EL CUADRO – Beatriz González Cañíz

Por Beatriz González Cañíz

Para Emma, el taller de su amiga Adele era extraordinario, amplio, la luz del sol entraba por un gran ventanal que miraba al norte. Marinas, jardines de flores, llenaban las paredes que estaban colmadas de hermosas pinturas impresionistas. Adele era una gran admiradora de Sorolla y se notaba su influencia reflejada en las pinceladas. Los pigmentos, los tarros con pinceles, se apilaban sobre unas tablas con caballetes que le recordaron al estudio de su padre de la casa de campo, en la que pasaba los veranos cuando aún era niña. Percibía aquel olor a trementina y a café recién hecho.

Mientras Emma lo estaba admirando y recordando, divisó al fondo un óleo medio escondido, detrás de un lienzo en blanco. Se acercó y lo liberó. Era la iglesia donde se casó. Estaba muy bellamente pintada, pequeñas florecillas silvestres asomaban por las grietas de la pared lateral de la iglesia, justo donde se alzaba el campanario, y en la parte inferior de la obra había una pareja de enamorados apoyada sobre un automóvil. Tragó saliva. Era su marido, fallecido hace un año, tenía su mano sobre la mano de Adele.

El gesto de Emma se tornó grave, dio la vuelta de forma violenta en dirección a su amiga y la miró con desaprobación.

-Debo irme- dijo en modo tajante y se dirigió hacia la puerta, que cerró con un fuerte golpe tras de sí.

Tomó un taxi de regreso a casa de su amigo Jack, llevaba unas semanas viviendo con él, desde el accidente.  Sólo con él se sentía segura. Jack era una persona maravillosa, la semana pasada le pidió unos tomates para hacer una ensalada y la invitó a cenar para que no tuviera que cocinar porque la veía algo cansada. Para Emma era el mejor de los amigos. Confiaba en él.

– ¡Hola preciosa! ¿Ya estás aquí? ¿No ibas a comer con Adele al Clarks? – Le miró por encima de sus gafas, mientras ordenaba unos libros en la estantería de la biblioteca. – ¡Eh! ¿Qué pasa, y esa cara?

-No entiendo nada, la cabeza me da vueltas Jack- Le contestó mientras rompía a llorar.

-Vamos, vamos, cuéntame, sea lo que sea estoy seguro de que lo podremos arreglar- Insinuó Jack con voz cariñosa mientras se sentaba en el sillón junto a Emma. La abrazó tiernamente y le secó las lágrimas.

Emma le contó todo lo que había sucedido en el taller.

– ¿Y Adele que te ha dicho?

-Nada, he venido corriendo hacia aquí. No podía ni mirarla a la cara. -Dijo con la cabeza baja entre sollozos.

– Bueno, ya sé lo que vamos a hacer, te voy a preparar unos tortellini con queso que tanto te gustan y luego retomaremos el tema. Con el estómago lleno se ven las cosas con otra perspectiva y se piensa mejor. Tú ahora ve a ponerte algo cómodo mientras te preparo un Vermut. – Jack se dirigió a la cocina y tras asegurarse de que Emma se encontraba lo suficientemente alejada para no escucharle, llamó a Adele.

Al cabo de unos instantes Emma apareció en el salón vestida con un conjuntito de pantalones y jersey en tonos azul pastel, del mismo color de sus ojos, que la hacían adorable. Estaba tan delgada, tan frágil, parecía que en cualquier momento se iba a romper. Su cara de niña junto a sus ojos hinchados de tanto llorar provocaron un gran sentimiento de ternura en Jack.

Ven aquí niña buena, y tómate una copa conmigo. La comida ya está casi lista.

Le gustaba cuando Jack la llamaba niña buena, le hacía sentirse bien, como si se encontrase en casa.

Después de degustar los tortellini que le había preparado Jack, se recostó en el sillón y al instante se quedó dormida. Las emociones la habían dejado agotada. Durmió toda la tarde y toda la noche.

Por la mañana cuando se dirigió a la cocina se encontró que Jack le había preparado un suculento desayuno. – Buenos días niña buena- Emma sonrió. -Después de lo de ayer tienes que reponer energías. También he llamado a tu doctora, me acordé que tenías cita para dentro de dos días, para la revisión rutinaria y me ha dicho que hoy tenía un hueco a las 12:00, si te parece bien podemos ir y yo me quedo más tranquilo. Ayer te vi muy alterada. – Afirmó Jack.

-Bueno, si es para que te quedes más tranquilo, iré.

La consulta de la doctora se encontraba a escasos veinte minutos en coche. Los recibió nada más llegar a la clínica. Emma entró con la doctora mientras Jack se sentó en la sala de espera contigua. Le dio tiempo a leer la revista National Geographic que había sobre la mesa baja de cristal, desde la ruta de la seda en la antigüedad, hasta los inventos de Leonardo Da Vinci.

-Jack, puedes pasar- dijo la doctora desde la puerta de la consulta. -Emma ha salido con la enfermera para hacerse unas pruebas.

– ¿Cómo la ha visto doctora?

-Bueno Jack, voy a ser sincera contigo.  Ya hace tiempo desde el accidente y no hemos avanzado. Sigue sin recordar que su prometido no se casó con ella sino con su amiga Adele, a la que cree haber conocido hace pocas semanas.

Jack asintió con la cabeza, su cara reflejaba una inmensa tristeza.

-A ti Jack te sigue viendo como su mejor amigo y no como su marido, aunque te quiere muchísimo, como ya sabes y sigue pensando que la has acogido en tu casa desde el accidente porque está cerca de la clínica.

Los ojos de Jack se volvieron vidriosos, pero hizo el mayor de los esfuerzos para no llorar. -Es cierto. No reconoce su propia casa, nuestra casa. Piensa que es la mía.

– ¿Probaste llamarla niña buena como hacías de recién casados a ver si reaccionaba?

-Sí, sonríe cuando la llamó así, pero nada más.

-Bueno Jack. Creo que debemos empezar a hacernos a la idea de que es posible que no recupere esa parte de la memoria. La voy a dejar hoy ingresada porque la he visto muy alterada con el episodio del cuadro. Le haremos unas pruebas y mañana puedes venir a recogerla.

Cuando Jack llegó a casa, se dirigió a la cocina, se sentó en la isla y abrió una botella de Chardonnay. Su mente visualizó a Emma sentada a su lado en la isla, riendo y brindando con él, ya no lo soportaba, emitió un gemido ahogado que lo sumió en una profunda desdicha. Se quedó postrado allí mismo un par de horas.

El timbre de la puerta lo sacó de su ensoñación. Era Adele, venía a interesarse por el estado de Emma.

-Bueno ¿Cómo está? ¿Qué ha dicho la doctora?

-Le están haciendo unas pruebas. La van a dejar ingresada esta noche en observación.

Adele llevaba un vestido rojo ajustado y sugerente que marcaba sus preciosas curvas. Jack pensó que debía venir de algún coctel o evento en la galería de arte. Era una mujer muy atractiva y encantadora, que además gustaba de llamar la atención. Se quitó el chal dejando sus hombros desnudos y lo deslizó con un movimiento insinuante, junto a su bolso, en la mesa de centro de la sala.

-Veo que estas tomando vino, te acompaño- dijo Adele e indicó la botella de Chardonnay que se encontraba aún encima de la isla de la cocina. – Siento mucho todo lo que estás pasando Jack, debe ser muy duro para ti. Creo que esta noche no te puedes quedar solo, podrías hacer cualquier tontería, me quedaré para hacerte compañía y para consolarte, para eso están las amigas.

Jack frunció el ceño, se quedó durante un instante pensativo y su gesto se tornó duro. Se levantó bruscamente y entregó a su dueña el chal y el bolso que había dejado sobre la mesa. Cogió a Adele por el brazo y la acompañó hasta la puerta principal. – Muchas gracias por tu interés Adele, pero a partir de ahora te agradecería que no nos llamaras, que no aparezcas por esta casa, que salgas de nuestras vidas y creo hablar en el nombre de Emma y en el mío propio.

Al cerrar la puerta le inundó una gran paz y pensó… no importaba que Emma no volviese a recordar los últimos tiempos antes del accidente, ya la había conquistado una vez y lo volvería a hacer de nuevo.

Fin

 

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