EL ROBO – Sylwia Izabela Szewczyk

Por Sylwia Izabela Szewczyk

21 de Mayo de 2023

Ángela sentía ahogo por falta de aliento al correr de manera tan desesperada. Todo en su alrededor parecía que daba vueltas y se le venía encima. Después de lo que acababa de descubrir, no podía quedarse callada. ¿Qué hice?  ¿Qué hice? Ha sido tan buena persona conmigo ¿Cómo he podido ser capaz de hacerlo?
Todo empezó el día cuando sus padres, o más bien su madre y su nuevo amor, que la obligaba llamarle «papá», la cambiaron a un nuevo Instituto. Acostumbrada a ser considerada un “bicho raro”, así la llamaba su padrastro, tenía asumido que aquí tampoco iba a tener amigos. Su frágil y delgada figura, sutilmente oculta en la parte delantera por una larga melena, detrás de la cual escondía sus atributos femeninos que poco a poco asomaban, no la ayudaba sentirse muy agraciada en ninguno de los aspectos.
No estaba ni siquiera segura, que si su madre supiera cómo es el «papá sustituto» en su fuero interno y lo desagradable que puede llegar a ser con su hija, renunciaría a vivir en aquella mansión de 7 habitaciones, rodeada de coches de lujo. Por lo tanto, siempre prefería estar callada y trataba de ser invisible para los demás, incluso para las personas más cercanas. Le encantaba pasar desapercibida por la vida, como si fuera la mariposa del abedul camuflándose entre corteza del árbol.
– ¿Qué clase buscas? ¿Te puedo ayudar? – La voz tan varonil y a la vez agradable, la despertó y volvió a bajarla a la tierra, ya que por un momento estaba deambulando con sus pensamientos lejos de aquel lugar.
-Si, no, no lo sé- tartamudeó volviendo la cabeza hacia él para cerciorarse de quién se trataba, ya que su cercanía la resultaba un pelín incómoda.
– ¿Eres nueva? Creo que tu cara no me suena y eso que me fijo bastante en las alumnas. Quiero decir… me fijo por mi trabajo – puntualizó sonriendo
– Soy profesor, profesor de arte, incluido el escénico. Me llamo Germán
– Yo me llamo Ángela, respondió, y si soy nueva. Acabo de empezar hoy y estoy un poco perdida, disculpe.
– No me llames de Usted, por favor, llámame Germán, y por cierto estoy precisamente buscando caras nuevas para mí nuevo taller de arte escénico, por si te apetece hacer algo diferente. Los martes y jueves por las tardes. Será muy divertido. Si te animas estaré encantado, seguro que tienes mucho talento.
Angela sintió suave calor en sus mejillas al oír la música celestial en forma de piropo, por fin alguien se ha dado cuenta que existía. Era la primera vez que le decían algo tan agradable. Las pupilas de sus ojos negros se abrieron en todo su perímetro. No tenía mucha importancia para ella que era un hombre mayor. Lo esencial era, que se percató de su existencia, se fijó en su talento y valía, hasta entonces tan poco apreciada por los demás, incluso desconocida para ella misma.
• No sé si se me va a dar bien, nunca he hecho nada parecido, no sé si valdré para ello– respondió dubitativa, aunque por dentro la desbordaban las ganas de hacerlo.
• Tu prueba, te vienes una tarde y si no te gusta, no te voy a obligar que sigas, ja ja ja … y ahora corre que llegarás tarde a clase, y yo también– Germán con una profunda mirada y gran sonrisa, se despidió.
Ángela no dudó en apuntarse al Taller de Arte Escénico. Desde entonces, Germán fue su referente, confesor, apoyo, su cómplice, su mentor y su gran amigo. Ángela compartía con él sus secretos mejor guardados, sus miedos y preocupaciones. Le contaba absolutamente todo, incluidas las trifulcas con su padrastro. Deseaba que llegasen los martes y jueves, los días que había taller, aquellas tardes que poco a poco se convertían en las más excitantes y felices para ella. Preparaba los rodajes con él, elegían nuevos guiones, seleccionaban las alumnas para diferentes roles y escenas. Incluso sobre el vestuario ella tenía la última palabra, que era quien lo probaba primero, para ver como quedaba y si era de su agrado. Para Ángela su vida empezaba a tener sentido, lejos de los pensamientos abúlicos de antes. Se sentía valorada y reconocida. Cada minuto de su tiempo libre dedicaba a divagar sobre que más podría hacer para que mejore el taller y haya más adeptas. Reclutaba las alumnas en las que ella y Germán se fijaban en los pasillos del Instituto. Formaban un gran equipo juntos. Le encantaba ver la cara de felicidad de Germán cuando una nueva alumna se apuntaba al taller. Su mirada de ilusión era para ella la mejor recompensa.
Le hubiera encantado contar con el apoyo de su madre, pero ella solo hacía no parar de hacer preguntas como un inspector de policía, como si fuera una investigación.
– ¿Cómo es que te gusta el teatro, estás segura de ello? ¿Qué hacéis con el profesor en el taller? ¿Por qué te hace regalos? ¿Por qué acabas tan tarde? ¿Cuántas niñas van al taller? Y otras miles de preguntas, que Angela consideraba más como una muestra de celos, que preocupación por su bienestar.
Se mostraba indiferente y fría ante su madre, le daba igual su opinión. Sabía que algún día la iba a demostrar lo buena actriz o directora de cine que podría llegar a ser. Estaba deseando con todas sus fuerzas poder estar a la altura de sus sueños y verlos cumplir. Se sentía afortunada al tener por lo menos apoyo incondicional en Germán, aquel hombre tan tierno y comprensivo, que cada día la ponía el listón más alto, al encargarle hacer papeles más difíciles, que requerían hasta despojarse de la vergüenza que tenía a la desnudez o enseñar algunas partes de su cuerpo habitualmente no visibles. Ya tenía 16 años, edad suficiente para lanzarse a por todas, para llegar a la cima de la fama algún día. Le encantaba poder exprimir su talento al máximo, aunque todavía no se atrevía hacerlo delante de la cámara. En casa a solas si, sin embargo, siendo grabada, no conseguía ser muy natural.  Era demasiado tímida y esto la provocaba bastante angustia y ansiedad.
A pesar de que Germán no paraba de confirmar el gran talento que tenía y enseñarle trucos para dejar de ser tan pudorosa, a Ángela le costaba mucho seguir consejos de su profesor, por ejemplo: sentarse vestida con minifalda en una silla y con las piernas muy abiertas, para hacer el papel de una chica sexy y a la vez vulgar.
Un día, al acabar el taller y tras haber dado mil vueltas como solucionar su extrema timidez, preguntó a German:
– ¿Y si me dejas la cámara para intentar grabarme en casa, sola?
Germán la miró fijamente, como si quisiera leer algo en el fondo sus ojos y con un tono totalmente extraño, que no parecía el suyo respondió:
• Por supuesto, sin problema, pero quizás otro día. Hoy tengo que hacer un par de grabaciones en casa. Disculpa, tengo mucha prisa. Por cierto, últimamente te estoy notando extraña, quizás lo de ser actriz no es lo tuyo. Espero no haberme equivocado contigo -murmuró y dando media vuelta entró en el estudio al lado para recoger el material que faltaba para el día siguiente.
Ángela, al mirar su rostro se dio cuenta que había algo muy extraño en él. No podía creer que le haya dicho algo similar.
< ¿Quizás está triste o irritado por algo? ¿Será por lo que le conté de mi padrastro? ¿Tendrá problemas personales? ¿O es que realmente no valgo para nada?> Su cabeza no paraba de dar vueltas con miles de pensamientos. Por un momento vio derrumbarse todos sus sueños, por una tontería, por su incapacidad de ser buena actriz, extrovertida y atrevida, por su maldita timidez que tanto odiaba. Nunca había sentido a Germán tan distante, tan directo y a la vez seco.
< ¡No quiero volver a ser invisible!> pensó, agarró la cámara y salió corriendo.
Sus piernas parecían tener vida propia moviéndose sin parar, se quedaba sin aliento, pero no quería detenerse. Estaba segura de que, cuando grabase la escena tal como decía Germán, le iba a perdonar este mini robo y estaría orgulloso de ella. En su cabeza estaba montando la escena, cómo y dónde se iba a sentar y de qué manera. Casi lo tenía … cuando tropezó fuertemente y al caerse, la cámara se deslizó de sus manos. Ángela se quedó petrificada.
<Le rompí su tesoro> pensó aterrorizada. < ¡Dios mío! >
Con las manos temblorosas, cogió la cámara y con extremo cuidado trató de hacerla funcionar. Tocaba los botones como si de una reliquia se tratase deseando que no le haya pasado nada. El visor de la cámara se iluminó mostrando imágenes. Al verlas, sus pupilas se empezaron a hacer de repente muy pequeñas, sintió un ligero mareo, miraba sin ver, no podría creer lo que estaba viendo. La piel de gallina invadió todo su cuerpo, no pudo remediarlo y vomitó en el medio de la carretera. Agarró la cámara con todas las fuerzas y empezó a correr de nuevo.
< ¿Qué hice? ¿Qué hice? Ha sido tan buena persona conmigo, Cómo he podido ser capaz de hacerlo, Es horrible. No es posible que haya sido él. ¿Por qué él? El único hombre en el que confiaba, ¿Por qué?>
En el cuartel de la Guardia Civil nada más cruzar la puerta uno de los agentes al ver lo conmovida que estaba se dirigió hacia ella con un tono suave:
-Siéntate niña, ¿Qué ha pasado? ¿Te ha ocurrido algo?
—He robado esta cámara, lo siento muchísimo, es de mi profesor, nos ha estado grabando desnudas, a todas, a mí, a mis amigas, éramos actrices, aquí lo tienen todo ¿Pueden llamar a mi mamá? - y con estas palabras sigilosamente se deslizo y cayó al suelo desplomada.
Cuando abrió los ojos la cara de su madre llena de preocupación lo decía todo. Angela la abrazó con todas sus fuerzas, sin decir ni una palabra pensó <mamá, gracias por venir a buscarme, te quiero tanto, te necesito> Su madre como si hubiese oído sus pensamientos devolviéndole un fuerte y a la vez tierno abrazo, dijo:
– Lo siento cariño, perdóname por no haberte hecho caso, no sabes lo mucho que te quiero, vámonos a casa y me lo cuentas todo.
El inspector de policía indicó en los archivos que una adolescente había traído una cámara a objetos perdidos y al inspeccionarla descubrieron su contenido.
Al día siguiente la Guardia Civil llevaba esposado a Germán para tomar su declaración de los hechos. Su mirada perdida y fría encubierta a medias por sus pobladas cejas y los ojos diminutos, con una inapreciable sonrisa dibujada en sus labios gastados, se iba en breve a convertir en la expresión mucho más rabiosa, tensa y dolorosa. Los policías encargados de investigar el caso no daban crédito de la cantidad de cientos de discos duros que sacaron de los boquetes de las paredes de la casa de aquel individuo maduro, aparentemente agradable y servicial, amigo de las niñas adolescentes, cuya única obsesión era satisfacer sus deseos más oscuros encubriéndolos con potenciar el talento de las niñas, aparentar que lo hacía para cumplir sus anhelados sueños de volar muy alto, mientras, les robaba su inocencia.

 

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