DESTINADOS A ESTAR JUNTOS

Por Elizabeth Taverner Sendra

De pequeños casi nadie cuestiona las costumbres, la religión, las conductas y las creencias transmitidas por los adultos y la sociedad que les rodea hasta que van creciendo y adquiriendo su propia personalidad y criterio. Así les ocurrió a Isabel y Kevin, dos adultos, con criterios de vida similares, aunque con experiencias de vida distintas. Ambos eran amables, respetuosos, solidarios, sencillos y compartían los mismos principios y filosofía de vida.

Isabel era una mujer de principios, aunque en ocasiones insegura, ella era, trabajadora, jovial, tenía un gran corazón, el hecho de ayudar al prójimo le llenaba de satisfacción. Sentía gratitud por la vida. Era de belleza natural, de tez blanca, con cara de corazón, ojos color avellana, con nariz respingona, y cabello rizado de color oscuro. Tenía carácter, pero a la vez era muy noble, generosa y paciente. Aunque no lo aparentaba, era una mujer de mediana edad con una historia. Su corta estatura, delgada figura atlética, eran un añadido a su personalidad. Su trato con la gente era cordial y amable por lo que inspiraba confianza. También era aventurera y aunque había viajado considerablemente, sentía que tenía el mundo por descubrir.

Kevin, personaje público, de apariencia solitaria y semblante serio, era sencillo, inteligente, generoso y seguro de sí mismo; era considerado un hombre con principios. Poseía un rostro exótico, atractivo, de cabello oscuro, con barba arreglada con una sonrisa cautivadora. No era extremadamente blanco de tono de piel. Tenía unos cincuenta y cinco años, aunque no los aparentaba. Era noble; pues tenía detalles para con la gente, en especial las personas vulnerables. Decía sentirse afortunado por la vida que llevaba, motivo por el cual, le complacía compartir. Sentía satisfacción por poder ayudar al prójimo. Respetaba la vida. Su cuidadoso cuerpo musculoso de metro ochenta y seis de altura, era otro atractivo de su carácter. Todos los que le trataban hablaban maravillosamente bien de él. Llevaba siendo responsable desde muy temprana edad. Su profesión le permitía viajar por el mundo.

Aunque aparentemente todo parecía funcionar bien en sus vidas y eran exitosos en sus profesiones, ni Isabel ni Kevin se sentían satisfechos. Ella fue educada bajo las creencias de la religión católica inculcada por sus padres, con todas sus buenas intenciones; la pondrían a prueba y la condicionarían en la toma de decisiones a lo largo de su vida. Él, criado con mucha más libertad tampoco tuvo una vida fácil.

A lo largo de la infancia y adolescencia en el hogar de Isabel se vivían ciertas conductas y creencias que discrepaban con su esencia. A medida que iba creciendo se iba revelando. De pequeña, recuerda necesitar hablar con sus padres sobre la diferencia de sexo y ellos responderle que lo aprendería en la escuela. Este tema no se hablaba en casa. Otra creencia que la marcó negativamente fue cuando la obligaban a ir a misa todos los domingos. Su madre decía que, si no iba Dios la castigaría. Ella, muy a su pesar, por miedo, no se le ocurriría desobedecer a sus padres.

Sus padres, creían en el matrimonio para toda la vida y no aceptaban el divorcio. Además, consideraban que el matrimonio concertado era una opción por lo que le propusieron que se casase con el chico que ellos le eligieron. Lo habían hablado con los padres de él e incluso el pretendiente. Todos habrían aceptado a esperas de la respuesta de Isabel. Sorprendida por la propuesta, ella no aceptó. Ella creía en el amor y de él no estaba enamorada. Esto creó conflictos entre las familias e Isabel sufrió mucho.

Todos consideraron que su decisión fue un desprecio hacia él. No fue así. Por fortuna, el chico e Isabel siguieron siendo amigos. Con todo lo ocurrido, el padre de Isabel respetó su decisión y jamás volvió a mencionarle el asunto. Sin embargo, su madre, estaba tan en desacuerdo con la decisión de su hija, que le dijo que si no se casaba con él no lo haría con nadie. Estas palabras implicaban que, Isabel, no sería capaz de conquistar a un hombre por ella misma. Esto le causó inseguridades durante un largo periodo de tiempo, especialmente cuando Isabel trataba con hombres que le atraían. Nunca fue capaz de comprometerse con ninguno. Para ella, la opinión de sus padres siempre fue importante. Se dio cuenta que le daba más crédito a las opiniones de los demás que a las suyas propias. Por este motivo, buscó ayuda profesional. Tras varias terapias y las disculpas de su madre por dicho agravio, pudo recuperar su autoestima aceptando su situación.

 

Isabel aprendió a no vivir de los recuerdos que la amargaban y a entender que era importante estar en el presente desde el amor, el respeto, la dignidad, la amabilidad y la generosidad que la caracterizaban. A partir de ese momento, ella dedicaría su vida a ayudar a la gente que se lo pediría.

Kevin desarrolló, su propia personalidad bajo las creencias y disciplinas orientales transmitidas por su padre; además de, las costumbres y los modales británicos inculcados por su madre. Igualmente, de niño se crio con su abuela paterna quien le enseñó sobre el arte y la filosofía oriental, que a lo largo de su vida le ayudarían a superar ciertos problemas. Siendo pequeño vivió varios conflictos familiares que le enseñaron a valorar la familia estable que no tuvo. Sus padres se divorciaron cuando tenía diez años y pasó momentos muy complicados. Se sintió desamparado por el abandono de su padre al que no volvió a ver hasta que fue adulto. Esto le causó incertidumbre, inseguridades y rebeldía. Su madre, británica, de carácter fuerte e independiente, fue quién lo crio hasta la adolescencia. Le enseñó a ser libre en la toma de decisiones y a no depender de nadie. No obstante, a medida que Kevin iba creciendo, su madre compartía con él sus preocupaciones por lo que esto le hizo madurar a una edad más temprana. Su madre, que sufría desequilibrios emocionales, fue una mujer luchadora que veló por su bienestar, pero en ocasiones no se daba cuenta que le cargaba de responsabilidades no propias de un joven.

Transcurrido un tiempo, su madre volvió a casarse y por el trabajo de su padrastro, Kevin se mudó de residencia varias veces. Dichos cambios lo convirtieron en un adolescente rebelde y problemático acabando siendo expulsado del instituto. Estaba descontento y desubicado. Tras mudarse a una gran ciudad con su familia, empezó a interesarse por el arte dramático. Su padrastro que era entendido del sector veía potencial en él. Su madre lo apoyó. Tras hacer varios trabajos de interpretación en anuncios publicitarios y en algunas películas, Kevin prosperaría en su profesión hasta independizarse. Transcurridos unos años de duro trabajo se consolidó como actor.

Más tarde se casaría con una compañera de profesión con la que tuvo un hijo. Desgraciadamente, cuando pensaba haber conseguido formar una bonita y estable familia desde el respeto y el amor mutuo que se procesaban, su esposa e hijo fallecieron de un accidente. Esto fue devastador para Kevin. Se culpabilizaba por no estar con ellos cuando ocurrió el fatídico desenlace. Pasó unos años muy complicados y con depresión hasta entender que necesitaba ayuda profesional. Al recibir dichas ayudas y practicar las enseñanzas orientales que le habían inculcado desde pequeño empezó a ver la vida desde un punto de vista más espiritual, y con el tiempo, se fue recuperando. A partir de ese momento, Kevin se olvidaría de formar una familia dedicándose a su profesión y a proyectos humanitarios viviendo desde el presente y sin planear demasiado en el futuro. Continuaba manteniendo su carácter amable, sencillo, respetuoso y generoso.

Tras haber asentado y aceptado respectivamente su situación personal, tanto Isabel como Kevin, seguirían cosechando éxitos profesionales y ayudarían a los que lo necesitarían.

Por temas profesionales, Kevin estaba en Alemania rodando algunas secuencias de su última película. Solía tener los domingos libres para descansar. En esta ocasión le dieron a él y al resto de actores tres días libres por unos problemas de producción. Su madre estaba viviendo en España. Kevin cogió el avión y se presentó en su casa a pasar unos días; ya que, hacía tiempo que no se veían. Kevin se enamoró de la zona. El pueblo en el que vivía su familia era muy pequeño y tranquilo, cercano a la costa, tenía mucho encanto y ambiente, sobre todo en verano. Era como una pequeña Inglaterra; ya que, residían ingleses en toda la zona.

Feliz de que Kevin les estuviera visitando, su madre reservó una mesa para tres con el propósito de cenar en el restaurante del pueblo. Al ser verano, las veladas estaban amenizadas por músicos residentes de la zona. Esa noche fue muy agradable para Kevin y su familia. Lo estaban pasando muy bien cuando de repente su madre vio a Isabel y la llamó. Ella se acercó a la mesa y la saludó sin percatarse con quién estaba la señora, que era su clienta y les había estado ayudando a ella y a su esposo a legalizar su situación en España. A ellos les encantó el trato y profesionalidad con que Isabel gestionó todos los trámites. Esa noche Isabel estaba cansada, pero había quedado con sus amigos a cenar en el mismo restaurante que Kevin y su familia. Isabel, llegaba de enseñar unas propiedades a unos clientes de una Inmobiliaria con la que colaboraba. Isabel y Kevin se saludaron mutuamente, ella, de repente lo reconoció, pero por respeto a su privacidad, no dijo nada por no llamar la atención. Esto le impresionó a él por lo que valoró su discreción. Se despidieron y ella se marchó a cenar con sus amigos. Para Kevin, su encuentro con Isabel no acabaría allí; pues sintió particular atracción por ella.

Agradecido del detalle que Isabel había tenido con él por no anunciar su presencia en el pequeño pueblo, el domingo por la mañana, antes de regresar Kevin a Alemania, llamó a Isabel, pues le pidió a su madre si podía llamarla porque le pareció una persona agradable y sencilla. Isabel dudó al principio, pero aceptó la invitación. La invitaron a casa a tomar café, hablar e intercambiar ideas y opiniones. Pasaron prácticamente toda la mañana juntos, pues tras la tertulia y el café salieron a pasear e Isabel le enseñó los espacios naturales más emblemáticos de la zona. Kevin le dio las gracias por tan generoso acto de discreción. Por la tarde, Kevin tuvo que regresar a Alemania, pero a partir de esa tarde ambos se hicieron amigos e intercambiaron teléfonos. Hablaban todos los días. Se fueron conociendo y sentían tener mucho en común. Quedaban siempre que sus trabajos se lo permitían. Les apetecía mucho estar juntos. Isabel empezó a experimentar más estabilidad laboral y económica por lo que se permitiría viajar más a menudo visitando a Kevin allí donde se encontrase trabajando. Para ella, viajar era un placer. Finalmente se enamoraron formalizando su relación. Su complicidad era tan real que todos los que los conocían creyeron sinceramente en su unión y que estaban destinados a estar juntos.

Por primera vez en mucho tiempo sentían estar en conciliación con ellos mismos. Como dice el clásico libro de El Principito del escritor francés, Antoine de Saint-Exupery, “Cuando dos personas están destinadas a estar juntas, se encontrarán al final del camino aún tras mil tropiezos”. Así les ocurrió a ellos.

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