LA HISTORIA DE ROSA Y JULIÁN – Mª del Mar Mulero del Estal

Por Mª del Mar Mulero del Estal

Julián, un hombre del Perú, educado, atento, culto y directivo de una multinacional frecuentaba una página de contactos. Tenía varias opciones interesantes y muy atractivas para iniciar una conversación y decidió mandar algunos mensajes.

A la espera de alguna respuesta se vio seducido por un perfil algo diferente. Rosa parecía un buen partido, relativamente joven, con estudios universitarios, un buen trabajo y cómo no, muy atractiva.

Julián atraído por la sonrisa de esa chica y su mirada seductora, decidió escribirle. Se presentó, la saludó y esperó a que ella contestara.

Regresaba en unos días de Dusseldorf y le apetecía tener a alguien con quien compartir sus momentos, vivencias y lo que surgiera.

Pronto Rosa leyó su mensaje y consultó el perfil, parecía un hombre interesante, y decidió contestarle. Él se sintió afortunado al obtener su respuesta y enseguida empezaron a conversar.

Todo iba muy rápido, al menos era la percepción de Rosa.

Halagos, poemas, canciones… Rosa se sentía algo abrumada, tanta intensidad la ahogaba, pero Julián era muy habilidoso y apenas la dejaba pensar, tenía las cosas muy claras y, por supuesto estaba muy interesado en conocerla.

Ella tenía sentimientos contradictorios: por un lado se sentía incómoda, atosigada y por otro halagada. Había algo en él que no le acababa de encajar y le generaba algo de desconfianza y sin embargo tenía unas ganas terribles de conocer a aquel personaje tan enérgico.

Consultó su instagram cargado de fotos interesantes por todo el mundo: Japón, Toronto, Nueva Caledonia… Haciendo actividades como paddle surf, paracaidismo, submarinismo… Se fue creando una imagen que cada vez le atraía más, le parecía un trotamundos y eso la seducía. Se imaginaba viajando y disfrutando de locas aventuras con él y decidió conocerle.

¡Tenía tantas cosas que preguntarle…!

Fijaron una fecha y mientras tanto seguían conversando y conociéndose por whatsapp y alguna que otra llamada telefónica. Él se mostraba muy afectuoso y dulce con ella, le explicaba que viajaba mucho por trabajo, estaba siete semanas fuera y tres en Barcelona, a ella esto no le convencía mucho, cuando la idea era conocerse y ver si podía surgir una relación entre ellos. Podría haber cambiado de opinión y deshacerse de él, pero la curiosidad era más fuerte que la coherencia y la sensatez.

Por otra parte parte valoraba la libertad que podía llegar a tener con una relación así, después de haber estado con una persona con la que no la había tenido.

Se citaron en la plaza Sant Jaume del centro de Barcelona, en el lateral del Ayuntamiento, cerca de donde vivía él. Ella llegaba en tren desde las afueras de la ciudad, estaba a una hora de viaje, pero no le importaba hacer ese recorrido ya que por trabajo lo hacía a diario y se distraía mirando el paisaje costero.

Durante el trayecto se mostraba algo nerviosa. Se había vestido discreta, sobria, ligeramente elegante, la melena castaña recaía en el escote de su vestido. El maquillaje destacaba el color de sus ojos avellana. Quería dar una buena impresión.

Rosa llegó unos minutos antes que él a la cita. Estaba esperando al lado del ayuntamiento y lo vio acercarse, a paso acelerado, igual que sus movimientos. Le pareció algo más bajo que en las fotos, pero muy atractivo.

Al acercarse a ella, le robó un beso. Rosa se quedó algo desconcertada, pero intentó quitarle importancia. La cogió de la mano y le dijo que la invitaba a un lunch. Caminaron hacía la Rambla de Barcelona y se adentraron por la calle Tallers hacia una librería, entraron y la embriagó un olor que le parecía familiar, un olor a madera antigua. Ella le preguntó si quería comprar algún libro allí y él la sorprendió con uno de segunda mano, ya que ese título estaba descatalogado.

– Me gustaría que te leyeses este libro, creo que lo vas a disfrutar.

Rosa miró la portada y leyó el título “ No se lo digas a nadie” de un escritor peruano.

– No lo conozco – dijo ella.

– Ya me dirás qué te parece.

Todo le parecía algo extraño ¿Por qué le regalaba un libro si apenas habían podido conversar? Quizá quería que se adentrase en su mundo, su cultura…

La llevó hacia el fondo de la librería y cuál fue su sorpresa al ver que al final de la misma había una cafetería muy vintage y un jardín interior muy bien cuidado. A Rosa le apasionaban estos lugares escondidos del Raval y parecía que el café le sabía mejor.

– Aquí tienes un libro y un lugar adecuado para desayunar y leer tranquilamente. Esta obra me impactó. Aparte de una trama que engancha a seguir leyendo, te enseñará expresiones típicas de mi país.

– Gracias, la librería me parece un lugar mágico con su cafetería escondida para disfrutar de un buen libro y un café. No conocía este lugar ¡Tantos años viviendo en Barcelona y con incalculables lugares por descubrir!

Estuvieron conversando un largo rato, hablaron de su pasado, familia, hijos…, pero él acaparaba gran parte de la conversación y apenas dejaba que Rosa explicase sobre ella.

No parecía que tuviera interés en lo que ella pudiera aportar, él hablaba y hablaba y cuando consideró, se levantó para irse.

– No he acabado mi lunch – dijo ella algo contrariada.

Él volvió a sentarse y esperó a que ella terminara su almuerzo mientras intentaba enmendar su error adulándola constantemente, era un camelador, se le daba muy bien y sabía cómo conseguir su propósito.

Rosa no estaba muy cómoda y había decidido que al acabar se iría a casa, nada iba como se había imaginado.

Se levantaron para irse de allí, ella quería coger el siguiente tren y se lo hizo saber.

– Pensaba que pasaríamos el día juntos, he reservado para comer en un peruano.

¿Conoces la comida peruana?

– No, la verdad es que nunca me he planteado ir a uno.

– ¡Ayyy mi niña! Te pierdes los manjares de mi tierra.

– Me pareces más egipcio que peruano, tus facciones no son muy típicas del Perú.

– Soy de la selva, del Amazonas.

– Aun así.

– Soy socio de un restaurante aquí y he reservado una mesa para nosotros ¿De veras tienes que irte? Me gustas y desearía conocerte un poco más.

Se dejó convencer fácilmente, caminaron por las calles empedradas del Gótico, visitaron la plaza del Rey, la catedral, la impresionante iglesia de Santa María del Mar…

Acabaron en un portal donde había una galería de arte. Ella pensaba que iban a entrar allí cuando de repente él picó al ascensor.

– ¿Dónde vamos? – dijo ella.

– Vivo aquí, voy un momento a casa, he olvidado algo.

– Perfecto, te espero aquí.

– No mujer, sube conmigo y te enseño mi hogar.

Accedió sin vacilar. Al entrar al piso, se quedó sorprendida de la cantidad de objetos vintage
que tenía en su casa.

Él se dió cuenta de que ella observaba con interés la decoración y le explicó que la mayoría de cosas que tenía las había rescatado de la calle y las había mandado restaurar.

Estaba prendada. Él aprovechó el momento para rodearla por la cintura y besarla. Ella se sintió bien y le correspondió efusivamente.

En breve estaban compartiendo algo más que unos besos.

– ¿Cuándo nos volveremos a ver? – preguntó Julián.

– Aún no ha acabado el día, lo hablamos durante la comida. ¿Te parece?

– No podemos ir a comer, me han avisado de que hay un escape de agua y no pueden abrir el restaurante hoy. Ahora tengo que ir allí a ver qué pasa.

– No te preocupes, ve tranquilo y ya nos veremos en otro rato.

– Te acompaño al tren.

Pasaban los días y no había forma de coincidir para volver a quedar y él en breve volvía a viajar durante siete semanas más.

Por fin lograron planear una escapada, pasarían una noche juntos en Sitges, un pueblo idílico de la costa. Julián se encargaba de reservar el hotel y ella el restaurante donde irían a cenar. Rosa estaba emocionada, lo vivía todo con mucha intensidad.

De repente recibió un whatsapp desconcertante.

– “Rosa, mejor lo dejamos aquí. Somos muy diferentes y ya me has mostrado como eres y lo que puedes llegar a dar”.

Rosa no daba crédito. No podía entender qué había cambiado, por más que pensaba y pensaba, no entendía nada.

– Me gustaría que te explicaras un poco más, no sé qué te ha hecho cambiar de opinión.

– No le demos más vueltas, simplemente dejémoslo así.

Rosa desconcertada, decepcionada y algo entristecida siguió con sus cosas, su vida, sus amigas y una noche a las tres de la madrugada recibió un whatsapp.

– ¿Qué haces?

Ella sorprendida reaccionó con su silencio.

– ¿Te gustaría que nos viéramos mañana?

– Lo siento, te reservé un par de días y ahora lo tengo todo ocupado con compromisos.

– ¿No tienes ningún momento para mí? Reservo un hotelito y…

Rosa volvió a acceder ilusionada. Quedaron en Barcelona, ella se desplazó con su coche porque venía del cumpleaños de una amiga en Sarriá. Iba vestida muy elegante, y maquillada muy natural.

De nuevo, llegó un rato antes que él a la cita, al verlo llegar, ya no le pareció tan atractivo, era como si se hubiera desfigurado su imagen: bajito, calvo, poco agraciado y no muy bien vestido.

Cenaron en un peruano, él sabía qué pedir, dominaba la cocina del país como indígena que era y, cómo no, no podía faltar el típico ceviche.

Durante la cena, él estuvo más tiempo hablando con la dueña del local, a la cual conocía, que con ella. Rosa iba mirando su móvil, esperando que acabaran de conversar. Le cogió de las manos, le sonrió, intentaba seducirle. Él se dejó, pero ella no notó nada, no había química, no sentía nada.

Julián estaba de nuevo inquieto, quería marcharse rápidamente como en la otra ocasión.

– Rosa van a cerrar el restaurante, debemos irnos ya.

– ¿Te parece que vayamos a tomar una copa?

– Me parece una gran idea. La noche acaba de empezar.

Rosa, feliz, le cogió de la mano y le besó.

Al salir se pararon dos locales más allá, en la misma acera. Ella le preguntó qué era aquel lugar que para entrar tenían que picar a la puerta. Julián le respondió que era un lugar muy especial para tomar una copa y bailar un rato.

Les dejaron pasar, pagó la entrada y les dieron una llave que daba acceso a unas taquillas para dejar las cosas.

Rápidamente fueron al vestuario a dejar el bolso…y él se desvistió.

– ¿Qué haces? – preguntó Rosa sorprendida.

– Estamos en un club swinger, creía que lo sabías.

– ¿Cómo se supone que lo voy a saber si no me lo has dicho?

– Venga mujer, ya estamos aquí disfrutémoslo.

Una mujer se acercó a Rosa y le acarició el brazo. Rosa educadamente hizo entender a la desconocida que no participaría del intercambio de parejas. Julián mostró su desacuerdo pero bien sabía que si no había consenso no había nada que hacer.

Rosa muy decepcionada, se dirigió hacia la barra del bar, pidió una copa y se puso a observar a la gente. Él prefirió darse una vuelta por el club. Se miraba a las chicas de forma lasciva. A Rosa le faltaba el aire, no entendía para nada su actitud, le hizo saber que se iba de allí y le esperaba fuera mientras él se vestía.

Durante la espera, miró el instagram y vio una foto que había colgado él de la mano de otra mujer y muy abrazados.

El mundo se le vino encima. ¡Menuda humillación! Decidió marcharse sin despedirse. En el trayecto de vuelta a su casa, iba pensando cómo había podido ser tan ingenua, su rostro se había descompuesto y su maquillaje se deshacía entre lágrimas y lágrimas.

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