EN MADRID PERDÍ MIS DIECISIETE IRRECUPERABLES AÑOS

Por Reyes Rodríguez

En Madrid perdí mis diecisiete irrecuperables años. En Barcelona perdí mi juventud. En Granada perdí mi calma y en Sevilla me perdí del todo para siempre.

Miro atrás y no sé si volvería a vivir mi vida como entonces. De nada me arrepiento, nada lamento, pero ahora que algo he llegado a intuir con los años, no volvería a arriesgar todo a una sola carta, de un solo trago.

Vuelvo al Madrid que viví con entusiasmo, con la inconsciencia de la primera vez y sé que aprendí a transitar mi adolescencia como España aprendió a respetar su transición. Viví de primera mano aquellos inolvidables años, ya historia reciente de todos los españoles, y no sé aún de dónde saqué el valor para renunciar a mi sueño: estudiar periodismo, cómo dejé alejarse para siempre aquella facultad, tomada por los grises, aquellos jóvenes compañeros, todos revolucionarios, soñadores despiertos de un futuro luminoso. Volví aquí para marchar a Barcelona, donde me esperaba mi  futuro, un futuro preñado de esperanza, aunque nada fue como imaginaba.

Allí pude comprobar cómo renunciar a mi propia vida no fue la mejor decisión y cómo a pesar de todo y de todos  la vida sigue como si nada, como una sombra alargada que se proyecta lúcida y amarga. Aprendí a seguir amando el cine con toda la pasión de la infancia. Me sentaba en la filmoteca de Barcelona a vivir la vida que, en realidad, yo dejaba escapar cada día.

Los amigos del pasado me acompañan en la memoria y les agradezco cuanto me enseñaron. Ellos forman parte indiscutible de mi mapa emocional. A mis  amantes también los recuerdo, aunque su huella viene a constatar que hombres inexpertos hacen mujeres insatisfechas.

Escucho música. La música siempre me acompañó desde la cuna. Siempre me acompaña. La escuché por la radio, gracias a los long play del Círculo de Lectores, cuando realizaba las tareas de casa, cuando como una muchacha triste me enamoraba. No sé vivir sin música. La poesía, que adoro, es música hecha palabra. La palabra se hizo música y creó todo lo que existe.

No guardo rencor a nadie ni a nada, añoro mis jóvenes años, la belleza ya perdida para siempre. Añoro no haber sido mejor persona, aunque nada de esto tenga ya remedio.

Si he de elegir alguna de las ciudades donde he vivido o he visitado… no sé cuál elegiría. Me gustaría volver a las pocas  donde he estado: Atenas, Londres, Lisboa y París. Tengo alma viajera, trashumante, errante. Como esos pueblos antiguos, los pueblos de siempre, en busca de un paraíso perdido, perdido para siempre.

Vivo una vida solitaria habitada por infinitos recuerdos que atesoro. Vivo mi vida como bien puedo, sin expectativas, sin mayores exigencias. Tengo lo suficiente como para no desear más y sé, como el poeta, que debemos viajar ligeros de equipaje porque al final del camino nos iremos desnudos, desnudos como los hijos de la mar. Vivo soñando con un amor, un amor tan lejano… sin esperanza. Este amor es la razón por la que escribo y por él desandaría mi camino de vuelta al pasado y le contaría mil historias que le divertirían, le regalaría todos los poemas que están por escribir. Qué boba soy, amar locamente a mi edad…

Mi vida ha sido de locos, para no creer, para estar de los nervios. Mi vida es como aquella vieja copla… Qué pena, penita, pena.

Mi vida me pertenece por entero, vivo en realidad como quiero, aunque no con quien quiero.

Lo mejor que me dio la vida ha sido a mi hija y a mi perro, mis dos maravillosos regalos. Les adoro, sin ellos habría tirado la toalla hace largo tiempo.

Mis aficiones son muy comunes: leer, escribir, viajar, ver cine, sentir la música, pasar largo tiempo bajo la ducha templada y comer, comer de capricho. También me gusta guisar, de forma creativa, improvisando y utilizar todo tipo de hierbas aromáticas y especias. Me gusta hablar con los amigos y que me hablen… no sé, soy muy normal.

Estoy leyendo: “Hoy caviar, mañana sardina”, se lo recomiendo, al igual que “El mentalista”. En realidad somos  lo que comemos, lo que pensamos y lo que leemos y sentimos. No descubro las Indias, pero conviene recordarlo.

Mi mejor etapa creo que está por llegar, no lo digo porque piense que lo venidero siempre es mejor que lo ya pasado, sino porque intuyo que mi mala suerte en algún momento trocará en fortuna, en buena fortuna, falta me hace. Tengo algunos sueños por cumplir, y no los comento por aquello de que si se revelan no se cumplen.

Estoy en un agosto imposible para mí, sólo apto para leones africanos, torturada por este calor insufrible. Debería emigrar al polo norte, como mínimo. Me apunté al gimnasio, por impulso. Hace una semana que no lo piso, más que nada porque no quiero morir en el intento. Quiero tomar clases de  baile,  y me gusta tanto bailar como hacer el amor sin tregua.

Nunca pensé ni soñé con casarme, era un espíritu libre. Con los chicos sólo me interesaba caminar cogidos de la mano por el parque de María Luisa e ir al cine, todos los días cine, más cine por favor. Hasta que descubrí el sexo, tarde, todo sea dicho, pero bien aprovechado. Lástima que los compañeros con quienes compartí techo y cama fueron un desastre. Yo intuía que en algún momento me sublimaría con alguien que sí supiera amar. Pero hasta ahora he de contentarme conmigo. Me masturbo ya sin necesidad de tocarme, tan sólo con imaginarle. Creo que he llegado a la perfección, no necesito ningún amante, nadie será tan bueno en la cama como mi imaginación, como yo le imagino que es él.

Espero no aburrirles con mis recuerdos. Pronto, en marzo, cumpliré por primera y última vez los sesenta, y ya, señores, todo será cuesta abajo. Me cuido, procuro estar en forma, la vida es un regalo sagrado y hay que devolverla al final de nuestro viaje, si no mejor, al menos sí vivida plenamente.

Si tuviera que agradecer algo a alguien sería tan difícil. A todos los que conocí les agradezco haber cruzado su camino con el mío. De todos aprendí y sigo aprendiendo. Sin embargo hay un ser especial en mi vida. Un ser mágico, al que adoro en cuerpo y  alma, además de ser mi mejor maestro es a quien amo por entero, trocito a trocito. Gracias a él paso las horas intentando mejorar todo lo que pienso, digo y escribo. Gracias a él, vivo este último tiempo intentando ser mejor persona y es con él con quien paseo solitaria, a quien le hablo y cada noche perturba  mi sueño, soñando que nos amamos, qué locura, como si tuviéramos veinte años, incansable, denodadamente. Un sueño…

Y aquí estoy escribiendo y fumando, mi peor hábito, como una poseída.

Si he cometido algún crimen, por omisión o acción, nunca encontraría el valor necesario para desvelarlo. Soy transcendente, soy espiritual, pero no siento simpatías por las religiones. Creo, a pesar de todo, en el hombre y en su forma de hacerse grande en la mayor de las adversidades.

De política, mejor no hablar, amo a mi país, pero me siento ciudadana del mundo, no creo en las fronteras, ni en las razas. Todos somos hijos de un padre y una madre, así que podemos sentir y odiar de igual forma.  Creo que el amor y el respeto pueden cambiar el mundo, dadme un punto de apoyo… ya saben Y que la educación es cosa de todos, libre, sin adoctrinamiento ni proselitismo. La educación es la frontera que nos define y lo único que nos separa de los primates. Amo todas las lenguas en las que vida y amor rimen y suenen a coco, almendra y chocolate.

Sobre el sexo, creo que ya lo  he dicho todo. Sin amor el sexo es distracción pasajera. Con amor se transforma en necesidad, en obligada parada cada noche y es transcender en el otro hacia la frontera divina del éxtasis. El sexo es maravilloso y nos deberían educar en gozarlo con la dedicación, la pausa el detenimiento y deleite que merece. Es un primor experimentar en el otro y con el otro el placer de desnudarse por entero y entregarte sin máscaras, sin miedo ni vergüenza al placer más puro.

Espero no estar diciendo obviedades, ni citar lugres comunes, pienso y siento lo que escribo, pero sólo es mi verdad, mi punto de vista. Soy subjetiva, que es la única forma de ser posible.

 

Creo que es momento de despedirme, se hace tarde, y estoy feliz, mi alma es celta y se escapa al norte, a Cantabria, de donde es mi familia materna, a sus altas cimas, a sus fértiles prados y allí retoza y se olvida de este clima desértico, de esta luz que quema como una condena. El día que muera,  el día que me vaya para no volver, quemen sus viejos recuerdos, reúnanse alrededor de una buena mesa y canten, canten hasta quedar afónicos. El día que ya no vuelva a pasear junto a mi Canelo por las calles gastadas y sucias de mi barrio, con mis zapatos nuevos y mi paso lento, ese día disfruten de buena compañía, dense el lujo de amar las cosas simples y sencillas… y si quieren recuérdenme con los versos de cualquier poeta, porque en ellos aún el amor arde, como ardió siempre en mis venas, porque como bien dijo un grande, un único: “serán polvo, más polvo enamorado”, aunque les pese. Adiós, compañeros, adiós mis amores, por la senda del cielo nos encontraremos, el cabello al viento, los ojos más despiertos y el corazón presto, amable y goloso de caricias y besos, siempre besos, besos, más besos. Hasta luego, hasta siempre, mis amigos.

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