LA FIESTA – Ingrid Ballesta Farrés

Por Ingrid Ballesta Farrés

Alba (no es su nombre verdadero), tenía por costumbre madrugar. No importaba si aún no había amanecido o si el sol asomaba por la ventana del dormitorio. Tampoco importaba si el frío del invierno había helado la casa o el calor del verano no la había dejado descansar bien. Alba, además, ya llevaba muchos años despertándose un par de veces en la noche. Normalmente, la paz nocturna le servía para rumiar sobre algún tema que estaba pendiente de solventar. En el primer desvelo ella misma se decía:

– Tengo que dormir, ahora no lo puedo solucionar y necesito descansar.

Le había venido en mente alguna tarea pendiente, de las muchas que se había comprometido a hacer. No soportaba fallar y faltar a sus compromisos con otros y consigo misma, por lo que siempre vivía muy atareada. Su lema era “por vivir se da la vida”, así que no quería parar. Se quedaba en la cama, cerraba los ojos y ponía atención en la respiración hasta que el sosiego y el sueño volvían.

En la segunda ronda solía levantarse para ir al baño y luego se volvía a dormir por el fresco de la madrugada. Quedaba menos para que sonara el despertador y se aplicaba en disfrutar del último par de horas que le quedaban entre las sábanas frescas de algodón de su cama.

A las cinco treinta de la mañana sonaba el despertador, se levantaba o remoloneaba unos minutos, luego bajaba a la cocina y ponía en orden todo lo de la cena de la noche anterior, que era poca cosa. Su marido y ella ya volvían a vivir solos después que sus hijos ya se hubieran independizado y procuraban cuidar la línea, así que las cenas solían ser muy livianas. Se tomaba un café y revisaba mentalmente todo lo que tenía por hacer aquel día.

Su marido se levantaba media hora más tarde y se sentaba junto a ella a tomar un expreso. Sus charlas de primera hora versaban en cómo iban a organizar su día y sus compromisos; revisaban las noticias impactantes que llegaban a sus móviles y cerraban la charla matutina con la lectura del horóscopo de algún periódico digital con el que se reían, especialmente de las predicciones amorosas. Estaban tan seguros de su relación que bromeaban sobre los augurios de nuevos amoríos fingiendo ponerse celosos.

Con su diagnóstico de cáncer metastásico de mama confirmado después de las navidades, poca cosa cambió en su vida. Alba se hizo el planteamiento más racional que pudo y lo convirtió en estadísticas. Los médicos tampoco se habían mostrado demasiado optimistas, sólo le dijeron que había que tratarlo y que una buena actitud la ayudaría a llevarlo mejor. Pensó que tenía un 75% de probabilidades de morir y un 25% de probabilidades de sobrevivir por informaciones que leyó en Internet. Sí, era de esas pacientes que todo se lo preguntaba al Sr. Google. Siempre la relajaba convertir la vida en números matemáticos. La ayudaba a equilibrar su estresada y atiborrada vida.

Para tomar alguna decisión, siempre valoraba primero la parte con pronóstico menos favorable para ella. Su ascendente Virgo la ayudaba a no autoengañarse demasiado y a tender a ser realista. Alba se centró en pensar en esas posibilidades menos favorables y empezó a elucubrar sobre lo que dejaría atrás económicamente si moría. La tranquilizó saber que, si sobreviniera el final de sus días, había contratado seguros de vida que dejarían tapados todos sus créditos y deudas. Ninguna de las personas que amaba pasaría un apuro económico por no ser previsora. Y así se lo hizo saber a su marido en una de esas mañanas:

–                     More, tal vez no quieras oír esto, pero quiero que sepas que, si muero, tendrás el seguro de vida que cubre la hipoteca del piso y el dinero ahorrado que tenemos en el banco será para ti. Por mi madre no te has de preocupar, aunque soy su tutora, a mis hermanas les dejo un seguro de vida pequeñito para que puedan ocuparse de ella. Cuando llegue el momento ya se lo explicaré a las dos. Igualmente haré un testamento donde quedará todo explicado.

Otro día, ya estando en tratamiento y cuando parecía que no tener pelo ya no era tan terrible,  fantaseó sobre cómo quería que fuera su funeral. Este momento era importante para ella, al fin y al cabo, morir era un proceso natural de la misma vida. Y recordó aquellos funerales tan tristes a los que había ido. Ella, con su fe en la reencarnación budista y aferrada al pensamiento católico en que la vida no termina aquí, pensó:

–                     Esto es un paso más en mi vida, y en algún momento tendrá que ocurrir. Habrá que entrar a lo grande, ¿no?

Cerró los ojos y visualizó su cuerpo en una caja adornada con colores estridentes. El forro de color fucsia y en la parte exterior de la caja, dibujos y caricaturas en colores azul, naranja, amarillos, colores ácidos … al más puro estilo de los noventa. No se veía allí, tendida como una muerta al uso y calva, así que pensó:

–                     Una buena peluca con mechas “balayage”, el pelo muy crepado y un buen maquillaje setentero estaría genial para despedirme de mis amigos. Y … ¿vestimenta? Sí, que me vistan de divina discotequera con mis pantalones cortitos de lentejuelas y mis sandalias de tacón plateadas. Total, ya no me dolerán los pies. ¡Ah si!  Que me pongan aquella blusa blanca transparente que deja ver mi sujetador de raso negro. Dejaré un cadáver hermoso y sofisticado.

Le vino a la mente que, en algunas películas, el muerto se sitúa por encima de las cabezas de los asistentes al funeral y se imaginó viendo a sus amigos en perspectiva aérea. Algo faltaba para verlos un poco animados.

–                     ¡Música, quiero música! Tienen que acompañarme las voces de mis divas de color, Tina Turner, Gloria Gaynor, Aretha Franklin … He de preparar alguna lista de las canciones que quiero, que se puedan bailar. Si me ponen una canción que no me gusta entraré a mi nueva vida con cara de aburrimiento y yo no quiero que esto pase. Me causa curiosidad saber cómo es el cielo y no quiero llegar allí con cara de hastío.

Entonces oyó el sonido de la cafetera en la cocina;  era su marido. Él se acercó a ella y la besó como hacía todas las mañanas, se sentó a su lado con la taza entre las manos. Alba, que estaba llena de vida, salió de su ensoñación y pensó:

–                     Cuando llegue el momento se lo explicaré. No lo va a entender, pero lo organizará genial, es un monstruo montando fiestas. La fiesta de nuestra boda no pudo ser más divertida, lo dio todo para que fuera genial. Y si llega el momento pronto, es así es como quiero pasar a mi nueva vida, con la fuerza y la misma ilusión por los cambios con la que vivo ahora.

Una mañana más leyeron noticias disparatadas y se rieron de su futuro amoroso en los horóscopos.

Así como os lo cuento me lo explicó mi amiga Sofía, ella que todo lo sabe. Después de tomarnos cuatro Martini y estar escuchando la famosa canción de Mecano “No es serio este cementerio” le vino a la cabeza una fiesta a la que fue el pasado mes de julio.

Seguimos con los Martini y entre uno y otro quiso explicarme la fiesta setentera-ochentera más alucinante en la que había estado. Me quiso contar que Alba, su paciente oncológica, por fin, terminó su tratamiento. Estuvo siete años esforzándose por erradicar el cáncer de su cuerpo. Alba era una paciente como pocas, cuidó de su cuerpo durante todo el tratamiento, comió adecuadamente, hizo deporte para que el cansancio absoluto no se apoderada del todo de su cuerpo, tomó todas las medicaciones religiosamente, siguió cultivando sus relaciones personales y descansó siempre que lo necesitaba. Sofía se sentía orgullosa de ella y siempre esperaba con ilusión la visita con Alba. Habían creado un buen vínculo médico paciente y en consulta se contaban algunas confidencias.

A punto de terminar su tratamiento, Alba le comentó a Sofía todo lo que os he contado aquí y le entregó una invitación divertida y preciosa para ir a su fiesta. Tanto le había entusiasmado la idea de celebrar su funeral que decidió festejar de manera parecida su total recuperación. Ya no tenía pechos, pero gracias a los avances de la ciencia, le habían hecho una liposucción en la barriga y se los habían reconstruido con su propia grasa. Estaba divina como nunca y la fiesta fue un homenaje a la vida y a la locura de las discotecas de los años 70 y 80 que tanto le gustaban a Alba.  No faltó ninguno de sus amigos, incluida Sofía, a la que tanto apreciaba y agradecía sus consejos médicos. Su marido lo organizó todo, superando todas las expectativas y además … ¡no había ataúd!, sino una piscina maravillosa en la que quien quisiera podía darse un baño durante la cálida noche barcelonesa del mes de julio. La música sonó durante toda la noche y no pararon de bailar. Nadie se fue a dormir antes de las seis de la mañana cuando ya amanecía.

Pero lo que más agradeció Alba es que, por suerte, los horóscopos matutinos nunca tuvieron razón y su marido nunca la dejó por otra mujer y la acompañó durante todo su proceso curación, a pesar de que no siempre fue fácil soportar sus cambios de humor.

RELATO DEL TALLER DE:
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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Mª Fuensanta Zamorano Buitrago

    Ingrid, buenas noches, he leído tu relato y me ha sido fácil de leer a estas horas, introduces al lector en esa forma sencilla de afrontar un suceso tan fuerte en la vida. Lo resuelves con sentido del humor y disfrazando el sufrimiento que conlleva.
    No se si será de tu experiencia vital, pero has captado mucho de lo que se plantean las personas que lo sufren.
    Gracias por el final con fiesta. Adelante con la vida.

  2. Ingrid

    Muchísimas Gracias Ma Fuensanta! Me alegro que te haya gustado y que te haya sido ameno.
    Un abrazo, Ingrid

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