LA ESPERA – Elsa González Pastor

Por Elsa González Pastor

Desde la ventana de la habitación podía ver casi toda la calle, debía estar atenta por si ella regresaba. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero el dolor no desaparecía, no el físico, ese hacía tiempo que ya no lo sentía, pero el del alma, ese era el más difícil de curar. Poco a poco, ya no había ninguna prisa.

Se sentó en la cama y sacó la foto del cajón de la mesilla, la única foto de Álex que había podido conservar. Las lágrimas acudían apremiantes a sus ojos y una angustia asfixiante trepaba por su garganta. Apagó la luz y se tumbó en la cama. Un día más.

De pronto escuchó la puerta de la casa, la llave girando en la cerradura y, de nuevo, todo en silencio. Pablo salía cada día hacia el trabajo a la misma hora, a las 08:00, susurraba un “adiós” desde la puerta y no volvía hasta las seis de la tarde. Esta vez no escuchó su despedida.

Emma se levantó y, como cada día desde hacía ya más de seis meses, recorrió la casa lentamente para acabar en la habitación de Álex, sentada en su cama, entre sus muñecas. Repasaba mentalmente lo sucedido aquel día, repitiéndose una y otra vez que tenía que haber algún error, que la policía debió de pasar algo por alto, que su historia no podía terminar así.

  • Mi pequeña está viva, nadie me cree, pero yo lo sé.

Aquel verano habían decidido hacer algo diferente y, en lugar de pasar las vacaciones en un hotel en la playa, alquilaron una casa rural muy bonita en la montaña. Álex estaba emocionada, era la primera vez en sus ocho años que pasaba unas vacaciones así con sus padres.

  • Mami, que la casa sea entera para nosotros, con jardín y escaleras por dentro -,

le decía a Emma cuando empezaron la búsqueda de la casa ideal. Al final consiguieron la casa perfecta, con jardín privado y escaleras por dentro, incluso tenía buhardilla.

Pasarían dos semanas maravillosas.

Mientras deshacían las maletas, Emma escuchó a su hija:

  • Papi, no voy a dormir solita en esta casa tan grande y desconocida, ¿verdad?

¿Quién me hará compañía?

Ante esos ojos enormes que le ocupaban media cara, Pablo no pudo más que responder:

  • Ya veo, querrás a mami, supongo, y ella estará encantada de dormir contigo en la cama grande.

 

La casa contaba con dos habitaciones enfrentadas en el segundo piso, así que Emma y Álex se instalaron en la habitación grande y Pablo en la otra, donde podría roncar a gusto durante todas las vacaciones.

El paraje donde habían encontrado la casa era impresionante. Estaban rodeados de bosque y podían disfrutar de un pequeño arroyo que cruzaba el jardín. Cada día elegían una ruta diferente, salían temprano por la mañana y, cuando se cansaban de andar, buscaban una buena sombra y se sentaban a comer. Después charlaban un rato, jugaban con Álex, les encantaba oírla reír cuando le hacían cosquillas, pero no tardaban demasiado en volver, no querían que se les hiciera de noche.

Una vez en la casa, continuando con la charla y las risas, preparaban la cena y se iban pronto a la cama, esperando ansiosos las aventuras del siguiente día. La verdad es que Emma disfrutaba mucho durmiendo con Álex, era una cosa que no hacían casi nunca y le gustaba, aunque algunas noches perdía la cuenta de las patadas que la pequeña le propinaba entre sueño y sueño.

Emma se sobresaltó, de nuevo la puerta, debía de ser Pablo que ya volvía del trabajo, hoy regresaba tarde, ya comenzaba a anochecer. Salió de la habitación de Álex con ánimo de iniciar conversación, preguntarle qué tal su día con la esperanza de que él le preguntara también a ella; entonces le contaría lo lento que pasaba el tiempo cuando él no estaba a su lado, lo sola que se había sentido y la tristeza tan grande que la embargaba, él la abrazaría y juntos intentarían buscar una solución para salir adelante. Pero su esfuerzo fue inútil, como lo llevaba siendo los últimos meses. Se cruzaron en el pasillo pero Pablo apenas la miró, continuó arrastrando los pies hasta el salón, tiró el maletín al suelo al lado del sofá y encendió la televisión. Emma regresó a la habitación de Álex y decidió no volver a intentar acercarse a su marido, por lo menos no ese día.

  • Necesitamos nuestro espacio. Cada uno vive el duelo a su manera. – Se repetía para no ser tan consciente de la distancia que crecía entre los dos. Se abrazó a la fotografía de Álex, apagó la luz y se tumbó en su cama. Un día más.

A la mañana siguiente escuchó a su marido preparando el desayuno en la cocina, se levantó y fue en su busca, no podían seguir así. Apoyada en el marco de la puerta, con un moño medio deshecho, de esos que a él tanto le gustaban, le dijo:

  • Pablo, amor, no podemos seguir así, ya he perdido a Álex, no puedo perderte a ti también, te necesito, tenemos que encontrarla.

Silencio.

  • Por favor, háblame, vamos a solucionarlo – Le insistió.

Pablo no levantó la vista de las tostadas. Empezó a comer despacio, sin pronunciar ni una palabra.

  • No es justo, Pablo, sabes que no fue culpa mía, vas a terminar con lo poco que nos queda.

Salió de la cocina y corrió escaleras arriba hasta la habitación de Álex. Cerró dando un portazo y no volvió a salir en todo el día.

Pablo dio un respingo al escuchar el golpe. Recogió el desayuno y salió para el trabajo. Aquella casa cada vez le resultaba más grande, fría y solitaria. La pena le perseguía por cada rincón, le aprisionaba, no sabía cuánto tiempo podría seguir viviendo allí, a lo mejor había llegado el momento de pasar página, de empezar de cero, pero no sabía si estaba preparado. Había disfrutado de una vida feliz con Emma y, cuando llegó Álex, no hizo más que mejorar, pero ahora sabía que todo había terminado, las cosas ya no eran como antes, debía seguir adelante, debía pensar en él.

Las vacaciones transcurrían como Emma y Pablo habían imaginado. Las rutas, las cenas en el porche de la casa al atardecer, hasta habían encontrado una pequeña poza caminando río arriba, donde refrescarse en los días más calurosos.

Una noche, Emma se despertó sobresaltada por un fuerte sonido que no supo identificar. Se giró en la cama y sintió como se le paraba el corazón al comprobar que Álex no estaba a su lado.

  • Estará en el baño – pensó, pero al ver que la pequeña no regresaba, empezó a ponerse nerviosa. Se levantó y fue a comprobar si se había ido a dormir con su padre. En la cama solo estaba su marido.
  • ¡Pablo, despierta! ¡Álex no está! – le dijo, zarandeándole
  • ¿Cómo que no está? – Preguntó Pablo, saltando de la cama y corriendo tras ella.

Registraron la casa, miraron en todos los armarios, debajo de las camas y en todos los rincones. Salieron al jardín y corrieron hasta el arroyo. Ni rastro de la niña. A Emma le faltaba el aire, las lágrimas brotaban sin descanso de sus enormes ojos verdes y Pablo, llorando desesperado igual que su esposa, la abrazaba intentando consolarla, pero era inútil.

Llamaron a la policía, que llegó en apenas quince minutos, les hicieron las preguntas pertinentes y enseguida se organizaron para peinar el bosque. No pudieron evitar que Pablo y Emma los acompañaran, no hubo forma de obligarles a esperar en la casa.

Buscaron durante toda la noche. No consiguieron nada. Ni rastro de la pequeña, ni una pista, ni un resto de sangre. Nada.

Al día siguiente hicieron una nueva batida, contaban con más efectivos, agentes especiales que llegaron con más perros, vecinos voluntarios del pueblo. Buscaron durante todo el día. Nada.

Cada día, muy temprano, reanudaban la búsqueda. Nada. Los días pasaban y, a la vez que la angustia y la desesperación aumentaban, disminuía la esperanza.

Veinte días después, solamente Emma y Pablo recorrían el bosque en busca de su hija. Por fin, Pablo consiguió convencer a su esposa para que regresaran a casa.

 

Recogieron todo y emprendieron el viaje de vuelta, dejando atrás aquel paraje idílico, aquellas vacaciones perfectas, aquella casa que ahora encerraba el misterio de la desaparición de Álex.

Llegaron a su casa a la hora de cenar, pero ninguno de los dos tenía hambre.

  • Emma, deberías comer algo y dormir un poco, llevas muchos días sin descansar – Le dijo Pablo desde el otro lado de la puerta.

Hacía un par de horas que habían llegado a casa, Emma se había encerrado en la habitación de su hija y se negaba a salir. Pablo insistió algunos minutos más pero terminó por rendirse, la dejaría dormir allí esa noche y al día siguiente hablarían, más calmados, debían retomar su vida e intentar seguir adelante.

A la mañana siguiente, Pablo se despertó temprano, no conseguía dormir más de dos horas seguidas. Las maletas seguían en el salón, donde las habían dejado el día anterior, cuando llegaron. Ya se ocuparía de eso más tarde, no era importante. De repente había muchas cosas que ya no eran importantes. Preparó el desayuno, sus tortitas especiales con chocolate y fresas a las que Emma no se podía resistir y subió con la bandeja a la habitación de Álex. Llamó a la puerta pero no obtuvo respuesta.

Sujetando la bandeja con una mano, giró el picaporte con cuidado, despacio, no quería despertarla, si dormía volvería más tarde. Entró sigiloso en la habitación y, al aproximarse a la cama, un grito desgarrador salió por su garganta desde lo más profundo de su ser. La bandeja cayó al suelo cuando Pablo corrió hasta la cama de Álex, donde yacía el cuerpo de su esposa, frío, pálido, los brazos rígidos rodeando una foto de la pequeña que a Emma siempre le había encantado. Una caja de pastillas vacía asomaba entre las sábanas. Pablo se arrodilló junto a su mujer, la abrazó y rompió a llorar.

  • Espero que la encuentres – Le susurró al oído.

 

Había llegado el momento, los de la mudanza habían cargado las últimas cajas, debía irse ya. Pablo subió por última vez a la habitación de Álex, cogió la foto del cajón de la mesilla y se la guardó en su maletín.

  • Nunca os olvidaré. – Dijo cerrando la puerta tras de sí.

Cuando subió al coche alzó la vista hacia la ventana de Álex por última vez, y le pareció ver el rostro de una mujer, observándole. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

 

 

 

 

Elsa González Pastor.

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Esta entrada tiene un comentario

  1. Josefina

    Impresionante, un final impredecible .
    Me gusta mucho

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