EL CONTRATO DE LA PSICÓLOGA – Noelia López Aso

Por Noelia López Aso

Un prestigioso gabinete psicológico de Madrid ha contratado a Olivia, que no tiene nada claro cómo ha logrado superar la entrevista, ya que llegó un cuarto de hora tarde.

Parece muy joven y es alta, algo ancha de caderas y con una cara redonda llena de pecas, que le da un aire infantil. Lleva el pelo muy mal cortado, con un flequillo recto y la melena pelirroja llena de mechas rubias que necesitan un retoque. Tiene un piercing en la nariz y su ropa comprada en El Rastro.

Aunque no tiene ninguna especialización después de la carrera, le aseguró que desde niña le preocupaban los conflictos familiares, así que leía muchas novelas sobre esos temas. Hace menos de un año que se casó con Mario, un informático que trabaja largas jornadas en la implantación de sistemas en diferentes empresas de Madrid.

En la tercera planta de un edificio señorial de la calle Velázquez, está ubicado el consultorio de 600 metros al que se accede con un elegante ascensor de principios de siglo, de doble puerta. El piso perteneció a una aristócrata venida a menos, que no pudo pagar su deuda con el banco y en la subasta lo compró Carlos Solís, antiguo director de una sucursal, que deseaba hacer realidad un sueño de su hija, la doctora en psicología Alba Solís, que quería tener su propia consulta en el centro de Madrid y a unos pasos del Retiro, donde podría pasear al salir del trabajo. Un reconocido arquitecto se hizo cargo de la reforma del piso, creando espacios diáfanos, con grandes ventanales, además de mesas y sillas de estilo vanguardista en blanco y gris.

El gabinete está especializado en terapia de pareja y en conductas violentas de niños, por lo tanto, selecciona perfiles muy específicos de profesionales. Dueña y directora, una morena alta, de complexión atlética, con una cara de mandíbula angulosa con grandes ojos negros, que lleva siempre delineados y con rímel en las largas pestañas. Con el mismo perfume floral que utilizaba su madre, viste casi siempre traje chaqueta y pantalón, negro, gris o crudo, sobre unos altísimos estiletes.

En la entrevista, a Alba le convenció la frescura y la sinceridad de Olivia, que no escondía su poca experiencia, pensó que sería más fácil formarla y le hizo un contrato en el que tenía seis meses de prueba.

Olivia empezó a trabajar dinamizando grupos de parejas con conflictos o que tenían hijos con conductas violentas. Los meses de prueba fueron pasando entre las terapias y los consejos de Alba, quien siempre tenía la respuesta acertada para resolver los casos, ya que era admirable su rapidez mental y la mirada perspicaz que cada mañana compartía con los profesionales.

Cuando llegó el verano, Olivia se dio cuenta de que por primera vez en su vida se podía permitir unas vacaciones con Mario. Como ambos soñaban con el mes de agosto en Cuba, compró los billetes con la ilusión de no parar de beber mojitos en la playa y de fumar en el malecón. Pasar los días fue embriagador, las mañanas en las playas de arena blanca, las comidas en casas particulares de Santiago, conociendo la cultura cubana y los viajes en los Chevrolet, que los llevaban por la isla saltando por los baches. Las casas coloridas de la época de esplendor de la capital daban cobijo a gente que no tiene para comer, pero que siempre te recibe con una sonrisa y al son de la música. En las noches iban a bailar y a beber ron a la cantina de La negra Tomasa, hasta que acababan en el hotel de La Reconquista, donde se llenaban de amor entre las sábanas. Los días y las noches eran cada vez más calientes, arropados por el ambiente de Santiago de Cuba.

Dos meses después de las vacaciones, Olivia empezó a vomitar al llegar a la oficina y antes de tomar el primer café. La directora, que la observaba a la distancia, un día le preguntó si estaba embarazada. Con la cara aún más pálida le contestó: ¡No puede ser! ¡No quiero tener un hijo ahora y si me hago la prueba y da positivo, abortaré inmediatamente!

Aquella noche Alba se preparó un té y se sentó en el sillón de lectura a meditar, sentada con las piernas cruzadas, estuvo pensando hasta las tres de la mañana y por fin se decidió y planificó cada uno de los pasos que daría para conseguir el gran sueño de su vida.

A la mañana siguiente, llamó a Olivia a su despacho, cerró la puerta y le dijo sin preámbulos: te ofrezco un millón de euros, si me das el bebé cuando nazca. Lo registraré con mi nombre en el mismo hospital, me haré cargo de todos los gastos del embarazo, así como del plan de nutrición. En cuanto nazca el bebé, te irás voluntariamente del gabinete y durante los meses previos no vendrás a trabajar diremos que te has ido a realizar un curso de psicología para niños conflictivos en Londres. Te doy plazo hasta mañana para que me contestes, pero si tu respuesta es negativa, no vuelvas a aparecer por el gabinete. Al finalizar y clavándole la mirada le preguntó: ¿te han quedado claras las condiciones, ¿verdad?

Olivia estaba sentada quieta como una esfinge, porque no lograba asimilar las palabras que acababa de escuchar. Sin embargo, contestó balbuceando: bueno, lo tengo que consultar con Mario…

Con una expresión muy dura, Alba casi le gritó: ¡Mario no tiene nada que opinar en este tema! vas a llevar el embarazo con él, pero en el momento en que entres en el hospital para parir, no pasará al paritorio y se le informará que el bebé ha fallecido en el parto.

A cambio, tendrás un maletín con un millón de euros en efectivo en el momento en que el bebé pase a mis manos. Hizo un silencio tenso y continuó: para que no haya ninguna duda ni un paso atrás, lo vamos a reflejar en un contrato, que tendré

preparado para mañana con todas las cláusulas. Lo firmaremos las dos y si durante el embarazo te echas atrás, me tendrás que indemnizar con quinientos mil euros o te denunciaré ante la policía por ofrecerme un vientre de alquiler. Nos vemos mañana a las cinco de la tarde.

Olivia recorrió el camino hacia su casa como una autómata, no sabía ni qué línea de metro cogía ni qué paso de cebra cruzaba, no veía las caras de la gente, solamente retumbaba en su cabeza la conversación con Alba. Pese a todo, consiguió llegar a su casa, preparó la cena preferida de Mario, enfrió una botella de vino, se duchó y se preparó para contarle la noticia a su marido cuando llegara.

Cuando él llegó, ella estaba cada vez más tensa, tenía las manos sudorosas y se tocaba el piercing constantemente. Después de sorber un trago de vino en mitad de la cena, le dijo que estaba embarazada de dos meses. Mario no dijo nada, ya que no tenían planeado que llegara tan pronto.

Pasaron los meses del embarazo tal y como habían firmado en el contrato, ella no fue al trabajo y Alba informó al resto del equipo que se había ido a Londres para formarse.

A las consultas con el ginecólogo iban las dos juntas, así Alba comprobaba el buen estado del bebé y de la madre, así como las recomendaciones que le hacían. Había buscado un hospital privado en la periferia de Madrid, en la carretera de La Coruña, para pasar inadvertidas de posibles conocidos. Reservó con tiempo una habitación tipo suite en el hospital para asegurarse al máximo la privacidad en el momento del nacimiento.

Por su parte, Alba había informado en su consultorio que los meses de abril y mayo tenía que asistir a un seminario en Nueva York y que estaría totalmente ilocalizable, cuando tuviera algún rato disponible se comunicaría vía e-mail para resolver las dudas que los profesionales tuvieran sobre sus pacientes. Al equipo le extrañó la decisión, ya que en veinte años nunca se había ausentado tanto tiempo, era una mujer exigente consigo misma, se había labrado una carrera exitosa a través de esfuerzo y formación en las mejores escuelas de Europa, era la última en irse del gabinete después de haber supervisado las consultas de todo su equipo. Hasta había creado un programa pionero en España, para ayudar a las parejas que no pueden tener hijos.

Olivia pasaba dulcemente los últimos meses viendo cómo crecían su cintura y su tripa. Todas las noches, al acostarse, Mario le acariciaba dulcemente la barriga para notar las patadas y los sonidos de la nueva vida, era una sensación increíble, indescriptible y con un efecto placentero que hacía que se durmiera enseguida. En cambio, Olivia, en el silencio de la noche, no podía dormir, a medida que sentía los latidos del bebé, más cariño le cogía y más dudaba si cumplir el contrato o romperlo y escaparse a Asia, a un lugar perdido, cambiando el pasaporte y su propia identidad para que Alba no pudiese dar con ella. Aunque sabía la frialdad que tenía y los contactos para encontrarla, en esa huida no quería implicar a Mario, pues por vergüenza no le había contado acerca del contrato que tenía firmado, ¿cómo le cuento que he vendido al bebé?

Una mañana, durante el desayuno, le dijo atropelladamente: tengo que contarte algo importante, le vendí el bebé a mi jefa a cambio de un millón de euros en efectivo en cuanto nazca. Tienes que entenderme, cuando me enteré del embarazo estaba agobiada y pensé que con ese dinero podríamos comprar la casa que siempre vemos al pasar por el Retiro, y además podríamos viajar.

Él, con la cara desencajada y los ojos enrojecidos, rompió la taza de café que tenía entre las manos: pero ¿qué dices? ¡Estás loca! ¡No puede ser verdad lo que estás tramando! ¡Has vendido una vida! ¡No te reconozco! ¡Me voy a trabajar, esta noche hablamos!

Durante las siguientes semanas la pareja dejó de hablarse y cuando lo hacían no encontraban una solución consensuada. Mientras tanto, Alba llamaba a Olivia por la noche para ver cómo estaba de salud y le describía alegremente la decoración de la habitación del bebé en su casa, pero no se enteraba de que cada día dudaban más en seguir con el contrato.

Por fin llegó el día del nacimiento. Como estaba planeado, Alba y Olivia se desplazaron en coche al hospital, se alojaron en la habitación y esperaron a que las contracciones fueran marcando sus tiempos hasta que entraron al paritorio. Mario, que no sabía a qué hospital irían, siguió el coche de Alba con la suficiente distancia para que no lo vieran.

Como fue un parto normal, al día siguiente salieron del hospital y Alba, al ver que María era una niña sana, le dijo a Olivia que había llegado el momento de ejecutar el contrato. Entonces, cogió la niña con cariño entre sus brazos y le entregó el maletín con el dinero. La joven madre estaba bañada en lágrimas y sentía que una parte suya se iba para siempre y que no volvería a ver esa carita con los ojos de Mario. Se sintió deshonesta y miserable, pero Alba, que se daba cuenta de su dolor, le dijo que más adelante podría hacer una terapia de madre sin hijos, después cerró la puerta y se fue.

Olivia vuelve sola a su casa, pero está tan mal que duerme y duerme, tratando de recuperarse y sumida en su propia tristeza, no se percata de que Mario no ha regresado.

A los dos días, reciben una citación de la policía por tráfico de menores. Ambas lo niegan, pero en un careo se culpan mutuamente. Alba tiene que entregar a la bebé, que pasará a la custodia de Mario, su padre, que fue quien interpuso la denuncia.

 

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