FURTIVOS – Ignacio Santiago Zabala Herrera

Por Ignacio Santiago Zabala Herrera

Este año se celebrarán en el país las elecciones locales. En un despacho municipal de una ciudad cualquiera, el señor Baltasar Leoncio García-Vientos se encuentra, en estos momentos, ocupadísimo conversando por teléfono con su mujer.

― Leoncio, ¿eres tú? Mira que eres pesado y difícil de localizar, ¿eh? Como siempre me coge la llamada alguno de tus subalternos…

― Dime, Carlota, cariño. ¿Qué puedo hacer por ti?

― A ver, hombre, cuando te necesito para algo desapareces como por ensalmo. Llevo intentando localizarte desde que te fuiste de casa esta mañana.

― Discúlpame. Es que no me han dejado parar ni un solo minuto. Como se ha puesto en marcha la precampaña, no veas qué mañana de locos llevo.

― ¿Dónde estás, Leoncio?

― Aquí, en la oficina. ¿Dónde voy a estar si no, mujer? ¿No me acabas de llamar al fijo?

― Ah, sí. Claro, claro. ¿Entonces, podemos hablar ahora o mejor te lo explico con detalle cuando vengas a casa?

― No pasa nada. Cuéntame lo que sea. Ahora mismo no tengo a nadie conmigo en el despacho.

― No te fíes, Leoncio, no te fíes. Mira que te lo repito una y otra vez. Que nunca sabes quién puede estar con la oreja pegada detrás de la puerta. Bueno, escúchame con mucha atención. Te he llamado porque me ha dado un telefonazo Úrsula, la de Fermín. La pobre mujer me ha dicho, toda preocupada, que uno de sus hijos necesita conseguir un empleo enseguida, y ha pensado ―no sé si ella te conoce bien― que quizá tú podrías echarle un cable. Resulta que su guaje, porque es un chavalín, ella me dijo que el chico tiene recién cumplidos los dieciocho añitos, ya ves, pues como te decía, el chaval ha dejado a su novia embarazada, y por lo visto han decidido que van a seguir adelante hasta el parto, o sea, que desean tener al crío. Y claro, el chiquillo necesita un sueldo fijo para poder salir adelante con ellos, al menos durante un tiempo.

― ¿Cómo un tiempo? Carlota… ¡Con lo mal que está el trabajo! ¡Con lo difícil que es…! ¿Y quién dices que es el padre?

― ¿El padre del bebé que aún ha de nacer o el padre del niño que dejó preñada a la novia y quiere que le facilites un empleo? A ver, al futuro abuelo tú le conoces de sobra. Es ese señor, al que le compramos el piso de la playa con el dinero de ya sabes, y no quería ni por nada cobrarnos una parte de esa otra manera…

― Ah, sí. Y lo que nos costó convencerle para que lo hiciera, ¿recuerdas? Menudo pichazas. Ese va de ciudadano honrado y luego, mira por dónde, buscando atajos para su hijo. Pero, ¿y por qué no lo contrata él?

― Él trabaja como autónomo, así que supongo que no ganará tanto como para contratarlo. Sí, Leoncio, sí. Entiendo que estés enfadado. ¿Cómo no voy a entenderte? Pero mira, que si tú ahora le consigues esto para él, quiero decir para su hijo, nuestra deuda por pedirle aquello otro estará saldada con creces. Y será él quien esté en deuda con nosotros, ¿ahora lo comprendes, verdad?

― Ya, me doy cuenta. Y tú, Carlota, ¿no sabrás por casualidad…? ¿Te dijo algo la madre del chico este sobre los estudios que tiene él? Es que con dieciocho años no le ha podido dar tiempo ni a concluir el Bachillerato. ¿Lo acabó o es uno de esos que ahora llaman nini, que ni estudian ni trabajan?

― Pues parece que sí ha debido terminarlo. Así que al menos obtuvo ese título y el del Graduado Escolar. Algo es algo. ¿Cómo lo ves, Leoncio? ¿Podrás solucionarle el problema o no? ¿Necesitarás que vaya yo a ayudarte? Mira a ver, Leo, hijo…

― Hay demasiado mamoneo, Carlota, y esto se está volviendo más complicado cada día. Además, estamos en unas fechas malísimas, malísimas…Qué se yo. Habrá que intentarlo, ¿no te parece?

― Ese es mi Leo. Venga, hablas con tu jefa y cuando te dé el visto bueno me llamas para que yo avise a esa mujer y al hijo, ¿de acuerdo? Cuando se lo plantees a tu supervisora, sé cuidadoso, pero haz lo posible para convencerla, ¿me oyes? Que no te eche para atrás si se niega de primeras, te quiero decir. Y hazme el favor, intenta que esto no te ocupe toda la mañana, ¿estamos?

― Que sí, que vale. Ya te he oído.

― No te pongas tonto, Leoncio. Sabes que soy muy capaz de ponerte en tu sitio. ¿Tengo o no tengo razón?

― Oye, Carlota.

― ¿Qué te falta ahora?

― Cariño, no me has dicho cómo se llama el niño al que debo buscarle un puesto de trabajo.

― Apúntalo, anda: Francisco Murro Llantarón… ¿Has acabado ya de apuntarlo? ¿Sigues ahí, Leoncio?

― Tranquilízate, Carlota. Estoy en ello… Venga, luego te digo algo. Hasta luego.

Poco después, Leoncio inspira profundamente, expira despacio el aire y acto seguido marca en el teléfono fijo que tiene sobre la mesa de ese despacho la extensión de su jefa. Al otro lado de la línea se oye una voz femenina:

― Concejalía de Personal, buenos días, ¿quién está al habla, por favor?

― Buenos días. Soy Baltasar Leoncio, del despacho de Prensa, que lo tenéis justo debajo. ¿Podría hablar un momento con doña Flora? Dile que es un asunto particular para un externo, algo delicado.

― Dice que subas en media hora.

Pasado este lapso, el señor Leoncio se presenta en la puerta del despacho de su jefa.

― ¿Se puede? Con permiso, doña Flora. Menudo compromiso en el que me acaba de poner mi mujer…

Después de un rato, Leoncio sale de ese despacho y toma las escaleras en dirección al suyo. Entonces, alguien de otro partido se acerca por detrás para saludarle mientras continúan bajando.

― ¿Qué, Baltasar, cómo va todo? ¿Ya tenéis candidato para la Alcaldía?

― Bueno, bueno. Todo a su debido tiempo, don Sergio. No soy la persona indicada para deciros nada, ya lo sabes.

El tal Sergio echa un vistazo a su alrededor y, aprovechando que don Baltasar le da la espalda, con mucho disimulo tira de un papel que asoma de la carpeta que Leoncio lleva bajo su brazo y lo oculta rápido en su bolsillo trasero como puede.

― No te enfades conmigo hombre, que solo busco obtener información,  y nada como la noticia de primera mano, ¿a que estamos de acuerdo en esto?

― Sí, por supuesto. Y también en que tú y yo no somos primos, Sergio. Y aunque lo fuésemos…Estoy muy ocupado. Que tengas un buen día.

― Está bien. Tómate una tila, que te noto algo excitado. Hasta luego.

Don Sergio se aleja de don Baltasar Leoncio y busca los servicios más próximos. Entra en uno de los baños y cierra la puerta. Entonces, se detiene a pensar un instante. Sale del baño y abre las puertas de los otros dos para comprobar que no haya nadie en todo ese espacio excepto él. Y ante la puerta de acceso al servicio coloca una papelera. Entonces, vuelve a encerrarse en el baño y ahora sí, busca el papel que ha robado y lo extrae del bolsillo. Lo extiende cuanto puede y mira. En el centro del folio aparece impreso un único texto: el nombre y los apellidos de una persona. Don Sergio lo lee y le hace una fotografía con su móvil. A continuación la envía a través de la aplicación más discreta ―según su parecer― a uno de sus contactos, incluyendo también una frase posterior:

― Tenemos que hablar. Esta podría ser la persona que ellos están buscando.

En ese momento, suena el móvil de don Sergio, y desde el otro lado de las ondas le habla alguien que ocupa un cargo por encima de él en el escalafón.

― Dime, Sergio, ¿cómo te has enterado?

― Me crucé hace un instante con el secretario del jefe de prensa. Se le escapó ese nombre…sin querer.

― ¿“Sin querer”?

― Sí, bueno… lo llevaba en un papel de su portafolios.

― Se lo cogiste. ¿No te vería él quitárselo, no? De todos modos, ese nombre a mí no me suena de nada. ¿Tú conoces a esa persona? ¿Sabes, al menos, si es de por aquí? Y has dicho que lo llevaba el secretario del jefe de prensa… Bien, bien. Esto hay que analizarlo a fondo. Porque también cabe la posibilidad de que ellos estén buscando y deseando que encontremos ese nombre de manera casual, ya sabes. Necesitamos informes cuanto antes. Y tal vez debamos reunir a la Ejecutiva. No nos sobra tiempo…

Esa noche no todos los personajes de este relato pudieron descansar con tranquilidad. A los opositores, la intriga les provocaba una ansiedad que recorría todos y cada uno de sus cuerpos; los padres de Francisco mantenían la esperanza de que sus contactos en el Excelentísimo Ayuntamiento podrían resolver su ruego, por el bienestar de la familia. Pero la duda aún permanecía ahí, y en sus cabezas no podían dejar de darle vueltas al asunto; Carlota tampoco lograba pegar ojo, porque su marido no había dejado de moverse ni un instante. Y jamás le había oído emitir esa colección de ruidos de los que, en realidad, ella misma desconocía su posible origen. Más que de flatulencias u otro tipo de emanaciones, esos extraños sonidos parecían provenir del interior del cuerpo de su Leoncio. Era como si él estuviera experimentando un efecto extraño por haber ingerido algún alimento en mal estado o por una indigestión. Cuando a Carlota, por mejor verle y aclarar sus dudas, le daba por encender la luz del dormitorio, él soltaba un bufido descomunal.

― Ya apago. Hijo, cómo te pones, ¿eh? Sólo pretendía ayudarte. Mira que hoy  te encuentro raro, Leoncio. No pareces el mismo. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que llame a un médico? ¿Por qué no me respondes, Leo, hijo?

El agotamiento acabó rindiendo a unos y a otros, que por fin lograron cerrar los ojos. A las pocas horas, cuando suena el despertador…

― Buenos días, Carlota. Mi jefe me acaba de enviar un mensaje al móvil. Quiere hablar conmigo. No sé qué querrá decirme, pero no parece muy contento. Me ducho y me voy pitando.

― Buenos días, Leoncio. ¿Te encuentras bien? Como ayer estabas tan extraño…

― No sé a qué te refieres, Carlota. Si quieres, hablamos más tarde, ¿de acuerdo?

Don Baltasar Leoncio entra en el despacho que casi comparte con su inmediato superior, el jefe de prensa del partido en el Gobierno local. Quizá lo ocupen sólo hasta las próximas elecciones. Pero esta cuestión aún está por resolverse, y no depende por completo de ellos.

― Adelante, Baltasar. Siéntate, por favor. Nos conocemos hace, ¿cuántos años han pasado ya? Mucho tiempo, ¿no es así? Quizá te haya extrañado algo esta cita tan apresurada. El caso es que nuestros jefes, los de más arriba, me han pedido que te convoque precisamente hoy, porque quieren que respondas algunas preguntas. Y en el caso de que tus respuestas sean afirmativas, te proclamarían oficialmente candidato a la Alcaldía de esta, tu ciudad. Pero antes debo oír con tu propia voz que estás dispuesto a aceptar, con todos los sacrificios que conlleva trabajar para esta gente y esta ciudad. Y pedirte también que no olvides a quienes hemos estado a tu lado, contando contigo, en fin, ya sabes, en este despacho. ¿Qué nos respondes?

― ¿Debo dar una respuesta inmediata?, ¿No puedo pensarlo un día, aunque sólo sea, ni hablarlo con mi familia?

― A ver, Baltasar. Hay trenes a los que debes subirte sin pensarlo, porque es muy difícil que vuelvan. Tú verás lo que decides.

Baltasar hace una llamada telefónica y en cuanto cuelga le responde a quien aún es su jefe:

― Acepto ser el candidato.

― Entonces, tienes mi enhorabuena, jefe.

 

Fin.

 

 

 

 

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