COLORES DE VIDA

Por Rocío Malpica

El sol caía con fuerza sobre su piel. No había dudado ni un segundo en asistir a la reunión que se había propuesto, a pesar de que ello suponía un gran esfuerzo para su ya maltrecha economía.

Su caminar sereno por las tablillas que conducían al chiringuito delataba su estado de ánimo. Se escuchaba a Bob Marley de fondo, entremezclado con el sonido de las olas, la algarabía de chiquillos correteando por la arena y las conversaciones de los que se relajaban entre copas y tapas. Cerró los ojos e inspiró con fuerza. Daba la impresión de querer inundarse de todo lo que la rodeaba, necesitar el aroma a sal, a bronceador, a carne a la brasa y a felicidad que flotaba en el ambiente. Parecía que todas sus esperanzas estaban puestas en esa reunión. Los nubarrones que cubrían su vida actual debían marcharse más pronto que tarde. No podía seguir así.

Se aproximó al final del camino. Observaba de forma pausada cada detalle, las coloridas sillas de madera, el sofá vintage sobre el que reposaba una pareja con sus correspondientes Bloddy Mary, los grandes parasoles estilo japonés que protegían a los clientes del sol abrasador del mes de agosto, la barra al fondo, detrás de la que colgaban inspiradores cuadros que te transportaban a otros lugares y a otros momentos. Su piel se erizaba, el cosquilleo recorría sus piernas y el corazón latía con fuerza. Estaba emocionada, no había duda.

Se dirigió con paso firme y contoneando su caminar hacia el camarero, que se encontraba bajo una de las enormes sombrillas ultimando las reservas que continuamente entraban a través del teléfono. Su kaftán blanco y almidonado, que había comprado días atrás en los chinos de su barrio, ondeaba  al ritmo de la brisa y dejaba entrever sus esbeltas piernas.

– Hola, hemos reservado mesa para cinco. A las una y media. Llego pronto, pero si está lista me gustaría sentarme y tomarme algo mientras espero -bajó la mirada y lo observó de pies a cabeza. (No estaba mal. Joven y fuerte).

– Buenas, ¿a qué nombre está?

– Soy Susana, ¡uy, perdona! -sonrió- a nombre de Marta. Te llamó el lunes, creo.

– Sí, sí. Sin problema. Es aquella del rinconcito -señaló una mesa redonda, más grande que las demás en el rincón más íntimo y mejor situado del chiringuito-. Me comentó que era una reunión especial y os hemos puesto allí para que estéis más tranquilas.

– Gracias.

Se alejó consciente de su mirada en la espalda y jugando a seducir, como estaba acostumbrada a hacer.

Eligió la silla que la colocaba frente al mar. Prefería ver el infinito, y poder perderse en él si no encontraba otra forma de escape. Le inquietaba el hecho de que al conocerse en persona, sin intermediarios, tuviese que revelar más de ella misma de lo que deseaba. No estaba preparada para desvelar todo su ser. Aún no, lo haría, pero aún no.

Pidió un Daikiri. Se puso las gafas de sol y esperó, esperó a que sus compañeras fuesen apareciendo.

– Hola Susana, tu Daikiri.

Giró la cabeza sorprendida, y allí estaba la más exótica de sus compañeras. Andrea parecía dominar su vida, saber lo que quería, cuándo y cómo. Era independiente en todos los aspectos, realmente la envidiaba, le gustaría tener un poquito, aunque fuese sólo un poquito de ella. Le sorprendió su estatura, su complexión física y su largo pelo ondeante al viento pero sin atisbo de desorden. Un flequillo desfilado semi ocultaba su mirada. Todo en su conjunto era un fiel reflejo de su vida.

Se levantó y, ambas mujeres se abrazaron con fuerza y dijeron al unísono un “por fin” que aún hoy resuena en sus cabezas.

Marta y Lucía llegaron juntas. Estaban compartiendo vacaciones a la vez que confesiones. Marta se movía con ligereza y decisión. Conocía el sitio, de eso no había duda, y además estaba encantada de que la reunión hubiese sido posible. Para ello se había confabulado con Lucía cuya amistad, forjada entre clases de pintura y desahogos nocturnos, había recuperado después de que el destino las separase y ahora las volviese a unir. Lucía, por su parte, se sentía pletórica. Sus ojos marrones brillaban con fuerza y la sonrisa no desaparecía de su cara. Sus risas mientras se acercaban a la mesa hacían presagiar que la comida sería distendida y llena de revelaciones. Sólo faltaba Ariadna, que llamó para decir que llegaría más tarde. Tenía trabajo.

Entre todas decidieron el almuerzo y cada una, sus bebidas. Marta aconsejó pedir humus y patatas bravas con las salsas especiales de la casa, ya que “estaban de muerte”. Susana interrumpió la conversación, cosa habitual en ella, para recordar sus intolerancias alimenticias. Andrea desmenuzaba la carta alimentando su pasión por añadir nuevas cervezas a su particular colección. Lucía las observaba mientras escuchaba las peticiones. En realidad, quería inmortalizar este momento en su mente, sabía que era parte de su nuevo ser. Cogió su móvil, se giró y con tono desenfadado un Selfie!, Say cheese!, salió de su boca.

Llegaron las bebidas y la comida se fue entremezclando con el bullicio de sus propias conversaciones. Poco a poco dio comienzo la puesta al día de sus propias vidas así como las de sus compañeras. Habían iniciado esta andadura mediante sesiones de Zoom, cerradas como el mismo confinamiento y en las que cada una fue realizando su propia desescalada personal.

– Qué alegría que hayáis podido venir todas, sobre todo las que vivís más lejos. ¡Brindemos por ello! -sugirió Susana poniéndose en pie.

Acto que siguieron las demás para hacer sonar las copas en el centro de la mesa. Una vez sentadas, cada una continuó su charla con la que tenía más próxima, hasta que Marta las sacó de sus conversaciones cruzadas e inacabadas.

– Bueno, chicas, a ver -su tono alegre y despreocupado se volvió serio-. Esto ha sido todo muy mágico, y duro en ocasiones. Pero, tengo la sensación de que, aunque nos conocemos, somos bastante diferentes cara a cara, es como si hubiésemos estado contenidas. Por ejemplo, Susana, no te veía tan vivaracha desde el otro lado de la pantalla, parecías más apocada, siempre con tu moño y bajo el abrigo de tu mesa camilla.

Susana soltó una carcajada.

– ¡Sorpresas te da la vida!

Lucía tomó la palabra, aunque midiendo las mismas. Su prudencia a la hora de opinar no le permitía hacerlo de otra forma.

– Andrea, para mí eres un misterio –Levantó las cejas y apretó los labios-.

Andrea tomó un sorbo de su cerveza y añadió titubeante.

– Puede ser. Hay muchas cosas de mí que no conocéis. Sólo participaba en ocasiones puntuales.

– Hombre, Andrea, tú tienes una vida que para mí quisiera. Eres independiente en todos los aspectos, tienes una familia, crías sola a tus hijos y tienes clara la responsabilidad para con su padre y dónde están los límites. De hecho, en la última sesión habías dado el paso de hacer esa actividad que te aterraba porque controlarla no dependía de ti. Tenías que dejar que otra persona te guiase y confiar ciegamente en él.-Comentó una exaltada Susana.

– No todo es tan fácil. Tener una familia y un trabajo no te exime de sombras y algo de lo que nos arrepentimos de haber o no haber hecho.-la luz de Andrea se había vuelto casi opaca.

– No estoy de acuerdo. ¡Tienes una familia! -remarcó emocionada- ¡Te quieren! ¡Tienes un trabajo! Puedes permitirte hacer lo que te guste, además de estar aquí y disfrutar de unas vacaciones en la otra punta del país.

El tono de voz de Susana iba in crescendo. Las lágrimas asomaban a sus ojos y el resto de compañeras se miraban entre ellas teniendo la sensación de que se habían perdido algo. El ambiente era sofocante, no sólo por el calor. Lucía cogió aire y con voz calmada pero con la culpa por haber provocado la situación con su comentario sobrevolando su cabeza, intentó apaciguar los ánimos.

– Vamos, chicas, tranquilas. Hemos venido a conocernos, a hablar entre nosotras, a comprendernos. ¿Qué pasa, qué ha pasado?

– ¡Lo siento, lo siento! ¡No debí…! Sabía que podía pasarme. Estoy muy alterada. -Sorbió el resto del Daikiri con fuerza-. Mi vida se va a la mierda. He largado a mi novio de casa. Lo sigo queriendo pero, no puedo seguir sumida en la vida que llevábamos. No voy a soportar, una vez más, que alguien me humille, me haga de menos, me trate como algo que no soy -sollozó- y menos aún, que me machaque continuamente porque miro o hablo de determinada forma a los demás. Yo solo quiero tener una vida normal, una familia, ¡odio la soledad! ¡quiero… quiero que me quieran, querer yo! ¿tan difícil es? Pero no, ya no lo quiero a cualquier coste, no, eso ya pasó. -Su tono fue descendiendo y su ritmo también. Su discurso se tornó más suave-. Tengo un gran defecto, me doy tanto a los demás que me olvido de mí. Creo que es lo que tengo que hacer para que me quieran, no puedo evitarlo.

Aprovechando que cogía un pañuelo para secarse las lágrimas mientras respiraba profundamente y ocultaba sus ojos bajo sus gafas de sol, Andrea, que estaba sentada a su lado, la abrazó con fuerza. Sin decir nada. Sólo un abrazo largo y emotivo.

– Lo siento, de verdad. Me cabreó mucho que dijeras que mi vida era perfecta. No he sabido entender lo que estabas pasando tú.

– ¡Vamos, chicas, brindemos por nosotras! ¡Mirad, allí viene Ariadna! ¡Ari, Ari, por fin! Nos pillas en el brindis y tú no podías faltar – señaló Marta.

Brindaron entusiasmadas, aún bajo los efectos de lo que acababan de vivir, pero entusiasmadas. Se quedaron impactadas con la presencia de una Ariadna alta y esbelta, que tenía el mar en sus ojos del mismo modo que lo tenía en su vida. En más de una ocasión había comentado que el mar era su contrapunto a tierra, allí se sentía libre y feliz; allí disfrutaba de cada uno de los colores que le ofrecía la naturaleza a lo largo del día. Y así, entre confesiones y risas pasaron la tarde. Por la mesa se sucedieron los cafés, Mojitos y Daikiris. El atardecer las sorprendió sin que se diesen cuenta y decidieron ir juntas a la orilla para disfrutar de aquel sol dorado que se colaba entre las sombrillas que aún quedaban.

 

Y allí estaban, cinco mujeres, muy diferentes, pero muy parecidas a la vez, contemplando una puesta de sol bajo los efectos de un día de reconciliación, con y entre ellas mismas. Miraban al horizonte, sentadas en la arena y contemplando como el sol se sumergía poco a poco en al agua. Cada segundo que pasaba podías observarlas también a ellas, sumergiéndose en sí mismas, separándose del mundo y recogiéndose hacia dentro. Cerraron sus ojos al unísono y, en la distancia sentían el ritmo acompasado de sus respiraciones, como si el mundo exterior se hubiese parado y no existiese nada más. Se mantuvieron un buen rato en esta posición, hasta que una de ellas se levantó sigilosa y se situó frente al resto.

– Antes de que todo esto acabe, o empiece nuestro nuevo camino en estas vidas que ya son nuestras, quiero contaros el secreto que llevo cargando todos estos años, que me hace daño a mí y a los que me rodean y que quiero que, por fin, salga a la luz. –Inspiró aire, y cerró los ojos para volverlos a abrir lentamente-. No deseo empezar nuestra amistad verdadera basada en mentiras o en hechos ocultos que quizás puedan hacer que me entendáis un poco mejor. Ya sabéis que estoy divorciada, madre de dos hijos y mujer trabajadora. Hasta ahí, bien, ¿no?

Las demás asintieron mirándola fijamente a los ojos e impactadas ante la nueva revelación que parecía avecinarse y que no se esperaban para nada, ya que, Andrea había sido una de las más participativas en la comida y parecía que había dejado su marcador de confesiones a cero.

– Pues para llevar la “vida perfecta” que parece que llevo, estoy enganchada a las pastillas para poder dormir. Si no lo hago así es imposible pegar ojo en toda la noche y, aun así me desvelo en multitud de ocasiones con el mismo pensamiento en la cabeza. Por la mañana me tomo otra pasilla para poder seguir con el día, con el ritmo de madre, ex-esposa y mujer trabajadora. Y así día tras día. Es horrorosamente cansado no haber podido decir la verdad en todos estos años. Hace dos semanas, por fin lo solté. Cuando mi exmarido vino a recoger a los niños para pasar el fin de semana me comentó que quería hablar seriamente conmigo. –Su respiración entrecortada, su mano sobre la boca y los ojos empañados hicieron que las demás se temiesen lo peor-. Parece ser que, ordenando cajas arrumbadas en su trastero desde nuestra primera mudanza juntos, encontró una carta que hizo saltar todas sus alarmas. Me la mostró. Nada más ver la letra en el sobre supe de qué se trataba. Suspiré y le conté la verdad. Verdad que ahora quiero contaros a vosotras. Cuando lo conocí a él yo mantenía una relación esporádica con otro chico. No fue mucho tiempo, pero el suficiente para saber que, cuando descubrí que estaba embarazada era prácticamente imposible que fuese de mi exmarido. Por miedo al abandono y a quedarme sola, por vergüenza y porque estaba perdidamente enamorada de él, me comporté como si el hijo que esperaba fuese suyo. Así lo vivió él también, así lo creyó, así lo quiso y así lo crio. Éramos la familia feliz con la que siempre había soñado, -miró a Susana emocionada- lo fuimos durante un tiempo, hasta que la vida nos separó. Él siguió ocupándose de sus hijos, como siempre había hecho y adorándolos a los dos. Cuando descubrió la carta y le conté la verdad, montó en cólera. Razón no le falta, le he mentido y he mentido a todos. Ahora quiere tramitar la custodia de nuestro hijo en común y desligarse legalmente de mi hijo. No sé cómo afrontar todo esto. No sé cómo contárselo a los niños. Son pequeños, sólo tienen cinco y ocho años. Es un horror. Mi gran mentira ha destruido la vida de mi familia y de todas las personas que nos quieren.

En este punto, las lágrimas rodaban por sus mejillas, algunas de sus compañeras estaban sumidas también en el llanto y otras se habían quedado tan petrificadas que parecían estatuas.

– Por esto me enfadé cuando dijiste lo de mi “vida perfecta”, Susana. No todos aparentamos lo que somos. La gran mayoría de las veces, son eso, meras apariencias.

– Uff, gracias, por compartirlo con nosotras.

Marta suspiró y abrió la gran bolsa de tela en la que llevaba la toalla. Con sumo cuidado sacó cuatro pequeños paquetes envueltos cuidadosamente en papel de embalar. Cada uno de ellos estaba etiquetado con sus nombres. Los fue repartiendo ante las miradas intrigadas de sus compañeras.

– No los abráis hasta que los tengáis todas. –dijo añadiendo todavía más emoción al instante.

Sus miradas se paseaban de una a otras al igual que al pequeño paquete que tenían en sus manos.

– En una de las reuniones se me ocurrió que sería buena idea plasmar en unos lienzos los colores que cada una de vosotras me inspiráis. Vuestra tenacidad, vuestra sinceridad, vuestro afán de superación y vuestro sentido de la amistad. Lucía ha sido cómplice de esto. Ella ha hecho el mío, ya sabéis que compartimos un pasado.

Lucía sacó un paquete idéntico a los anteriores de su bolso playero y se lo entregó.

– Marta no ha visto lo que yo he pintado, igual que yo no he visto ninguno de los que ella hizo. Así que creo que ahora sí que podemos ir abriendo los paquetes. A ver qué encontramos y si nos sentimos identificadas con el colorido.

Con manos nerviosas, ojos mezclados de ilusión y expectantes ante lo que encontrarían, fueron desenvolviendo aquel regalo que se convertiría en el símbolo de su amistad y en un firme lazo que las uniría para siempre y les haría volver al origen cada vez que lo viesen presidiendo una de las paredes de su hogar.

– Son colores de vida, chicas. Mirad las tonalidades, los degradados. Así somos cada una, dependiendo del día y el momento. Este regalo tiene un valor incalculable, no sólo por el arte que contiene sino porque, si los encajamos formarán un solo cuadro, igual que nosotras – expuso con voz contenida Ariadna.

La Luna llena había salido del mar. Iluminaba sus caras entre sombras, reflejando en cada rostro la debilidad a la que se había enfrentado durante ese caluroso día de verano. Ese día que significaría el inicio de una nueva etapa para ellas, y también el final de un ciclo. Porque ahora, ninguna de ellas era ni sería jamás la persona que se presentó ante un grupo de desconocidas en unos talleres por Zoom.

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

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Esta entrada tiene 10 comentarios

  1. Covadonga Velasco Pérez

    Hola Rocío:
    Me ha encantado tu relato. Lo acabo de leer, es por la mañana y ha conectado muy bien conmigo. «Los colores de la vida» un título muy bien elegido —en mi opinión, infinitos. Las vidas de mujeres que parecen perfectas observadas desde fuera. Recoge un sentimiento de una etapa que nos ha sorprendido y que creo que todavía no hemos asimilado y que nos transformará sin lugar a dudas.
    Gracias por escribir sobre lo cotidiano y acercarte.
    Un Abrazo.
    Covadonga Velasco

  2. Rocío

    Muchas gracias por tu apreciación, Covadonga. Me hace muy feliz que hayas sentido esa conexión y que hayas disfrutado de su lectura.
    Un abraz, Rocío.

  3. María Angustias

    Buenos días Rocio: Me ha gustado mucho tu relato. Cómo, en tan poco, has podido plasmar tanto del ser humano, en este caso , de mujeres, alegrias, miedos, sufrimientos, mentiras, amistad, en definitiva, “sentimientos “.
    Tienes una escritura que engancha al lector. Te animo a que sigas escribiendo para deleitarnos con tus historias!. Si publicas , creo que tendrás muchos seguidores, y , por supuesto, ya tengo regalos interesantes solucionados. Gracias!

  4. José María

    Tu relato me ha encantado. Tiene enganche y cautiva al lector, armas adecuadas para construir una buena narración. Sigue así y llegarás lejos. No dudes de que sirves para la escritura. Se ve a lo lejos.
    Saludos.
    José María

  5. Rocio

    Muchas gracias por tu comentario, María Angustias. Encantada de que te haya gustado y enganchado. Gracias también por tus ánimos. Seguiré escribiendo y mejorando para que los lectores puedan disfrutar de ello lo mismo o más que lo que yo disfruto creando otros mundos.
    Saludos.

  6. Rocío

    Hola José María: Muchas gracias por tu apreciación y me alegro de que te haya gustado el relato. Continuaré en este camino de aprendizaje y disfrute paralelo.
    Un saludo.

  7. Ma.Carmen Lopez Rojas

    Hola Rocio…Soy de Baena, amiga de tus padres y te conozco desde pequeña.
    Me ha gustado mucho tu relato. Tu descripción de sensaciones, ambiente, gestos…es perfecta. Atraes al lector al momento que vivimos. Me has hecho reflexionar con estas frases: «aunque nos conocemos somos bastante diferentes cara a cara» y «no todos aparentamos lo que somos»
    Ánimo…! Sigue escribiendo. Tienes camino.

  8. Rocio

    Muchas gracias María Carmen por tu apreciación. Me alegro de que te haya gustado y te haya ayudado a reflexionar. ¡Seguiré escribiendo!

  9. María José

    Hola Rocío,
    Sin lugar a dudas, seguiría leyendo la novela completa. En esta pequeña introducción haces que quiera saber más. Qué esconde cada una de las protagonistas? Qué puede aportarme cada una de ellas?. Y todo ambientado en un lugar que transmite paz y tranquilidad, justo lo que escasea en los tiempos que vivimos.
    Sigue escribiendo y compartiendo!!

  10. Rocío

    Hola María José:
    Gracias por tu comentario. Podría seguir escribiendo la novela… hay muchos secretos ocultos… ¡Me lo anoto!

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