EL AMOR NO DUELE – Mª Flor González Álvarez

Por Mª Flor González Alvarez

Alicia terminaba de colocar los geranios a ambos lados del pasillo de entrada a la floristería. Esas plantas de temporada le recordaban a su abuela, que llenaba con ellas todas las ventanas en primavera. Le dolía recordar aquella infancia pintada de color que contrastaba con los borrones grises que nublaban su presente.
Recogió los pétalos que se habían caído y cuando se dirigía hacia el mostrador, un ruido a sus espaldas la sobresaltó y dio un pequeño grito. No podía evitarlo, aquella era una de las secuelas que le había dejado el pasado reciente que intentaba olvidar.
—Disculpe si le he asustado, no era mi intención — se disculpó una voz masculina.
—No se preocupe—respondió Alicia mientras se giraba hacia el desconocido sin esperar encontrarse con un policía que se quitaba la gorra y la miraba con ojos arrepentidos.
—Soy el sargento García, pero puede llamarme Manuel. Trabajo en la comisaría de aquí al lado y me he acercado un momento para comprarle un ramo de flores a mi madre.
—Encantada de conocerte, Manuel, yo soy Alicia—le sonrió mientras le estrechaba la mano y se perdía en el azul de sus ojos—. ¿Sabes qué flores le gustan a tu madre?
—Le encantan las rosas rojas.
—Muy buena elección, son las más bonitas sin duda. Mientras preparo el ramo, puedes elegir una de estas tarjetas y escribirle en ella algo bonito.
—Muchas gracias— le respondió agradecido observando aquel muestrario giratorio sobre el mostrador—. Perdona mi indiscreción, ¿no eres de por aquí verdad? Tu acento te delata.
—Cierto, soy asturiana y me he venido a Granada en busca del calor—bromeó—. Cerré mi negocio allí para tomar el relevo de mis tíos que se acaban de jubilar.
—Muy buena gente la familia Armayor, son muy queridos en este barrio. Me alegré al saber que el negocio continuaría abierto—le confesó —. He tenido muy buena relación con ellos desde niño. Vivimos muy cerca y me encanta pasar a saludarles.
—Son todo corazón, me miman demasiado—sonrió Alicia mientras terminaba de poner el lazo que sujetaría el papel dorado que cubría el ramo—. Ya está listo, ¿qué te parece?
—Precioso, estoy seguro de que le encantará.
Aquella había sido la visita más interesante que Alicia había recibido en los pocos días que llevaba trabajando allí. Manuel le había transmitido muy buenas sensaciones.
Vamos, Alicia, que tú no has venido a complicarte la vida de nuevo, estás muy bien sola, pensó para sus adentros.
Pero el destino no le puso fácil olvidarse de aquel apuesto policía. Cuando bajaba la persiana aquella misma tarde, le vio caminando hacia ella.
—¡Terminamos nuestra jornada al mismo tiempo!— la saludó alegre—. Se ha quedado una tarde muy agradable, ¿te apetece que nos tomemos algo en alguna terraza? En el Paseo de los Tristes se está genial a esta hora.
—Gracias por la invitación, pero no me gustaría tener que irme caminando sola cuando caiga la noche.
—No te preocupes por eso, nos vamos juntos, tu casa me pilla de paso.
—Entonces acepto encantada la invitación—accedió Alicia más tranquila al saber que él la acompañaría. Hacía días que evitaba las calles oscuras y solitarias.
Tomaron asiento en la terraza a los pies de la Alhambra y Alicia decidió relajarse y disfrutar de la charla tan agradable con aquel chico.
—Me encanta este lugar. Siempre que miro las torres de la Alhambra, me imagino quiénes las habrán habitado. Estoy segura de que esconden muchos secretos.
—¿Conoces la leyenda de la Torre de las Infantas? Uno de los muchos reyes que habitaron esta fortaleza, encerró a sus tres hijas en ella. Se habían enamorado de unos soldados cristianos y una noche, dos de ellas se escaparon por una ventana.
—Recuerdo vagamente la historia. Estoy segura de que la contó el guía que nos acompañó en la visita junto a mi familia hace años, en una de las innumerables Semanas Santas que pasábamos aquí. Mi padre no dejaba pasar ni un año sin visitar a su hermano. Este lugar me trae muy buenos recuerdos—dijo Alicia con ojos de añoranza reviviendo el pasado en su mente.
Hasta que un repentino mensaje en su móvil la devolvió a la terrible realidad.
«Qué bien te lo estás pasando con el poli. Qué poco has tardado en olvidarme»
Se trataba de un número desconocido, pero ella supo al instante quién era el remitente.
Levantó la vista de la pantalla y comenzó a mirar a todas partes buscándole, la estaba viendo, la había encontrado. Su cuerpo comenzó a temblar de miedo y lágrimas de terror inundaron sus mejillas.
—Tengo que irme ya, llévame a casa por favor—imploró.
—Estás temblando, ¿qué ha ocurrido?
—No es nada, no me dejes sola, te lo suplico.
Manuel pagó la cuenta y pasó un brazo por la espalda de Alicia antes de irse. Esperaba que eso le ayudase a sentirse segura y se tranquilizase
El rostro que le devolvió el espejo a la mañana siguiente, demandaba una generosa capa de maquillaje. Debía ocultar el miedo y la falta de sueño que reflejaba. Consiguió dormir unas horas tras tomarse los tranquilizantes que guardaba para momentos como aquel, pero el miedo no la había abandonado. Había vuelto a reaparecer después de varios días oculto.
El olor del desayuno que subía desde la cocina, la animó a fingir tranquilidad para no preocupar a sus tíos.
—Buenos días—la saludó la tía Clara saliendo de la cocina y sentándose a la mesa. El tío José se encontraba sirviendo el café y se paró a darle un beso en la mejilla. El amor que ambos le transmitían cada mañana la hacía fuerte y la animaba a continuar.
—El desayuno está delicioso. Me mimáis demasiado.
—Te lo mereces, mi niña. El cariño que recibimos de tu parte nos da la vida. Ojalá te quedes con nosotros mucho tiempo—le dijo la tía Clara mientras le cogía la mano y se la besaba.
—¿Te parece bien si te acompañamos esta mañana hasta la floristería? Tenemos cita con el médico.
—Me parece perfecto. Yo recojo el desayuno mientras termináis de prepararos—dijo Alicia aliviada por no tener que salir a la calle sola.
—Llévate un trozo de bizcocho, mi niña. No puedes estar tantas horas sin llevarte nada a la boca, estás demasiado delgada.
En cuanto abrió la floristería, echó la llave a la puerta por dentro. Abriría a cada uno de sus clientes. Le aterraba pensar que él pudiera entrar.
La mala suerte quiso que aquella mañana no tuviese mucho trabajo. Esto le impidió distraerse y olvidar lo ocurrido la tarde anterior.
Su plan de huir lejos para que él no la encontrara había fallado. Estaba allí y podría hacerle mucho daño.
Aquella jornada las horas caminaron lentas y las ideas de Alicia corrían por su cabeza descontroladas. Tenía que buscar una salida. Podría huir de nuevo pero, ¿a dónde? Podría denunciarlo ante la policía, ¿pero con qué motivo?
Cuando por fin bajó la persiana, se sintió aliviada de poder refugiarse en casa, pero a la vez la invadió el miedo de encontrarse con él.
Como si la hubiera estado esperando, apareció Manuel en aquel mismo instante.
—¿Te importa si te acompaño en el camino de vuelta?
—Estaré encantada —respondió aliviada. Mientras él estuviera a su lado, no podría ocurrirle nada. Además, se sentía muy cómoda en su compañía. Su conversación era agradable e inspiraba confianza.
—¿Tienes planes para este domingo? Había pensado que podríamos visitar la Alhambra juntos. ¿Te apetece?
—Me encantaría, ¿te parece si te lo confirmo mañana? —le respondió Alicia mientras abría la cancela del jardín —. Podemos vernos de nuevo cuando ambos regresemos a casa.
—Perfecto—le contestó Manuel con una sonrisa—. Nos vemos mañana a la hora de siempre.
Con un guiño cómplice, se despidió de ella hasta el día siguiente.
Durante la cena, les habló a sus tíos de Manuel, que le confirmaron lo que a ella le había transmitido. Se alegraron de que se estuvieran conociendo.
Aquel había sido un día de mucho calor, por lo que decidieron salir al porche en cuanto hubieron terminado de cenar y continuar allí su charla. Nada más abrir la puerta, Alicia miró desconfiada al exterior. Oyó unos pasos apresurados sobre los adoquines. Era él, huía al sentirse descubierto. Pero antes de desaparecer calle abajo le dirigió una mirada amenazante.
Su cuerpo comenzó a temblar y se sentó en una de las sillas situadas en la zona más oscura para disimularlo. Debía huir de nuevo, no podía poner en peligro su vida ni la de su familia. ¿Pero a dónde? Si había conseguido encontrarla allí, lo haría en cualquier otra parte. Cerraría un tiempo la floristería y regresaría a Asturias. Tendría que contarles a sus padres lo que ocurría y ellos la ayudarían a denunciarlo. Era su única salida.
Dedicó el día siguiente a recoger todo lo que podría estropearse durante el tiempo que estuviese cerrado su negocio. Cuando faltaban unos minutos para la hora habitual de cierre, todo estaba listo y se acercó a la puerta para colgar el cartel de «cerrado por vacaciones». El instinto le recomendó mirar a través del cristal hacia el exterior y al abrir, se asomó y miró atenta toda la calle, ignorando que quien no quiere ser visto consigue hacerse invisible. El cartel colgado en la puerta abierta no indicaba una fecha concreta de regreso. Arrancar de raíz aquel lastre que arrastraba desde hacía meses, le llevaría su tiempo.
Entró de nuevo al percatarse de que había dejado el bolso bajo el mostrador. Caminó por el pasillo con pasos rápidos hacia allí, pero alguien bloqueó sus movimientos. Una mano enorme y fuerte impidió a su boca pedir ayuda. Era él, reconocería su olor en cualquier parte. La empujó contra una de las paredes y su cuerpo quedó atrapado, incapaz de defenderse.
Alicia sabía que ese sería su final al sentir el dolor en sus entrañas provocado por los cortes que él le asestaba con furia una y otra vez y le susurraba con voz satisfecha: “No volverás a dejarme, prefiero verte muerta que con otro hombre”.
Fueron las últimas palabras que ella escuchó antes de perder el conocimiento.
En aquel momento entraba Manuel, ilusionado por compartir de nuevo el camino de regreso a casa con Alicia. Ella había conseguido que volviera a ilusionarse. Pero el destino no estaba dispuesto a cumplir sus deseos. Había puesto en su camino a un monstruo que acuchillaba en aquel instante a la persona con la que deseaba compartirlo.
—¡Policía! ¡Suéltela inmediatamente! —gritó con rabia Manuel.
Las manos ensangrentadas del agresor se levantaron de inmediato. El cuerpo de Alicia cayó como una muñeca de trapo sobre el charco que había formado su propia sangre.

 

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Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. María Victoria González Iglesias

    Hola, María Flor;
    Me ha gustado mucho tu relato.
    Ese comienzo lento, me enganchó desde el principio, la ligereza y naturalidad con la que narras ha conseguido que me lo imagine todo según lo voy leyendo, incluso me angustia la aparición del «asesino» en cuanto Alicia leyó el mensaje en el móvil.
    Me encanta como escribes.
    María Victoria González Iglesias.

    1. María Flor

      Hola Victoria.
      Muchísimas gracias por dedicarle tu tiempo a la lectura de mi relato y dejarme tu opinión.
      e hace muy feliz saber que te ha gustado y que he conseguido transmitir los sentimientos de la protagonista.
      Un saludo.
      M. Flor González Álvarez

  2. Muy bonita forma de relatar la triste historia de tantas mujeres. Me he tomado la libertad de poner el enlace en el plan lector de mi instituto esta semana, junto con una llamada a la reflexión.

    Saludos,

    Clarisa de la Vega Gómez

  3. Deli Jiménez Marin

    Fantástico relato , perfecta introducción a algo mas

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