LA ESTAFA – Eva María Rubia Ruiz

Por Eva María Rubia Ruiz

Sucede durante la más tierna infancia.
Hay a quienes les ocurre incluso antes, ya que cuando aún no sabes si eres infante, existes, respiras y sientes, o cualquier alternativa contraria a ello, aún no has entrado en esta etapa llamada así, cuando no eres consciente de lo que te pasa, podríamos decir que aún no has entrado en la infancia. No obstante, en cualquiera de los casos, se nos vende como un acontecimiento único, apetecible, valiosísimo y radical, que cambiará para siempre nuestra vida; y no mienten en eso, sólo que las connotaciones positivas que acompañan a esas cualidades, adornan barrocamente la realidad del suceso, y este cambio, desde el principio, no es apetecible.
En este caso particular, la víctima fue una niña de seis años a la que la entrada inminente de la nueva estación, ya le ofrecía recuerdos que anticiparon sus placenteras rutinas, en las que la escuela era la estrella.
Los instantes íntimos creados a partir del olor que desprenden los libros nuevos, ojeados tranquilamente por primera vez y manipulados cuidadosamente, sin riesgos, para forrarlos y ponerles con esmero y la mejor letra, su nombre, quedaron manchados por la gran noticia. La alegría de elegir bajo su único criterio, el color de las libretas, la dureza de los lápices, el número de rotuladores por paquete, el estuche de moda y su mochila. La mochila, algo tan importante en estos años que determina quién eres, cómo te sientes y en qué gustos y aficiones coincides con tus compañeros, siendo determinante en el grupo de iguales, por lo que no puede seleccionarse a la ligera o con las prisas propias de una familia atareada.
Al principio, veía tan lejano y futuro el suceso que apenas alteró su percepción de la realidad, salvo porque todo le hacía pensar que debía estar contenta, y se forzaba para ello, aunque el resultado no era tan gratificante como la expectativa, pero sabía disimularlo muy bien. Pronto, ella solita encontró una cualidad de esta novedad que le resultaba motivadora: el cambio en la palabra con la que haría referencia a sus progenitores, que siempre había observado en otros niños con esta situación familiar y le llamaba mucho la atención.
Los meses iban pasando, y cada vez percibía más cercanos los evidentes cambios en su rutina. Algunos eran tediosos porque se perdía juegos, reuniones e incluso cumpleaños por los frecuentes viajes que empezaron a hacer al hospital. A pesar de ello, las temporadas cortas con sus abuelos y el agradable y dulce sabor de esos desayunos domingueros, cuando el sol aún no se ha atrevido a despertar, sin tener que aguantar bajo la manta hasta oír el sonido del más madrugador que abría la veda para ponerse en marcha, no le parecía un mal plan, lo que apoyaba la publicidad hermana de aquel cambio en sus vidas.
Sin embargo, todo iba empeorando por momentos. Pronto descubrió en las ocasionales conversaciones entre adultos, (esas que tienen lugar ante los niños porque creen que no los entienden, que les pasa desapercibido lo que hablan o que no les afecta), paralelismos y comparaciones que hacían que se planteara su físico, que cuestionara su comportamiento y que conociera dimensiones personales en las que hasta entonces no había reparado, inmersa en su inocente niñez.
El pelo rizado y moreno, de repente se convertía en una nueva posibilidad en la familia y dejaba de ser algo suyo. El tacto de su piel, que hasta entonces había sido motivo de admiración, dejaría de ser cualidad resaltable. La manera de resolver desafíos, resultaba que no era personal, sino fruto de la genética, alguien a quien no conocía, pero que seguro que no le iba a caer bien.
A pesar de todo eso, la independencia, la capacidad para inventar situaciones y momentos divertidos y placenteros y la gran creatividad que la caracterizaba, hacían que se adaptara a los cambios continuos y paulatinos, sin mucho pesar.
Llegando final de año, la situación parecía haberse estabilizado y, como siempre, la Navidad la pasaba en la casa del campo con sus abuelos paternos, a los que adoraba, y sus primos, con los que vivía grandes aventuras, convirtiendo estas fiestas en algo que no olvidaría nunca. Durante estos días de vacaciones, se celebraban atípicas reuniones, se mantenían tradiciones y se recibían muchos regalos.
Aunque la cena de Nochebuena y Nochevieja, no era algo muy destacado en su familia, ese año se brindó más de lo normal, y hasta a ella la invitaban a hacerlo con un poquito de sidra en una copa pequeña.
La tradición de almorzar “barriguetas” con chocolate el día de Reyes, también tuvo sus pequeñas pinceladas de notoria diferencia, sobre todo en las charlas de las mujeres en la cocina mientras las hacían, con los delantales llenos de harina y las voces susurronas que les invitaban a salir para que no oyesen algo sobre dolores y sangre de lo que hablaban horrorizadas.

Pero lo peor de todo era que todas las familias que vivían o pasaban las vacaciones en el campo, cerca de sus abuelos, cuando la veían, le preguntaban cómo se sentía con la nueva situación, si le hacía ilusión compartir sus juguetes. Ella no sabía qué responder y pasaba un rato desagradable. Si decía la verdad, sospechaba que esa noticia llegaría a oídos de sus padres y no iba a ser muy bien acogida, y si decía lo que querían oír, se sentía mal, no sólo por mentir, sino también por el miedo a que se le notara.
Pasaron los meses y estas cuestiones se iban agravando, hasta que cuando ya tenía siete años y recién estrenada la primavera, en un día frío, oscuro y con un fuerte olor a tierra sedienta, cuando acababan de entrar al aula tras un mini recreo estropeado por la lluvia, una visita inesperada le dio la gran noticia: “Eva, tu hermano ha nacido”.
El solo hecho de ver a su tía en la escuela, dilató sus pupilas y devolvió el brillo en su negro iris; además las felicitaciones de todos sus compañeros y maestros, la hicieron sentir muy especial, pero en el fondo, sabía que se acercaba una gran tormenta, y no de lluvia precisamente.
La falta de atención que se plantea como el hándicap esperado ante la llegada de un hermano, no era lo que precisamente atormentaba a nuestra protagonista. Más bien, tenía que ver con la pérdida de libertad. Había dejado de tener una rutina propia, para ser parte y miembro indispensable de la de su hermanito.
¡Vigila a tu hermano mientras voy al súper!
¡Haz musarañas para que se distraiga y coma sin darse cuenta!
¡Cambia la tele que con eso que ves, no se entretiene!
¡No puedes ir porque tienes que ayudarme con él!
¡Échale un ojo al bebé!

El papel de hermana mayor es una estafa. Que no te engañen. No detectas las ventajas de las que te hablan, no ves al compañero de juegos, pero sí un acaparador de tus cosas, tus padres, tus abuelos, tus momentos…, en definitiva, es alguien que te invita a ser la mayor, que viene a traer las circunstancias que te hacer ser consciente de lo que vale tu tiempo, tus preferencias, tus intereses, tus cualidades…, que disfrutas más intensamente cuando las puedes tener.

Una estafa de emociones, que te venden como gratificantes y que no consigues ver porque los cambios que te roban momentos dichosos, no se pueden percibir como apetecibles, a corta distancia; el aprendizaje que de ellos deriva es translúcido a la vista de una niña.
Una estafa de privilegios que te plantean como consecuencia de ser la hermana mayor y que constituyen una pesadilla de roles y prioridades, necesaria para entender la vida en sociedad, pero que no es apreciable a la sensibilidad infantil.
Una estafa para el ego, que se ve herido y molestado en una fase en la que el “Superyo” impera a la razón, pero que su mantenimiento nos causaría problemas de frustraciones futuras.
Aunque somos conscientes de que no siempre es así, y a pesar de que en aquellos años hubiera soñado con unas circunstancias más permisivas, pensando en anécdotas y recordando momentos, consigue encontrar aquellas ventajas de las que le hablaban, aquel compañero de juegos que, con la lupa de la experiencia, se ha convertido en un colega de vida, que aunque llegó como un tsunami, y al igual que una tormenta, arrasó a su paso con una vida que necesitaba orden, sentó las bases para la formación de conexiones difíciles de construir con cualquier otro ser.
Su presencia en la actualidad le regala apoyo, escucha, comprensión y respeto. Es la persona que mejor la conoce, la entiende y observa su vida desde una perspectiva objetiva, sin entrar en juicios, pero al mismo tiempo con la ternura, franqueza y mimos que proporcionan la subjetividad de un hermano.
Entonces, ¿hasta dónde llega la estafa del hermano pequeño?,
¿podríamos decir que es temporal?, o ¿un proceso de descubrimiento y construcción personal?
Sea como fuere, esta niña la vivió como real durante sus primeros años de vida, aunque con el paso de las estaciones sobre su calendario, la superación de obstáculos pedregosos y la pérdida de inocencia propia de las experiencias de la vida, ha cambiado su perspectiva y, ve las consecuencias de todo aquello como una oportunidad y posibilidad únicas que, si sabes aprovechar, te facilita y da sentido a tu vida.
¡Gracias hermano, por llegar a tiempo para que mi vida sea perfecta!
¡Gracias Luis, por formar parte de mí!

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