El DÍA QUE TODO CAMBIÓ

Por Ana Mazón Pontones

Todas las mañanas eran iguales en casa de Catalina. Levantarse con las sábanas pegadas al trasero, despertar a los chicos que siempre perezosos se hacían de rogar y después de vestirse y desayunar, salir corriendo para dejarles en el colegio e intentar llegar a la oficina puntual. Como os imagináis, pocos días lo conseguía.

Su trabajo como secretaria en un bufete de abogados de la calle cincuenta y seis este de Manhattan, muy cerca de la quinta avenida, la ayudaba a mantener una vida más o menos acomodada. Se llevaba muy bien con todos menos con su jefe directo, «¡vaya suerte!» pensaba siempre. Pero gracias a su compañera Kate que la cubría cuando llegaba tarde, iba evitando muchas broncas. Desde el primer día que empezaron como becarias habían tenido una gran conexión que algunos de los otros compañeros envidiaban, además las unía la enemistad que sufrían hacia su supervisor. Esa amistad a Catalina la había salvado de la soledad que sufría en su casa, a pesar del ajetreo de conciliar su vida laboral y personal.

Cuando decidió mudarse fuera de Manhattan, no pensó bien todo lo que tendría que hacer antes de acudir a su puesto de trabajo. Los recuerdos que tenía de esa ciudad no eran buenos desde la muerte de su marido hacía diez años, pero no quiso abandonarla del todo, ya que también era una ciudad que guardaba muchos momentos buenos de su vida. Ella, una española de treinta y siete años, había conocido a su marido hacía diecisiete años mientras hacía turismo con tres amigas por la ciudad. Fue todo un flechazo (de esos de película, de los que no piensas que puedan existir) cuando ellas quisieron fotografiarse con unos bomberos que estaban cerca del Empire State Building. Los dos, a la vez, se miraron embobados. Él, un joven fuerte y rubio con ojos azules de veinticinco años y ella, una joven de pelo castaño con ojos verdes; no pudieron apartar la vista hasta que tanto los compañeros de él como las amigas de ella interrumpieron ese bonito momento. La casualidad llegó dos días después cuando se los encontraron en un pub de la zona donde ellas se alojaban. Desde entonces y hasta que las chicas tuvieron que embarcar de vuelta a España, estuvieron acompañadas por Kevin y alguno de los compañeros de él.

Un año después y continuando su relación a distancia, con la excusa de estudiar en el extranjero, pidió plaza en la universidad de Nueva York, por suerte se la concedieron con una beca y a partir de ahí no se había alejado de esa ciudad ni de ese hombre. Juntos habían tenido a dos niños preciosos justo un año antes de la trágica noche del accidente de Kevin. Fue un momento que olvidar para ella, en cuanto recibió la llamada avisándole del terrible final de su marido, se le cayó el mundo a los pies. Catalina se había quedado sola con los mellizos de un año y sin el padre de estos.

Habían pasado muchos años desde entonces y en ese tiempo Catalina no había rehecho su vida. En su corazón mantenía el recuerdo de su marido, aunque unos años después de la muerte de este había tenido un hombre interesado en ella, pero por miedo le expulsó de su vida de mala manera. Se sentía fatal por cómo había reaccionado con Luke. Él fue el único de los compañeros de Kevin que siguió visitándolos y les cuidaba más de lo que ella imaginaba. La verdad que era muy fácil tratar con él, el cariño que les daba a los tres ocultando sus verdaderos sentimientos, a Catalina le demostraba el gran amigo que tenía a su lado. En cuanto él se atrevió a exponer lo que sentía, Catalina se bloqueó y le echó de su vida, pero no supo lo que le echaría de menos hasta que le perdió. Muchas veces pensaba en él, algo en ella se había despertado, pero no se atrevió a decirle nada. Se merecía a una mujer que estuviese al cien por cien para él y ella tenía bastante con intentar salir adelante con sus hijos.

—Por fin llegas—exclamó Kate aliviada mirando a su compañera correr agobiada hasta su mesa—, tranquila que hoy todavía no ha llegado el rottweiler—la tranquilizó refiriéndose al jefe de ambas, al cual no soportaban.

—Vaya mañanita llevo, es que los chicos me vuelven loca con sus peleas y además casi pierdo el metro—explicó encendiendo el ordenador para empezar a teclear, tenía muchos informes que acabar antes de comer.

La mañana transcurrió mejor de lo que esperaban, además su jefe había llamado y les había anunciado que no iba a acudir a trabajar en toda la jornada. El día mejoraba por momentos. Sobre el mediodía, Kate se dispuso a bajar a coger la comida de las dos, pero Catalina la paró:

—¿A dónde te crees que vas?

—A por la comida, enseguida subo, voy a Ellen´s Stardust, no tardo—explicó Kate con su bolso colgado al hombro, les encantaba esa hamburguesería de la calle Broadway.

—¡Quieta ahí! — la frenó—, que hoy me toca a mí ir a por ella. No se me olvidó que la semana pasada fuiste dos días seguidos tú.

—Ya sabes que no me cuesta nada, después hacemos cuentas y ya está.

—No, hoy voy yo y compro lo de siempre—Cogió su bolso y se encaminó hacia el ascensor—. No tardo.

Nada más poner los pies en el ascensor, experimentó una sensación extraña, no sabía explicarlo. Miró a los lados y todo parecía normal. En el cubículo, un señor de unos sesenta años regordete trajeado miraba su móvil, un chico de unos veintitrés años que parecía un repartidor, portaba varios sobres en la mano derecha y con la otra sujetaba una bolsa con un bocadillo vegetal que iba comiendo; una señora con cara de palo miraba al frente sin fijar su vista en nadie y una mujer joven vestida con ropa de deporte, que vendría del gimnasio de la planta treinta y cinco, se retocaba el maquillaje con la ayuda de un espejo de bolsillo. Catalina se situó en uno de los laterales y pulsó el botón de cierre de puertas para que empezasen a descender cuanto antes.

Diferentes personas entraban y salían al parar en algunos de los pisos inferiores. A la altura del piso dieciocho, Catalina captó un leve movimiento nada normal, ninguno de los allí presentes cambiaba de expresión, por lo que, se planteó a sí misma que serían imaginaciones suyas, pero a los pocos segundos un fuerte movimiento provocó que el ascensor cayese a gran velocidad hasta detenerse, accidentadamente gracias a los frenos de seguridad, en el piso doce.

Después de los gritos iniciales, se fueron poniendo de pie, ayudándose como podían de las barras laterales.

—¿Están todos bien? — se interesó Catalina mirando a unos y a otros. Todos parecían estar bien. Ella se tocó la frente y notó una pequeña herida abierta que sangraba. Cuando miró su mano estaba manchada de bastante sangre y se asustó. Sacó un pañuelo de su bolso que encontró tirado en una esquina y la taponó, ya no parecía tan grave al poner un nuevo pañuelo.

—No puedo respirar—oyó que susurraba el señor trajeado.

—Acércame esa bolsa—solicitó Catalina al repartidor que cogiendo la bolsa de su bocadillo del suelo se la entregó con rapidez, observando como el bocadillo estaba intacto—, está hiperventilando y necesita controlar la respiración, esto le ayudará señor—explicó dirigiéndose hacia la esquina del cubículo donde se había apoyado el hombre trajeado.

Tras el susto inicial y no saber qué sucedía, los que estaban en el ascensor se iban poniendo más nerviosos. La señora con cara de palo se había quedado pálida y no articulaba palabra. El hombre trajeado ya respiraba con más facilidad. Los otros dos no paraban de llamar al timbre de emergencia y gritar dando golpes a las puertas a ver si alguien nos ayudaba.

Catalina había visto pasar la vida por los ojos, nunca había creído eso que decía la gente cuando estás en peligro. No solo había pensado en sus hijos, por su mente había aparecido alguien que hacía mucho había perdido y que no había olvidado por mucho que se lo impusiese a sí misma.

Al cabo de varios minutos que a ellos les parecieron horas, empezaron a oír voces de varias personas al otro lado:

—¿Están todos bien? —preguntó un hombre con voz grave.

—Sí—respondió escuetamente Catalina que se había apresurado hacia las puertas.

—Soy el oficial Kilduff de la Brigada 31 de los Bomberos de Nueva York, aléjense de las puertas, vamos a intentar sacarles lo antes posible— A Catalina esa voz le sonó, aunque no había prestado atención al apellido que había pronunciado e hizo lo que les había dicho sin pensar más en ese detalle.

Obedeciendo sin pensárselo, se movieron todos hacía el fondo del cubículo, alejándose lo más posible de las puertas, a los pocos minutos después de oír varios ruidos, empezaron a ver como se iban abriendo. Fueron saliendo todos con la ayuda de los bomberos, ya que se había quedado el ascensor entre dos pisos y cuando tocó el turno a Catalina se quedó paralizada, unos ojos verdes del pasado le ofrecían su mano para ayudarla a ascender hasta el piso, provocando que su corazón latiese a toda velocidad, tropezándose hasta que sus cuerpos estuvieron a pocos centímetros.

—Luke…—susurró ese nombre que no pronunciaba hacía tanto tiempo.

—Catalina…—reaccionó de la misma manera que ella—, estás herida ¿Te encuentras bien? —se interesó al ver sangre en su frente, aunque con actitud seca, seguía resentido con ella por haberle echado de su vida de la manera que lo hizo, ese recuerdo volvió a su mente con rapidez. No estaba preparado para encontrarla en esa situación, por lo que después de que ella le confirmase con un movimiento de cabeza que se encontraba en perfectas condiciones y sin mantener ningún contacto más, se apartó dirigiéndose hacia sus compañeros, pronto volverían a la estación en cuanto acabasen de asegurar la zona.

—¡Espera, Luke! — le detuvo, sujetándole del antebrazo, provocándoles un escalofrío mutuo—, ¿Te apetecería… tomar un café algún día? — No quería perder la oportunidad que el destino les había brindado. Algo en ella había cambiado y deseaba saber de él.

Luke se giró para observar a la mujer que había amado en el pasado y que, sin ninguna duda, seguía amando. Durante los años en los que no había disfrutado de su compañía y la de los mellizos, se había sentido vacío, pero también se sentía muy dolido con ella. Se quedó durante unos segundos pensando y decidió que esa oportunidad no podía perderla. Estaba deseando saber de ella. Desconocía si había rehecho su vida, él lo había intentado en dos ocasiones, pero no lo logró, no podía olvidarla, aunque se sentía un poco culpable por haberse enamorado de la mujer de su mejor amigo a pesar de que ya no estuviese con ellos. Cambiando la expresión dura de su cara, la miró con intensidad a sus ojos.

—Por supuesto, me parece una fantástica idea—comentó con una gran sonrisa que tranquilizó a Catalina y la llenó de ilusión. «No volveré a perderte, cueste lo que cueste» pensó ella sosteniéndole la mirada.

Ese día había sido todo un cambio para los dos ¿Podrían dejar el pasado a un lado para llegar a ser felices juntos? ¿Le darían una oportunidad al amor para ser felices? El tiempo lo diría, pero había esperanza para Catalina y Luke.

FIN

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