LA FIESTA DEL AGUA

Por Fina Santos Gonzalez

Había llegado al Norte de la isla la primavera que cumplió veinticinco. Enseguida encontró empleo en la oficina turística de la ciudad, explicaba las  interesantes y divertidas historias de los Maori a los visitantes que fácilmente se animaban a visitar los rincones más ancestrales de la isla.

Marama, desde que vivía en la ciudad, había vuelto al pueblo en una sola ocasión;  cuando enterraron a su querida Aronui. Estuvo junto a ella en sus últimos días para escuchar sus últimas palabras :  Tu nombre, Marama, significa “Luz del día”, en efecto fuiste tú, la luz de mis días-  le había dicho su vieja amiga, cerrando sus ojos para la eternidad.  Recordaba a diario a Aronui,  la tenía muy presente en sus pensamientos y hoy ése recuerdo la ha trasladado a recordar momentos de su adolescencia, que sin permiso se han colado en su cabeza.

Desde la puerta de su cabaña observa el ir y venir de las mujeres del poblado que han preparado toda clase de manjares: humeantes guisos de conejo y de atún, dulces y golosinas recién horneadas que llenan grandes bandejas y cuencos.

Ilusionada sale de la cabaña.  Sus amigas, la esperan en el río con los tintes para tatuarse los motivos en sus jóvenes cuerpos, con los collares sorteados de cuentas de colores,  las cintas tejidas con dibujos geométricos, con las faldas de plumas y las guirnaldas de flores que han secado con esmero durante todo el verano, se preparan para hacer el ensayo final.

Los hombres están atizando el fuego y preparan el ciervo rojo ya desosado. Sazonan y aromatizan los pedazos de carne que colgarán en la estructura de madera para su asado. Algunos comienzan a pintar sus caras y su torso, los más jóvenes bromean con las tinturas ensuciando las nalgas de los niños que logran atrapar. Los viejos fuman sentados en círculo, observan atentos todos los movimientos, velando por la armonía del conjunto.

Los pequeños cautivados por el ambiente festivo que se respira en el poblado Maori, ríen i gritan sin parar, juguetean entre las piernas de los atareados hombres y mujeres. El pequeño Pio, se ha apartado del grupo, atraído por el susurro de la cascada, llega hasta el río y entra en el agua. Quisiera poder coger con sus manitas los pececillos que inquietos por su presencia se escapan a su suerte, se le escurren una y otra vez entre los deditos.

Ella está ya cerca del río y alza sus brazos anunciando a sus amigas su llegada que gritan su nombre al unisono. Corre impaciente por unirse a ellas, pero percibe movimiento entre los arbustos cercanos al agua, entre sus hojas ve la cabeza del pequeño que engullido por el agua aparece y desaparece continuamente de su vista. Vuelan sus pies hasta alcanzar al pequeño, lo agarra de la cuerda de su cintura y logra sacarlo sin dificultad. Tose Pío sin parar y cuando logra escupir toda el agua,  baja la mirada culpable ante el gesto autoritario de Marama y escapa a la carrera hasta unirse de nuevo al grupo infantil.

La joven, repuesta del susto, recobra el aliento y por fin llega al grupo de adolescentes, se coloca rápidamente la falda y los ornamentos. Están todas dispuestas en dos filas, se sitúa en la primera fila con las más bajitas, en segunda fila están las mayores y más altas, comienza a sonar el tambor e inician la danza tradicional primero despacio a compás, después va aumentando el ritmo hasta llegar a una coreografía exquisita, rápida y enérgica al ritmo de los frenéticos tambores y flautines.

En el paso final que culmina el baile, las jóvenes saltan girando todo el cuerpo en el aire, haciendo volar la delicada falda de plumas al viento grácilmente. Al caer, Marama, topa con una piedra que tuerce su pie, trayendo todo el peso del cuerpo al tobillo que cruje,  ella grita y sus lágrimas de dolor no se hacen esperar. Las chicas reaccionan rápidamente, la llevan en volandas hasta su cabaña, sigue llorando, ahora desconsoladamente, pues sabe que no podrá participar del evento más importante del año “La Fiesta del Agua”.

Se había esforzado sobremanera durante toda la semana en la tarea encomendada, acarreando agua del río al poblado incansablemente, para llenar los bidones, imaginando la fiesta, repasando la danza,  y ahora….

Empieza la ceremonia y Marama permanece en su cabaña, desea que pase el tiempo rápido, se entretiene a ratos puliendo piedras, friccionándolas entre sí para alisar la superficie, toma la bebida preparada por su madre que tanto le mitiga el dolor del pie, está muy triste  y se tapa los oídos para no escuchar el gozo de todos, aún así siente la vibración de la danza sin poder evitarlo, con los ojos cerrados, las orejas tapadas, su cabeza en el regazo para negar dentro de sí la fiesta y la alegría ajena. Cuando abre los ojos se paraliza, Anewa ha entrado en la cabaña y está frente a ella, la sorpresa al verlo la hace sonrojarse ante el impacto de su visita.

– ¿Cómo estás?- dice Anewa.

– Duele – contesta Marama, sin poder articular más palabras.

Anewa, masajea enérgicamente la zona dañada con el ungüento que lleva en su cintura para proteger la madera de su preciado arco. Es el joven con más puntería del lugar. Solo por ver la alegría en los ojos de sus vecinos cuando regresa con sus presas, Anewa se esfuerza día tras día en ser el mejor y más hábil tirador.

 Después del masaje, el pie ha entrado en calor y  Marama siente que Anewa le ha logrado aliviar el dolor, pero no le dice nada.

Anewa le acaricia el tocado,  la cinta que corona con dos plumas blancas su cabello que ha sido cuidadosamente peinado y abrillantado por sus hermanas, arranca una de ellas que besa y  guarda en su cinturón. El chico, abandona la cabaña bruscamente.

Marama sonríe, inspirando profundamente el aroma que la proximidad del cuerpo de Anewa ha dejado en sus ropas, se levanta e intenta caminar, logra apoyar el pie para andar y cree posible llegar al circuito festivo, camina poco a poco, se sienta en el suelo a cierta distancia y observa la celebración. No ha tomado bocado de las delicias que le ofrecen. Van notando los efectos del brebaje y allí sentada, la vence el sueño, dormita a ratos, se entremezclan las imágenes del día vivido, se le agolpaban en la memoria; la travesura del pequeño Pio, los sonrientes rostros de sus vecinos, la danza y la caída, los juegos con el agua que corre por doquier y lo mejor del día; la visita al alba a la confortable cueva de la vieja Aronui. Está recordando la dulce voz de su vieja amiga, explicándole la historia del colibrí,  un diminuto y colorido pajarito, más pequeño que una abeja, que habita en la selva de otro lejano continente y  que batiendo sus alitas vuela velozmente, le ha dicho, mientras juntas en la ladera,  han visto salir el sol.

Ahora está profundamente dormida, sueña que su delgado cuerpo está cubierto de suaves plumas y alza un tranquilo vuelo hacia las nubes blancas, la guían cientos de colibrís que vuelan dibujando la punta de una lanza, en su paseo ve el sonriente rostro de su padre y al verlo nota como se le hincha el pecho. Contempla toda la isla de Nueva Zelanda y sus pueblos desde las nubes. Se deleita del viaje y va  descendiendo despacio, abre los ojos exhausta y se despierta, tiene las ropas empapadas en sudor.

Se le ha despertado también el intenso duelo interno.  No podrá visitar a Aronui en unos días, no podrá nadar en las tibias aguas que sólo ella conoce, ni escuchar sus historias de los ancestros, no podrá aliviar su tristeza. La ha frecuentado casi a diario desde el día que murió su padre, hace dos veranos, en la caza del ciervo rojo, el fuerte cazador fue embestido por uno de los animales, y cayó por el  precipicio falleciendo al instante. Lo extrañaba mucho y pensaba en él constantemente.

La madre de Marama, no aprobaba las asiduas visitas que su hija hacía a Aronui, siendo ello un motivo de discusión frecuente entre ellas. Aronui, esa mujer a la que había repudiado el pueblo y condenado a vivir sola, aislada y apartada de todos.

Han pasado diez días desde “La Fiesta del Agua”, todo vuelve a ser monótono y aburrido en el pueblo, Marama ya puede caminar sin dificultad y se adentra en el bosque, no siente miedo, nunca siente miedo. Llega a la cueva de Aronui y se abalanza a la mujer con un abrazo interminable y le dice:   Esta vez no voy a volver.

 Entonces Aronui, le cuenta que hace años cuando vivía con los demás,  tenía muchas ansias de libertad, a menudo se marchaba del poblado y tardaba en volver algunos días, cuando volvía, recibía insultos y humillaciones por parte de la comunidad que ya no la aceptaba, tachándola de libertina y desertora.

– Eres aún muy joven y aunque no lo sabes, precisas del calor de tu madre y tus hermanas. Si quieres romper con las normas y marchar, deberás esperar algún tiempo y pensar realmente que quieres hacer y hacia donde te diriges. Tengo que confesarte, que aunque me siento más libre viviendo aquí, el precio de la soledad es muy alto. Sólo me visitas tú. –le dice, acariciándole el rostro.

Desde fuera Huhana, la madre de la joven ha estado escuchado la conversación,  ha seguido los pasos de su hija motivada por la preocupación que le han causado sus silenciosos días.

-Hola Aronui – entra en la cueva Huhana. Se sienta y lentamente le explica: – He hablado con el Consejo de los mayores, les expuse que estoy convencida que has  cumplido con creces tu castigo, su decisión es que puedes volver al pueblo. Vivirás con nosotras, conmigo y con mis hijas y podemos también acoger a Pio. Piénsalo bien. Yo sólo tengo agradecimiento hacia ti, sé que mi hija  siente gran alivio viniendo a visitarte.

-Agradezco tu gesto Huhana, y tu atrevimiento con el Consejo. Prefiero seguir aquí por el momento, cuando ocurra el desenlace y mi hermana ya no esté en el mundo de los vivos, tomaré una decisión respecto a su hijo Pío. 

 

Hoy se había se había puesto el vestido turquesa y sus botines preferidos,  había recogido su largo cabello negro en un sencillo moño. Sonó la campana, bajó por la escalera de caracol que la separaba de la puerta y abrió entusiasmada, allí estaba él. Se fundieron en un largo abrazo silencioso, después salieron de la casa y subieron al coche, Marama condujo despacio, disponían de tiempo suficiente. El concurso de Tiro al Arco que, como cada año, organizaba Anewa, se celebraba en los Jardines de Nyree en pleno centro de la ciudad,  este año iba a ser muy especial.

– ¿Qué has decidido? – pregunta Marama a la vez que para el motor del coche.

– Creo que va a ser muy buena idea. Mi única condición es que cada año volvamos al pueblo para festejar “La fiesta del Agua”- contesta Pio.

– Por supuesto Pio, así lo haremos. Mandaré a alguien al pueblo  para recoger tus cosas, y ahora… ¡a ganar campeón!

Dentro del coche aún, observó como Anewa recogía al joven Pio y le entregaba el arco reglamentario y el dorsal de la competición, se puso la mano en la frente a modo de visera y alzó el brazo para saludarla, ella sacó medio cuerpo del coche para corresponder al saludo de Anewa, sonriente, feliz y convencida que los tres iban a formar un gran equipo.

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