LA INFANCIA: SANTOS, MÉDICOS Y LA ESCUELA

Por Jesus Mari Eizmendi

Nací en una familia modesta pero no nos faltó lo esencial. Mi padre era zapatero, vivíamos en una casa de dos alturas y desván, en la planta baja estaba su taller y almacén, y, separada, se encontraba la cuadra. Mi madre tuvo cinco hijos, todos ellos nacimos en casa con la ayuda de la comadrona, doña Carmen Ibáñez. El mayor falleció a los seis meses, Jesús María, luego nací yo y me pusieron el mismo nombre, después vinieron Maite, Xabier e Ignacio. Nuestra abuela paterna Joaquina también vivía con nosotros. (1)

Cuando tendría unos ocho años era un niño enfermizo y con fuertes dolores de oído que además me supuraba. Mi madre empleo las curas populares conocidas por mi abuela. Me aplicaron aceite y me pusieron una bufanda caliente. El remedio no tenía efecto alguno. Eran años con inviernos fríos (1953 y 1954) nos salían sabañones (ospelak) en las manos y en las orejas.

A mi madre le comentaron que en Albistur, en la  ermita de San Gregorio, el aceite de la lámpara tenía propiedades curativas para  el dolor auditivo. Allí nos encaminamos, partimos de Tolosa y  fuimos a pie hasta Albistur pasando por Benta Haundi. Una vez en la ermita la mujer que la  cuidaba nos facilitó el aceite bendito y nosotros lo repusimos con otro  que llevamos, además de donar la conveniente limosna. Aplicamos con guata (algodón) el aceite y después de los rezos habituales salimos con la esperanza de que san Gregorio me aliviaría. Pasaron los días y mis dolores seguían impertinentes, mi madre me miraba con cara triste y preocupada. También le consultamos a don Alejandro, que era el médico de la familia. Pero el dolor persistía.

Mi madre supo a través de una mujer que tenía una mercería (Balerdi y Apaolaza, en Zumea) que la había curado un “otorrino” –así nos enteramos como se llamaban los especialistas del oído– que se llamaba Arrieta y tenía la consulta en la calle Urbieta de Donostia. En la visita el médico nos expuso que yo padecía una infección severa con el riesgo de contraer meningitis, y, por tanto, había que intervenir rápidamente.

Me opero en la misma consulta, tras un afeitado parcial de la cabeza que me hicieron en Andoain. Recuerdo que me colocó una tela sobre la boca abierta y vertió un líquido de fuerte olor (más tarde supe que era  cloroformo). Al despertar estaba con la cabeza vendada. Me llevaron a casa de un primo de mi padre, llamado Juan Lazkano, en la calle Aldamar allí estuve unos días para que Arrieta me hiciera el seguimiento.  (2)

Una vez en casa, a los días volví a la escuela, no debía de tener buen aspecto, el  compañero José Mari Artola todavía recuerda que estaba en clase con la cabeza vendada. Era la época  que en la escuela me sentía mal, estaba entre los últimos en las notas semanales, y, por ello, tenía que sentarme en los pupitres de la fila del fondo. Lo pasé mal.

Durante unos meses fui con mi madre a Donostia a la consulta del doctor Arrieta, quién me examinaba el oído y aplicaba unos toques con un medicamento. Cuando llegaba a la estación del tren y pasar el puente de María Cristina la ciudad me dejaba impresionado, me parecía importante pasear por ella; después de la consulta mi madre me compraba un bocadillo en la Plaza Gipuzkoa, y también comprábamos café en una tienda en cuyo escaparate había el muñeco de un negrito con sombrero sentado.

El dolor se fue extinguiendo y tuve un mejor aspecto, dejé de estar en la última fila de la clase. Empecé a progresar en la escuela, me gustaban el dibujo y las matemáticas; recuerdo que empecé a hablar con algunos compañeros (con Agustín y otros ) y a jugar a pelota en el recreo.

La supuración del oído me duró algunos años más. Después de la mili en Burgos y haberme curado de las fiebres tifoideas, que presumiblemente contraje en unas maniobras en el Páramo de Masa, fui a la consulta del otorrino doctor Bidegain, que me diagnostico que todavía tenía un resto de la infección que generaba el pus, me propuso hacerme una limpieza y  vaciado del oído externo. Después de quince años de la primera me hicieron otra intervención, fue en la clínica Aránzazu que se encuentra en la avenida Navarra. Volví a casa  el mismo día y desde entonces el oído no exuda ni despide mal olor.

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