KIMANA – Mª Rosa Ortega Rodríguez

Por Mª Rosa Ortega Rodríguezz

La luna parecía estar más cerca, más grande y brillante, junto a ella dos estrellas más en línea. “No te lances, Kimana”, parecían decirle. Sus pies rozaban el borde áspero del acantilado que asomaba al mar, el deseo de lanzarse al vacío llenaba su mente. Sentía la humedad del mar en su piel, su olor salado y el rugir de las olas contra las rocas le aceleraba el corazón.
Sintió un brazo que le rodeaba la cintura y la atraía hacia atrás. Era su compañero Aros.
─ ¿Qué haces aquí?, le preguntó
─ Déjame en paz- respondió Kimana
─ Tus hijos te esperan para comer
─ Les dejé tres conejos desollados, son ya mayores, es hora que aprendan a valerse por sí mismos. Dentro de algunas lunas, nosotros no estaremos y tendrán que enfrentarse a los peligros de la vida, Kimana sentenció.
Se giró sobre sí misma, la cabeza le ardía y las manos eran dos trozos de hielo. Caminó hacia la cueva pues estaba anocheciendo. Aros la siguió en silencio.
Kimana estaba a punto de cumplir cuarenta años y eso era una hazaña en sí misma, teniendo en cuenta que en su clan era la más anciana y por tanto la más sabia. Era la menor de siete hermanas, como las siete estrellas que contemplaba desde la cueva de su niñez.
Creció en un clan donde abundaban las mujeres y éstas habían alcanzado un adiestramiento notable en la caza y la recolección de alimentos.
El día que logró cazar su primera presa, sintió esa mezcla de placer y orgullo que nos invade cuando logramos aprender una destreza. El arco era imprescindible para alimentarse y defenderse. Un encuentro desafortunado con cualquier animal salvaje o miembro de otra tribu hostil acabaría con su vida.
Cayeron piedras blancas del cielo cuando su padre murió. Su madre ofició la ceremonia de enterramiento, que duró varios días. Fue enterrado con su bifaz de obsidiana y el hacha de sílex, al fondo de la cueva, donde habitan los espíritus protectores del clan; Kimana desenterraría los restos años después, para apropiarse del bifaz. Si su madre la hubiera descubierto, jamás la habría perdonado. Pero tenía la mala costumbre de conseguir casi siempre aquello que deseaba.
Ella le enseñó el poder de las hierbas del bosque, entrar dentro de los animales y curar a los miembros del clan, entre otras enseñanzas. Cuando murió, Kimana ya era toda una mujer.
─ Mamá cuéntanos otra vez la historia del jaguar- le dijeron dulcemente Makta y Noa, sus hijas de siete y nueve años.
─ Bueno hijas, érase una vez un jaguar hembra que creció sola porque sus padres fueron asesinados por las tribus del norte. Un día que paseaba por el bosque se encontró por azar a una niña recién nacida, la leyenda cuenta que la cuidó y que cuando murió su espíritu siguió viviendo dentro de la niña, después de morir. Algunos dicen que en las noches de luna llena han visto a la muchacha jaguar corriendo por el bosque y aullando libre-
– ¿Pero mami, si viene aquí le daremos refugio verdad? –
– Claro Makta, bueno, dormid ahora, mañana subiremos a la cima a recoger frutos rojos, ¡ya están maduros! –
-Muy bien, pero avísame si aparece la chica jaguar-, dijo Noa.
– Está bien, vamos a dormir-.
AROS
La madre de Aros tardó un día completo en parirlo y luego murió desangrada.
Kimana y él crecieron juntos hasta que se hizo lo suficientemente mayor como para querer ser su compañero y el padre de sus hijos.
Su relación fue complicada desde que inició. La diferencia de edad pesaba sobre Kimana que pensaba que cuando muriera lo dejaría solo con las criaturas y no podría valerse por sí mismos sin tener a nadie que le curara las heridas. Pero era el hombre más tenaz sobre la faz de la tierra. Era de noble corazón, valiente y muy fuerte. Todas las muchachas jóvenes hubieran querido aparearse con él, sin embargo, eligió a Kimana. Sentía por ella admiración que luego se convirtió en deseo y pasión, para dar paso al amor más puro que se hubiera conocido. Pero esa pasión provocaba peleas, llantos, distanciamiento que podían durar semanas, pasando por la cueva sin hablarse, ni siquiera mirarse. Pero era el compañero de su vida.
Aros pensaba lo ocurrido esa noche con Kimana. Sus reacciones eran misteriosas a veces, tanto como ella. En ocasiones intentaba descifrarla, sin éxito. Kimana era un pozo insondable.
A veces la encontraba recogiendo minerales que extraía de la montaña de colores imposibles.
Siempre dormía con una piedra violeta a su lado pues decía que la protegía mientras dormía.
Esa mañana Kimana se despertó sobresaltada. Esta vez la pesadilla había sido muy real. Sus sueños solían ser premonitorios y a menudo presagiaban sucesos que estaban por ocurrir, tanto suyos como de algún miembro del clan.
Cuando salió de la cueva encontró a un grupo de mujeres que la esperaban.
─ Kimana venimos a pedirte ayuda
¿Qué puedo hacer por vosotras?
─ Los cazadores llegaron ayer de nuevo con las manos vacías; no encuentran animales que cazar y los niños están hambrientos, ya llevan dos días sin comer.
─ Tendremos que pedir al Gran espíritu que nos envíe ayuda, contestó Kimana.
Al alba salió hacia el bosque para meditar y buscar una solución. Cuando se sentó bajo el gran ombú, un grupo de mariposas blancas revolotearon por encima de su cabeza, haciéndola olvidar sus preocupaciones por un momento. Se recostó sobre la hierba húmeda y recordó como la vida resultaba tan simple cuando era una niña y se fue complicando a medida que crecía.
Sobre sus hombros había recaído la responsabilidad de ser la consejera espiritual del clan y ello conllevaba mucha presión, pues debía cruzar tantos obstáculos que a veces el aire no le llegaba al ombligo. Su abuela le dijo de pequeña: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” y así era, vaya que sí.
Sus dones pasaban por combinar una gran inteligencia con una portentosa intuición, el estudio de los poderes curativos de las plantas, así como de ciertos hongos y el conocimiento de ayudar a las mujeres a parir y a vivir… entre otros dones más sutiles. Sin embargo, el problema al que se enfrentaban les quedaba a todos grande.
Aros apareció nervioso e impaciente.
─ ¿Qué vas a hacer? No quedan animales, vamos a morir todos.
─ Tranquilízate Aros, solo hay que mantener la calma para pensar qué debemos hacer. Las nieves han retrocedido muchos pasos, debemos pensar en mover el campamento hacia las tierras altas.
─ Pero, ¿estás loca?, mover el campamento significa adentrarnos en un territorio desconocido, con peligros que ni imaginamos.
─ No estoy loca, estoy convencida que es la única salida que tenemos si queremos sobrevivir. Ahora ayúdame a recoger estas bayas, servirán de alimento mientras encontramos animales. Luego iré a la casa de las abejas a recoger miel.
Kimana era la única que podía adentrarse en el hogar de las abejas y salir viva de allí. Se recogía el pelo, les cantaba y con movimientos lentos recogía el dulce néctar que ayudaba a sobrevivir al clan cuando la caza escaseaba. Los niños la dibujaron en el interior de la cueva realizando lo que para ellos era la mayor odisea que cualquier miembro de la tribu podía realizar.
Makta y Noa fueron a recibirla de su hazaña con los brazos abiertos para agarrarse a sus piernas mientras pedían miel a gritos. Aros y Kasakir, su primogénito, estaban en el interior de la cueva preparando el fuego pues el sol estaba por ocultarse.
─ La luna tiene hoy un círculo rojo alrededor, presagia problemas-, pensó Kimana.
─ Mañana al alba reúne al clan Aros, tengo que comunicarles mi plan-
Está bien, después de todo, tú eres la consejera del gran jefe Malak, nunca decide nada sin tu visto bueno, respondió Aros.
Al día siguiente, Kimana se despertó con la certeza de que su plan sería bienvenido por el clan.
Cuando entró en la gran cueva, todos la esperaban ansiosos. Al entrar se hizo un silencio sepulcral.
─ Y bien, Kimana, explícanos en qué consiste la solución a nuestros problemas-, dijo Malak.
─ Estoy convencida que más allá del río se encuentran tierras más fértiles, con árboles frutales y abundante caza. Lo he visto en mis sueños.
La gente comenzó a murmurar en bajo, si se equivoca nos llevará a una muerte segura, no podemos confiar en ella.
─ Bien, necesitamos una prueba de lo que afirmas haber visto en sueños, irás con Aros a explorar aquellas tierras, mientras tanto no nos moveremos de nuestro territorio.
─ Pero gran jefe, tardaremos demasiado tiempo, ¿cómo vais a sobrevivir mientras tanto?, creo que deberíamos ir todos juntos, así nos protegeremos unos a otros- respondió segura Kimana.
─ Si el gran espíritu quiere que ese sea nuestro destino, que así sea- afirmó Malak.
─ Espero reconsideres tu postura Malak, duerme y mañana si sigues pensando igual partiremos, sugirió Kimana.
Malak se retiró con su mujer e hijos. La noche era más fría de lo normal. En la vigilia del sueño, vio un lobo blanco entrar en la cueva y acurrucarse a su lado, debéis partir, le dijo mentalmente.
Se despertó sin saber si aquel lobo fue real o producto de su imaginación. Se enfrentaba a un gran dilema, y si se equivocaba arrastraría a todo el pueblo a una muerte segura. Sin embargo, si estaba en lo cierto significaría continuar viviendo.
Su mujer le dijo: Déjate guiar por tu cabeza, pero no olvides el corazón.
Kimana se acercó a la cueva con paso firme esperando una respuesta afirmativa, cuando entró un perfume a jazmín inundó el lugar. Sin duda, la gran Diosa inspiró a Malak.
─ Mañana partiremos, dijo Malak
─ No te preocupes, todo saldrá bien. Las estrellas nos servirán de guía.
─ Haz los preparativos para el viaje, avisa a las mujeres que cojan provisiones para varias lunas.
Al alba el clan estaba preparado para emprender la marcha, los niños correteaban y los hombres y mujeres adultos se reunieron debajo del árbol para elevar una plegaria a la gran Diosa. Kimana apareció con el gran búho blanco y su bifaz protector.
─ Oh, gran madre vela por nuestro pueblo, protégenos de los males en el camino, guíanos hasta praderas más fértiles, en ti confiamos, ¡oh gran madre!
Después de elevar la plegaria, iniciaron la marcha. Tras ocho horas caminando, no había rastro de caza alguna. Instalaron el campamento al abrigo de una montaña.
─ Mamá, ¿cuándo llegaremos? Dijo Makta, que sostenía en brazos a Noa.
─ Pronto cariño, solo hay que tener paciencia. Ayúdame a preparar la comida y dile a tu hermano que vaya a por leña con tu padre para hacer fuego, le respondió Kimana.
El segundo día no fue mejor que el primero, no consiguieron ver ningún animal, y así pasaron varios días con sus noches y el grupo empezó a impacientarse. Pensaban que había sido un error seguir los dictados de Kimana, la Diosa los había abandonado a su suerte. El agua empezaba a escasear y los ánimos estaban muy bajos.
─ Si esto continúa así, vamos a morir, le dijo Aros
─ Ten fe, no estamos solos. Sé que estamos cerca, ahora no me puedes fallar. Tengo un plan: Necesito te adelantes al resto, te mandaré mi búho para que te guíe. Haz una señal con el bifaz de obsidiana en el trozo de cuero que lleva atado y mándamelo cuando veas algo que cazar. Así sabremos que estamos cerca. Todos en la tribu sabían que el bifaz de su padre tenía propiedades mágicas, inexplicables, el portador tendría la suerte de su lado.
Aros no se quedó a dormir junto al resto y pasó días caminando.
Tenían los labios ensangrentados y la piel quemada por el sol y la escasez de agua. La muerte acechaba como un lobo al anochecer.
Cuando todo parecía que no podía empeorar aún más, Malak cayó enfermo con unas extrañas fiebres. Kimana hizo todo lo posible por salvarlo, pero al amanecer expiró su último aliento. El clan sin jefe era muy peligroso, era urgente elegir un nuevo líder. En cambio, había algo más urgente: encontrar algo que cazar o todos morirían.
En el undécimo día desde que partieron, acamparon en una zona boscosa. Kimana pensó que quizás encontraría frutas o miel.
Su espíritu estaba inquieto, no tenía la certeza de otras ocasiones pero aún así fingió tenerla. Ella era el pilar de la tribu ahora que Malak no estaba. Un titubeo por su parte sería interpretado como debilidad y podría ocasionar una rebelión entre ellos.
Esa noche la luna estaba llena de nuevo, sabía que podía aprovechar la energía lunar para sumar potencia a sus rituales. Recogió hierbas y piedras blancas con las que realizó un círculo protector y elevó toda su energía visualizando una gran luz que salía de su interior pidiendo ayuda a todas las fuerzas de este y del otro lado. Cuando volvió junto al resto cayó dormida en un profundo sueño en el que se vio dentro de su amado búho blanco, su compañero inseparable, voló alto y vio a Aros junto a un grupo de mamuts que dormían plácidamente.
La mañana siguiente los niños estaban llorando por el hambre y el cansancio, la moral del clan estaba desapareciendo, Kimana sabía que no quedaba mucho tiempo.
Al bajar un estrecho paso entre dos montañas vieron aparecer el búho de Kimana. Voló hasta su brazo y traía el trozo de cuero con una x marcada con la sangre de Aros.
─ ¡Escuchad! Mi búho ha vuelto, Aros ha encontrado caza, estamos muy cerca.
Las mujeres comenzaron a cantar y una bandada de pájaros revolotearon sobre sus cabezas, bailando al ritmo de las canciones.
Kimana lanzó un suspiro de alivio y comenzó a dar las gracias a la Diosa.
Finalmente, sus plegarias habían sido escuchadas.

 

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