JUEGOS DEL DESTINO

Por Mercedes Navazo

Después de años sumida en la amargura y la desolación, Claudia había decidido iniciar una nueva vida. Recordaba con todo detalle aquella madrugada en la que presa del insomnio, trataba de  soñar despierta para conjurar el reposo que tanto anhelaba. Fue entonces cuando en un inusual arrebato de ánimo comenzó a imaginar su felicidad. Se sorprendió, pues los pensamientos que solían acudir a su mente siempre terminaban vinculados con la muerte. Eran incontables las veces en las que el suicidio se le presentaba como la puerta redentora por la que escapar de aquella existencia llena de dolor y tristeza desde aquel momento en que tras varios días en coma, tendida y magullada en la cama de un de hospital, despertó a una consciencia cargada de tragedia. Recordaba que con motivo de las vacaciones navideñas, su padre había decidido visitar a un hermano que vivía en el pueblo, una pequeña localidad entre montañas, al que no veía desde hacía tiempo. A pesar de las deplorables condiciones meteorológicas que auguraban los medios de comunicación su padre decía ilusionado: -“Iremos todos, ¡Veréis que maravilla. Esta será una auténtica Navidad!”-, y embarcó a toda la familia rumbo al Pirineo. Cuando partieron el frio era insoportable, pero una vez en el coche con la calefacción a tope, los acompañantes cubiertos con mantas  y la emoción del viaje, olvidaron todo lo demás. En el tramo final, después de bastantes kilómetros recorridos, el trayecto continuaba por caminos intrincados y angostos, el cielo se tornó cubierto y la niebla envolvió el paisaje como ocultándolo detrás de un ligero visillo. De repente comenzó a nevar, el limpiaparabrisas apenas podía retirar los abundantes copos que cubrían todo dejándolo como un folio en blanco donde alguien debiera escribir el siguiente renglón. En el interior del automóvil la animada conversación cedió paso a un tenso silencio; luego ensordecedores cruces de reproches entre los padres; en la parte trasera, las miradas de desconcierto de Claudia y su hermana se encontraron; y finalmente, la sensación de flotar y la muda oscuridad. Permaneció una larga temporada ingresada hasta su total restablecimiento físico, sin embargo se negaba a aceptar la pérdida de su familia y no cesaba de preguntarse si aquello era un castigo o una prueba al que ese Dios que conocía desde pequeña la estaba exponiendo. Fuera lo que fuese prefería rendirse, pero era tan cobarde que el miedo frenaba la ejecución de sus deseos y su existencia transcurría esperando impaciente que algún ser piadoso se compadeciese y la condujese junto a los suyos. El tratamiento psicológico al que estuvo sometida durante una época no le produjo ninguna mejoría, se había encerrado en una celda de la que solo ella poseía la llave para escapar, por lo que la administración de fármacos fue el único remedio para reducir los estados de angustia, ansiedad y la eterna vigilia que la impedía conseguir el descanso. No tardó pues en dejar de asistir a las sesiones de terapia para ampararse exclusivamente en los efectos de las pastillas. Su existencia era un auténtico caos, a falta del último curso para concluir su carrera en la universidad había abandonado los estudios y se sentía incapaz de concentrarse en una actividad. No obstante, era consciente de que clamar de continuo a la muerte no aceleraba su marcha y tenía que hacer algo para cubrir sus necesidades, con la herencia recibida de sus padres no se mantendría indefinidamente, era preciso que encontrase un trabajo, no como plan de futuro, sino para subsistir el día a día, aunque sus inseguridades y una autoestima degradada le llevaban a cuestionarse qué podría aportar alguien como ella: con estudios básicos, conocimientos obsoletos, físicamente descuidada e introvertida ya que después del prolongado letargo, tratar con gente le suponía un gran esfuerzo. Concluía exasperada que se había convertido en un desecho inservible para la sociedad. Pero aquel amanecer Claudia parecía haber encontrado un pequeño farolillo que gradualmente diluía su habitual pesimismo abriéndole paso entre la opacidad. De pronto se  vio caminando en la calle, hacía sol y llevaba un vestido rojo, las personas que circulaban en torno suyo pertenecían al presente, alguien en la acera de enfrente le saludaba y ella respondía con una sonrisa. Se sentía calmada, liviana, deseaba prolongar aquella arrinconada sensación de bienestar, así que apretó los ojos con fuerza mientras apremiaba a su imaginación a continuar con aquellas fantasías que, de forma inconsciente, le hicieron sucumbir a un dulce sueño. Se despertó aturdida y desorientada, se sentó en la cama y miró a su alrededor para ubicarse. La luz mortecina que se filtraba por las rendijas de la persiana le hizo reconocer su habitación, su situación, su desdicha, y las lágrimas volvieron a anegar sus ojos aunque en esta ocasión el llanto fue breve, el farolillo que una noche le había ayudado a vislumbrar el camino actuó de nuevo y levantándose con ímpetu abrió la ventana y permitió que el aire renovase la atmósfera enrarecida de la estancia. A partir de entonces trató de moldear un nuevo horizonte. No le resultó fácil afrontar la lucha entre los momentos de valentía y los de desánimo pero a medida que los proyectos se ampliaban notaba atisbos de ilusión y confianza. Su primer objetivo fue cambiar de localidad, – “Creo que debo pensar en una ciudad donde establecerme, no sé, la más diferente a esta en la que he pasado casi toda mi vida, donde la claridad ilumine los días, el cielo se muestre sereno y la suavidad del ambiente arrope la frialdad. ¡Ah y con mar! para que su murmullo me arrulle y mi piel se impregne con su olor”- se decía Claudia, y continuaba construyendo su porvenir. – “Otra cosa, conseguir un trabajo, lo que sea, no puedo andarme con exigencias, ni siquiera tengo experiencia. Bueno diré que estoy muy interesada y que me voy a esforzar al máximo”- Así, entre búsquedas online, pilas de diarios, llamadas telefónicas y algún viaje, iban sucediéndose los días mientras tejía aquel entramado que podría constituir la vía para huir del infierno. Después de cientos de currículos enviados, varias entrevistas y muchas decepciones consiguió trabajo en un centro comercial recién estrenado de la costa. El tema del alojamiento lo solucionó sin demora. El lugar reunía las características que procuraba aunque nunca pensó que terminaría instalándose a tanta distancia de su ciudad natal. Enseguida preparó el equipaje, quería iniciar una vida propia despojada de los recuerdos que durante largo tiempo habían sido su única compañía: reminiscencias de la infancia, la familia, la inocencia, y también el dolor, la tristeza y la soledad. Una radiante mañana de mayo portando tan solo una maleta y una mochila con algo de comida, Claudia temblorosa, cerraba la puerta de su casa. Arrancó el coche y al salir del garaje sintió que la luz la fortalecía. A medida que el automóvil avanzaba por la carretera mayor era el sosiego que la cautivaba y extrañada, descubrió por el retrovisor un rostro relajado de mirada tranquila y mentón distendido que admirada reconoció como suyo. Una vez se hubo establecido no dejaba de entusiasmarse con todo cuanto veía, le encantó la localidad, el clima, el paisaje, el que a partir de ahora sería su hogar…, hasta su labor como reponedora en el super le entretenía, aunque al final de la jornada arrastrase un agudo dolor de espalda. Entre el trajín del traslado y tantas  novedades los días se sucedían veloces. Semanas después, Julia una compañera con la que había congeniado especialmente, le comentó que un grupo de amigos, algunos también empleados de allí, habían preparado una fiesta de cumpleaños para Candela, una de las cajeras, y le animaba a que se uniese y saliera con ellos. Claudia, de inmediato rechazó la invitación, hacía tanto que no acudía a ese tipo de eventos que estaba convencida de que no sabría comportarse, que incluso haría el ridículo, en definitiva que se sentiría fatal. Los compañeros trataban de convencerla con relatos de anécdotas de otras celebraciones en las se habían divertido a rabiar; Julia por su parte,  valiéndose de la creciente complicidad entre ambas la aseguraba su compañía para que no se sintiese sola. El sábado por la mañana a falta de unas horas para la celebración, Claudia se despertó poseída por un sorprendente entusiasmo que la empujó a llamar a su amiga y comunicarle que finalmente había decidido ir. El resto del tiempo fue frenético, las dos chicas, como adolescentes, se preparaban en casa de Julia e imaginaban acontecimientos. Todo resultó genial: la cena exquisita, el ambiente agradable, la gente cercana, música de la tierra, Candela radiante y la alegría rebosante. Era de madrugada cuando agotados de tanta conversación y risas acabó la velada entre abrazos cariñosos y efusivas despedidas antes de que los asistentes se dispersasen tomando diferentes direcciones. Julia debía desplazarse hasta su casa lejos del centro, pero se empañaba en acompañarla, al igual que otros invitados, dispuestos a llevarla hasta su domicilio, sin embargo, Claudia respondía agradecida que no era necesario y que prefería ir dando un paseo. Mientras caminaba reproducía imágenes de la fiesta, Julia había cumplido su promesa y no hubo un solo momento en que la hubiese dejado sola, -“¡es una suerte haber encontrado una amiga así!”-, pensaba Claudia sintiéndose afortunada a la vez que dichosa y entonces, advirtió que su cabeza había relegado a un segundo plano los recuerdos amargos de los que había estado cautiva y experimentó una extraña pero placentera sensación de libertad. Apenas le quedaban unos metros para llegar a casa cuando de entre las sombras surgió un bulto oscuro que se abalanzó sobre ella. No tuvo tiempo de reaccionar, simplemente notó una punzada de dolor seguida de un escalofrío, como las que solía sufrir durante aquella época, pero en esta ocasión no fue en el alma, sino en el costado. Cayó al suelo y permaneció tendida entretanto la sangre brotaba de su cuerpo y resbalaba al pavimento formando un charco viscoso. Con los ojos abiertos y la mirada fija en el firmamento observaba la proyección de situaciones que formaban parte de su pasado y después, confusión tras la cual se abría una claridad cegadora donde de forma etérea adivinaba la presencia de sus seres ausentes. La fatalidad se entrometía otra vez en la vida de Claudia impidiéndole la felicidad, como si en el juego contra el destino el resultado perdedor fuese invariable. Al día siguiente, el diario local informaba en la sección de sucesos del hallazgo en mitad de la calle por unos vecinos que se dirigían temprano al trabajo, de un cadáver con una profunda  herida de arma blanca que seguramente le habría causado la muerte. Los investigadores asignados al caso aún desconocían la identidad de la mujer asesinada y no descartaban que se tratase de otro caso más de violencia de género.

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