GUSI

Por Pili Sánchez

Mi nombre es Gusi, soy un lindo gatito blanco con un ojo azul y otro amarillo o quizás verde, según la luz con la que se me mire. Ya soy un gato mayor, y en estas últimas semanas me han detectado dos linfomas y me han dado menos de dos meses de vida. Ha llegado mi hora. Mi dueña se llama Pili, a la que adoro. Ella se niega rotundamente a dejarme ir, así que me ha sometido a un tratamiento de quimio, en el que se me va a alargar la vida sólo un año o año y medio más, si respondo positivamente, pues solo tengo un cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien. Yo me siento mejor desde que me están pinchando.

Fui abandonado en un refugio para gatos en Inca —Mallorca—, por los familiares de mi queridísima dueña de entonces cuando ésta falleció. Recuerdo a aquella ancianita que me colmaba de mimos y atenciones, veíamos juntos las telenovelas de las tardes y mientras yo me acurrucaba en su regazo, ella me acariciaba mi denso pelaje durante horas.

Cuando ella se fue nadie se quiso quedar conmigo, y fui a parar a aquel refugio, donde pasé varios años, durante los cuales tuve que aprender a defenderme de aquellas fieras, sin uñas, pero con dientes. Por razones que nunca se sabrán, pero que se pueden suponer con facilidad, fui operado siendo aún un cachorro y me quitaron las uñas de mis patitas delanteras. Quedé completamente indefenso ante otros felinos, con la imposibilidad de poder trepar, cazar o jugar con algunos juguetes. Menos mal que hoy en día esto está prohibidísimo, pues es algo bastante traumático.

Pasé mi vida de cachorro con aquella viejecita que me tenía en una nube de algodón, y de repente caí directamente al duro suelo. Lo pasé tan mal en aquel sitio que todavía tengo pesadillas y doy pequeños quejidos mientras duermo, y Pili, mi nueva dueña, viene corriendo a ver qué me pasa, me coge y me apapacha, me colma de besos y arrumacos, que yo devuelvo frotando mi cabeza contra ella y moviendo el rabo. Durante varios años estuve en aquel sitio, junto a muchos otros gatos que también habían sido abandonados o perdidos, con una diferencia, ellos sí tenían sus uñas. Todos los días venían algunos humanos que nos cuidaban, nos alimentaban, nos limpiaban y demás, y nos daban cariño acariciándonos. Yo pasaba mis días con el deseo y la esperanza de que alguien viniese me llevase consigo y me diese un bonito y confortable hogar. Pero siempre se llevaban a los más jóvenes, los más cachorros y bebés, por mucho que hiciera alarde de mis encantos cuando venía alguien. Porque, aunque era un gato ya adulto, tengo una belleza exótica. ¡Soy muy guapo, para qué nos vamos a engañar!

Un día apareció por la puerta Pili, enseguida fui a rondarle, frotándome por sus piernas. Ella se quedó encantada y maravillada al verme, quiso cogerme, pero no se atrevió. Entonces se sentó en una silla y me llamó, yo acudí y sin pensármelo dos veces me subí en su regazo y empezó a acariciarme. Se enamoró de mí. Me decía cosas, yo no entendía nada de lo que decía, pero me gustaba. Y entonces, dijo:

—¡Es para mí! Lo quiero, no puedo dejarlo aquí. Me lo llevo a Valencia.

Se fue y al día siguiente volvió con un transportín y me llevaron al veterinario. Me puse tan nervioso y asustado que me lo hice todo encima. Me pusieron las vacunas, un chip, y me sacó un pasaporte para poder entrar en la península, y a partir de ese momento Pili se convirtió en mi mami. Me compró un billete de avión, pero para llevarme con ella en la cabina el transportín debía tener unas medidas específicas y conmigo dentro no pesar más de ocho kilos. Me pesaron y pesaba seis kilos. Con Pili he llegado a pesar ocho kilos, y es que me alimenta muy bien, y además los gatos de mi raza somos corpulentos, vamos, que soy un gato grande.

Yo estoy encantado con mi Pili. Por las noches me acurruco en el hueco que hay entre su barriga y sus piernas y ahí me quedo toda la noche, cuando ella se da la vuelta espero a que se quede quieta y me vuelvo a colocar, siempre pegadito a ella. Y allá donde va, voy yo detrás.

Un año después de mi llegada a mi nuevo hogar, llegó Luz, una preciosa gatita parda con los ojos verde esmeralda, para quedarse con nosotros. Yo me enfadé muchísimo, pensé que me iba a quitar mi sitio y el cariño de Pili, y la atacaba, le tiraba a morder y le bufaba cuando la veía. Pero se me pasó. Hoy somos compañeros y nos damos amor, jugamos al escondite o a perseguirnos, y otras veces nos peleamos, pero nos queremos. Y el año pasado llegó un bebé siamés de tres meses. A este sí que no lo aguanto, es un demonio y me tiene frito. Se llama Leo, en honor a un personaje de una biografía que se estaba leyendo Pili en el momento de su llegada.

Cinco años después, sigo pegado a mi Pili, tenemos una conexión muy fuerte, la he visto reír, y llorar, esto último muchas veces y yo no sé qué hacerle, a veces me pongo simplemente a su lado, para que sienta mi presencia, que estoy ahí con ella. Otras veces la muerdo en el brazo, o en la manga y tiro de ella para llevármela a otro lugar y protegerla. Pero ella no lo entiende y se resiste, al final se enfada, se levanta del sofá y se va, ignorándome por completo. Luz se pone al otro lado de ella cuando la ve triste, Luz no la muerde, solo se pone a su lado, o le reclama caricias y atención frotándole la cabeza en su pierna, para de esa manera distraerla.

Y bueno, hace unas cuantas semanas me empecé a sentir muy mal, dejé de comer, de acicalarme, de dormir, y dejé también de dormir con Pili, ella se alarmó y me metió en el transportín y me llevó al odioso veterinario, y allí me quedé dos días con sus noches. Me durmieron y me hicieron de todo, y me desperté dentro de una jaula, con dos goteros y dos máquinas, con las que creo que me administraban la medicación. Estoy seguro de que Pili se fue a casa y lloraría desconsoladamente por no tenerme con ella. Una de las veces que vino a verme, la muy loca se metió en la jaula conmigo. A mí me habían puesto un comedero con comida húmeda, para a ver si comía. Ella empezó a meterme los trocitos de carne en la boca y yo los iba masticando y tragando, porque Pili me decía que tenía que comer, porque de lo contrario me iban a meter una sonda por el cuello. –¡Oh no, eso no! – Ya me habían hecho bastantes chichinas, pinchándome por todas partes, me habían afeitado la barriga entera, parte del cuello y las dos patas, una de las patas la tenía con un vendaje por donde salía un tubo enganchado a una aguja clavada en mi pata.

Dos días después de darme el alta, nos mandaron a un hospital de especialidades veterinarias, que está en un polígono industrial fuera de la ciudad. Fuimos al departamento de oncología. Yo, desde el trasportín, veía las lágrimas de mi Pili, y tras una larga deliberación con el oncólogo, me miró y me dijo:

–¡Vas a vivir un año más! Y me dicen que no vas a tener efectos secundarios–. Acto seguido, el oncólogo me cogió y me llevó con él.

Me clavaron una aguja muy larga en una de mis patas peladas. Grité a todo pulmón todo lo que pude y más —seguro que hasta Pili me oyó— pero me sujetaron entre varios y no tuve posibilidad de escape. Esa tarde cuando llegamos a casa, me quedé al fin dormido, dormí lo que no había dormido en muchos días. Ya llevo tres semanas de quimio, cada semana Pili me coloca con el transportín en su andador, cogemos un taxi y nos vamos al polígono de Paterna para que me claven esa aguja, y volvemos a casa. Me siento mucho mejor, como, —pues ya se encarga Pili de que coma, me persigue con el comedero en la mano. Hasta me trae la comida a la cama, y si es necesario me la mete en la boca—, también me acicalo para estar tan guapo como siempre, duermo a pata suelta, y ya llevo varios días durmiendo por las noches con mi Pili.

Dentro de un año, puede ser que más, o puede ser que menos, yo me tengo que ir. Para mí es algo natural, pues yo vivo el momento, lo de ayer ni me acuerdo y el mañana lo desconozco. Los animales lo vivimos como un estado que hay que pasar y no nos cuestionamos nada, pero para los humanos es algo trágico y muy doloroso. Así que, si respondo bien al tratamiento, sin sufrir, —bueno eso de no sufrir con tantos pinchazos más la asquerosa pastilla que cada noche me mete Pili en la boca… ¡no sé yo, eh! —.

Pili tiene un año para salir de su negación y aceptar lo inevitable, que mi paso por la vida ha llegado a su fin, ella tiene que pensar que he sido muy feliz a su lado. He vivido como un Rey con ella.

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Pilar

    Me gusta mucho el relato, lo describe tan bien. Que hace que Gusi » el gato» parece que lo tenga yo al lado. Se nota , que es pura sensibilidad y admiración hacia los animales. Un saludo

  2. Pili Sánchez

    Gusi falleció el 28 de diciembre de 2022. Sólo vivió tres meses desde su diagnóstico.

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