno de tantos chicos abandonados a su suerte, de esos que nadie echa de menos.

Una mañana Teba finalizó las clases antes de tiempo y decidió llevar comida al Hospital, daría una sorpresa a Bruno. Era una bonita mañana y de nuevo el perfume de la jacaranda inundó los espacios del jardín, la chica pensó que seria buena idea llevar un ramo de flores a su abuela. Se sentía menos sola, y algo más tranquila, Se puso en camino recordando que debía seguir atenta a las enseñanzas de su abuela y ante la adversidad hay que tener perseverancia y una actitud positiva.

En la habitación del hospital, Bruno aprovechaba para descansar, pues trabajaba de noche. Esa mañana la abuela estaba tranquila y apenas se movía. El muchacho recordó que llevaba las canicas en el bolsillo de su chaqueta, sin darse cuenta de lo que hacía pues pensaba en su trabajo, estaba buscando una habitación de alquiler en cuanto le pagaran en el trabajo se cambiaría y por fin dejaría la casa de acogida. Puso las canicas en su mano y comenzó a moverlas con cuidado, sintiendo su alegre tintineo, no podía dejar de moverlas mientras pensaba, pues le relajaba hacerlo.

Entonces se dio cuenta de que la abuela abría los ojos y se quedaba mirándolo fijamente, esa mirada no era de miedo, tampoco de reproche, era de reconocimiento y alegría. Bruno dejó de mover las canicas, la abuela de nuevo cerró los ojos. Entonces pensó si el sonido de las canicas tendría algo que ver con que la abuela pudiera sentir el sonido y algo en ella la hiciera despertar. Sin dudarlo un momento, sacó sus canicas de nuevo del bolsillo y se las puso en una mano a la abuela, comenzó a moverlas y la abuela de nuevo abrió los ojos, lo miró con amor y sonrió.

Momento en el que Bruno le dijo a la abuela – ¡Si abuela, fui yo quien entró en tu casa. Por favor perdóname! –

Todo ésto sucedía cuando la muchacha ya en la habitación, era testigo de lo sucedido.

Teba con gesto alegre se sienta en las escaleras del jardín, mientras disfruta del perfume penetrante de la jacaranda, recoge el gastado chal violeta y lo acomoda sobre las rodillas de la abuela, lleva su mano izquierda al bolsillo, saca las canicas y las deja caer brillantes y juguetonas por las escaleras, observando divertida sus piruetas y su tintineante sonido, mientras escuchan su canción favorita.

 

Maria Rosario Pérez Fernández

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