EL ÚLTIMO VIAJE DE EVA – Rosa Mª Fernández Parra

Por Rosa Mª Fernández Parra

Mientras voy en el coche hacia un destino desconocido intento recordar mi vida. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Qué hizo que mi destino se torciera?

Tengo tres hijos a los que adoro, me cuesta renegar de mi vida. Si no estuviera aquí ellos no existirían. Por un solo segundo de mi vida con mis hijos vale la pena este final.

Llegué aquí con dieciocho años, quería estudiar filología española. Todos los años veraneábamos en Benidorm con mis padres y mi hermano. Me enamoré de esta tierra, del sol que nos calienta cada día.

Nací en Berlín, en el libre, no me podía quejar de mi suerte, en una buena familia en todos los sentidos. Comencé la universidad en España, en Valencia en 1972, aún en la dictadura franquista. Como cualquier joven de la época, deseaba la paz y la libertad para todo el mundo, pero no tenía inquietudes políticas.

Mis dos primeros años de carrera pasaron entre exámenes, fiestas y amigos. Cuando comencé el tercer curso conocí a Fernando, había oído hablar de él, lo había cruzado en algún pasillo, pero no lo conocía aún. Su primera clase me hipnotizó, la asignatura era literatura española. Tenía un poder increíble para atraer la atención de los oyentes, nadie rompía el silencio donde se escuchaba su voz pausada y grave.

A medida que avanzó el curso me transformé en su alumna favorita, estudiaba día y noche para tener la mejor calificación en su asignatura. Al finalizar el curso estaba desolada, me había enamorado, necesitaba seguir viéndolo.

Fue entonces que una tarde en la biblioteca de la facultad se acercó a mí y dijo:

—Buenas tardes, Eva. ¿Tienes tiempo para tomar un café?

—Por supuesto, si quieres vamos ahora. —No podía perder la oportunidad, ¿y si luego ya no me invitaba?

—Perfecto, hay una cafetería aquí cerca.

Fue mi primer sueño cumplido, hablamos dos horas, de literatura, de nosotros, le abrí mi alma y mi corazón.

Él era un caballero, cada vez que me miraba me seducía más, cada palabra que decía me enamoraba más que la anterior.

Durante ese verano hablamos casi todos los días, quedamos a cenar, a comer, a pesar de que él no era un buen bailarín también fuimos a la discoteca.

Antes de finalizar las vacaciones de la universidad lo invité a cenar en mi apartamento y fue entonces que sucedió, nos entregamos el uno al otro. Él fue muy cuidadoso, yo nunca había estado con ningún hombre y me sentí muy bien en sus brazos. Fernando tenía una sensibilidad especial, una paciencia infinita.

Los primeros meses del cuarto curso ocultamos nuestra relación, no queríamos que él tuviera problemas en su trabajo. Al poco tiempo no pudimos seguir ocultándolo, me quedé embarazada.

 

Llamé a mis padres para contarles que habíamos decidido casarnos, que iba a dejar la universidad y que yo era la muchacha más feliz del mundo.

Fernando perdió su puesto como profesor, pero consiguió un nuevo trabajo a través de su mejor amigo, Vicente, en un instituto privado en Murcia, ciudad de origen de su familia.

La madre de Fernando era viuda, su padre había muerto cuando él y su hermano eran pequeños. Los tres estaban muy unidos, daba la sensación de que Fernando era considerado el más débil, su madre y su hermano lo protegían.

Una vez instalados en Murcia conseguí trabajo en una academia de idiomas para enseñar alemán. En esos años los españoles emigraban aún a Alemania para trabajar y necesitaban al menos aprender las bases del idioma.

Mis padres aceptaron la noticia con resignación, hubieran preferido que abortara y siguiera con mi carrera. Tampoco les convencía que Fernando fuese diez años mayor que yo.

Cuando vinieron a la boda se mostraron felices y me apoyaron en mi decisión. Se llevaron una buena impresión de Fernando, él siempre conquista a todos con su conversación.

El día de la boda fue el 15 de abril de 1976, una celebración pequeña con la familia y algunos amigos de ambos.

Hacia el final de la fiesta, justo antes de irnos, Vicente se acercó a mí con una botella de

whisky en la mano y comenzó a hablar.

—Eva, quiero hablar contigo ¿Te ha contado Fernando la verdad?

—¿Qué verdad? — le contesté sonriendo, creía que hablaba en broma.

—No te ha dicho nada, te lo voy a contar yo, tienes que saberlo. En ese momento llegó mi flamante suegra e intervino.

—Querida, Fernando te está esperando en la puerta, no le hagas caso a éste, ¿no lo ves?, está borracho, será cualquier tontería.

Y tú, Vicente, sal de aquí no molestes más a Eva que la vas a asustar, ya hablaremos mañana más tranquilos, sube a la habitación de Fernando y duerme un rato, que así no puedes conducir.

Nunca supe lo que quería decirme Vicente, pero años después pude adivinar a qué se refería.

Cuando volvimos del viaje de bodas, nos enteramos de la noticia: Vicente se había marchado del pueblo y nadie sabía nada de él. Fernando estuvo mucho tiempo intentando dar con su amigo, pero fue inútil, nunca más supimos nada de Vicente. Estuve meses pensando qué quería decirme, pero no acertaba qué podía ser.

Nació nuestro primer hijo en octubre de 1976, un niño precioso, muy parecido a mí, le pusimos Juan, como el padre de Fernando. Un año después nació Florian, esta vez elegí yo y lo llamé como mi padre.

A partir del nacimiento de nuestro segundo hijo Fernando estaba cada vez más distante y frío. Yo no era demasiado consciente de ello, entre la casa, el trabajo y los niños tenía poco tiempo para pensar en nosotros.

Los años pasaron y Fernando estaba cada vez más lejos de mí. Fue una tarde de enero de 1981, hace cuatro años, le recriminé su falta de interés por mí. Reacciono de una manera

 

inusitada, comenzó a gritar, me empujó sobre la cama, mientras me forzaba, cogía mi cara con fuerza y repetía una y otra vez:

—¡Esto quieres, esto es lo que quieres!

—¡No! Quiero que me ames como antes. ¿Ya no me quieres? — Me costaba hablar, estaba asustada, no era mi Fernando, el hombre del que me había enamorado. No sabía por qué, ya no me quería o por lo menos no me lo demostraba.

Se acostó a mi lado en la cama y me pidió perdón, me juró que nunca más volvería a pasar nada parecido. Se justificó diciendo que estaba muy nervioso por culpa del trabajo y que lo había pagado conmigo.

Al mes siguiente supe que estaba embarazada, yo era feliz nuevamente, me gusta tener muchos niños, mi sueño era una gran familia. Fernando trataba de aparentar que también era feliz con la llegada de un nuevo hijo.

Nueve lunas después de aquel ataque de ira de Fernando, nació Concepción, no tuve elección, la niña llevará toda su vida el nombre de la madre de Fernando.

Fernando comenzó a alejarse de mí otra vez. Además, comenzaron las llamadas telefónicas misteriosas, las salidas sin justificación a cualquier hora, regresar a casa de madrugada. El silencio, esos días eternos sin oír su voz porque casi no me hablaba.

Hace un año me llamó mi vecina, que estaba cuidando a Conchi porque la niña tenía fiebre. Yo estaba en la academia de idiomas trabajando. Fernando tenía una reunión en el instituto y no podía quedarse con ella. Entonces fuimos al pediatra y luego regresé a casa.

Al abrir la puerta, en el recibidor estaba el portafolios de Fernando y su gabardina. Había regresado a casa antes de lo previsto. Subí las escaleras para acostar a la niña en su cama, se había quedado dormida. Al pasar frente a nuestro dormitorio escuché voces, abrí la puerta y estaban allí, desnudos en nuestra cama, Fernando y Luis, un ex alumno del instituto, ambos saltaron de la cama al verme y comenzaron a vestirse.

Fernando trataba de explicar lo que sucedía, pero no hacía falta, estaba claro. Esa escena aclaraba todas mis dudas, me era infiel, además le gustaban los hombres. Desde cuándo, era ahora la pregunta. ¿Cuando se casó conmigo ya lo sabía y me utilizó para encubrirlo? ¿O lo descubrió después y no sabía cómo afrontarlo? Me apoyé en la pared del pasillo porque las piernas no me sostenían, tenía miedo de caer con la pequeña en brazos. Fernando y Luis pasaron delante de mí y bajaron la escalera.

Como pude caminé hasta la habitación de la niña y la dejé en su cama, fue entonces que comencé a llorar como nunca lo había hecho, mi vida estaba destrozada, me había engañado, con ese muchacho, con su alumno del instituto.

Luis había terminado el bachiller hacía dos años, era un alumno destacado sobre todo en las asignaturas que impartía Fernando. Muchas veces me hablaba de él, como tenían intereses comunes seguían en contacto, eso era lo que yo pensaba. Era la versión masculina de mí y parece que le gustaba más.

Regresó a casa ya de madrugada, yo lo esperaba despierta, fue entonces que le pedí el divorcio y que se fuera de casa.

Su respuesta fue inesperada, casi gritando, creyéndose dueño de la razón me dijo:

—¿Estás loca? No entiendo por qué me dices esto.

 

Llorando sin mirarle le contesté:

— Crees que soy tonta, quizás has confundido mi amor por ti con estupidez, pero se acabó. Lo que ha sucedido hoy no saldrá de aquí, pero no volverás a reírte de mí.

Fernando alquiló un piso y se fue de casa, fue una gran sorpresa pensaba que se iría a vivir con su madre, pero prefirió estar solo. Era posible que ella no supiera lo de su homosexualidad o que no lo aceptara.

La custodia de los niños fue para mí, pero él los tenía fin de semana por medio, era un buen padre, nunca le negué a nuestros hijos. Todo iba bastante bien entre nosotros hasta que unos seis meses después de nuestra separación comencé a salir con un hombre. Justo fue en ese momento que emergió la verdadera personalidad de mi suegra, comenzó a acosarme, me juró que me quitarían la custodia de los niños por adúltera.

Llena de razones la amenacé con descubrir la verdad del motivo de nuestro divorcio, estaba dispuesta a todo por mis hijos.

Hoy Florian y Juan están con su padre, la pequeña no quiso ir, se quedó en casa. Mientras ella dormía la siesta estuve con Esteban, mi nueva pareja, no sé si estoy enamorada de él, pero es una buena persona.

Cenamos con la pequeña y luego Esteban se fue a su casa. Más o menos a medianoche tocaron el timbre, estaba en la cama con Conchi, me había quedado dormida; bajé la escalera sin ponerme los zapatos, llevaba unos calcetines rosa cortos y el pijama. Estaba aún aturdida, sin mirar quién era abrí la puerta.

Me sujetaron por la fuerza y me introdujeron en este coche. Estoy mareada, me han obligado a beber algo y no puedo hablar. Tengo sueño.

Llegamos a una casa en el campo, me están atando a una viga de madera en un granero.

Han comenzado a golpearme, a cortarme el pelo, a insultarme y por último a apuñalarme. Están destrozando mi cuerpo, pero mi espíritu se fortalece. Estoy soportando todo lo que puedo, eso les está enfadando, no sé cuánto voy a resistir.

Por fin uno de ellos ha tomado la iniciativa y me ha hecho una herida mortal. Siento cómo mi alma se separa de mi cuerpo y se escapa de allí, huye lejos.

Ahora soy libre otra vez, lamento perder a mis pequeños, si pudiera viajaría a Berlín con ellos, junto a mis padres, a mi hermano, a mi familia. Los amo tanto… no voy a poder decírselo nunca más.

 

 

 

 

 

 

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