EL CAFÉ DE LOS SECRETOS – Elisabet Rescalvo Martínez

Por Elisabet Rescalvo Martínez

Hay amistades que duran eternamente. En cambio otras, se acoplan a una determinada época de tu vida, quizá para enseñarte algo, y después desaparecen sin dejar rastro. Mas un recuerdo lejano, perdido en algún cajón de la memoria, puede emerger de las profundidades a través de una canción, un lugar o incluso un olor. El despertar de mi recuerdo vino a través de una fotografía, que llegó a mis manos de la forma más inesperada. Aquella cara tan familiar era Mavi, mi mejor amiga de la infancia. Sostuve la foto durante un buen rato, incrédula a lo que veían mis ojos. En ese momento recordé esos veinte años que habían pasado desde la última vez que la vi.
Mavi y yo nos conocimos a los seis años. Vivíamos en un pueblo de obreros y fábricas a las afueras de Barcelona y allí la vida era un sacrificio para la mayoría de sus habitantes. Padres y madres trabajaban de sol a sol para pagar los préstamos que tan buenamente concedían los bancos para que cumplieras todos tus deseos. Muchos adolescentes, atraídos por el hipnótico dinero, dejaban los estudios para incorporase al mundo laboral, quedando así a merced de los contratos basura. Las drogas y el mundo de la delincuencia estaban en auge por aquellos barrios, sentenciando a la mayoría a expedientes penitenciarios y, en el peor de los casos, a una muerte indigna en cualquier callejón de la ciudad. Nosotras aguantamos los estudios hasta terminar el bachiller y después nos separamos. Yo empecé a trabajar en un supermercado y Mavi se mudó a Murcia con su padre porque no soportaba más la convivencia con su alcohólica madre.
Aquella separación fue muy dolorosa para mí. Éramos como uña y carne y nos complementábamos de una forma casi mágica. Cuando en mi rostro aparecía una lágrima, ella tenía un buen consejo y un abrazo sincero para consolarme. Cuando aparecía una duda, ella siempre optaba por la solución más atrevida o arriesgada. Siempre alegre y optimista, llenaba cualquier espacio con su buena y contagiosa energía. Así era Mavi, y se había marchado para volver solo por navidad o quizá algún que otro verano.
La distancia y aquel nuevo entorno que Mavi estaba descubriendo en plena adolescencia hizo que lo que yo creía que serían visitas fugaces por su parte, se convirtieran en inexistentes. Aunque reconozco que a veces pensé en ella y lloré de melancolía, mi vida resurgió de sus cenizas y en los últimos años, puedo decir que fui muy feliz, que formé una familia maravillosa y que la prosperidad y la abundancia me acompañaron siempre de la mano. Pero es bien sabido que la vida está compuesta de ciclos, que no sabemos la duración exacta de cada uno y que suelen terminar con una brusca sacudida que puede hacer tambalear los cimientos de tu vida e incluso hacerlos caer. Y en el mejor ciclo de mi vida, hubo aquella sacudida que derribó el pilar fundamental de la familia. Mi marido fue asesinado.
Hacía una semana que Marc había muerto y me quedé sola a cargo de las niñas y del negocio familiar. Fue mi compañero de vida durante doce años, el hombre que me regaló la maternidad y que me instruyó en el arte de los negocios. Descubrí su mundo interior, sus anhelos y todos sus proyectos de futuro en los que yo siempre estaba presente. Gran padre, esposo y amante, se había ido de repente dejándome rota de dolor. Recibir aquella fotografía me consoló hasta el alma, de tal manera que me animé a buscarla y ponerme en contacto con ella. Probé suerte en Facebook escribiendo su nombre completo: María Virginia Piera y ahí estaba. No dudé ni un segundo en enviarle un mensaje de texto con mi número de teléfono y ella respondió llamándome a los cinco minutos. Aquello fue una señal inequívoca de que volveríamos a vernos.
Y sin más dilación, el esperado reencuentro fue al día siguiente, en nuestra cafetería. Aquellas paredes, nuestra mesa de la esquina e incluso algunas camareras, habían sido testigos de nuestros secretos más íntimos y bautizamos aquel lugar como «el café de los secretos».
Mavi entró en la cafetería impregnada de esa buena energía que yo recordaba. Sonriente, se acercó a mí con los brazos abiertos y me dio un intenso abrazo entre unas risas locas que inundaron el lugar, mientras yo me mantenía tensa y ausente. Reconocí aquellos ojos rasgados, su larga melena color chocolate y su inconfundible voz con aquel tono agudo lleno de euforia, pero aquella mujer que tenía frente a mí, me provocaba repulsión. Tuve que fingir una media sonrisa y corresponder a aquel interminable abrazo que me revolvió el estómago dejándome pálida.
—Elena, cariño, ¿te encuentras bien? —se dio cuenta enseguida de mi reacción.
—Sí… Mavi, ha pasado mucho tiempo y… estoy algo nerviosa —intenté fingir como pude—. Cuéntame, ¿qué tal te ha ido estos años?
—Elena, cariño, no te haces una idea de cómo ha cambiado mi vida desde que conocí a Niko —dio un sorbo al café—. Me enamoré de él desde la primera vez que le vi.
—¿A qué se dedica? —la corté ansiosa.
—Buff…Es complicado…
Mi expresión de incredulidad ante su evasiva, le hizo reaccionar con un suspiro de tranquilidad ante una amiga en la que creía que podía confiar. Inclinó su cuerpo hacia adelante y empezó a susurrar el primer secreto de la mañana.
—Está bien, cariño, te lo contaré —hizo una pausa y continuó —. Nikolay es de origen búlgaro, pero llegó a España cuando solo era un crío. Siempre estuvo solo, sin familia ni amigos en un país extranjero, así que desde bien pequeño empezó a meterse en líos, entre hurtos y pequeñas estafas. Ese niño creció con lo peorcito de la sociedad…, ahora es el líder de una banda muy poderosa que se dedica a robar alijos de droga a bandas de narcotraficantes.
—Mavi, pero ¿qué estás diciendo? —alcé la voz haciéndome la sorprendida y al momento volví al susurro— Parece que estés contando una película, ¿no te parece demasiado peligroso?
—Lo sé, bella Elen —así me llamaba en el instituto—, hemos vivido cosas que no podrías ni imaginar, persecuciones de la policía, mensajes en clave mientras nos pinchaban los teléfonos…, incluso una noche, llegó a casa con una herida de bala en el brazo. Yo quería llevarle al hospital pero me obligó a curarle en casa con un poco de alcohol y gasas.
—¿Ya estáis viviendo juntos?
—Sí, compramos la casa de mi padre, ¿la recuerdas?
—¡Sí, claro! Allí hemos pasado muy buenos momentos —dije pensativa —. Pero, ¿No es muy arriesgado que viváis allí?
—Elena, esta no es la vida que soñaba, pero él es el hombre de mi vida y me prometió que daría un último golpe y dejaría esa vida atrás. ¡Me lo ha prometido!
—¿Un último golpe? —pronuncié muy despacio para darle un toque de suspense—. Cuéntamelo.
—Hace una semana dieron un golpe aquí, en Barcelona, que llevaban preparando durante meses —su voz resonaba como una confesión —. Nikolay me contó que la víctima escogida era un magnate del narcotráfico, un tal Cobos de una banda rival con una increíble finca repleta de coches de lujo, dinero y drogas. El tío en cuestión, fue socio de Niko hace varios años y un día, en medio de un robo, le apuntó con una pistola en la cabeza y lo entregó a la policía. Cinco años de cárcel le cayeron y al salir se enteró de que Cobos había subido su estatus en el negocio de la droga gracias a su traición y a la policía corrupta, claro. Era una cuestión de orgullo, ¿sabes? —escuchando todo aquello mi pulso empezó a temblar, pero no dije nada—. Los tres cómplices de la banda junto a Niko, estudiaron sus entradas y salidas, dónde iba, a qué hora volvía, cámaras de seguridad, puntos débiles y un sinfín de calentamientos de cabeza. Pero el día que se ejecutó el plan algo salió mal.
—¿Qué sucedió, Mavi?—mi voz sonó a interrogatorio policial.
— Entraron cada uno por una ventana haciendo trizas los cristales, vestidos de chándal negro y pasamontañas. Se dirigieron al garaje donde el narco guardaba sus coches de lujo y reventaron la puerta pero los coches no estaban.
—¿Y qué encontraron dentro? —en ese momento mis ojos se nublaron de rabia pero conseguí dominar mis emociones.
—Al señor Narco celebrando el cumpleaños de su hija, junto con su mujer y otra niña. Me dijo que había una tarta enorme y cientos de globos y que se pusieron muy nerviosos. Pensaban encontrar solo a Cobos, los niños y la mujer no entraban en el plan.
—Entonces, saldrían corriendo, ¿no? —sabía perfectamente que eso no fue lo que pasó.
— Amordazaron a la mujer y a las hijas, al tío le dieron una paliza y Niko le apuntó con la pistola en la cabeza hasta que dijo la combinación de la caja fuerte —Mavi me miró fijamente.
—Y… — esperé a que saliera de su boca— ¿Después?
—Lo mató. Le pegó un tiro en la cabeza.
Sentadas cara a cara, mi amiga de la infancia y yo, retomábamos en “el café de los secretos”, aquella bonita costumbre de contárnoslo todo. Cuando Mavi terminó aquella trágica historia, supe que era el momento de confesar mi secreto. La miré sin pestañear, para no perder detalle de cualquier mínima expresión de su cara y comencé mi confesión.
—El señor Narco era mi marido —solté el plato principal—. Se llamaba Marc Cobos y era el padre de mis hijas, Nerea de diez años y Julia de tan solo cinco —retener una lágrima en este instante fue imposible para mí.
—Elena, no es posible, yo…
—Celebrábamos el décimo cumpleaños de Nerea y su padre y yo teníamos una gran sorpresa preparada para aquella tarde. Así que hicimos los preparativos en el garaje hasta que llegara un amigo nuestro para entregarle a la niña un pequeño poni Shetland.
—Esto no puede estar pasando —Mavi sumergía la cabeza entre sus manos cada vez más alterada, incrédula a mis palabras.
—Aquellos hijos de puta irrumpieron de repente, nos ataron como a perros y ¡nos pegaron! —el grito resonó en todo el local—, te juro por Dios que jamás olvidaré lo que sufrimos. Aún tengo pesadillas.
—Shhhh…cálmate Elena, lo siento de veras —su mirada delataba más miedo que arrepentimiento—. ¡Yo no sabía nada!
—Mi hija pequeña se meó encima y mi Nerea entró en un estado de pánico en el que no podía respirar con aquel trapo en la boca —el recuerdo era tan doloroso que mi voz temblaba, hasta que la rabia nubló mis palabras—. Los matones de tu novio le pegaron una paliza que lo dejó tirado en el suelo con la boca sangrando y retorciéndose de dolor. Nosotras estábamos solo a un metro de distancia, atadas y amordazadas, sin poder hacer nada. Entonces aquel desgraciado al que tú llamas novio, se acercó lentamente a él, le puso su asqueroso pie sobre el pecho, presionándolo contra el suelo, sacó una beretta 9 milímetros y le apuntó en la frente. Preguntó la combinación de la caja fuerte, muy seguro de dónde la escondíamos y Marc no dijo nada. Los ojos de ese desgraciado se clavaron en los míos y me apuntó con el arma volviendo a formular la pregunta y mi marido, que me amaba con locura, le dijo la clave sin vacilar y suplicó entre lágrimas que no nos hiciera daño. Aún así, le disparó en la cabeza, sin compasión —rompí a llorar, atrapada en esa reconstrucción de la escena, que revivía una y otra vez.
El ambiente que se respiraba en aquel pequeño rincón de la esquina se volvió tenso y expectante. El silencio cortaba la respiración mientras nuestras miradas penetrantes intentaban descifrar el siguiente movimiento del contrincante, como si de una partida de ajedrez se tratara. Pasados unos segundos interminables o quizá, unos pesadísimos minutos, mi móvil comenzó a sonar. Contesté la llamada sin apartar la vista de mi enemiga, que se sobresaltó haciéndole caer una gota de sudor por la frente. Dejé entrever una pequeña sonrisa delatando mi venganza y le acerqué el teléfono.
—Es para ti.
Mavi alzó temblando el brazo, cogió el móvil y lo acercó a su oreja. Recuerdo perfectamente el momento en el que su corazón se partió en dos al escuchar la noticia. Sus ojos se perdieron en las profundidades de sus lágrimas hasta que los cerró bruscamente y las gotas brotaron como lluvia sombría.
—He invertido mucho esfuerzo y dinero para dar con el asesino de mi marido — dije tranquila—, mi hombre de confianza en menos de una semana consiguió toda la información que necesitaba.
—¿Por qué lo has hecho? —lloraba desconsoladamente.
—Me dio un sobre con varios documentos y unas fotografías de todos los miembros de la banda. Ubicaciones, negocios y vida personal. Cuando te vi en una de las fotos, con él, supe que sufrirías lo mismo que yo he sufrido.
—¡Lo has matado! —las lágrimas se mezclaban con su máscara de pestañas, dejando roales ennegrecidos por el rostro.
Mavi no sabía que mientras manteníamos esa conversación, mis hombres de confianza habían capturado al resto de la banda de Nikolay. Dos de ellos fueron sorprendidos en un hotel en la isla de Ibiza, donde fueron ejecutados y arrojados al mar. El tercer cómplice fue hallado y torturado en Málaga, hasta que confesó dónde guardaban nuestro dinero y una vez que lo tuve de vuelta en mis manos, fue ejecutado.
A veces uno llega a sobrevalorar demasiado aquello a lo que llamamos amistad. Los amigos del pasado se vuelven completos desconocidos con el transcurso de la propia vida. Aquellos recuerdos de algún día, se convierten en negra ceniza, consumida por las llamas del odio más puro, de aquella niña que adoraba a su mejor amiga hasta que se volvió a cruzar en su vida por el camino equivocado.

 

 

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