LA JOVEN DE LA PAMELA AZUL – Joaquina Cánovas Llamas

Por Joaquina Cánovas Llamas

Era muy de mañana cuando dejé el coche aparcado cerca de la puerta del pequeño hotel donde iba a estar hospedado algún tiempo, el suficiente para descansar y a la vez impartir una conferencia sobre el tema de mi último libro que acababa de publicar.

Una vez colocado en la habitación el escaso equipaje estuve dispuesto para buscar el lugar indicado en la dirección que se leía en una tarjeta que guardaba en el bolsillo. Para que me fuese más fácil pregunté en recepción y me indicaron el camino que debía seguir.

Llegué en unos minutos porque la ciudad no era muy grande. Y allí, frente a una glorieta, descubrí la librería y a Pablo, el dueño de aquel comercio.

Pablo me estaba esperando y después de saludarnos comenzamos a hablar de mi última publicación y de los detalles de la conferencia que debía impartir al día siguiente.

Al mirar las estanterías le felicité por la variedad de los temas allí colocados. Luego, mirando detenidamente a Pablo, pensé que su aspecto juvenil no correspondía al prototipo de vendedor de libros que normalmente solía encontrar. Era demasiado joven para haber recopilado volúmenes de tanta valía. más.

En medio de nuestra conversación escuché el ruido que produjo la puerta al abrirse y al volver la cabeza me encontré con ella. En ese momento intuí que todo a mi alrededor se quedaba callado. Ni siquiera fui capaz de continuar la conversación que sosteníamos. No sé el tiempo que transcurrió hasta que oí su voz decir:

-Hola, Pablo. ¿Nos vamos? El día es espléndido. Tenemos que disfrutarlo.

No estaba muy seguro de que lo escuchado fueran realmente las palabras que ella había pronunciad porque allí, junto a la puerta, se encontraba la mujer más bonita que jamás se hubiera cruzado en mi camino. Ni siquiera los personajes que yo describía en las novelas, muchos de ellos idealizados por mi imaginación, podían igualarla.

Mi corazón enloqueció al verla. Traté de retornar a la situación en que me hallaba intentando apartar la vista de aquel personaje que acababa de asomarse a mi vida. Pero no me fue posible. Y opté por observarla con detenimiento. Me fijé en sus pantalones a media pierna, en la camisa que revoloteaba sobre su cuerpo y en las zapatillas sujetas a los tobillos por unos lazos. Pero lo que más me sorprendió fue su pamela azul. Esa pamela que parecía sacada de alguna foto que recordaba haber visto en casa de mi abuela y que caía, cansada, cubriendo sus cabellos.

Volví a la realidad al escuchar la voz de Pablo:

-Lo siento Elena, mi padre me ha pedido que me quede hoy aquí. Tiene cosas importantes que resolver. Pero antes de nada quiero presentarte a Luis Salmerón. Ya sabes que le estábamos esperando. Acaba de llegar y ha venido a saludarnos.

Ella dijo «encantada» y me miró. Creo que fue en ese instante cuando descubrió mi presencia. Al ver su mano tendida atrayéndola con suavidad la besé en la mejilla y en ese momento me di cuenta de que mi pensamiento pasaba de aquel lugar y volando se dirigía hacia alguna estrella desconocida para todos.

Ella, apartándose un poco, me observó durante unos segundos y dijo:

-Escribe unas novelas muy bonitas. Estoy feliz de conocerle. ¿Quiere que le enseñe el pueblo y los alrededores? En realidad, pensaba pasar el día de excursión y si Pablo no puede venir podemos hacerlo nosotros ¿Qué le parece?

-Es una idea estupenda- dijo Pablo dándolo por hecho.

Y nada más pude hacer yo porque Elena, tomándome del brazo, ya me conducía hacia la salida.

Anduvimos en silencio. Mi corazón latía descolocado con una música que nunca antes había escuchado. Y fue ella la que encontró las palabras que yo, en vano, trataba de hallar.

-Creo que primero le enseñaré el pueblo. Le va a gustar. Es pequeño pero muy bonito.

-Si quieres me puedes tutear. No soy tan mayor- dije un poco molesto.

-Por supuesto que no lo eres, estaba deseando que me lo pidieras.

Miré las casas que a un lado y otro de la calle aparecían desvanecidas porque yo sólo la veía a ella y aquel calor de su brazo sobre el mío hacía que me sintiera aturdido.

De esa manera llegamos al campo. En cierto momento se detuvo intentando apartar los cabellos que le caían sobre la frente. Y entonces el sol, a pesar de la pamela azul, iluminó su cara. La encontré muy bella. Y continuó hablando como lo había estado haciendo desde su llegada a la librería.

-Te parecerá que soy muy atrevida invitándote a que me acompañes. La verdad que no sé qué me ha ocurrido, pero al verte algo desconocido ha hecho que me comporte de ese modo. ¿Tú que piensas?

-¿Yo? pues no sé qué contestar…

-Bueno, lo dejamos así. Pero si hablo mucho me lo indicas y me callo. En casa mamá dice que parezco una cotorra, pero no es cierto. Lo que ocurre es que como la veo tan poco, en las escasas ocasiones  que estamos a solas tengo siempre mucho que contarle.

-¿Tu madre trabaja fuera de casa?

– ¡No! Que va. Pero sale de viaje con mucha frecuencia. Desde que murió papá se pasa la mayor parte del tiempo con Marcos. Y a mí, la verdad, con él no me gusta estar.

_¿Quién es Marcos?

-El amigo de mamá. Ellos no dicen que sean novios ni hablan de casarse. Pero siempre están juntos. Parece como si lo quisiera más que a mí…

Se soltó de mi brazo. A su alrededor el aire permanecía quieto y callado. Presentí como si un repentino cansancio la hubiera hecho detenerse. Yo intenté volverla a la realidad diciendo:

-¿Y adonde me llevas ahora?

Me miró a los ojos y observé como se diluía aquella sombra de fatiga.

-Este sendero conduce a un río. En esta época no arrastra mucha agua y nos podremos bañar.

-No, yo no pienso hacerlo. No me he bañado en un río desde que era pequeño. Te esperaré fuera.

Al llegar dejó junto a mí la pamela azul y quitándose la escasa ropa que llevaba puesta deshizo los lazos de las zapatillas y se adentró en las aguas perezosas de aquel riachuelo, solo cubierta por un minúsculo bikini.

La observé admirado. El sol relucía en los guijarros de la orilla y unas pequeñas olas jugueteaban caprichosamente a su alrededor. Veía asomar un brazo, más tarde sus piernas que de nuevo desaparecían hasta esconder todo el cuerpo debajo del agua. Al final, cuando se decidió a salir, yo echado en la orilla, creí ver un cielo lleno de susurros envolviendo su cuerpo mojado.

Ya sentada, se reclinó en mi pecho. Estaba muy seria y la besé tratando de hacerla sonreír. En silencio permanecimos mucho rato. Hubiera querido deslizarme por los caminos de sus pensamientos y pintarlos con los bellos colores de cualquier atardecer. Pensé que mis sueños todavía sin realizar, estaban adornándose de una melodía llena de encanto.

Escuché que me hablaba:

-¿Te digo una cosa? ha sido muy especial lo  que he percibido cuando me has besado. He sentido como si nadie lo hubiese hecho antes.

-¿Te ha besado alguien tan mayor como yo?

-Pues la verdad que no. Pero tú no eres mayor, sólo ocurre que tienes unos años más que Pablo. Y no quiero decir que seas un hombre interesante porque así es como mamá se expresa al referirse a Marcos y no le tengo ningún aprecio. Desde que apareció en su vida yo he pasado a un segundo lugar. Paso mucho tiempo sola. ¿Sabes que la primera vez que tuve la regla llegué a casa buscando a mamá muy asustada y fue la chica que acudía para ayudar en los trabajos la que me explicó todo eso? Y un final de curso que obtuve un montón de sobresalientes no se lo pude contar hasta el día siguiente que volvió de un viaje. A veces me despierto con el sentimiento de que ella se esconde de mí… Pero no quiero continuar hablándote de cosas tristes. Creo que ya he superado esa etapa.

Y comenzó a coger piedrecitas que volvía a tirar a un lugar que no tenía ningún sentido.

Me di cuenta de que estaba desnudándome sus sentimientos como si nos conociésemos de mucho tiempo. En ese momento hubiese dado la vida para que ella no se encontrase sola nunca más.

Suavemente acerqué mis labios a sus ojos y los besé sintiendo la humedad que todavía quedaba en las pestañas. Entonces el cielo, lleno de susurros, nos envolvió a los dos.

Para Elena todo lo que nos ocurría era como si ya lo estuviese esperando. Todo, para ella, presentaba ese toque de normalidad que, en cambio, a mí me tenía perplejo.

Paramos en una pequeña venta y comimos sentados junto a una mesa colocada debajo de un árbol frondoso que nos escondía de las demás personas. Y luego, siempre prendida de mi brazo, continuamos paseando hasta el atardecer.

A la vuelta, antes de acercarnos a la librería de Pablo, pasamos por la puerta del hotel en el que me hospedaba y la escuché preguntar:

-¿Puedo subir a tu habitación?

-Ya es algo tarde. Quizá Pablo nos esté esperando y le preocupe nuestro retraso- fue lo que pude decir porque un ligero temblor me impedía hablar con normalidad.

-No importa. Quiero subir contigo.

Y antes de que pudiese ordenar mis pensamientos ya estábamos sentados, uno junto a otro, en el pequeño sofá de la alcoba. Elena se apoyó en mi hombro y yo pasé el brazo por su cintura atrayéndola con suavidad.

Y fue entonces, cuando tremendamente asustado, me hice cargo de la situación a la que estábamos a punto de llegar. Deshaciéndome con delicadeza de aquel abrazo, le dije mirando a un punto inexistente de la habitación:

-Tengo que hacer una llamada desde el teléfono de recepción, lo siento.

Una vez abajo tomé un trozo de papel y escribí algo que, en aquel instante, pensé era lo adecuado. Lo introduje en un sobre y entregándoselo a la joven que tenía enfrente le indiqué:

-Es para la persona que se encuentra en mi habitación. Déselo, por favor.

Y comencé a caminar sin rumbo determinado, pero teniendo muy claro que no podía quedarme en aquella habitación ni un minuto más. Ella era muy joven. Seguro que tenía una relación con Pablo. Siempre pensé que el amor me llegaría de otra manera. Que no era posible que apareciera en tan corto espacio de tiempo y que yo no tenía derecho a cambiar el destino de nadie por mucho amor que sintiera. No podemos forzar los acontecimientos para, más tarde, abandonarlos- pensé tratando de darme la razón. Pero tuve que reconocer que me había enamorado.

No sé el tiempo que estuve caminando. Al llegar a la glorieta me encontré con Pablo que iba acompañado de una chica. Se me acercó a la vez que le escuché preguntar:

– ¿Qué tal el paseo? Andábamos buscándoos. Mira, te presento a mi novia. Hace un rato vimos pasar a Elena, se dirigía a casa.

-Les miré atentamente tratando de entender aquella situación. Luego, poniendo una excusa que ni siquiera puedo asegurar que ellos escucharan, me alejé sin importarme gran cosa lo que pudieran opinar. Porque yo ya me dirigía hacia donde se encontraba la vivienda de Elena.

-Ella misma abrió la puerta. Nos miramos largamente y comenzó a hablar:

-Cuando te fuiste me quedé muy sola. ¿Por qué has vuelto?

-¿Sabes? Ha sido un sueño conocerte. Creo que siempre anduve en tu busca. Quizá te parezca muy cursi el modo de explicarte lo que siento, pero esa es la verdad. Y si quieres, te puedo recitar todas las palabras de amor que te mereces. Constantemente has estado en mis sueños.

En ese momento me sonrió como sólo ella era capaz de hacerlo.

Y fue entonces cuando el sol se hundió en la lejanía y el viento se distrajo entre tantas estrellas.

La luna, entornando los ojos, suspiró de envidia.

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