CAUTIVA

Por Anuska Boquete

Les agradezco sinceramente que hayan tenido la paciencia de esperar a que estuviese preparada para hablar con ustedes, después del período de recuperación y de mi desprogramación sufrí lo que el terapeuta llama estrés post traumático y sólo quería desaparecer, ocultarme del mundo; sentía un enorme vacío interior y una gran culpa por todo lo que había pasado. Por mucho que estuviera lejos de allí me sentía más cerca que nunca y el terror se apoderó de mí, no quería regresar pero de alguna manera imaginaba que estaba allí y esto morbosamente me tranquilizaba. Entendí entonces que no estaba recuperada y que no podría colaborar con ustedes aunque sabía que era mi deber y mi deseo.

Como ya saben desaparecí hace dos veranos o así lo denunciaron mis padres y todos los medios de comunicación hasta que desapareció otra chica y yo pasé al penúltimo lugar de la lista del interés mediático. Tengo que confesar que nadie me raptó, huí voluntariamente como ahora saben y todo se había originado algún tiempo antes. En aquella época la relación con  mis padres estaba muy deteriorada, desde que murió mi hermano en un accidente de moto mis padres, aquellos que durante años habían sido mis héroes, se convirtieron en unos desconocidos.

Dicen que las tragedias familiares unen o rompen sus relaciones, más concretamente al matrimonio, en el caso de mis padres se unieron tanto que acabaron por desplazarme hasta convertirme en un holograma, sentía que me traspasaban como si fuese un fantasma. Creí que esa nueva unión tan fuerte que tenían ahora era la única manera que encontraron para sobrevivir a la muerte de Daniel. Al tiempo que me sentía ignorada y un estorbo en mi propia casa, empezaron contradictoriamente a vigilar y controlar aspectos de mi vida donde siempre habían respetado mi intimidad: ¿Dónde iba? ¿Con quién iba? ¿Por qué vestía así? ¿Por qué faltaba tanto a clase? Se olvidaron de que no sólo ellos habían perdido a alguien querido y que yo estaba pasando mi duelo aunque lo hiciera de forma diferente a ellos.

Mis padres sugirieron que fuera a un terapeuta, esperando que esto me ayudaría a superar la muerte de Daniel, pero me mantuve firme en mi decisión de no ir y encontré refugio en los libros y en mi soledad.

Fue ese otoño cuando empezaron a ir a misa asiduamente y parecieron encontrar cierto consuelo con aquello, como decía mi madre “una especie de paz”, les acompañé en varias ocasiones pero no me gustaba lo que oía, me sentía frustrada y con ganas de abofetear al cura cuando pontificaba sobre ciertos temas. Seguí acudiendo por ellos, Dani lo hubiera hecho, pero acordé ir sólo los domingos con la excusa de que tenía que estudiar.

Al mismo tiempo en ese año empecé en la universidad y conocí a Martín, bueno al profesor Gutiérrez, que impartía la clase de sociología. Todas las chicas y algún chico estábamos locos por él, no era especialmente guapo pero sí muy atractivo, era alto y fibroso y sus gafas de pasta escondían unos ojos negros tristes, grandes de mirada profunda.

En el segundo trimestre empecé a darme cuenta que me prestaba una atención especial aunque me lo negaba a mí misma pensando que era una ensoñación. Mis compañeras eran mucho más lindas que yo, vestían mejor y sus aportaciones eran más brillantes que las mías, yo me sentía un patito feo, depresivo y torpe así que no entendía que yo pudiera resultarle más interesante.

Un día de huelga de estudiantes, que yo no secundé, me encontré con él a solas en el aula y de una forma espontanea comenzamos a hablar, no sé todavía cómo consiguió romper mi hermetismo pero acabé contándole la historia de mi vida, mi problemática familiar y mis ganas de huir de aquel ambiente enfermizo. Desconozco cómo pude llegar a una relación de confianza con él, fue algo progresivo: me acercaba a casa desde el campus, comencé a ir a su despacho con asiduidad y lo que primero eran aclaraciones de dudas sobre la asignatura, se acabaron convirtiendo en charlas profundas sobre filosofía, religión, mi familia, etc. Nunca se me insinuó, ni intentó hacer nada reprobable conmigo  sólo se comportaba como un mentor, me comentaba que veía en mí mucho talento y potencial, que quería que lo aprovechase.

Unos meses después me habló de Candelar y de sus retiros espirituales compatibles con el budismo, veganismo, etc. Que en ocasiones era el centro de nuestras charlas. Por aquel entonces yo ya era vegana y asidua a clases de yoga, meditación, mindfulness y me sentía mucho mejor. La idea de un retiro de una semana en la sierra, en silencio, meditando, me pareció el Paraíso. Sabía que mis padres nunca lo aprobarían, por eso nunca les dije que me iba, sinceramente creí que agradecerían mi ausencia, así que llené una mochila con lo justo y dejé que Martín me llevara. Mis planes no eran quedarme tanto tiempo pero tampoco imaginé lo que me encontraría allí, sigo pensando que el profesor Gutiérrez tampoco lo sabía, al menos no todo. Para mi decepción él no se quedó, sólo me acompañó.

Candelar parecía un campamento de verano, el grupo lo componíamos veinticinco personas a los que nos llamaban pupilos, dos ayudantes que eran los encargados de preparar las comidas (todas veganas) y el que yo creía el monitor, aunque desde el primer día nos dijo que podíamos llamarle Maestro. En ese momento sólo pensaba en desconectar del mundo y la terminología que usase me parecía totalmente intrascendente. Esa primera mañana el Maestro nos explicó las normas del retiro: no podíamos hablar a menos que fuera necesario, los móviles quedaban confiscados, teníamos que meditar siguiendo sus indicaciones a las horas en que tocara la campana.

Aquella semana cambió mi vida, el silencio, la meditación, la ausencia de ruidos, la falta de mis padres, la comida frugal… Me sentía libre y feliz aunque en realidad estaba constreñida a unas normas. El día anterior a finalizar el retiro, estaba haciendo respiraciones debajo de un sauce cuando el Maestro se me acercó. Ante mi estupor comenzó a hablarme rompiendo el voto de silencio.

  • ¿Eres feliz Emma?
  • Aquí sí- dije rompiendo mi silencio de casi seis días- Me siento en paz.
  • Mereces sentirte así y no de ninguna otra manera, los jóvenes suelen sentirse libres y vivir su vida de forma intensa, pero veo que tú eres diferente.

Sin poder evitarlo rompí a llorar, el Maestro se sentó a mi lado y me rodeó los hombros con uno de sus brazos, me consoló como una niña y mientras yo sollozaba, me susurraba palabras tranquilizadoras que ahora no logro recordar pero que consiguieron calmarme y hacerme sentir única y especial. Ese gesto debajo de aquel sauce lo cambió todo.

Cuando dejé de llorar tomó mi mano con suavidad, como un amigo o un padre, y me preguntó si quería sentirme siempre como allí. Asentí con la cabeza.

  • De aquí parto a Ámsterdam a otro retiro con varios fieles- fue la primera vez que usó la palabra fieles- Únete a nosotros. Sigue siendo feliz.
  • Mis padres no lo permitirían, estarán como locos preguntándose dónde estoy como para irme a otro país.
  • No les digas nada, eres mayor de edad. Fluye Emma. No permitas anquilosarte en una vida que no es la tuya. Rompe lazos que duelen y crea unos nuevos que te hagan sentir libre.
  • ¿Puedo pensarlo un poco?
  • Tienes un día, mañana acaba este retiro y nos vamos, tienes el billete pagado, sólo serán dos semanas pero Emma tienes que estar muy segura. Martín me dijo que eras una criatura muy espiritual y especial y se percibe sólo con mirarte. No pierdes nada por unirte a nosotros.

No pude decir que no, no quise decir que no y el domingo por la noche estaba en el avión camino de Holanda.

El retiro en Ámsterdam fue similar al de la sierra pero en vez de cabañas alquiladas era una casona en un pueblo a las afueras que ahora sé era propiedad del Maestro. Cuando antes de coger el avión me devolvieron el móvil y lo vi a punto de estallar de mensajes y llamadas de mi madre y mi familia impulsivamente lo apagué y no quise saber nada más. El contestar supondría un cúmulo de reproches y gritos a los que no podía enfrentarme anímicamente, quería seguir sintiéndome feliz y en paz. Entregué al Maestro el móvil y le dije que no me lo devolviera a menos que creyera que de verdad lo necesitaba.

Cuando acabó el retiro holandés yo ya estaba completamente cautivada por el Maestro y su verdad, todas éramos chicas y de las quince del retiro siete nos quedamos allí. Casualmente todas las que permanecimos junto a él éramos españolas. Los primeros días transcurrieron creándose una nueva rutina: horas estrictas para las comidas, meditaciones y charlas con el Maestro. Nunca me drogaron como he leído en la prensa, estaba allí voluntariamente y con el paso de los días la voluntad del Maestro fue también la mía.

Una mañana estableció unas fechas en el calendario, siete, una cada día de la semana y puso en la pizarra los nombres de nosotras siete, al principio escribió INICIACIÓN. A mí me correspondió el domingo. Ese lunes llamó a la primera a la buhardilla, habló con ella una media hora y luego nos hizo entrar a las demás. Nos dijo que teníamos que bañar a Elvira (la primera chica) con delicadeza y desenredar su pelo mojado con el mayor de los mimos, señaló a una de nosotras un baúl donde había una camisola blanca que nos indicó le pusiéramos a Elvira una vez bañada. Reconozco que estaba asustada, todas lo estábamos, pero ninguna se rebeló y preparamos a la primera. Todo sucedió en silencio, ninguna le preguntó nada a Elvira de su conversación con el Maestro, nos limitamos a bañarla, peinar su larga melena y ataviarla con el camisón. La acompañamos a la puerta de la habitación del Maestro que la tomó de su mano y la invitó a pasar cerrando la puerta tras ella.

  • ¿Qué pasó allí Emma? ¿Abusó de ella? ¿La intimidó o violentó de alguna forma?
  • Sólo puedo hablar por mí, por el Domingo y que Jueves huyó antes de su iniciación, nadie intentó retenerla como a mí no se me forzó a quedarme.

Pasaban los días de la semana pero ninguna contaba nada de su iniciación, yo estaba extrañamente tranquila cuando llegó el domingo. Se repitió la misma ceremonia del baño que con las demás y fui entregada a las manos del Maestro. Me sentó en su cama y acarició mi cabello mojado, me preguntó si estaba cómoda en Candelar, si me sentía en paz, mientras acariciaba mi cara con suavidad, luego mi cuello y luego me invitó a quitarme la camisola, él abrió el batín que tenía puesto y pude observar su desnudez. Indagó sobre mi virginidad y cuando asentí sonrió y me dijo:

  • Sabía que tú eras la elegida para mí, por eso esperé al domingo, mi compañera en este camino que hemos emprendido.

Después hicimos el amor. No me forzó, yo accedí y me sentí una privilegiada por haber sido elegida por el Maestro.

Pasados unos días ocurrió lo que ya saben y divulgaron los periódicos: de lunes a sábado llegaba un hombre distinto y estaba con la pupila que correspondía, faltaba el jueves que huyó y el domingo, yo, que era la elegida del Maestro y estaba sola con él. Eran hombres distintos cada semana, de su forma de expresarse y ropa se deducía una posición muy acomodada, entraban en la buhardilla con el día de la semana que tocara, recién bañada y vestida de virgen blanca. Yo, testigo de esos detalles, sabía que no estaba bien, pero ninguna parecíamos sufrir, ninguna protestó, ninguna huyo y podía haberlo hecho.

  • No sé porqué les importa tanto pero sí, a mí también me prostituyó alguna vez, era con hombres que me habían visto y se habían encaprichado conmigo y pagaron una buena suma. Chicas jóvenes, sanas, inocentes, desde luego era un buen negocio.

Un año y medio después la persona que contrataron mis padres me localizó y me metió en una furgoneta con los cristales tintados, mientras hacia la compra en el pueblo, lo demás ya lo saben. Los medios de comunicación señalan ya no reside nadie en esa casona y desconozco otros lugares donde se puedan encontrar. Por favor, si hemos terminado querría irme. Estoy cansada.

Salgo de la comisaria, no me espera nadie, el terapeuta ha recomendado a mis padres que me empiecen a dar libertad, que ya estoy “limpia”. Pero él sí me está esperando, veo su coche blanco y a lo lejos distingo sus gafas de pasta, Martín, Martín, Martín. Subo al coche y me aprieta contra su pecho con fuerza.

  • Estás limpio, te he dejado bien cubierto. Están completamente perdidos. No conseguirán nunca averiguar que tú eres el Maestro. No sabía que podía mentir tan bien, realmente has sido un gran maestro.
  • ¿Qué quieres hacer?- Me mira con sumisión preguntando.
  • ¿Sigues de excedencia?- Afirma con la cabeza y me rodea con su brazo como la primera vez debajo del sauce.
  • Pues llévame a Candelar Maestro. Vamos a Candelar.

Esta vez no me encontrarán, me encargaré personalmente de que no dobleguen la que ahora es mi voluntad. Ahora ya no soy un aprendiz. Soy la Maestra.

 

Anuska Boquete, Septiembre 2018

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