EN EL VIENTRE MATERNO – Mª Isabel Bustos Abreu

Por Mª Isabel Bustos Abreu

El avance tecnológico nos deslumbra todos los días, a cada hora, con la aparición de formas novedosas para acceder a los fenómenos que el ser humano calificaba como misterios divinos, milagros de la naturaleza. La reproducción, por ejemplo, aparece ante nuestros ojos, develada al punto tal que no podríamos reconocer la línea que separa la ficción de la realidad.
Resulta que la ciencia médica está posibilitada para observar al interior del vientre materno la gestación del feto desde su concepción hasta el alumbramiento. Otra línea que se diluye. Así que todo un público inimaginable –cuantitativamente hablando– tiene acceso a ver lo que en otros tiempos se consideraba de la esfera privada: una inseminación artificial, el proceso del embarazo y el mismo parto. La televisión nos lo pone a la orden del día. Quedaron atrás las clases de puericultura y los cursos preventivos, educativos, promovidos únicamente desde el ámbito institucional a las escuelas y centros de salud.
Asistimos a la era del espectáculo. La eternalización del momento presente registrada en los equipos de fotografías instantáneas digitalizadas y videos. El alumbramiento de un ser humano, también es un espectáculo. Ya no habrá que transmitir por la vía de la narración oral al niño cómo fue su nacimiento; él tendrá acceso a formarse su propio mundo imaginario al respecto, cuando por sí solo apriete un botón y pueda verlo reproducido en la pantalla, cuantas veces considere necesario.
Resulta que me planté ante el mágico aparato, sintonicé un canal internacional que mostraba en imágenes en tercera dimensión la dinámica vital, mes por mes, de embarazos
múltiples.
De acuerdo al programa, existen diferencias notables en la experiencia intrauterina de un feto único en la matriz, que cuando se encuentran encapsulados más de dos seres vivos en el mismo lugar. Me interesaba lo referente a los gemelos fraternos. Entiéndase: los que son producto de dos gametos; se alimentan cada quién de su placenta propia, un cordón umbilical único, y están apenas separados por un delgado pero resistente saco semejante al papel plástico envolvente de uso doméstico. Comparten el mismo espacio, el mismo líquido amniótico, el 50 % de la carga genética, están sometidos a los mismos estímulos externos; inclusive, se supone que ante la existencia de dos óvulos diferentes, obviamente, fueron inseminados por un espermatozoide distinto. Cabe la posibilidad de que pudiesen haber sido concebidos en momentos diferentes, cada quien en su propio día.
La mirada científica trasciende la influencia del medio externo y se centra en el conflicto que se les plantea a los futuros bebes, cuando luchan por garantizarse sobrevivencia en la zona de confrontación. A diferencia de un ser único que se encuentra a sus anchas en el clima cálido de la madre, los gemelos, se las arreglan para ver cuál de los dos absorbe más nutrientes, consigue posiciones más cómodas para moverse, estirarse, patalear, llevarse el dedo a la boca, explorar el mundo. Al final de la de gestación, cuando abre los ojos, no solamente tendrá ante sí la imagen del cuerpo y los ruidos del organismo de la madre, ya existe otro ser semejante a su lado que se le acerca, lo patea, lo toca, emite sonidos.

El sistema nervioso que se conforma obedeciendo a los estímulos, se desarrolla muy tempranamente incorporando capacidades y estrategias para con los otros a los que se enfrentará después de su nacimiento. Al séptimo mes de gestación, se plantea una situación curiosa: ambos, deberán ceder ante el mandato natural para el crecimiento de su cuerpecito y detenerlo, pues de lo contrario, no encontrarán abasto para sobrevivir en tan pequeño espacio. La pelea por la sobrevivencia y la diferenciación se inaugura antes del nacimiento.
Así pues, me enteré de experimentos y observaciones científicas con gemelos monitoreados desde la etapa de la gestación, los cuales, al año después de nacidos, repetían conductas adquiridas con anterioridad. Un caso particular describe a un niño y una niña que en su período de gestación tenían el hábito de pegar sus mejillas a través del saco. Uno de sus juegos favoritos, ya niños pequeños, consistía en jugar los dos parados uno a cada lado de una cortina de la casa para juntar nuevamente sus caras.
Otro caso de gemelos fraternos ilustra situación similar. Donde, el que estaba ubicado en la parte superior, pateaba constantemente el rostro de su hermano que se encontrab descansando en la pelvis de la madre. Este, asumió un comportamiento sumiso y se refugió descansando sobre la placenta. Una vez nacidos, cuando se presentaban las peleas entre ambos, el que ocupaba la parte baja al interior del vientre, se apartaba en su habitación y colocaba su rostro en la almohada para mitigar el efecto de la violencia de su hermano.
Entre los gemelos –indudablemente– se establecen roles: el dominante y el recesivo.

El aprendizaje adquirido transmitido por los padres, será el complemento pues entre la predisposición genética y la experiencia en la vida intrauterina.
Nacer y crecer con un gemelo al lado, tiene implicaciones múltiples. Nacen en el mismo momento histórico que vive el grupo familiar, bajo las mismas influencias de las condiciones de vida doméstica. El asunto de la conformación de la identidad o los rasgos de diferenciación y singularidad se vuelve tarea harto compleja. Serás definido por tu diferencia con otro símil. No con otros hermanos, sino con su homólogo opuesto-complementario, tu antípoda congénita.

Todos transitamos en sendero la vida con una pregunta clavada entre ceja y ceja que motoriza la búsqueda incesante, –infructuosa por demás– para conseguir la identidad.
¿Quién soy?
Mirando nuevamente a un par de gemelos, la misma interrogante se desliza en la conjugación gramatical desde el verbo de la primera persona del singular, hacia la primera persona del plural: ¿Quiénes somos? Esta última comporta en sí misma otra, que teje una urdimbre significativa: ¿Quién soy, dentro de éste “somos”? Lo que se supone encaja en el ámbito de lo estrictamente singular, descansa, se basa, se sostiene, se apoya, a partir de la noción de la relación. Uno no se relaciona primero con la madre, uno lucha por relacionarse con ella en compañía del otro. Antes de conocer a la madre, ya conocías a tu hermano. Fraternidad primero, maternidad, por consiguiente.
Luego, entrarán en juego los factores culturales, afectivos, emocionales. Las expectativas de los padres, la familia, el grupo social en general que lo espera para ubicarlo, definirlo, darle un lugar.

Culturalmente hablando, al elegir el nombre que identificará a los gemelos, casi siempre la decisión que toman los padres va por el orden de asignar a los dos, un nombre común o bien, que homófonamente sean similares. Igual sucede con la ropa, los colores, los juguetes, los objetos de uso personal, la celebración del cumpleaños y pare de contar.
Antecede a ello, las comparaciones físicas y de rasgos de carácter: el más negro, el más gordo, el menos grande, el más llorón, el que hable primero, el más inteligente y así.
Adviértase la asignación de los roles de uno para con el otro y de cada quien para con el resto.
Si la incertidumbre humana encuentra asidero en la madeja relacional de cada sujeto intentando arreglárselas con el entorno, valiéndose por sí mismo, hasta encontrar algunos vestigios que le definen como único y singular; en el caso de los gemelos, la búsqueda y decantación del espectro identitario se complica por partida doble.

Doy fe de ello

Maria Isabel Bustos Abreu

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Autobiografía

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Katya Aguilera Gómez

    ¡¡Excelente relato Maria Isabel, sumamente interesante !!

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