EL ROL DE MI VIDA – Mª de los Angeles García Carrasco
Por Mª de los Angeles García Carrasco
“Una profesional de lujo, menuda, de formas graciosas y siempre positiva».
Así me habían descrito una vez en una entrevista para la revista de mi empresa hotelera en Bruselas donde ejercía el puesto de Directora de 5 hoteles boutique.
Yo no me veía así sino más bien como un muy buen amigo mío me describía siempre:
» De Ejecutiva agresiva”.
Pues me sentía una “ mujer empoderada», me había hecho a mí misma, sin mentores ni “coaches “,ni ninguna clase de apoyo, siempre luchando por destacar , seguir progresando y ascendiendo en mi carrera a base de trabajar , sudor y lagrimas.
Mi trabajo era mi pasión, mi hobbie, no me importaba hacer horas y horas, pues como bien dicen: “si haces lo que te gusta no tendrás que trabajar nunca».
Tenía suerte de dedicarme a los hoteles. Tras estudiar la carrera de Turismo en Asturias tenía claro que lo mío no eran las agencias de viajes ni ser guía turístico. Había empezado desde cero, había vivido en diferentes países para aprender distintos estilos de gestión, había pasado por todos los departamentos a la vez que complementaba la práctica con másteres en dirección hotelera, calidad, marketing y protocolo .Había conseguido ir a las dos escuelas más reputadas en el medio hotelero mundial: Cornell en Nueva York y Lausanne en Suiza, estaba satisfecha y orgullosa de todo lo que había conseguido por mí misma, sin padrinos ni ayuda de nadie.
Para los prototipos de belleza del siglo XXI era atractiva, dulce, alegre, encantadora, y empática, me gustaba ir bien vestida y arreglada, y el comentario que más se repetía sobre mí era que “siempre estaba con la sonrisa en la boca y que era optimista”.
…¿pero valía todo esto para mi nuevo rol?
Me iba a tocar ejercer un nuevo papel para que el que no me había preparado ni ensayado ni jamás hubiera imaginado.
¿Sería suficiente mi experiencia laboral y en la vida para ejercerlo?
Nunca jamás me lo había planteado, pero esta era mi primera relación seria de verdad, donde por fin pude ser yo misma, donde me dejé llevar por el amor, por el corazón y no por la cabeza, donde era feliz como nunca antes. Iba a tener que asumir esta nueva misión que me asustaba, me descolocaba, pues era mi primera vez, suponía mucha responsabilidad y no sabía cómo afrontarla. No tenía sobrinos y aunque sí cinco ahijados desgraciadamente no disponía de mucho tiempo con ellos ni los veía a menudo pues siempre vivía en el extranjero y el tiempo en casa era muy limitado.
La vida me ofrecía ahora la oportunidad de asumir el papel de madrastra.
Madrastra, me sonaba muy fuerte, el término me evocaba los relatos infantiles donde este personaje es siempre “la mala “. Madrastra, ¡ahora yo iba a ser la madrastra!
Era un nuevo y diferente reto, pensé romper los tradicionales moldes, no iba a ser la típica madrasta mala, gruñona, seria y estricta de los cuentos; iba a ser yo misma.
Es decir una mujer moderna, exitosa, dinámica, y desenvuelta; a la par que cabezota, impaciente, viajera y orgullosa como buena Sagitario, y desde luego no iba a cambiar mi forma de ser ni de actuar ni mi carácter.
Yo soy como soy y me tendrían que querer y aceptar así.
El primer encuentro con mi hijastro fue tomando un café mañanero en el clásico Café Dindurra de Gijón y aunque se desarrolló con muchos nervios por las tres partes (mi pareja y su padre, mi nuevo “hijastro“y yo), resultó breve pero interesante.
El chico de 17 años era alto, guapo, moreno de pelo y tez, deportista y atlético a la par que tímido y reservado. Hablaba poco, y yo no sabía si era por miedo, por corte o por desilusión. Mi pareja y futuro marido me reafirmó a posteriori diciéndome que todo había ido bien, que vio tranquilidad en la cara de su hijo y eso le gustó, pues normalmente estaba como en alerta.
El segundo encuentro sería la prueba de fuego, pues íbamos a viajar los tres juntos en coche a Madrid, o sea, cinco horas de viaje sin escapatoria: padre, hijo y yo, -la madrastra-. La noche anterior casi no dormí de nervios, y estuve haciendo mentalmente una lista de temas variados sobre los que hablar para que no hubiera los típicos silencios horrorosos.
Al final el viaje resultó agradable, fuimos hablando, escuchando música, comentando los paisajes, recordando otros trayectos similares. Paramos en una cafetería a tomar un pincho y fuimos haciendo planes sobre cómo ocuparíamos los próximos días en la capital.
La estancia en Madrid fue genial, nos divertimos mucho los tres juntos, aprendimos a conocernos y ahí supe que tenía que ser la “madrasta enrollada”.
Crispín carecía de referentes femeninos adultos, su madre no estaba presente en su vida diaria y no le hacía caso, al vivir lejos de él establecía escasos vínculos con su hijo, más bien lo relegaba a un segundo plano, su relación era casi nula y rara. Por eso yo me propuse ser su modelo, su consejera, su confesora.
Para ello todavía me quedaba mucho trabajo por hacer, porque aunque nos lleváramos bien, él seguía siendo muy hermético, las malas experiencias en su corta vida le habían hecho ser cerrado y tímido para auto protegerse, por eso le costaba expresar sus sentimientos y abrirse, lo cual era normal pues nunca antes lo había hecho.
Por mi trabajo, yo estaba acostumbrada a tratar con gente de todas las edades y a trabajar con juniors de la edad de Crispín, por lo cual no estaba demasiado desfasada de las inquietudes de la juventud. Aproveché este conocimiento y lo usé como una ventaja hablándole como a un adulto. Ya había notado que mi pareja y su abuelo lo trataban todavía como a un niño, así que yo era la única que lo consideraba como una persona mayor, cabal y responsable, y a Crispín le gustaba.
¡Con esta estrategia tan simple procedí y triunfé!
El momento clave fue cuando se tuvieron que plantear qué estudios realizar una vez acabado el instituto.
Su familia quería que opositase a policía para así tener la vida asegurada y seguir la tradición familiar, pero tomando un vermú los dos a solas me confesó que le encantaría ir a la universidad y hacer Económicas. Planteamos entonces organizar un café con toda su familia cercana para que él directa y claramente les explicara con argumentos sólidos su decisión (era nuestro plan secreto). Obviamente primero quedamos nosotros solos, hicimos una lista de pros y contras, de las preguntas que plantearían y sus posibles dudas, y ensayamos cómo plantearlo para convencerlos.
Fueron al café intrigados, pues era la primera vez que Crispín los convocaba y les pedía quedar para hablar. Al oírlo exponer tan serio y seguro sus ideas, sus sueños; todos quedaron alucinados positivamente y por supuesto accedieron, pues era su deseo y su futuro, lo escucharon y lo respetaron, lo que animó y reafirmó a Crispín.
A partir de ahí pasé a ser como su defensora. Crispín siempre acudía a mí cuando tenía problemas con su novia, movidas en el equipo de fútbol en el que jugaba o en el de los niños que entrenaba, dudas existenciales, etc., con lo cual nuestro vínculo se fue haciendo cada vez mayor.
Crispín confiaba en mí y esto me encantaba, había pasado de no tener hijos, pues el concentrarme en el trabajo me había hecho perder esa oportunidad y vivir la maternidad, a tener uno semi adulto encantador, y me maravillaba jugar ese rol tan importante en la vida de otra persona.
Con el tiempo la comunicación entre nosotros era fluida y distendida, lo mismo que con su prima Andrea que era mi “sobrinastra» y con la que había tenido que trabajar más para conseguir su confianza, pues era más joven, rebelde y desconfiada por naturaleza.
Le costaba más escuchar y aceptar consejos, pues era más “ yoista “ . Además estaba pasando por la típica fase adolescente de sabelotodo. Poco a poco, con paciencia y siguiendo la misma táctica que con Crispín, fue descubriendo que en mí tenía un apoyo, que si hacía algo mal se lo decía ,y cuando hacía algo bueno también y se lo recompensaba, por lo cual pasó en breve a ser mi sobrinita querida. Andrea iba madurando y sabía que yo le diría siempre la verdad, por lo cual me buscaba cuando tenía conflictos de novios, en la universidad, y por supuesto en sus primeros trabajos. La verdad es que sorprendentemente Andrea superó todos sus miedos y frustraciones, dio un giro de 360 grados y se convirtió en una chica proactiva, segura, atractiva, estudiosa y trabajadora.
Mientras, sin previo aviso y de forma inesperada Crispín nos juntó a todos para otro café y nos sorprendió diciendo que había cometido un error al estudiar, que sabía que había perdido dos años haciendo como que iba a la universidad pero que ahora lo tenía claro y que lo que quería era preparar las oposiciones para policía. Las primeras reacciones de la familia de sangre fueron las típicas de consternación y preocupación:
«Ya te lo dije, has tirado el tiempo por la ventana, ya podías estar en la academia», etc.
Me tocó intervenir y poner paz, hacer el papel de mediadora y decirles a todos que lo importante es que ahora lo tuviera claro y que fuera a luchar por ello, que lo vital es que, aunque tarde, lo hubiese descubierto, y que lo más importante era su felicidad.
Fue una charla difícil porque se preocupaban por él y le querían, no entendían ese cambio ni que hubiera estado todo este tiempo fingiendo. Una vez más les conté cómo yo misma también había perdido dos años haciendo como que estudiaba empresariales y que por el contrario me había ido muy bien en la vida, que debían escucharle y apoyarle en reconducir su futuro laboral.
Andrea me miraba encantada por ver cómo defendía a su primo, y Crispín, agradecidísimo, prometió que se iba a poner a estudiar y preparar las oposiciones a tope para que todos estuvieran orgullosos de él.
Al marchar me dio el mejor abrazo que nunca recibí de nadie, el más natural, auténtico y tan de corazón que me hizo llorar y recordar cuánto miedo tenía a mi nueva función en la que ahora era mi familia y parte importantísima en mi vida.
Estaba feliz y orgullosa de Crispín, satisfecha de la evolución de Andrea, y de mi relación con los “chicos”, nos queríamos, formábamos una gran familia, y así sería para siempre.
Ellos habían complementado la parte de mi vida que se había quedado vacía, que había sacrificado por mi carrera, que había relegado a un segundo plano por triunfar en mi profesión, ahora me daba cuenta de lo vital que era y la felicidad que me aportaba.
Iba a ser la mejor –astra del mundo: madrastra –tiastra y cuando llegara el momento: suegrastra – abuelastra.
Ahora lo veía claro, con cincuenta años mi mayor logro en la vida no era haber llegado a la cima de mi profesión sino haber conseguido su confianza y ser para ellos dos respectivamente la madrasta “primorosa” y la «tiastra» molona.
Con ellos había descubierto que lo más importante era la familia y el amor, no los títulos ni las pertenencias materiales ni triunfar en el trabajo. Ósea constate que la vida personal es mil veces prioritaria a la profesional, gracias a ellos lo vi, pues desgraciadamente lo había olvidado durante todo el tiempo que me focalice solamente en mi área profesional.
Había conseguido desarrollar mi otra faceta, salió a la luz la verdadera Ángela, y empecé a concentrar mis esfuerzos, tiempo y amor en el que había descubierto era el verdadero “rol de mi vida”…y en ser auténticamente feliz.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura CreativaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
07/10/2024
Aunque hay alguna tilde que sobra ( o sea y no ósea) y unas cuantas más que brillan por su ausencia, me parece extraordinario el relat por lo fresco que resulta en la narración y por la autenticidad de sentimientos que transmite. Felicidades , Ángeles, lo has bordado.
Muy real y muy cierta la reflexión hace la autora .Felicidades.
Me ha encantado!
Me he sentido participe de cada emoción y de cada sentimiento.
Bonita forma de escribir y debo admitir que siento envidia sana por todas las personas que tiene esta capacidad para escribir y plasmar tanto y hacerme sentir tanto.
Enhorabuena Angela!
Conmovedor, muy bien escrito, bravo por la autora
Que bonita historia total reflejo de la realidad. Mis felicitaciones!😍