EL VECINO DE ARRIBA
Por Maria Victoria Baselga Canthal
Marina se empeñó en casarse joven en contra de la voluntad de sus padres que buscaban lo
mejor para su única y tardía hija. Le aconsejaron que esperara un tiempo prudencial para
conocerse mejor. Hicieron todo lo posible para disuadirla, incluso la mandaron muy a su pesar
a estudiar al extranjero, pero eso no impidió que su relación permaneciera, y que se acrecentara
con la imaginación.
Rodrigo, era mayor que ella, un vago con pretensiones, sin mucho oficio y con menos beneficio
de lo que él pensaba.
Marina trabajaba como supervisora de cuentas en una pequeña agencia de comunicación.
Ganaba poco y trabajaba mucho. Había estudiado administrativo comercial, pero su tesón y
empeño la premiaron. En este nuevo puesto tenía algo más de flexibilidad y disponía de más
tiempo para recoger a los niños en el colegio.
Rodrigo vendía, bueno, intentaba vender coches en un concesionario de Toyota. Conseguía
pocos resultados porque, aunque tenía un piquito de oro, dedicaba poco tiempo a las funciones
comerciales que le correspondían y mucho más al café y al cigarrito en el bar de Primi al lado de
la concesión de automóviles.
Se habían conocido por casualidad, precisamente cuando ella acompañó a su padre a elegir el
coche de empresa que le habían asignado en su nuevo puesto como Gerente de Ventas, en la
compañía de telefonía móvil en la que trabajaba.
Allí, Rodrigo, prestó más atención a la chica morena, con rizos y ojos azabache que, a su nuevo
cliente que, de todas formas, compraría el vehículo asignado.
Marina se dejó encandilar por su facilidad de palabra y Rodrigo fue suficientemente hábil como
para averiguar dónde llamarla al día siguiente con cualquier excusa tonta e invitarla a tomar un
café. ¡Otro café más ¡
Una situación sin aparente importancia hizo que Marina cayera prendada por los encantos de
este vendedor de motos, que no de coches, y se dejara engatusar poco a poco.
La familia de Marina era de clase media, que con su esfuerzo habían dado una buena educación
a su hija en un buen colegio privado de provincias y consideraban esta relación poco apropiada
para ella. La convencieron para que fuera a aprender inglés trabajando como “au pair” en
Irlanda, en una familia recomendada por el jefe de su madre, que trabajaba como secretaria en
una multinacional industrial.
Marina volvió de aquella estancia, no sabemos si con mejor nivel de inglés, pero indudablemente
dispuesta a casarse con su vendedor de humo. Él había logrado mantener el contacto con ella
mediante una correspondencia arrítmica y torpe, que Marina interpretó como una expresión de
romanticismo respondiéndole a cada mensaje con una ingenua ilusión, que se convirtió en un
“sí quiero” al regresar a España.
Se casaron y durante años hicieron una vida matrimonial clásica y aburrida. Sin mucho
entusiasmo. A Marina se le fue apagando esa emoción que la había llevado a convertirse en la
esposa de un hombre al que, realmente apenas conocía, y la profecía de la que le habían
alertado sus padres empezó a tejerse.
Vivían en una urbanización a las afueras de Valladolid, dónde habían alquilado con esfuerzo y
poca ayuda económica un pequeño en uno de los bloques más nuevos que daban a la piscina y
a las pistas de tenis del complejo. Era ruidoso pero muy luminoso.
En una tarde de final de verano, Marina conoció al vecino de arriba, un dentista viudo, que se
acaba de mudar y que tenía un hijo de la misma edad que Ramón, su hijo pequeño. Los chicos
compartían juegos en el jardín de la “urba” y aunque iban a distinto colegio se habían hecho
muy amigos y se veían todas las tardes en la piscina. Ella se ocupaba de llevarles la merienda, y
luego buscaba cualquier excusa para acompañarlo a su casa y así poder encontrarse con Ruben,
por el que empezaba a sentirse atraída.
Su vida con Rodrigo se había convertido en monótona y con poca comunicación. Dicen que el
matrimonio es en general largo y tedioso y el suyo no era una excepción.
A diario Marina llegaba tarde de trabajar, lo que le ocurría en su trabajo a su marido no le
interesaba y no le prestaba atención sí por algún casual quería compartir las anécdotas del día.
A él, por su parte, lo que le gustaba era poner la televisión, sin mucha concentración por ningún
canal, que cambiaba sin ton ni son y miraba a un punto fijo de la pantalla para dejar pasar las
horas y poderse ir a dormir. Fumaba sin parar y esto a Marina le sacaba de quicio, además de
por lo perjudicial que era para la salud, por el olor que se impregnaba en la tapicería de los sofás
y las cortinas, que muy nuevas no estaban, pero sí además le añadíamos la peste a tabaco, a ella
se le hacía muy desagradable sentarse a compartir sillón, manta y conversación.
Marina preparaba la cena cada vez con más desgana. Le dejaba una frugal colación en una
bandeja con cualquier sobra del medio día, mientras ella se iba a su habitación a soñar con su
nuevo conocido como una quinceañera. Él mirando a un punto fijo, seguía impasible ante un
telediario o un partido de futbol, lo mismo daba. Tampoco importaba lo que había en el plato,
con la cervecita y el humo de su tabaco se quedaba atontado sin pensar hasta que se iba a la
cama.
Marina se sentía poco interesada por su marido y cada vez más, intentaba inconscientemente,
o quizás más consciente de lo que ella pensaba, encontrarse con su odontólogo y lo buscaba con
cualquier motivo. Ruben representaba esa emoción erótico-romántica que se había extinguido
en su lecho de matrimonio. En su imaginación, Marina se hacía ilusiones y con estos menesteres
volvió a pintarse los labios y ponerse los tacones más a menudo.
Los hijos crecieron y fueron dando los problemas correspondientes de todos los adolescentes y
generando las consecuentes peleas matrimoniales, que solo consiguen distanciar más a la
pareja.
Rodrigo, no lograba sus objetivos comerciales, crecía su desidia y mostraba poca intención de
lograrlos. La vida transcurría en la terrible pesadez de un día tras otro, todos iguales. Él no
prestaba ninguna atención a los cambios de apariencia de Marina, ni a sus ausencias repentinas.
Los fines de semana ella se iba cuando podía con sus hijos a comer a casa de sus padres, y él
encontraba cualquier razón para no acudir y permanecer como un holgazán en casa, en pijama
hasta bien entrada la tarde, o todo lo más ir al aperitivo de barrio con sus amigos.
Los chicos fueron creciendo y se fueron a estudiar a ciudades más grandes y la agencia de
publicidad empezó a pasar grandes dificultades.
Ruben no se sentía atraído por Marina, aún lloraba su viudedad y aunque era receptivo a las
amabilidades de Marina, y al cuidado que esta prestaba a su hijo Rafael, no estaba pensando en
iniciar una relación con ella. Se dejaba agasajar, pero no le correspondía. El no apreciaba los
cambios que ella había hecho, que incluso se cortó el pelo con un estilo francés muy elegante y
chic para impresionarle, resultado nulo.
Marina, de un día para otro tomo la decisión de abandonar a Rodrigo, no podía soportarlo ni un
minuto más. Se lo comunicó un domingo por la tarde, cuando los chicos ya se habían vuelto a
sus colegios mayores.
Y entonces, llena de energía fue a insinuarse a su vecino. Llamó a la puerta y no sabemos qué le
dijo, pero lo que está claro es que volvió cabizbaja a su casa y se sirvió sola una gran copa de
vino.
Ruben, no solo no tenía ganas de enredar con Marina, sino que eso le provocó el efecto contrario
y la huía cada vez que percibía que se cercaba y se volvió menos comunicativo de lo habitual con
ella.
Esto le produjo a Marina una gran ansiedad. La ilusión se convirtió en desesperación y Marina
fue sintiendo que su feminidad se ponía en duda. ¿Habría envejecido? ¿Podía caducar la
sensualidad? Ruben se convirtió, de repente, en un ultimátum a su propia identidad de mujer y
empezó a perseguirlo por todos lados buscando las historias más banales.
La situación se volvió insostenible, a pesar de la decisión de separación aun compartían piso, en
habitaciones separadas, pero juntos. Rodrigo se dio cuenta que Marina buscaba
desconsoladamente algo que, no solo no le importaba, sino que le hacía gracia, casi hasta le
provocaba.
Rodrigo que hasta ahora no había hablado nunca con el dentista, decidió sondear mercado y
pidió cita en su consulta a ver cómo era el tipo que tenía encandilada a su futura exmujer.
Las cosas de la vida es que se entendieron de maravilla, e incluso quedaban para tomar el
aperitivo de los domingos con el resto de los vecinos.
Esta situación que no pasó desapercibida para Marina que la llevó a pasar de ser una persona
tranquila a alguien inquieto e irascible. Si sus armas de mujer se habían fundido, necesitaba por
lo menos llamar su atención. Ella había sido una joven morena con tantos pretendientes, y ahora
se veía anulada y vivía únicamente a las sombras de su pasado.
Ruben recibió una magnifica oferta profesional que no pudo rechazar y cambió de domicilio para
estar más cerca de sus padres mayores. Evitó despedirse de ella ya que la tensión se había hecho
insostenible. Marina buscaba su encuentro con artimañas insospechadas, a veces hasta
esperándolo largo rato detrás del cubo de la basura para hacerse la encontradiza, pero no surtió
efecto porque Ruben optó por cambiar el horario y despistar a su hostigadora.
Mientras ella se desesperaba cada vez más, Rodrigo dio un giro a su vida y decidió que la idea
de separarse era buena. Buscó un piso pequeño en el centro de la ciudad, cerca de su trabajo y
empezó a cortejar a una nueva vendedora jovencita recién incorporada, que le correspondió de
inmediato cautivada por su simpatía y facilidad de palabra. Pasaban juntos largos ratos en el bar
de al lado del concesionario y él la epataba con su conocimiento del sector y experiencia
profesional y ella se dejaba seducir por sus encantos y le miraba arrobada como nadie antes lo
había hecho. Rodrigo revivió, rejuveneció e incluso cumplió de largo sus objetivos de ventas.
Marina, al final, también decidió tomar las riendas de su vida y para deshacerse de los ecos de
tan humillante rechazo, se cambió de casa. Se fue a vivir a las afueras de la ciudad, en un cómodo
y funcional apartamento, con una habitación extra por si venían sus hijos y cerca de sus padres
a los que va a visitaba con frecuencia.
Ya no trabaja en la agencia de comunicación, sino en una gestoría contable como administrativa.
Va sólo por las mañanas y por las tardes juega al pádel o al Continental con sus amigas del
colegio. La vida sigue siendo aburrida, pero está mejor. Se apuntó a terapia y aprendió que, a
veces, hay que tocar fondo para recordar el valor intrínseco que yace en una mujer. Entendió
que su poder y atractivo sólo podía depender de ella y que, si se arrastraba por un hombre,
perdía ese amor propio que requiere el cortejo.
Ahora se cuida otra vez igual que en la etapa de enamoramiento y es la envidia de todas porque
se conserva más joven y guapa. Ha empezado a ir al gimnasio y ya le pone ojitos al monitor de
la clase de yoga, que es bastante joven, oscuro de piel y tiene un cuerpo escultural.
No ha vuelto a saber nada de Ruben y muy poco de Rodrigo, salvo por lo que le cuentan sus hijos
que parece estar muy contento con su nueva vida. Y ella más.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024