EL 2

Por Jose Vicente Prieto Hermida

Hace un ratito que espero el autobús, me dijeron que pasaba a las y veinte, todavía son y dieciocho, ó sea que aún falta un par de minutos, miro a mi alrededor y me fijo que estoy sentado en una hermosa marquesina, con el escudo de la Xunta, y los letreros “prohibido fijar carteles, responsable la empresa anunciadora». Está limpia, y es bastante grande.

Por ahí se acerca el autobús, vaya Miguel es el conductor.

-¡Qué hombre, que raro verte por aquí!

-Voy en bus hoy a Ferrol, porque allí es imposible aparcar, y con esto de las tarjetas del transporte urbano, sale barato.

-Vale, pues ponte cómodo

-Bueno, lo cierto es que me vas a ver más veces por aquí.

Me coloco en uno de los asientos que están en la parte delantera del autobús, y me pongo a mirar por la ventanilla. Muchas cosas han cambiado, hay locales cerrados, como “La Burla Negra”, ese bar donde pasábamos el tiempo de adolescentes. Y existen otros nuevos. Hay edificios enormes donde antes había pequeñas casas.

Poco a poco, a lo largo del viaje, los recuerdos fluyeron de mi memoria y se posaron en mis sentidos y me pregunté -¿Cuántos días de mi vida había gastado en el bus?

Y los recuerdos cada momento se hicieron más visibles, recordando como con nueve años empecé a viajar en autobús, comenzaba el primero de bachillerato, en aquel entonces valían los viajes seis pesetas, y yo con mi vecino Joss caminábamos todos los días quince minutos antes de llegar a la parada, que en aquel entonces no tenía marquesina, nos subíamos al autobús a las ochos de la mañana, y llegábamos a las ocho y media a Ferrol, luego entrábamos a clase a las nueve, comíamos a la una y media en el comedor, nos íbamos a jugar a la Plaza de Sevilla, y volvíamos a clase a las tres y media, salíamos a las cinco y media, cogíamos el bus a las seis y para casa otra vez.

Acabé mis estudios a los dieciocho años, y fue el momento en que dejé de utilizar el autobús regularmente. A lo largo de esos nueve o diez años, pasaron multitud de anécdotas, conocí a muchos amigos, ángeles, antihéroes, fue sin duda una época de aprendizaje, de amor y amistad.

Apenas empecé el bachillerato, con nueve años, tuve un accidente. Después de salir del comedor nos íbamos, como os dije, a jugar a la Plaza de Sevilla, allí tenían toboganes, columpios, una pista de balonmano, una pista para las bicis, los más pequeños nos íbamos a jugar a los columpios y los toboganes, uno de ellos tenía una de las tablas de la rampa rota y para no rompernos los pantalones, en vez de deslizarnos sentados, lo hacíamos de cuclillas, con tan mala suerte que se me enganchó el zapato y rodé por el tobogán, y al caer me había roto un brazo. Noté como se doblaba y me dolía muchísimo, no sabía que hacer. Un compañero, me pagó el autobús, y nos fuimos los dos a mi casa.

En estos momentos no recuerdo su cara, pero si ese gesto, que agradeceré toda mi vida.

Pasó mucho tiempo, de niño me transformé en adolescente y seguíamos viajando en autobús, ahora los asientos no eran de madera como antaño, sino de escay y gomaespuma, y por cierto estaban todos o casi todos rotos, escritos y con corazones flechados Manolita por Juanito…

Un día, estábamos toda la pandilla en “La Burla Negra”, ese lugar donde servían, cubatas de litro, cerveza de litro, vaca verde, leche de pantera, todo a granel, yo creo que en la actualidad no le permitirían abrir. Cholo estaba muy pálido, y yo le dije que saliéramos a tomar un poco el fresco, así fue que salimos, dimos un paseo, y se nos ocurrió entrar en la huerta de Don Anselmo, que vivía pegado al bar. Don Anselmo había sido alcalde de Nevia, y tocaba el órgano en la Iglesia, era una persona de mucho prestigio en el pueblo.

Abrimos la cancela y nos sentamos en una paredilla, dentro de su propiedad. El pobre Cholo se sentía cada vez peor, muy mareado, en un instante se levantó y comenzó a vomitar un líquido verdoso, compuesto por la leche y el pipermín de todas las vacas verdes, que había ingerido esa tarde, la mujer de Don Anselmo nos oyó y salió a la escalera, y confundiéndonos con ladrones, comenzó a llamar a su marido, quien salió con un cinturón en la mano dispuesto a darnos unos latigazos, mientras su mujer decía;

-¡Ay, Anselmo que te matan!

-¡Si me matan que me maten, morro no meu!.

En ese instante una luz se acercó a nuestras espaldas, y la puerta del bus se abrió. Cholo, ya aliviado, corrió a subirse al autobús, y yo me quedé con un cubo y una fregona, limpiando su vómito.

Ese sería el relato de uno de mis antihéroes.

Bueno, ya llegué a mi parada, Miguel, en la próxima me bajo.

¿Oye no vas al Jofre?

Si, ¿Por qué?

Pues aún te falta, la última parada es enfrente de Correos, y te queda más cerca.

Vale, Todavía estamos en el Inferniño,¿no?

Si, claro.

 

Miro por la ventanilla, y donde estaba el estadio Manuel Rivera, el del Racing, ahora hay un centro comercial, y os cuento esto porque allí al lado estaba la discoteca Galaxia 2000.

La mayoría de los chavales nos subíamos al bus en las primeras paradas de Nevia, allí estábamos Andrés, Juan Carlos, Manolo, Joss, yo etc., la mayoría íbamos al Instituto masculino, también subía alguna chica, Marga por ejemplo que iba a las Mercedarias, pero la pandilla de chicas se subía en la penúltima parada de Nevia, antes de la fábrica Textil, Laura, Raquel, Rosi, la hermana de Raquel, que siempre nos miraba por encima del hombro, unas iban al instituto femenino, y otras a las monjas, siempre subían animadas, y como contándose secretitos. A mí me gustaba Laura, y siempre que podía me acercaba a ella, un día quedamos para ir, las dos pandillas, al Galaxia 2000, el sábado. Y así fue como empezamos a salir. Los sábados mis padres me daban paga especial, mil pesetas, con las que pagaba la entrada a la disco en la que iba incluida la primera consumición. Las chicas no pagaban.

Íbamos a Ferrol en el autobús, pagábamos con el bono y el resto para gastar, cuando entrabamos, los chavales como rutina íbamos a la barra a pedir la consumición, las chicas iban con más calma y se sentaban en las mesas, sin consumir. Al entrar la música estaba más animada por aquel entonces sonaba el “Do ya think i´m sexy» , de Rod Stewart, también Joe Coker “unchain my heart”, u otras por el estilo, pero la cosa se ponía más ardiente, cuando empezaban las lentas, en ese momento nos acercábamos a las chicas y las sacábamos a bailar, con Eros Ramazzoti “Te amo” por ejemplo.

Las primeras citas todo fue muy normal, pero cada sábado quedábamos en el Galaxia 2000, y en las lentas cada sábado nos acercábamos más, luego ya nos sentábamos con ellas y yo empecé a cogerle la mano a Laura, cuando bailábamos ya me cogía del cuello, le empecé a dar besos, primero en la cara y poco a poco me acerqué a su boca. Un día sonaba, “La mujer que yo quiero no necesita/lavarse cada noche con agua bendita/ tiene muchos defectos /dice mi madre y demasiados huesos dice mi padre. Entonces la besé, su boca sabía a tabaco y zumo de melocotón.

Empezamos a salir más en serio, nos gustaba pasear abrazados, no de la mano, pasó el tiempo y por una discusión el día del Patrón me cambió por Cholo.

-Ahora sí que llegamos, se te acabó la peseta. Me dijo Miguel.

 

Pero en mi recuerdo siempre estará ese sabor a tabaco y zumo de melocotón.

 

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