CORAL – Sonia Merino Sánchez

Por Sonia Merino Sánchez

Jamás olvidaré aquella primavera de 1982 en la que Coral llegó al pueblo. Hasta entonces, no había oido antes ese nombre; pero ahora que lo pienso, no podía llamarse de otra forma. Un nombre “raro” para una chica “rara”. Y es que la recuerdo como si fuera ayer. Ella y todos aquellos días se grabaron en mi memoria.

Coincidir con Coral en ese final del curso de 8º de EGB, despertó en mí una vocación que desconocía :estudiar a las personas en su interior para así poder comprender su comportamiento. Soy psicólogo , y en aquellos días , inicié mi carrera sin saberlo. Y ahora, que la ejerzo, puedo entender muchas cosas.

En mitad de la tediosa clase de Sociales , Doña Teresa, la directora, irrumpió sin llamar la puerta y con un breve saludo soltó escuetamente : “Os presento a Coral, vuestra nueva compañera”

A la directora se la notaba incómoda. Creo que era la presencia de la nueva compañera. De repente silencio incómodo en el aula ante aquella imagen que quedaría grabada para siempre en mi retina: ese negro cabello desmadejado, que caía a cada lado, tapándole medio rostro que mantenía con miraba cabizbaja y esas gruesas gafas tras las que se escondía. Su ropa, poco que resaltar, oscura y desteñida. Se sentó al final de la clase, rostro serio, rehusando la mirada de todos. Allí, alejada del grupo permanecía cada día.

Coral presentaba un aspecto desconectado del resto del mundo. Su mirada era ausente y fría. Parecía querer ahuyentar a cualquier persona de su alrededor de una posible cercanía. Y lo conseguía. Los chicos solo se acercaban con algún gesto burlón y las niñas ni siquiera eso. En general ese aspecto siniestro en cierto modo la protegía.

Pero ella me intrigaba y este interés que me producía por conocerla más me hizo cambiar todas mis rutinas.

Solía seguirla a la vuelta del colegio y la observaba con un libro siempre en su regazo, que a mi parecer , le servía de parapeto para todo, incluso para tapar aquellos marcados senos propios de la adolescencia.

La casualidad me ayudó en mis pesquisas sobre aquella chica circunspecta. Su familia se había mudado a una vivienda de alquiler contigua a la nuestra. Esta circunstancia provocó que mi obsesión por ella , aumentara cada día.

Ambas viviendas constaban de un amplio jardín en la parte posterior. Mi habitación estaba en el piso superior de nuestra casa. Allí, como cualquier adolescente permanecía horas todas las tardes ante la exigencia de mis padres sobre la retahíla y amenaza clara de “como suspendas de nuevo, te quedas sin verano”. Pero aquel forzoso encierro, me daba la oportunidad de observarla a merced. Mi mesa de estudios ,situada junto a la ventana , me ofrecía buena panorámica del jardín en la casa de Coral.

Ella, solía pasar varias horas en la tarde en aquel caótico patio- jardín. Sentada en el suelo bajo un pequeño limonero, colocaba en frente suya pequeñas piedras , ramitas e incluso canicas. No se movía y las observaba durante muchísimo tiempo. En alguna ocasión, con gesto de enfado, daba un manotazo, y revoloteaba todos aquellos elementos de observación por el suelo del jardín.

Respiraba acelerada tras el acto, pero en breve, recogía todo y lo volvía a colocar en orden para empezar de nuevo aquel misterioso ritual. En todo ese tiempo sus hermanos pequeños, dos revoltosos chicos de apariencia normal , se acercaban. Ella los apartaba con rapidez. A los padres no les ví nunca acercarse ; parecían respetar aquella actividad como si de un trabajo se tratase.

Una tarde, con un ojo en mi libro de Lenguaje, en el que el dichoso comentario de texto se me resistía , decidí cambiar a mi actividad preferida: observar a Coral por la ventana preguntándome que demonios hacía tantísimas horas sentada ante aquellos objetos. En aquellos pensamientos me encontraba cuando de repente, ella giró su cabeza hacía mi ventana. Sus ojos, serios, tras esas feas gafas, casi me atraviesan con una mirada fulminante. Sentí algo en mi interior, que me hizo dar un respingo y casi caerme de la silla. Me quité de su ángulo de visión, intentando protegerme de aquella mirada feroz.

Al día siguiente me decidí a actuar por fin.

Habitualmente coincidíamos en el retorno a casa, eran unos quince minutos caminando . La escuela se encontraba entre dos pedanías. Ella iba escoltada con tres o cuatro gatos que la acompañaban a cierta distancia todo el camino . Nunca me atrevía a acercarme en exceso a ella. Aquel día lo hice. Le seguía a unos tres metros de distancia. El camino era de tierra y ella probablemente oía la cercanía de mis pasos tras ella.

-No te acerques más- dijo sin volver su cabeza.

-¿Por qué? Solo quiero preguntarte algo- me atreví a soltarle, en tono resuelto.

Ella, me ignoró.

-¿Qué haces en tu jardín tantas horas con esas piedras ?- insistí.

Callaba. Me puse a su lado. Me miró de reojo. Sus ojos, que me habían parecido feos en la distancia, me parecieron profundos .

Como ella, no hablaba, y yo siempre he sido especialmente comunicador, decidí que comenzaría una conversación aunque fuera tan solo en una dirección. Y así, comencé a contarle cosas del pueblo, chismes, y seguí hablándole de mi familia. Ella, se mantenía en silencio, pero notaba que era una escucha activa.

Quise imaginarla incluso gustosa por mi compañía. En todas aquellas caminatas de regreso a casa comenzó nuestra amistad. Nunca mencionó nada sobre sus tardes en el jardín.   Yo no le volví a preguntar.

Pasaron semanas y la conversación cada día era algo más fluida. O yo quería creerlo así.

-Nunca he conocido a nadie que se llame Coral-

Ella a modo de respuesta me mostró su mano derecha. Ahí, tan cerca , podía distinguir esa gran mancha rojo vinosa en forma de coral que cubría gran parte del torso de su mano.

-Mi abuela materna tenía una como ésta. Ella era como yo …ella también podía…-titubeó y finalmente se quedó en silencio.

Mi quinceavo cumpleaños se aproximaba. Cada año lo celebrábamos en el jardín posterior de la casa , con mi amigos y algunos compañeros de clase. Solíamos ser diez o doce, los de siempre. Yo no era precisamente líder en mi clase, pero tenía la virtud de no meterme en líos y por tanto caía bien.

Mi madre siempre preparaba una mesa con bocadillos y refrescos, algo alejada del porche para que tuviéramos algo de intimidad y pudiéramos charlar tranquilos. Dos días antes de mi cumple, decidí invitar a Coral. Mientras caminábamos, se lo solté.

-¿Quieres que yo esté en tu cumpleaños ? – cuestionó con tono incrédulo.

-Clarooo- le dije sonriéndole.

Ella asintió con la cabeza y surgió en aquel rostro una leve sonrisa.

Yo complacido le toqué el hombro a modo de gesto afectuoso.

¡Dios mio! Difícilmente olvidaré ese momento. Sentí una corriente eléctrica al contacto con ella. No fue desagradable, tan solo era la intensidad de esa sensación que me inundó por completo.

Ella se apartó bruscamente.

-No me toques nunca más- sentenció con gravedad.

Al ver que quizás había sido demasiado brusca , añadió – Yo, yo… muevo cosas. Puedo hacerlo. Cada tarde practico en el jardín con pequeños objetos. Mis padres me tienen prohibido contarlo. Si lo hago nos mudaremos de nuevo- y después de esa confesión tan extraña entró con premura en su casa sin despedirse.

No entendí nada. No estaba preparado entonces. Allí me quedé unos segundos parado intentando analizar todo lo oído.

Desde aquella conversación evitaba tocarla bajo ningún concepto. No solo por ella, también por mi. Pero este hecho y su confesión no cambió nada en nuestra singular relación.

Por desgracia aquel día de cumpleaños lo cambió todo. En un principio todo marchaba como era habitual : risas y charla entre todos… Coral parecía estar incluso algo cómoda. Mantenía la distancia del resto del grupo , y a pesar de su silencio , observaba relajada a todos los demás. Yo, en ese momento apostaba con mi amigo Carlos y le retaba a una carrera hasta el río al día siguiente. Pero en mitad de la reunión entró al jardín mi primo Andrés.

Bravucón, chulesco y maleducado eran sus principales atributos, y quizás he sido generoso con él. Mi madre se veía obligada a invitarlo cada año.

En cuanto llegó a nuestra mesa, miró a todos y su mirada engreída y desafiante se paró en seco al ver a Coral.

-No me puedo creer que hayas invitado a la bruja del pueblo, primo- soltando una carcajada.

-Callate, bocazas- le interrumpí. Me ignoró y se acercó a Coral.

-Tengo curiosidad…dijo mascando las palabras. -¿Tú de dónde has salido? – la increpó.

Coral , bajó la mirada algo avergonzada.

Le empujé con furia. -Que te calles, gilipollas, déjala en paz-

Mi primo me asestó un puñetazo que no me esperaba . Intenté acercarme a Andrés a devolverle el golpe y fue entonces cuando Coral, se interpuso entre nosotros. Dándome la espalda, miraba desafiante a Andrés.- Este aún seguía dispuesto a liarla más.

-Una niña te tiene que defender – añadió mirándola burlonamente. Y comenzó a reírse como una hiena -jajajajajaja-

Pero su estridente risa se detuvo en el momento que la intensa mirada de Coral comenzó a hacer efecto. Sus ojos se tornaron serios y comenzó a caminar hacía atrás como un autómata.

Parecía impulsado por algo invisible. Coral, de pie, le mantenía aquella mirada profunda. Andrés, seguía retrocediendo sin poder articular una sola palabra, hasta que topó en el muro del jardín. Todos a su alrededor seguíamos la escena. Mi primo, se quedó pegado a la pared, adherido a ella…y ahora viene lo increíble, ¡¡estaba suspendido en el aire!! Soltaba sonidos, pero era incapaz de hablar. Creo que fue poco tiempo. A nosotros nos parecía una eternidad. Era inquietante mirarlo. Su cara burlona se había tornado pálida con los ojos desorbitados por el miedo .Todos permanecimos en silencio. Se escuchó un gemido de una compañera , algunos susurros de asombro ante aquella escena inexplicable . De repente, Andrés cayó desplomado al suelo. Y comenzó a lloriquear con el rostro manchado de tierra.

Coral, no volvió al colegio nunca más. En dos semanas se habían mudado de nuevo sin dejar rastro. No volví a verla tras aquella tarde . Permaneció en el interior de su casa hasta que se marcharon.

Pensé en ella durante mucho mucho tiempo. Y en todo lo vivido en aquel día.

 

Hace dos semanas , sentado en el sofá a la hora de la cena, mi mujer y yo veíamos como habitualmente un programa de entretenimiento. Nos gusta cenar en el salón. Es nuestro “momento”. La niña duerme. La consulta me deja exhausto y ese es mi momento de desconexión con Laura , mi mujer , frente al televisor y una copa de vino .

La invitada del día se llamaba MIND (mente en inglés). Trabajaba en EEUU como colaboradora en la policía de New York y Servicios de inteligencia americanos . Se le atribuían dotes de telekinesia y telepatía. Había participado en múltiples casos de desapariciones , y su colaboración había resultado muy valiosa. Impartía charlas por todo el mundo hablando sobre el poder de la mente. Observé a aquella mujer de pelo oscuro y brillante con esa mirada tan profunda y distinta. Su sonrisa era magnética y el presentador parecía haber percibido ese aire misterioso en aquella mujer que no dejaba a nadie indiferente.

Me incorporé en el sofá, intrigado. Esos ojos y esa mirada me resultaban conocidas. La entrevistada cogió el vaso de agua para dar un sorbo, antes de contestar la siguiente pregunta y fue entonces cuando me percaté de su mano. Allí estaba , lo que andaba buscando: esa mancha de color rojo vinosa.

-¡¡¡¡Es ella !!!- grité a pesar de la cercanía con mi mujer.

-¿Quién , por Dios?-

¡-¡¡Ella!!! ¡Coral ! Sabía que era ella-

Mi mujer alarmada , me miraba como yo me revolvía en el sofá , haciendo gestos de asombro.

-No puedo creerlo…-solté agitado ante el inesperado descubrimiento.

Por fin me calmé pero emocionado aún le dije -Laura, te voy a contar una historia extraña. Hasta hoy creía que no la había vivido realmente-

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