DIOS ME HA CONFUNDIDO CON RAMBO – Mª del Mar Algarra Godoy

Por Mª del Mar Algarra Godoy

Vamos literalmente caminando a saltitos. De de la mano, como siempre. Nos miramos cada dos segundos. Aún voy sin bastón. Me da vergüenza ir con esta sonrisa, la gente que se cruza con nosotros nos mira intrigados. El mar está en calma, hay una brisa fantástica, sonreímos con tanta alegría e ilusión que casi ni hablamos. Esto nos ha desbordado.

Goyo me dice que es uno de los días más felices que recuerda.

Nos volvemos a mirar y de repente ambos comenzamos a hablar a la vez y sin parar:

– ¡Esto es como un sueldo de Nescafé! – le digo apretándole la mano con fuerza. Al tener el futuro económico resuelto, todo va a ser más fácil. ¡Cariño, soy pensionista y con mi sueldo integro! Podré al fin descansar todas las horas que necesite, el dolor será más llevadero.

– Mar,  al ver los resultados de los informes de los distintos especialistas y  hospitales, estaba muy claro. Pero, que los del INNS te  lo concedieran  a la primera… como abogado que soy, cariño, te digo que no es normal. Me ha asustado pensar que tu enfermedad es mucho más grave de lo que yo pensaba. Empiezo a asustarme, chata- me dice ahora con pausa y ya sin sonreír.

–  Podré comprar el apartamento en la orilla de esta playa y viviremos allí largas temporadas. Podremos envejecer aquí con más calidad de vida. Se me acabó el despertar a las 6 y hacer 100 kms diarios para ir trabajar… el dolor crónico será más leve al poder estar en reposo el tiempo que necesite, como indicaba mi neurólogo- le digo casi sin separar una frase de otra.

La biopsia muscular identificó al fin esta enfermedad rara, neuromuscular y sin cura, tras 4 años al fin me diagnosticaron. El dolor psicológico por no saber qué tenía casi me  lleva a enloquecer.

-Mi vida va a ser ahora algo más fácil; cuando esto avance podré comprar la silla eléctrica y me concederán la tarjeta de aparcamiento que me va a facilitar mucho el día a día. ¡Cariño, estoy tan contenta!- le beso en el cuello dando un saltito para llegar.

(No quiero imaginar que tal vez muy pronto no pueda repetir ese salto).

El sol se va escondiendo despacito, nos vamos calmando; nos sentamos en el murete del paseo marítimo. Nos volvemos a mirar con ternura. Me echa el brazo sobre mis hombros y ahora estamos unos minutos en silencio. Tras muchos años, seguimos profundamente enamorados.

 

*****************

 

Estoy sentada en el sofá, miro el mar algo revuelto. Me emociona saber que ya escrituré y  que este nido de amor ya me pertenece. El cielo está hoy tan gris como yo. Huele a sal, a yodo y a eucalipto a la vez.  Tengo el ventanal abierto,  las gaviotas casi parecen atreverse a  entrar.

El duelo no quiere pasar. Sigo escribiéndole cartas casi a diario. Le cuento lo poco que me sucede.

Esta sensación de vacío no es solo de hoy. Desde hace tres años se repite a cada instante. Tener tanto amor acumulado y tantos recuerdos lindos duelen y a la vez ayudan; poder disfrutar y valorar lo que si tengo aún  pero no poder compartirlo, es lo peor.

¡Cómo añoro echarme sobre su pecho y sentirle tan vivo! ….su ausencia sigue siendo tremendamente cruel, como ayer y seguro que como mañana. Él no tenía que haber muerto, yo enfermé antes.

Salgo a la terraza. La humedad de hoy, hace que los eucaliptos de esta montaña que rodean la  playa,  faciliten  la respiración a veces dificultosa. Me gustaba comentarle a mi marido que cuando olía tanto a eucalipto yo me sentía bien y parecía que mis músculos se cargaban de oxígeno y dolían menos. Este olor doloroso en recuerdos, quema y reconforta.

He cumplido 60 años y  mi mundo desapareció de un día para otro. Puedes perder la salud, el trabajo,  a tu marido (él era mi amor incodicional), tu cuidad, tu gente… ¡Tuve que dejar tanto! la natación, el pádel, el senderismo, dejar  de viajar al no poder caminar al ritmo de todos. El ser humano es capaz de adaptarse a mil situaciones complicadas,  ¿Pero  todo a la vez?

Eso sucedió. Pasar  de no tener ni un minuto libre al día, madrugar muchísimo y no parar hasta el anochecer…. a despertarme cada mañana y preguntarme: ¿Todo el día para mí y para ésta soledad absoluta?

¿Por  qué el cáncer se lo llevó? Éramos tan felices juntos.  ¿Por  qué  tuvo que  sufrir  90 sesiones de quimio  para nada? ¿Cómo gestionar el tener todo el tiempo del mundo y ninguna obligación? ¿Cómo gestionar que necesitas horas y horas de estar tumbada para poder realizar una actividad de mínima intensidad, como  planchar tres camisas o lavarte y secarte el pelo?   Empiezo a no tener energía ni para lo más elemental. Pero… ¿No debería ser feliz por tener todo lo que aún sí tengo? (Debo aprender a  vivir  otra vida, literalmente distinta y debo empezar ya).

Jamás estuve sola y ya llevo tres  años viuda. Tuve que decir adiós a Córdoba, la ciudad en la que viví 40 años de dolor y de gloria. Me quedé sin mi trabajo en el hospi al aparecer mi enfermedad.  Mi hospital,  llenaba de felicidad muchas horas de mis días, me dio buenos compañeros y me hizo sentirme importante. A la vez perdía a mis  hijos; salieron del nido hace ya más de una década. Son buenos hijos  y me dan muchas satisfacciones, pero  ambos viven en Madrid  con sus parejas,  a muchos kilómetros y apenas les veo.

Me gustaba cocinar  para todos, las horas guisando eran algo genial para mí. Planificar las comidas me encantaba. Ahora es muy complicado  cocinar solo una ración, y comer en silencio más difícil aún.

Salir a mi huerto de la casita de la Vera, es un regalo. Hay tanta abundancia. Ahora, Goyo no puede cogerlas y las cerezas se caen. Yo, las como directamente del árbol, no me gustan cuando están en la nevera. Nadie las quiere; aquí a todo el mundo le sobran cerezas.

Los melocotoneros este año están llenos de frutos.  Tendré que hacer mermeladas, son tan gordos y buenos que da pena que se echen a perder;  aunque luego yo no las gasto, no tomo casi nada de azúcar y los hijos te desprecian los botes. Si sube alguien por la casita, siempre regalo lo que gusten. Pero desde que murió mi marido, yo he muerto para la familia política. Cada uno tiene sus obligaciones y han preferido desde el primer día ignorarme,  ni preguntar si necesito algo. He pasado dos años completamente sola entre estas montañas.

El pueblo queda abajo. Es un precioso pueblo Histórico Artístico, de piedra y con apenas 800 habitantes. El pasado año fue el del confinamiento, pero a mí me pilló entrenada; el año anterior  fue cuando murió Gregorio y yo me confiné voluntariamente. Cuidaba del jardín y del huerto cómo podía. Leía casi a todas horas, tejía, estudiaba y miraba internet. Los domingos asistía a misa del Monasterio de Yuste para no tener que bajar al pueblo y oír lo mismo de todos: ¡No deberías estar ahí tan sola! Después, con el confinamiento, ya ni misas.

Al terminar el confinamiento, Miguel ya pudo subir por la finca para ayudarme con lo más laborioso. Podó muy bien las parras y estoy muy contenta. Las uvas moscatel engordan  por días, pienso que nunca habrá otra cosecha igual. Miguel tiene la edad de mi hijo, pero a mi hijo no le gusta la Iglesia. Miguel es casi un santo. Cultiva flores en su huerto y con ellas es capaz de hacer  maravillosos centros y  tener la Iglesia  preciosa casi todo el año.

Mi hijo  me dijo ayer que su novia y él habían dado la entrada para un piso en El Cañaveral. Es un  barrio nuevo de Madrid junto a Vicalvaro. Un barrio realmente bonito, rodeado de grandes extensiones ajardinadas y con bastante arboleda. Allí, en El cañaveral vive su hermana  desde hace ya tres años;  esa noticia me ha hecho muy feliz. Mi hija, es un cielo de chica; acaba de tener a su primera hija,  que es igual de linda que era ella; si Dios quiere y mi hijo pronto tiene a los suyos, los primitos se criaran juntos y entre los cuatro se ayudaran con los niños.

Todos los días son casi iguales, pero siempre aparece algo que te los ilumina. Ayer fue esa alegría.

Pequeñeces como el coger  aún, en el mes de julio, un cuenco de fresas cada día, es una auténtica gozada. Son tal dulces que parecen ser otra fruta distinta a la que venden en cualquier mercado. Las frambuesas están muy lindas. Aún tengo naranjas que me llenan media nevera y el limonero lunero es otro milagro. Así que debo sentirme dichosa por cuanto poseo.

Ver y sentir el agua correr por los regueros del jardín en verano… es otro regalo. El agua baja directamente de la sierra. Lleno la poza y puedo bañarme sin necesidad de cloro. Cuando se calienta, la vierto al huerto y la vuelvo a llenar. Tener agua gratis y tan pura y cristalina, es otro regalo de los dioses. Tengo ranas  en esa poza,  van y vienen, me acompañan. Por las noches parece que me susurran diciéndome que no estoy sola. También los cucos. Nunca oí a un cuco hasta que Goyo una noche de verano me lo descubrió. Aquí las noches son tan silenciosas y oscuras que asustan un poquito. Yo no soy miedosa. Gracias a Dios, pero es cierto que cualquiera se impresionaría al dormir aquí. Puedes oír las gargantas  desde la cama y eso que el agua corre a unos doscientos o trescientos metros de esta casita. Ese rumor a modo de nana te hace dormir.

Las noches que llueve, son muy tristes;  aún no supero ese dolor de recordar cuánto le gustaba a Gregorio oír llover cuando estábamos acostados.  Un día le pregunté cómo nos podríamos comunicar cuando ya no estuviésemos juntos. Le dije:

– ¿Serás un pajarillo, un mirlo tal vez?-

– ¡Qué coño! ¿Un pajarillo?  Nooo. Yo seré agua, cuando veas agua, allí estaré  contigo- eso me dijo literalmente mi instruido esposo, el que jamás hablaba vulgarmente.

 

Desde que murió, ver agua por doquier, es duro y a la vez me reconforta. No puedo dejar de sentirle a mi lado. Aquí vivo rodeada de agua.

Dejo ya de escribir. A pesar de estar cómodamente tumbada, empiezo a agotarme.

Voy a salir al huerto a coger unas hojas de acelgas y a sacar una cebolleta. Tengo unos tomates que se van a estropear, abriré una lata de melva y empezaré a gastar melocotones. Aquí, vivir no es complicado si consigues engañar a la soledad… y si el agua no te ahoga; quizás siga muchos años en ésta casita de la Vera aprendiendo al fin a vivir de otra manera.

 

Ojalá Dios no tarde mucho en mostrarme qué tiene pensado ahora para mí.

 

 

 

 

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