LA HERENCIA – Elsa Choque Ticona

Por Elsa Choque Ticona

Todo comenzó con la muerte de la señora X.
Hace muchos años tres chicas (Sandra, Isabel y Gladis) trabajaban para un matrimonio multimillonario sin hijos. La señora X siempre quiso tener hijos, pero a pesar de muchos tratamientos de fertilidad, no logró quedarse embarazada y al final se resignó.
Isabel era una mujer de treinta y cuatro años, huérfana de madre desde los siete años. Su infancia fue dura, pues pasó por muchas miserias como no tener nada que comer y hoy en día está casada con un maravilloso hombre y un padre extraordinario. Se siente afortunada de tenerlo en su vida. Sandra, soltera de treinta años, proviene de una familia inestable. Su padre nunca trabajó y además maltrataba a su madre, por lo que ésta decidió separarse y sacar adelante a sus hijas, sola. Sandra, al cumplir la mayoría de edad, decidió salir del país en busca de trabajo. Gladis, a diferencia de Sandra, venía de una familia estable, se casó y tuvo una hija, pero pronto empezarían los problemas matrimoniales y decidió salir a buscar trabajo dejando a su hija con su madre.
La armonía reinaba en casa de la señora X, que lo tenía todo muy bien organizado, cada una con un lugar de trabajo designado. Isabel se ocupaba de la habitación de los señores X, también incluía lavar y planchar. Sandra de la cocina y Gladis de la limpieza a fondo de las habitaciones restantes. Nunca permitió roces entre las chicas, de esa manera todas se llevaban bien.
Un desafortunado día, la señora X murió a causa de la pandemia a los ochenta y dos años. Su ausencia sumió a todos en la tristeza más absoluta. Para Isabel fue un dolor devastador que sintió por segunda vez en su vida. Siempre estuvo ahí cuando la necesitaba, fue fácil quererla, tenía una mirada tierna que invitaba a abrazarla. Siempre que Isabel necesitaba dinero la ayudaba, y se ganó más su cariño porque siempre estuvo pendiente de su hija. Sin embargo, Sandra tenía muchísimos años con la señora X, tuvo muchos privilegios, una de ellas es que la ayudó con mucho dinero para que construyera una casa en su país, le dio treinta y cinco mil euros en mano y lo que faltaba le fue dando poco a poco, es por esa razón que Sandra es egoísta, piensa que ahora Isabel será la próxima beneficiada de las ayudas económicas. Con este suceso trágico ella comenzó a dar señales de falsedad al llevarse todo el protagonismo, demostrando una aflicción exagerada, aunque todos pensaron que sufría porque lloraba desconsoladamente. Pero Isabel no se lo creía, porque seis meses antes dejó el trabajo para irse a Francia y no le importó abandonar a la señora X. Cuando le fue mal en dicho país, decidió llamar para volver y como el puesto aún estaba vacante, la admitieron. La señora X preguntó a Isabel y Gladis si querían que Sandra volviese a trabajar en la casa. Isabel y Gladis la aceptaron nuevamente y la señora X la admitió de nuevo. Es por eso que para Isabel resultaba extraño. ¿Cuál sería su verdadera intención? ¿Conseguir la herencia estaría en sus planes?, se preguntó Isabel, aunque no le concedió más importancia.
Pasó un tiempo y la normalidad había vuelto a la gran casa. El señor X se reunió con los abogados para tratar todo lo referente a la herencia y los beneficiarios en caso de su ausencia. Una vez que dejó todo escrito y firmado, se fue a hablar con las chicas e informarles sobre lo que había decidido.
—Isabel, quiero hablar contigo. Esto que voy a decirte también se lo diré a Sandra.
—Sí, dígame, señor.
—Acordé con mis abogados, en caso de mi muerte, que ustedes reciban unas cantidades de dinero con la condición de que deben quedarse conmigo hasta ese día.
—Gracias, señor —le miró con ternura y agradecimiento.
—No tienes por qué darme las gracias. Eres como la hija que nunca tuve.
Se abrazaron como padre e hija, desafortunadamente Sandra escuchaba a escondidas la conversación y sintió celos y envidia de esa buena relación. No pararía hasta verla fuera de la gran casa y quedarse con la herencia. Tan pronto como lo oyó, planeó hacer algo para que el señor X desconfiase de Isabel, así que llamó a Gladis para hablar con ella.
—Gladis, tengo un plan para deshacernos de una vez de esa.
—¿Cuál es tu plan?
—Sacar dinero de la caja fuerte. Como es la única que tiene acceso, el señor sospechará de Isabel. Ellos desconocen que la señora me dio la combinación a mí también.
—Qué buen plan. Me apunto.
Ambas chocan las manos.
En esos días, el señor X se fue de viaje de negocios durante una semana y al regresar sacó dinero de la caja fuerte porque quería invitar a comer a unos amigos en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Entonces se dio cuenta de que faltaba dinero. De inmediato, se dirigió a Isabel.
—Niña, ¿sacaste dinero de la caja fuerte?
—No, señor. Jamás lo haría sin decírselo primero —respondió desconcertada.
—Pues falta dinero.
—No sé lo que ha podido pasar, pero yo no fui.
—Sabes que si necesitas puedes pedírmelo, ¿verdad?
—Lo sé, pero le reitero nuevamente que yo no me acerque en ningún momento a la caja fuerte.
—Entonces preguntaré a las chicas.
—Sí, señor, como usted diga.
El señor, ante la seguridad esgrimida por Isabel, se fue a preguntar a las demás y lo negaron rotundamente. A partir de ese momento, Isabel se dio cuenta que no podía fiarse de ellas. La ambición era tal que no importaba el daño que le hiciesen y tendría que tener mucho cuidado si quería permanecer en aquella casa. Desde ese momento pensó en protegerse y comenzó a grabar las conversaciones, pero no entendía nada porque el idioma era desconocido, algún dialecto asiático, y para traducir tendría que conseguir alguien que hablase ese dialecto, aunque ese no era el problema. Todos los días dejaba grabando el móvil, quizá algún día lo necesitaría.
Isabel sospechaba de las chicas, hablaban entre dientes y aquello no le gustaba.
Un día, Sandra comenta a Gladis lo que hizo esta vez. Ese día llegaron unos albañiles a reparar una pared de la habitación de Sandra, e hicieron mucho polvo. Mientras trabajaban, Sandra fue corriendo hasta donde estaba Gladis con la intención de comentarle sus nuevos planes.
—Hoy, cuando los albañiles se vayan, esparciré todo el polvo en el pasillo y cuando le diga al señor que no limpia bien, ya verás que le llama la atención.
—¿No tienes miedo de que se den cuenta de que tú eres la autora del sabotaje a Isabel?
—No, porque me consideran importante en esta casa. Yo llevo dieciocho años aquí e Isabel sólo diez.
—Yo tendría mucho cuidado. Como el Señor se entere que tú eres la causante de todo, te despedirá.
—No tiene por qué enterarse. Ella no lo dirá porque quiere mucho al viejo y se callará por no disgustarlo, así que no te preocupes.
—De todos modos, deberías dejarlo ya.
—No lo hare hasta que esa se vaya —gruñó con enfado.
Al día siguiente, Sandra se quejó del polvo en el suelo. Isabel, a pesar de ser una persona serena, perdió los papeles al enterarse que Sandra la involucraba directamente a ella. Las dos se enzarzaron en una discusión acalorada. Isabel no podía permitir que la humillasen de esa manera, es cierto que por no armar ninguna escena se quedaba callada, pero esta vez era totalmente diferente porque estaba decidida a no volver a ser humillada.
Llegaron las fiestas de fin de año y en la casa se celebraban las navidades a lo grande, como todos los años. Había programada una gran comida con treinta y siete invitados, para lo que contrataron un catering y prepararon arreglos florales, estrenaron una mantelería y sacaron la vajilla de primera calidad y la cubertería de plata. También contrataron camareras externas porque el personal no daba abasto para todos los invitados. Entre los invitados había personajes importantes de la política y miembros de la jet set.
Las chicas, queriendo humillar a Isabel, le dijeron:
—Hoy tienes que ayudar a los camareros a servir las mesas.
—Sin ningún problema.
—Nosotras ayudaremos al chef en la cocina.
—Perfecto.
Isabel salió con una bandeja de ostras para ofrecer a los invitados. Los camareros hacían lo mismo. Cuando se sentaron todos a comer, hubo un desfile de camareros trayendo y llevando platos, entre ellos Isabel. Cuando el señor X se percató, avisó a un camarero y le dio una orden directa. El camarero se fue enseguida a la cocina a informar a las chicas.
—Sandra y Gladis, tienen que salir a servir junto a Isabel. Dice el señor que, si una sirve, las demás tienen que hacerlo también. Que el chef tiene ayudante y que no necesitan estar tantos en la cocina.
—Está bien, ahora vamos —respondieron con caras mustias y avergonzadas al ver pasar a Isabel, que cruzaba el pasillo en ese preciso momento hacia la cocina con una bandeja en la mano.
Al acabar la reunión, todos los invitados se fueron y el señor X los felicitó a todos por el buen trabajo y le entregó un sobre a cada una como agradecimiento por el buen resultado de la fiesta.
Pasadas las fiestas, el señor X tuvo un micro infarto, lo que preocupó mucho a las chicas, sobre todo a Isabel. Perder a la señora X fue duro, y con sólo pensar que al señor X le pasase algo, se quedaron aterradas. Cuando el señor X se fue al hospital, le informaron que, debido a su delicado estado de salud, debía quedarse en reposo. Una vez recuperado de ese episodio traumático para todos, decidió que le pusieran un marcapasos diminuto, de esa manera estaría controlado todo el tiempo. Sandra se vio con la herencia y se disgustó al enterarse de la recuperación del señor. Nada de lo que preparaba le resultaba, por lo que la herencia nunca llegaba.
De momento, al señor X aún le quedaban algunos años por delante.

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