EJERCICIO 7

Un fuerte ruido me despertó.

Papá, mamá grité, pero nadie respondió.

Estaba tumbado en el sofá viendo la tele y recuerdo que mis padres me habían dicho que se iban de compras, que no abriera a nadie y si notaba algo raro que les llamara por teléfono.

Miré por la cámara de seguridad de la puerta de la verja que rodeaba la finca y no vi nada raro, estaba cerrada y encima una ramita de olivo que mis padres ponían siempre para saber si alguien tocaba la puerta y fallaba la alarma.

Lo habré soñado, pensé o quizá ha sido algo de la tele y me he despertado asustado, pero no pasa nada, no se oye más que a los pájaros y los coches de la carretera a lo lejos.

Pero entonces oí golpes más suaves y monótos, toc, toc, toc…

Me quedé quieto, sin apenas respirar ¿qué serían esos ruidos, de dónde venían, quién los haría?

El miedo no me dejaba moverme y mi cabeza iba a mil por hora y entonces, se oía una cadena que se arrastraba, no podía ser, los fantasmas no existen.

Poco a poco me acerqué a ver la cámara que enfocaba la puerta de la vivienda, tampoco había nada nadie ni nada raro, todo estaba en su sitio, la mesa, las sillas, las macetas e incluso el gato estaba tumbado tranquilamente al sol.

Cerré las ventanas y encendí la luz, apagué la televisión, respiré profundamente e intenté centrarme en el ruido de la cadena y su origen, tenía que averiguar de dónde procedía.

Recorrí todas las habitaciones de la casa lentamente, sin hacer ruido y entonces lo vi claro.

¡Apalache, eres tú!

Efectivamente, salí de casa y entré en las cuadras, mi caballo, Apalache, había tirado la gran piedra de sal que tenía en el pesebre y, con la pata, intentaba alcanzarla y agacharse a lamerla, por eso oí el ruido de la caída, los golpes monótonos de su pata y lqa cadena que movía al bajar la cabeza.

Me abracé a su cuello riendo, me has dado un buen susto, amigo mío.