JULIA – Virginia Rodríguez Ortiz

Por Virginia Rodríguez Ortiz

Julia se removió en la cama, notaba un ligero aroma a humo. Incapaz de distinguir si ese olor estaba dentro de su sueño o en la habitación, se despertó sobresaltada. Al momento recordó que, en aquella época del año, se quemaban rastrojos y malas hierbas a primera hora de la mañana y ese pensamiento la calmó un poco. ¿Qué hora era? ¿no era demasiado pronto para eso? Volvió a inspirar y empezó a toser. ¡El humo estaba dentro de su habitación! Somnolienta, se giró hacia la puerta y vio cómo por debajo se filtraba un resplandor naranja y un humo que cada vez se hacía más denso. Cuando sus ojos se hicieron a la oscuridad, se dio cuenta de que la habitación estaba llena de humo. Se incorporó de un salto, comenzó a hiperventilar y el oxígeno se le acabó.

Lo siguiente que recordaba Julia, era que una figura salida de la nada, ataviada como un extraterrestre y que hacía un sonido extraño, la cogía en brazos y la sacaba de su acogedora cama. Julia no podía más que pensar en que quería volver a estar debajo de aquellas calentitas mantas. Que la dejaran en paz. Recobró el conocimiento dentro de una unidad móvil, tosiendo y con los ojos llorosos. Ni se había dado cuenta de que había vuelto a dormirse, o eso pensaba ella. En su campo de visión entró una persona sonriendo que le tendía un vaso de agua. Ella, al ver el vaso se lanzó hacia él y se lo bebió sin pestañear. Miró a esa persona que le sonreía y por fin pudo articular palabra.

—¿Qué… qué ha pasado? ¿Dónde estoy?

—Tranquila, no pasa nada. Me llamo Román y soy paramédico —dijo el otro con una suave voz —. Esto es una unidad móvil del Hospital San Pancracio. ¿Quieres un poco más de agua? No, no, recuéstate, me gustaría que te relajases un rato más y continúes respirando de este oxígeno, has tragado mucho humo.

En ese momento fue cuando Julia se percató de que estaba respirando oxígeno de una máquina. Al verse así se angustió y de los nervios se levantó de golpe. Como la puerta de la unidad estaba abierta, al incorporarse, pudo ver lo que estaba ocurriendo fuera. Se veían dos camiones de bomberos, algunas mangueras lanzando agua hacia la casa y mucho ajetreo de los profesionales que intentaban sofocar el incendio. Una luz resplandeciente iluminaba el edificio, era precioso, casi parecía un decorado, pero es que esas llamas estaban devorando su modo de vida.

Julia había convertido su casa en alojamiento rural cuando conoció a Marcelo y juntos decidieron ser emprendedores. Al ver que todo funcionaba tan bien, decidieron casarse, pues el trabajar unidos esos años no los había separado. Julia no sentía pasión por Marcelo, pero sí le tenía un profundo cariño y era un gran compañero profesional. Eso había sido hasta la tarde anterior, la tarde anterior… algo había pasado… no lograba recordar…

Por el rostro de Julia comenzaron a resbalar lágrimas sin que pudiera remediarlo. Presenciar cómo su vida era pasto de las llamas la estaba mortificando. De pronto le vino una idea a la cabeza, ¿y si todo era culpa suya? ¿y si era ella la que había incendiado la casa? El terror se dibujó en su rostro y tomó una determinación. En un descuido del paramédico, saltó de la ambulancia. Percibió que se le iba la cabeza, pero ya no había vuelta atrás, debía continuar. Se dirigió hacia su coche y subió. En lo único que podía pensar era en escapar, escapar de allí, alejarse para poder pensar, para poder recordar. Dentro del coche, miró por el retrovisor y al ver que el simpático paramédico no la buscaba, cogió las llaves que solía dejar en la guantera y salió de allí sin mirar atrás. Condujo. Condujo. Y condujo…

El tiempo se desvaneció mientras conducía. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, Julia llegó a una playa y paró el coche. Entonces comenzó a escuchar un tono de llamada. ¿Era su móvil? Se lo había dejado allí el día anterior, como muchas otras veces. Miró la pantalla y leyó «Marcelo». Sin pensarlo, apagó el aparato y lo introdujo en la guantera. No podía lidiar con eso. Ahora no. Miró al frente y la visión del mar la encandiló. Sabía que estaba en algún lugar de la costa, pero no recordaba haber leído el nombre de la localidad. Decidió salir del coche y el olor a salitre le atizó las fosas nasales. Al notarlo, Julia respiró hondo y su cuerpo, como en un acto reflejo, se destensó. Una ráfaga de viento jugó con su estupenda melena de rizos pelirrojos, creando una cortina delante de su cara. Intentó cogerse el pelo con las manos, sin éxito. Sin pensarlo mucho se encaminó rumbo a la playa.

Era una playa recoleta y surcada de piedras planas que parecía que alguien las hubiese colocado en vertical. Altas y estrechas rocas que salpicaban la arena de forma caprichosa dando la impresión de ser un bosque de piedras. Julia caminó entre ellas maravillada. Llegó a la orilla y contemplo la majestuosidad de ese mar, estaba agitado y repleto de los famosos borreguitos. A un lado se podía percibir un arcoíris muy ancho en el horizonte, el resto del cielo estaba cubierto de nubes densas en tono grisáceo que aportaban a la escena una sensación inquietante a la vez que atrayente. Julia volvió a respirar hondo, intentando atraer para sí todo el aroma a salitre que fuera posible. Poco a poco una sensación de bienestar la estaba inundando y por fin, comenzaba a tranquilizarse. Y eso que no sabía cuál sería su siguiente paso, su próximo destino. Cualquier cosa menos volver allí, no, no lo haría ni por todo el oro del mundo, aunque… tampoco recordaba la razón.

En ese momento notó como una mano se depositaba suavemente en su brazo. Julia se sobresaltó, movió la cabeza y junto a ella vio una señora de unos 70 años que la miraba con unos ojos azules llenos de ternura.

—¿No tienes frío? —le preguntó en un tono suave, como cuando no quieres que un gato se asuste.

Julia no llegó a decir nada pues en ese momento se desmayó.

Durante su duermevela se dio cuenta de que estaba en una habitación que no reconocía, impregnada de un aroma muy agradable, que tampoco le era familiar. Alguna vez escuchó voces. Julia se sentía agotada. En una ocasión, notó que la entrañable mujer de la playa entraba en la habitación, se sentaba a su lado y le instaba a tomar algo que traía en un tazón.

—Querida, he dejado algo de ropa de abrigo de mi hija en esa silla para cuando te sientas mejor. No entiendo cómo alguien puede salir a la calle en camisón con el frío que hace —dijo con su dulce voz mientras le llevaba a la boca una cucharada de un líquido caliente.

La mujer entró varias veces después, pero Julia ni siquiera tenía muy claro que eso fuera real. No supo cuánto tiempo estuvo en ese estado. Un día despertó sintiéndose mejor. Escuchó para ver si se oían ruidos fuera y no notó movimiento. Entonces se levantó y se puso la ropa de la silla. Una vez vestida, se sintió cómoda y calentita, así que se armó de valor y salió de la habitación. A su izquierda había unas escaleras y al bajar por ellas llegó a un gran salón. La mujer estaba allí desayunando y al notar su presencia, levantó la cabeza y exclamó:

—¡Gracias a Dios que ya estás mejor! Ven, niña, ven, debes estar muerta de hambre.

Julia sonrió, ruborizándose. Avanzó hasta la mesa y se sentó junto a ella.

—Me llamo Julia y siento muchísimo haber sido una carga. Muchas gracias por cuidar de mí —dijo con la voz entrecortada.

—Encantada, Julia, me llamo Mariana —saludó la otra sonriendo—Estaba muy preocupada. El médico detectó síntomas de intoxicación pulmonar y no podíamos explicarnos cómo era posible, si te encontré respirando hondo en la playa.

El rostro de Julia no bajó su rubor, pues se acordó de que había escapado de la escena del incendio y se sentía una fugitiva.

—Todo tiene una explicación, pero… —A Julia se le empezó a agitar la respiración con solo recordar lo que había pasado.

—Tranquila querida, tú tómate tu tiempo. Lo importante es que ya estás mejor.

Durante los días siguientes, Julia se dedicaba a pasear por la playa y a dormir. Mariana empezó a inquietarse.

—Julia, ya llevas varios días aquí, me pregunto si no necesitas avisar a alguien.

—La verdad es que no. No tengo familia, y mi marido… tengo la impresión de que a él tampoco le importa mi paradero.

—Pero sería mejor avisarle, ¿no?

—Por favor, espera un poco, necesito… necesito…

Y entonces Julia le explicó que tenía un hotel rural a medias con su marido en un pueblo a unas horas de allí, que acabó incendiándose con ella dentro.

—El caso es que no sé cómo se inició el fuego ni qué ocurrió. Me estoy volviendo loca intentando recordar y mi mente no responde —Seguía explicando Julia, angustiada.

Aunque no le apetecía contar a otra persona todo lo sucedido, accedió a visitar al doctor por petición de Mariana. De su consulta salió sabiendo que había sufrido un shock y que necesitaba centrar su atención en otras cosas para relajar la mente y poder recordar qué se lo había producido.

Mariana le ofreció alojamiento hasta que eso ocurriera, pero Julia sentía que se estaba aprovechando de ella.

—A mí no me importa que te quedes, pero te aburrirás sin hacer nada todo el día. —Entonces a Mariana se le ocurrió una idea. —Vamos a ir a conocer a mi hija, a ver si necesita ayuda. ¿Te gusta la pastelería?

—Sí, en mi negocio solía encargarme de los postres —dijo Julia sin mucho énfasis pues no quería seguir siendo una molestia.

Rosalía, la hija de Mariana, era una afamada pastelera que tenía su local cerca de la casa de su madre. Cuando Julia y Mariana entraron en la pastelería, Rosalía salió rauda de detrás del mostrador para abrazarse a su madre. Julia no pudo más que sentir envidia de ellas pues había perdido la suya cuando era aún muy pequeña y esa figura le faltó en momentos decisivos.

Cuando se separaron, Mariana hizo las presentaciones.

—Rosalía, te presento a Julia, que está pasando unos días en mi casa.

Rosalía miró a su madre con cara de: ya la has armado de nuevo.

—Encantada, Julia. Perdona a mi madre, le gusta cuidar de la gente. Si debes irte, no esperes una invitación, eres libre, ¿eh? —dijo entre risas.

—¡No, qué va! En todo caso soy yo la responsable de que me tenga en su casa —contestó Julia, algo ruborizada.

—¡Mira que eres! —dijo Mariana, mirando divertida a su hija— venimos a probar uno de tus brownies y un café.

—¡Marchando!

Una vez que las hubo servido, Rosalía se sentó con ellas.

—Y ahora, mamá, ¿me vas a contar qué tramas?

—¡Qué bien me conoces! —dijo Mariana, riéndose.

Entonces le contó la historia de Julia y la idea que había tenido. Mientras Mariana hablaba, Julia dio cuenta del brownie para que no se le notase lo incómoda que se sentía con esa situación. El pastel estaba delicioso y al mirar a su alrededor vio que esa pastelería estaba decorada con mucho gusto.

El suelo era de madera y lo había escuchado crujir bajo sus pies al entrar. Las mesas y las sillas eran de hierro forjado como sacadas de una pâtisserie francesa. Todas las mesas estaban montadas con un mantel de hilo de diferente color y un pequeño jarrón con flores frescas. A Julia le pareció un lugar delicioso para refugiarse una temporada.

Al volver a la conversación de Mariana y Rosalía, se dio cuenta de que ambas estaban observándola.

—Parece que te gusta mi pastelería —dijo Rosalía divertida.

—Sí, me encanta la atmósfera que has creado aquí —dijo Julia, algo cohibida.

—Mi madre dice que necesitas un trabajo temporalmente. —Julia asintió con la cabeza sin dejar de mirarla—. Pues estás de suerte porque mi ayudante necesita irse unos días y estaba buscando a alguien. ¿Te interesa?

—Me harías un gran favor, la verdad. Gracias.

Ya habían pasado tres semanas desde aquel día y parecía que Julia llevaba allí toda la vida. Se conocía la clientela y sus gustos. Lo que no iba tan bien era su memoria. Julia seguía sin averiguar por qué había tenido la necesidad de huir, o por qué pensaba que el incendio había sido culpa suya.

Un día se despistó con algo que tenía en el horno y se quemó. Empezó a salir un humo muy denso y los detectores comenzaron a pitar. Cuando Julia se dio la vuelta para ver qué ocurría, vio el humo y se quedó paralizada. Así estaba cuando Rosalía entró en la cocina.

—¡Julia, Julia, apaga el horno! Yo quitaré este espantoso sonido. —Pero Julia no se movía. —¡Julia! —volvió a chillar. Fue hasta ella y la zarandeó.

Entonces, Julia parpadeó como si despertara de una ensoñación. Rosalía la dejó, se volvió hacia el horno humeante, lo apagó y abrió la puerta para que saliese todo el humo.

—¿Qué ha pasado? —preguntaba una confusa Julia.

—Que se estaba quemando algo dentro del horno y no has reaccionado. ¿Estás bien?

—Sí, creo que sí.

Rosalía llenó un vaso de agua y se lo dio a beber.

—Salgamos de aquí, que esto está muy viciado.

Salieron a la calle a inspirar aire puro y Julia comenzó respirar algo alterada. En su cabeza se produjo un fogonazo de imágenes. Empezaba a recordar. Su mente le devolvió una escena y se dio cuenta de que no era del incendio de lo que huía, huía de él.

Después de tranquilizar a Rosalía, se fue a dar un paseo para calmarse. Se metió las manos en el bolsillo y allí estaban, las llaves del coche. Nunca se separaba de ellas pues era su única posesión. Continuó andando hasta llegar a la playa del bosque de piedras. Respiró hondo y sus fosas nasales se impregnaron de aquel familiar aroma a salitre. Al relajarse, su mente volvió a traerle la escena:

—Lo siento Julia, pero esto no va bien —Era Marcelo el que hablaba.

—¿El qué?

—Esto entre nosotros —dijo moviendo los brazos entre él y ella.

—No entiendo.

—Me voy. He conocido a alguien, pero no pasa nada, podemos seguir trabajando juntos. Profesionalmente funcionamos bien y eso no quiero cambiarlo.

Al recordar esas palabras, Julia sintió una punzada de dolor en su corazón. Recordó haberse puesto a llorar de forma desconsolada al escuchar el portazo de Marcelo al marcharse. Tenía suerte de que ese día la casa estaba vacía de huéspedes. Julia recordaba haber paseado por las habitaciones. Recordaba haber llegado a la cocina y que algo se apoderó de ella, una necesidad de acabar con todo y la imperiosa decisión de abrir la llave del gas. Recordaba aspirar hondo para terminar rápido. Recordaba notar que se le caían los mocos de la nariz y que había ido a su habitación a por un pañuelo.

Luego… el humo …la luz naranja, el marciano…

¡Había sido ella! Ella había provocado el incendio, estaba segura. Darse cuenta de ello la dejó horrorizada, pero al mismo tiempo aliviada por haber podido recordar. Miró el coche que seguía en el mismo sitio desde aquel día, se armó de valor, entró en él y encendió el móvil. El aparato empezó a pitar como si no hubiera un mañana y todo eran llamadas de su marido. Había llegado el momento. Julia llamó a Marcelo.

—¿Dónde has estado, Julia? ¿por qué no me cogías el teléfono? —le increpó Marcelo nada más descolgar.

—Lo siento —fue lo único que pudo decir.

—Muchas gracias, Julia. Después de tantos años así me lo pagas, cargándote nuestro negocio. No te preocupes por volver, aquí ya no hay nada tuyo. Menos mal que el seguro se ha hecho cargo… porque tengo un amigo, que si no… Ahora bien, no me pidas ni un duro, no pienso darte nada. Hemos terminado. ¿Me entiendes? —Marcelo no paraba de hablar e iba subiendo el tono a medida que se calentaba.

Julia colgó sin decir nada. No necesitaba escuchar más. Si ya estaba todo arreglado, no quería saber nada más de esa persona. De esa vida. Se quedó mirando el móvil en su mano, de un impulso salió del coche y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el mar. Pero el móvil no llegó, acabó chocando contra las rocas y estallando en mil pedazos. Se sintió mucho mejor después de ese gesto. Tendría que ir a recoger los pedazos para no contaminar la playa, pero no le importaba. Se encaminó hacia allí sintiéndose renacida.

FIN

Gracias por leerme, soy Virginia Rodríguez, aunque para autorías literarias me encontrarás bajo el seudónimo de Ginny Bennet.

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Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Eduardo Puchol Garcis

    Me ha gustado muchísimo este relato-drama tu vales sobrina

    1. Virginia R.

      ¡Anda! Que no había visto tu comentario! Qué ilusión. Muchas gracias :*)

  2. Ana Isabel Iragorri Ortiz

    Me ha gustado mucho tu relato, una historia muy real . Nadie sabemos que reacción podemos tener cuando sentimos que nuestra vida se destruye en mil pedazos.

    1. Virginia R.

      No me había dado cuenta de que habías comentado. Qué ilusión. Muchas gracias :*)

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