CON TU PERMISO

Por María Villora Toledano

Día 25 de abril. 10.30 horas. Sofía
Llaman  a  la  puerta  y  al  abrir  veo  un  hombre  demasiado  alto  con  una  caja  en  la  mano.
Aunque no me inspira buenas vibraciones, lo recibo emocionada porque sé lo que trae y
llevo esperándolo dos semanas. Me da los buenos días mientras me acerca el paquete y
me dice con una sonrisa forzada:
—Te ayudamos a tener una mejor experiencia.
Tiene un rostro anodino con la piel cetrina, sus dedos son muy largos, y sus ojos
vacíos tan oscuros como una noche sin luna. Cuando habla me remueve por dentro. Es
una voz hueca, mezcla de hombre y mujer, que hace que necesite cerrar de un portazo y
echar todos los cerrojos. En su camiseta leo: Mensajería “Bocados de realidad”. Son ellos.
Una  página  web  que  encontré  por  internet  en  la  que  prometen  ayudarte  a  superar  tus
fobias a través de la realidad virtual. Dado que yo tengo unas cuantas, he ido haciendo
una lista con todas las experiencias que me irán llegando a casa poco a poco, y con las
que aseguran que en un mes estarás curado.
Corro al salón y rompo el envoltorio con la misma emoción que lo haría una niña
de  cinco  años.  Es  verdad  que  tengo  treinta  y  dos  y  que  hoy  no  es  mi  cumpleaños,  sin
embargo, tengo el presentimiento de que mi vida va a cambiar.

11 horas. Supera tu gatofobia
Entro  en  la  página  web  Bocadosderealidad.com  y  aparece  una  ventana  con  un
mensaje  automático,  algo  largo,  que  me  obliga  a  aceptar  si  quiero  continuar  con  la
experiencia.
Me pongo las gafas de realidad virtual y comienzo mi primera sesión.
Es increíble lo real que parece todo. Voy caminando por un parque solitario y casi
puedo sentir el viento en mi cara. A mi derecha puedo ver pinos ondeando sus ramas y
escucho los crujidos de mis pies en cada pisada. Esto es precioso. Escucho los pájaros y
un murmullo de niños jugando a lo lejos. Parece que tengo vía libre para dirigirme donde
me apetezca, de modo que voy directa a un pequeño estanque que se encuentra a pocos
metros. Antes de llegar, escucho un maullido y freno en seco. Noto que mis pulsaciones
se aceleran y miro en todas las direcciones. No veo ningún gato. Acelero el paso, pero de
repente me parece una estupidez estar aquí y deseo ponerme a salvo. Aparece entonces,
justo delante de mí, como de la nada, un gato gris y blanco de un tamaño descomunal.
Sus  ojos  se  clavan  en  los  míos  y  sale  un  bufido  de  su  boca  tan  aterrador  que  dejo  de
respirar. Algo no va bien. Quiero salir de aquí. Busco con la mano el botón de “escape”
del  mando  que  sostengo  desde  el  salón  de  casa.  Pero  no  ocurre  nada,  sigo  allí  dentro.
Respiro hondo, «tranquila, Sofía, es solo un juego», me digo mientras cierro los ojos. Al
abrirlos, el gato sigue mirándome amenazante y puedo ver sus dientes afilados al tiempo
que gruñe como un animal hambriento. Pongo en práctica lo que he leído en el manual y
me  agacho  llamando  al  gato  como  si  fuera  un  cachorro.  Supongo  que  todo  esto  forma
parte del ejercicio. Le acerco mi mano temblorosa a su hocico y dejo que me huela. No
percibo  ni  un  ápice  de  docilidad  en  su  gesto  y  me  encojo  de  miedo.  De  pronto,  coge
impulso con las patas traseras y se abalanza sobre mí como si fuera su presa. Yo corro,
sin  rumbo,  en  un  paisaje  que  no  existe  y  que  se  va  formando  conforme  yo  avanzo.
¿Adónde voy?

Siento una punzada de dolor en mi espalda. Me ha alcanzado con sus uñas y creo
que me voy a desmayar porque se me nubla la visión. El gato desaparece a lo lejos y ya
no escucho nada. Un mensaje sale frente a mí: ¡Felicidades! Has completado tu primera
experiencia. No olvides dejar tu comentario en nuestra web. Al fin consigo quitarme las
gafas  y  me  doy  cuenta  de  que  estoy  hiperventilando  y  temblando. Corro  al  baño  a
quitarme la ropa y, al mirar mi espalda en el espejo, las veo: seis líneas que la recorren de
arriba abajo, pero no sangran, no me duelen, están cicatrizadas. No entiendo lo que acaba
de pasar. Me acuesto e intento no pensar.
Hoy voy a visitar a mi hermana, a la que no veo desde hace meses cuando adoptó
un gato callejero, Pepsi, que le siguió hasta su casa. Me siento fuerte y quiero ponerme a
prueba.  Cuando  me  abre  la  puerta,  me  da  un  vuelco  el  corazón  porque  me  recibe  con
Pepsi en sus brazos. Entonces, una especie de gemido profundo sale de mi boca al tiempo
que miro al felino a los ojos. Pepsi salta y sale disparado a esconderse bajo la mesa. Está
temblando y asustado, y yo siento una energía que recorre mis entrañas.
—Tranquila, Abi —le digo a mi hermana—. Creo que ya no me da miedo tu gato.

Día 1 de mayo. 10.30 horas. Supera tu claustrofobia
—Te  ayudamos  a  tener  una  mejor  experiencia  —me  dice  de  nuevo  el  mismo
mensajero.  Sigue  sin  gustarme  su  presencia.  Después  de  la  última  experiencia  con  los
gatos, dudo si continuar con esto. Aunque, es cierto que ningún minino me ha vuelto a
asustar  ni  un  poquito.  Recojo  el  paquete  y  le  hago  un  gesto  de  agradecimiento  con  la
cabeza. El hombre no se inmuta. Se limita a mantener su mirada fija en la mía y trato de
buscar en la profundidad de sus ojos, pero sigo sin ver nada más que un vacío infinito.
—Me  ha  funcionado  —le  digo—.  Me  refiero  a  la  experiencia.  Ha  conseguido
quitarme la fobia. Aunque el método es un pelín arriesgado, ¿no le parece?
Él me escucha en silencio y contesta:
—Te ayudamos a tener una mejor experiencia.
Sonrío confusa y cierro la puerta. Me armo de valor y abro el paquete. «Espero
que no lo pase tan mal como la última vez». Accedo a la web, acepto sus condiciones, me
coloco las gafas, agarro el mando y pulso el botón On.
Este escenario no me gusta tanto. Es una especie de camino muy estrecho, con setos a
ambos lados. Está atardeciendo y veo la puesta de sol, de mentira, a lo lejos. Me adentro
sin pensarlo y sin saber adónde me llevará el camino.
No sé qué hora es aquí dentro, pero ha anochecido y tan sólo dispongo de la luz
de la luna y las estrellas. Sigo andando sin rumbo. Mi ansiedad empieza a dar señales:
sudor, taquicardia, mareo… Estoy en un laberinto. Tengo la sensación de que el camino
es  cada  vez  más  estrecho  y  me  falta  el  aire.  «No  pares,  Sofía.  Es  un  juego  y  está  todo
programado. No puedes perderte en un maldito juego de ordenador». A unos metros veo
una claridad que proviene del camino de la derecha. Creo que he encontrado la salida.
Acelero  el  paso  sintiendo  la  victoria  cerca  y  cuando  doblo  la  esquina  me  vengo  abajo.
Más oscuridad. Un negro infinito que no tiene compasión. Algo ha cambiado, los setos
tienen  brazos  y  parece  que  quieren  atraparme  al  pasar.  No  es  un  efecto  óptico,  unos
miembros largos y pinchudos salen de ambos lados y se mueven al tiempo que el camino
se va encogiendo hasta que por fin me atrapan. Agito mis brazos intentando aferrarme a

algo, pero no hay nada. Grito con un alarido tan real que me hace vibrar. Pulso el botón
en vano y aparece una frase enfrente:
“No puedes abandonar la sesión. Debes continuar con el fin de que sea eficaz”.
Las letras se desvanecen en la nada y yo permanezco inmóvil, atrapada por unos
setos en medio de una oscuridad con vida propia. Me rindo a sus garras y rompo a llorar
con espasmos que sacuden mi cuerpo. Cuando ya no me quedan fuerzas y el dolor traspasa
mi alma, unas letras se manifiestan:
“¡Felicidades!  Has  completado  tu  Segunda  Experiencia.  No  olvides  dejar  tu
comentario en nuestra web”.
Me quito las gafas de inmediato y caigo a plomo en la alfombra del salón. Esta
vez no necesito mirarme en un espejo para comprobar que el dolor es real y siento una
enorme presión en las costillas y los brazos. Levanto mi camiseta y veo marcas alrededor
de mi cintura. Una especie de huellas tatuadas en forma de manos. El terror me invade y
una arcada sale de mi boca. No pienso seguir con esto.
Día 7 de mayo. 10.30 horas
Suena  el  timbre  y  me  da  un  vuelco  el  corazón.  No  quiero  abrir.  El  mensajero
insiste y mantiene pulsado el botón de llamada. Me miro al espejo antes de abrir y ahogo
un grito de sorpresa. Mi cara está pálida, tengo ojeras oscuras de no dormir y veo que las
marcas de huellas asoman por mi cuello.
—Márchese —bramo al abrir la puerta.
—Buenos días. Te ayudamos a tener una mejor experiencia. Aquí tiene.
Su  mirada  sigue  produciéndome  escalofríos  y  no  puedo  soportar  esos  dedos
huesudos.
—Escuche.  No  lo  quiero.  Quiero  dejarlo.  Sus  dichosas  “experiencias”  me  han
dejado secuelas. Así que no vuelva más.
Con un portazo, le dejo con la palabra en la boca y escucho sus palabras desde el
otro lado.
—Tú nos diste permiso. La experiencia debe continuar —anuncia con un tono de
voz algo hostil.
—Pues  si  yo  os  di  permiso,  lo  retiro.  Quiero  que  se  vaya  o  llamaré  a  la  policía
—le amenazo con la voz temblorosa.
—No se hace así. Debes entrar en la web para retirarlo. De momento este paquete
te pertenece, y su experiencia también.
Vuelve a pulsar el timbre y abro la puerta para quitarle el paquete de las manos.
Antes de abrirlo, me siento delante del ordenador y tecleo la página web. Busco y
rebusco en cada sección cómo puedo darme de baja de esta pesadilla pero no encuentro
nada. Inicio sesión y a los dos segundos sale la dichosa ventanita emergente. Esta vez la
leo con atención y lo que pone me estremece.
“Doy  mi  permiso  para  que  bocadosderealidad.com  acceda  a  mis  más  oscuros
secretos,  a  mis  miedos  más  perturbadores  y  pueda  hacerlos  realidad  a  través  de  sus
tecnologías de última generación. Siempre podré rescindir el acuerdo voluntariamente y
rechazarlo con solo pulsar en el botón que corresponde. No obstante, si no lo hago, estaré

dando mi consentimiento para que seleccionen contenido personalizado basado en dichos
miedos y así mejorar mi experiencia”.
Aterrorizada, hago clic en “rechazar todas las cookies”.
 

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