LA DEUDA

Por Sergio Ramos

No lo dudamos ni un momento. Cuando mi primo Joe y yo leímos en el vespertino que se abría el reclutamiento forzoso para ir a la gran guerra que se desarrollaba en la vieja Europa, supimos que nuestro destino estaba sellado.

El primo Joe y y yo no podíamos ser más diferentes. Él era un chico serio, bastante tranquilo y con mucho don de gentes. Por el contrario, yo era mucho más fanfarrón que otra cosa. Amante del juego y de la buena vida.

De ese día, también recuerdo que todo lo realizábamos con prisa. El primo se movía con agilidad por lo liviano de su cuerpo. A mí seguir ese ritmo tan rápido me costaba, debido a mi constitución grande y con algún kilo de más. El calor era sofocante, las moscas revoloteaban a nuestro alrededor de manera muy pegajosa, buscando nuestro sudor. Tal agobio hizo que decidiésemos encaminar nuestros pasos hasta el bar de Jack para poder refrescarnos con una pinta de cerveza.

Entramos en el bar y parecía que me estaban esperando ya que se estaba constituyendo una partida. Me senté a jugar y el primo Joe se apostó en la barra para disfrutar de su bebida. La cosa empezó bien para mí. Ganaba mangas sin parar y el montoncito de mi dinero era ya más que considerable. Mientras jugábamos las camareras iban y venían con viandas y bebidas que comíamos sin parar en ningún momento la partida.

De repente se escuchó un fuerte ruido. Sin duda era un tiro. Todo el mundo se sobresaltó y algunos corrieron detrás de la barra para resguardarse por si hubiera nuevos disparos. Pero no los hubo. Tan solo el silencio fue roto por el grito del asaltante:

-¡El próximo será el que no paga sus deudas! Es un mensaje de  Don Juliano.

Recuerdo que todas las miradas se volvían hasta mí, con gesto desaprobador y como diciéndome: Tú y solo tú tienes la culpa de esto. Tardé medio minuto en reaccionar, ya que las muchas cervezas que llevaba encima ya me afectaban. Pero al aclararse un poco la mente y la vista contemplé horrorizado el porqué de esas antipáticas miradas. El primo yacía inerte en el suelo.

Otro grito me sacó del sopor y el dolor que sentía por el primo:

-¡Vamos chico! Ha escapado por la puerta trasera. ¡Vamos por él!.

Era Walker, el farmacéutico. Con toda la destreza de la que fui capaz salí corriendo para intentar coger al delincuente. La persecución duró poco pues el atacante se evaporó como si fuera un fantasma. Ni rastro del tipo, a pesar de que corrimos rápido y sin descanso y preguntábamos a todas las personas que cruzamos en nuestro camino. Tan solo quedaba ya regresar al bar para saber cual era el estado de Joe.

Al entrar de nuevo en el local, las caras lo decían todo, el primo estaba muy mal. Me acerqué hasta él, le cogí el pulso para descubrir que estaba muerto. Al parecer la bala fue directa a su corazón. Empecé a llorar, patalear y a dar vueltas sin control por todo el lugar. El desconsuelo iba en aumento.

Ya no podía seguir más tiempo en este país. La amenaza era tan seria que me convenía ponerme a salvo. Esto lo pensé horas mas tarde, no crean que soy tan insensible como para pensar en esto en ese momento. Con la mente todo lo fría que pude tenerla consideré que lo mejor sería zarpar en uno de los barcos que me dijeron iban a ir hasta las costas francesas. Pedí para mí uno de los peores puestos. Lo mas cerca del frente posible. Me mandaron a Bélgica.

Ahora estoy aquí en una trinchera del frente belga. Estoy en un batallón de delincuentes comunes y asesinos, donde el buen trato al soldado no es lo más importante. Todos nosotros mantenemos en secreto el porqué hemos venido a parar a este batallón. Nos solemos mirar con recelo y sin nada de compañerismo y les aseguro que cuando se te instala en la mente esa paranoia de no fiarte de nadie, no hay nada, ni nadie que te haga salir de ese bucle.

Noto mis pies húmedos, los siento como si se estuvieran deshaciendo dentro de las botas mojadas del todo. La lluvia no deja de caer, así lleva mas de tres días con sus noches. De vez en cuando, se oye llorar a algún soldado, aunque aquí casi nunca se intenta saber de quien se trata. Todos nosotros somos tipos duros y con agallas, eso no hay que olvidarlo nunca. Cada día pienso en mi malogrado primo Joe y que murió por mi culpa. Por eso siempre trato de que me asignen los trabajos más duros, los más penosos y los que nadie quiere… para tratar de ir saldando mi deuda por él. El vicio, mi vicio de las cartas han acabado con su vida. Pobre diablo.

Ya son las dos de la madrugada y es justo la hora en que puedo descansar un rato y no estar en guardia. Pero no puedo dormir y no creo que sea la falta de cansancio lo que no me deja. Es la culpa que me intranquiliza y desespera. Una de las personas que más quería ya no está viva. Por mi culpa, por haberme metido en esos turbios negocios con esa gente de tan mala reputación. ¿Pensaba que me iría de rositas? Qué ingenuo soy. Y yo pensando que era el más listo de la clase. Sí que lo era, pero el más listo de la clase de los tontos. Pagó una persona justa y ecuánime por mi culpa. Estoy corroído por dentro, sin más que hacer que mirar en mí interior por si aún queda algo que pueda sacar de positivo, por lo menos para ir tirando y no morirme en vida del todo. Por desgracia o por suerte ya no estoy vivo. Morí cuando murió mi primo.

Siento como si la guerra no descansase y pidiera a gritos que todos los soldados estemos siempre preparados y listos por si se produce la batalla. Tengo muchas ganas de que esta batalla empiece ya de una vez. Los meses van pasando y aquí no se mueven ni los pájaros, ni tan siquiera sopla el viento. Al final ha terminado  la hora de descanso y debo de ir nuevamente a hacer guardia dentro de la infecta trinchera. No he pegado ojo y ya no aguanto más, estoy harto de todo y de todos. Parece que una voz interior me estuviera enunciando en voz baja las reglas del juego, esas que dicen que para saldar la deuda hay que empatarla o superarla. ¿Que puedo hacer para saldar la de mi primo?

En un momento y de repente, empiezo a dar saltos en la trinchera, la cabeza sobresale dos cuartas cada vez que salto. Es algo prohibido.

Voy a decirle a Markus que vea esto. No puedo creer lo que estoy viendo para nada. ¿Qué hace ese pobre idiota pegando saltos como un loco?. No tengo más que apuntarle y disparar y uno menos. Le paso los prismáticos a Markus para que pueda recrearse con la visión. Me mira y con un gesto con el índice me dice que dispare sin pensarlo más. Resoplo despacio. Sin prisa  pues no puedo ver mucho, es noche cerrada, no hay luna y hay que afinar mucho para darle. Pum, pum… ya está… el grito del hombre me lo dice. Sonrío satisfecho pues esto me va a dar muchos puntos ante el comandante. Puede que un par de días de vacaciones para poder descansar en el pueblo en compañía de esa rubia que conocí el otro día.

Sé lo que quiero y lo deseo cumplir. Es ahora o nunca. En un instante que no recuerdo bien la mirada se me nubla y empiezo a perder el conocimiento… ahora el último pensamiento: ¡Primo Joe! Acabo de saldar la deuda contigo.

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Tamara Martínez

    Me ha encantado. Es un relato muy bonito aunque duro y que te hace recapacitar muchas cosas.
    Sigue así escritor, te mereces esto y mucho más.
    Estoy deseando leer el próximo relato.

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