LA LENGUA JERIGONZA – María Estrella Hurtado Álvarez

Por María Estrella Hurtado Alvarez

Con el paso de los siglos, la ciudad de Toledo conservaba los secretos que recorrieron sus calles convertidas en cobijo para los tristes. Los rincones más recónditos de la ciudad presenciaron el llanto y desconsuelo de viudas solas, tuertas y beatas, de negras conversas condenadas por herejía. El asfalto y los adoquines se hicieron eco de los ritos esotéricos de corbeteras (prostitutas), soplones, floreadores (ladrones), punteadores (asesinos), fuelles, sirenas, postulantes y otros miembros de la Garduña que no quedaron a buen resguardo.

Sin embargo nada hablaba más de Toledo que su primitiva Cárcel de la Santa Hermandad Real y Vieja de Talavera y la capacidad disuasoria del castigo, que se fue logrando mediante el espectáculo público ofrecido en las calles.
En las ejecuciones todo se volvía en exceso comunicativo, se vestían a los condenados con ropajes especiales o se les obligaba a portar determinados objetos que hacían referencia a su crimen. De otro modo el mensaje de las milicias armadas no llegaría al pueblo, ni los ciudadanos conocerían el miedo a la tragedia moral que les aguardaría de convertirse en golfines e infieles.
Los condenados a muerte eran asistidos por religiosos que les exhortaban a buen morir hasta que los huesos caían de sus palos, todo y eso tras celebrarse un tradicional banquete previo al asaetamiento. En la Baja Edad Media premiaban las saetas que les clavaban en el corazón y multaban a los que la colocaban en el pecho.
Se pregonaba la pena y el delito de los que iban a ajusticiar en alto, repitiéndose a lo largo de la carrera hasta el patíbulo. Entre tanto, los presos eran trasladados en carretas atados al poste por ocho cuadrilleros a caballo.
El cuadrillero mayor, el escribano, el portaestandarte y la comitiva de cofradías se mantenían al pie del cadalso hasta que era ejecutada la sentencia y por ende regresaban a la cárcel donde debían dar cuenta al tribunal del cumplimiento de la misma. En las condenas por descuartizamiento velaban una noche los cadáveres antes de cortar sus cabezas y el resto de los miembros, los cuales eran exhibidos en sitios públicos.
Durante mi adolescencia, la basílica del Prado conservaba en su fachada el escudo de madera de los Reyes Católicos aunque el edificio había pasado a ser un almacén de mecánica lleno de trastos con el devenir de los años y el transcurso de la guerra civil.
Los expolios de las milicias republicanas destrozaron gran parte de su interior y del taller del “Maño” solo quedó la ignominia de malas decisiones y nefastas políticas. Las personas más piadosas fueron forzadas por el ejército rojo a desmantelar los edificios religiosos y acompañé a mi madre en varias ocasiones a la prisión medieval a retirar reliquias, albas y túnicas de monaguillos.
Cuando sonaba el toque de queda solía esconderme allí y fisgonear en los textos antiguos manchados de grasa que se amontonaban en los estantes con algunas páginas arrancadas o con surcos de tinta emborronada. No eran todos originales pero las copias contenían información de gran interés y cuando pude hacerme con algunos de esos ejemplares los sustraje aprovechando que había llegado la hora de apagar las luces y resguardarnos en nuestras casas para protegerse de los asedios. Comencé a leer y de este modo me sumergí en un viaje psicológico y no sólo físico al emblemático edificio y su pasado del que jamás pude regresar…

El santero de la Ermita de San Simón había expuesto sus quejas a la Santa Hermandad, dos cabritos y una burra le habían sido sustraídos y los gitanos que vagabundeaban por Buendía seguían sin reconocer sus triquiñuelas para robar ganado en el Salón del Tribunal de la cárcel toledana.
-¿Y quién y cuántos rovaron (en castellano medieval los pretéritos imperfectos se escribían con v) en las cercanías (en castellano antiguo el fonema “ce”tanto en sílabas directas o dobles, se escribía con letra zeta) de los bosques (bosques en castellano medieval) del Escorial?
-No sé nada Señor. Somos desgraziados y nos an levantado este falso testimonio. De todo lo que se acumula en la causa ni sé cosa maldita…Puedo jurar a Dios y a setenta mil cruzes que yo no sé dónde cae ese pinar - se escuchó entre los acusados.
Uno de los detenidos en la redada de Jara, Diego Montes, confesó haber estado en Valdecaballeros porque el Jerónimo administrador le tenía prometido el puesto de guarda en la dehesa del Escorial.
—Varios vecinos se quejan de ser engañados en los cambios de ganado y de que adornáis con una zinta los pescuezos. Las abispais(el imperfecto de indicativo se escribe 2v2 en castellano antiguo) con una vara para que manifiesten viveza y desta forma deshacerse de las maulas (mal cumplidor de obligaciones. Persona perezosa, engaño encubierto) y sacar el dinero—persistió el juez.
—No sé, señor. No usamos ficciones o engaños. Si an benido a reconozerme a la cárcel y an dicho que no era yo— recriminó otro gitano.
—Las armas de fuego que vos llebáis indican que os complazéis en salteamientos y hurtos-refutó la autoridad.
Pero lo cierto es que Montes aprovechó la acusación para exponer sus alegatos y justificar la tenencia de las mismas al haber trabajado para el Marqués de San Antonio en una propiedad de Guadalcanal.

Tomó la palabra Micaela, una gitana de Salvatierra que pasaba a a acarrear o vender agua a Portugal y trabajar la herrería, oficio que ejercía su padre el cual asimismo, permanecía detenido junto a su esposa.
-No estavamos en los descampados. Solo bamos por nuestras mimbres zerca del río Guadiana -insistió en un intento de ajilar(sudar en idioma caló).
Aunque no se aportaron pruebas de que lo delitos habían sido cometidos, la mera especulación y las sospechas de que hablaban la lengua jerigonza (lenguaje difícil de comprender para las personas que no pertenecen al gupo. En este contexto, se refiere al usado en pillerías, bellaquerías, bribonadas, trampas, tretas o engaños para obtener beneficios de diversa índole) fue tomado como dato relevante para dictar sentencia en contra del colectivo calé considerado por los lugareños como enemigo de la sociedad.
—Prometen darnos una gratificación para que la queja no llegue a la justicia. -Yo acudí a protestar y me ofrezieron perder la señal y otra cavallería (caballería en castellano antiguo )— añadió el principal testigo.
El arrendador de la alcabala del viento(impuesto indirecto que pagaban los mercaderes foráneos por las ventas que realizaban en los mercados de la localidad, así como entre los vecinos donde se celebraba la feria y los forasteros) aseguró conocer las artimañas en los trueques de los gitanos y aunque reconoció que le pagaban los impuestos los culpó de no tener domicilio ni vecindad y de vivir en cuadrilla,
Pese a la solicitud de la pena capital por el fiscal, la Santa Hermandad no fue tan severa en sus apreciaciones y los hombres fueron condenados a diez años de trabajos forzados y las mujeres a ser confinadas en los pueblos destinados por la normativa de avitación de gitanos. De nuevo partieron a las celdas toledanas desde donde serían conducidos a sus destinos.
En cambio, Juana Salazar, corrió otra suerte diferente al resto a fin de hacerse pasar por loca con demostraciones ante el alcaide de insensata y enferma. Finalmente se evitó tomarle declaración observando tanto fingimiento sin que pudiesen declararla confesa.
En el hueco de la puerta de la Basílica de Santa María de la Cabeza se aglomeraron algunos curiosos cuando el oficial hermandino que había terminado los interrogatorios a los gitanos, procedía a entrar a rezar el Santo Rosario.
- “Todos los sábados del año tendrían que celebrarse una solemne sabatina para consuelo de los justos” ― pensó para sí tratando de concluir su estación de penitencia con una salve y un responso por los difuntos antes de que la algarabía popular lograse distraerle. Sacó sesenta y siete reales para pagar la sagrada comunión al capellán carcelario que impartía los sacramentos a los presos.
Al terminar la causa, había ordenado poner los bienes de los gitanos en pública almoneda. Sin embargo, la controversia para resolver el conflicto no había más que comenzar…
Los gitanos intentaron huir usando unos gorrones(guijarro redondo y pelado) de la Torre de Zamora para golpear la madera y extraer cantos rodados de mayor tamaño. Las mujeres lograron romper una tabla de la techumbre raspándola con el hueso de los restos de comida que les habían suministrado; aunque el intento de evasión podría costarles la horca se encaramaron en un cepo que se hallaba en la mazmorra para escapar. No obstante, la argamasa esparcida sobre el suelo alertó pronto al alguacil que avisó al cuerpo de guardia del zaguán.
Los calabozos abovedados tenían acceso desde el sótano gracias a una escalera de rastrillo para evitar que los presos huyesen. Los cabildos estaban situados a la derecha de la puerta principal y las oficinas y salón del Tribunal en la primera planta dónde los gritos descontrolados de los confinados eran estremecedores. Los siniestros elementos de tortura del carcelero del reclusorio matriz desataron el horror al ser de nuevo apresados:
“Pies de amigo( horquilla de hierro para erguir la cabeza del reo), bigornia (yunque), martillo, botador( palanca para arrancar clavos), cepo y potro para dar tormento, cadena con cuatro ropeas, aderezo para decir misa todo cabal,silla de juzgar y una mordaza con tres candados sin llave.”
En cambio, Micaela, la hija del chispero( herrero, forjador), consiguió escapar entre la algarabía y cruzar la calle Tripería. En el Escorial pidió al clérigo acogerse al sagrado sacramento, a sabiendas que podrían encerrarla en una iglesia carcelaria aun siendo novicia,
Mientras los acontecimientos se tornaban cada vez más convulsos para la Justicia, la joven procesionaba ante el altar acompañada por el coro de monjas que cantaron el introito de la Misa. El Diácono omitió el credo y la oración de los fieles aligerando en las lecturas litúrgicas. Una huérfana la contemplaba en silencio bajo el regazo de una de las religiosas. Años después sus vidas se volverían a cruzar aunque sería el penitencial el encargado de establecer nuevos lazos entre ambas, en razón de una hija que la expósita tendría con un albéitar(veterinario, mariscal) de más edad.
Corría el año de nuestro Señor de mil ochocientos catorce y una negra morisca había llegado a prisión el trece de diciembre, el mismísimo día de Santa Lucía. La ejecución de un muchacho ciego se produciría durante esa mañana como desagravio a la santa y los invidentes de Talavera se congregaron obligados a asistir al ahorcamiento para rezar por su alma,
En la prisión, sobre el suelo de su celda, la hijuela del mariscal observó un vasto garrote que otras reas aseguraron era el mismo con el que había golpeado el progenitor del ciego a uno de los canes del muchacho ya que no le obedecía.
El pastor echó mano a la faja y tras una discusión sacó una perica cabritera de palmo y medio con la que mató a su padre de una certera puñalada en el corazón. Tras encerrar los carneros en el corral y limpiar con esmero la navaja se había entregado a los cuadrilleros de la Hermandad que lo pusieron a buen recaudo.
Así pues, asió la vara con firmeza para postrarse aquejada de dolores musculares, percibiendo extrañas visiones premonitorias al tocar el bastón. Advirtió en su mente el cadáver del cabrerizo dentro de una cuba de madera cerrada con clavazón, descubriendo así que la tinaja había sido arrojada a las aguas del río Tajo por el decisión del verdugo.
Inclemencias y más súplicas de los ciegos hicieron que los hermanos de la Caridad sacaran el tonel del río varias semanas después y le dieran cristiana sepultura en el cementerio de la parroquia de Santa Leocadia.
“…Credo in unum bis uel ter, si adhuc superviverit dicatur letania” “Kirie eleison. Christe eleison. Chirste audi nos.”
La morisca escuchó los maitines que acompañarían el velorio del infortunado, confundiendo el poder de la brujería psíquica con el de la bendición de Dios y durmió extenuada sobre la esterilla de esparto. A la mañana siguiente aguardaría su veredicto con picaresca para conservar la vida a sabiendas de que los ajusticiamientos eran terribles pero no logró apartar las pesadillas de su cabeza. Una intrusa voz de bostezo la había acompañado en su duermevela y extrañamente la historia del trastorno fingido `por la gitana Juana Salazar le fue transmitida a través de otro misterioso sueño.
Iluminada en su descanso nocturno, decidió simular de igual manera que la gitana estar enajenada ante la jurisdicción y evadir con artimañas la condena por echar las suertes de habas y naipes que podía agravarse por su condición de mujer sola. Comenzó la farsa repitiendo las oraciones en latín memorizadas de madrugada cuando visualizó el muchacho en su funeral.
―”Pater de caelis Deus, miserere nobis… Fili Redemptor mundi Deus, miserere nobis…”
Y repetía de manera responsorial seis veces el mismo verso rimado sin contestar a las preguntas que le formulaban. Después de sus rogatorios pasó a relatar inexistentes desamores inspirada en un hombre que continuamente su fantasía le traía a la mente y creyó poder justificar con esa treta las visitas que recibía en su casa para predecir el futuro o recetar sortilegios…
“…Apuesto, gallardo y galante vino a cortejarme. A los toros rendía tributo y a las mensajeras de amores. Marchó engalanado en su atuendo, con chupeta de tapiz de colores, vaquetilla (curtido de piel vegetal gruesa, tintada, repujada y grabada artesanalmente) acanelada, calzones de terciopelo negro, medias y camisola blanca, montera de terciopelo negro forrada de pieles blancas, capa parda y pañuelo al cuello.”
Extrañamente, seis décadas atrás una detención maldiciente y equívoca se produjo en la Villa de Brunete, Confundidos unos vecinos con el atuendo del novillero y sus amigos y el de tres bandoleros que asaltaban en la zona los denunciaron ante la Santa Hermandad. Facundillo, tras sufrir una torcedura en una caída del caballo que iban a entregar al boticario de Cebollas, caminaba en el momento de los sucesos junto al empedrador y el carnicero, alias el Faldilllas, que era en realidad familiar del diestro.
Atónito y sin dar crédito a lo que oía y a fe que no entendía nada de la jerga colorida se interrumpió la vista. Ante la duda del poder del maligno que la poseía el juez decidió aplazarla para la siguiente mañana. Al regresar al calabozo la ataron con un grillo en el tobillo y una cadena Ex Vinctum y estremecida se cubrió los hombros retraídos con el chal de una vieja sucia y harapienta.
María Montoya, madre de la novicia procesada, y su hijo mudo Tomás, habían sido aprisionados y confinados en aquella misma pocilga en el año de mil setecientos cincuenta y tres. Durante la siesta una aparición espectral penetró entre los barrotes y el espíritu de un jovenzuelo arrastraba consigo el humilde ajuar que le confiscaron: tres cinchas de cuero, cáñamo y esparto, unas alforjas, una espuerta, una cabezada, dos camisas viejas y unas calcetas. Ante su estupor el hermano de Micaela se desvaneció entre las sombras ambulantes al igual que la decrépita anciana, el chal y la esterilla.
La muchacha, que enmudeció unos segundos, fue percibiendo sonidos y emociones que la traspasaban, sintiendo el pasado rasgado por las penurias y el dolor de los réprobos fallecidos. Entonces, escucha el grito desgarrador de una niña arrancada de las manos de su madre y llora al comprobar que eran las de su abuela, la perturban risas nerviosas de una fuga y los golpes de los azotes corporales en el poste de las flagelaciones.
Mientras era trasladada de nuevo a la sala de juntas una Virgen llorando sangre la miraba desde la escalinata, pero el capacete y pectoral de placas metálicas de las cuadrillas la deslumbraron obligándola a volver el rostro, por lo que no pudo ver si la imagen se desvanecía.
Alegando que la madre del Altísimo la había protegido con un ramillete de preces encerradas por los cinco salmos principales de alabanza, comenzó a vociferar y sofocarse y el alcaide consideró que estaba desvariando y procedió a perdonarla al encontrar en la prisionera conocimientos de la doctrina cristiana alejados de la hechicería. Empezó siendo costumbre cada año liberar un alma descarriada y la morisca logró el beneplácito de los zalmedinas ( durante la época medieval cristiana y musulmana el Zalmedina o Zahbaleil fue un tipo de magistrado con jurisdicción civil y criminal en una ciudad) y su misericordia.

Me había jubilado en 1981 y tenía por costumbre salir a desayunar en el vecindario con un residente italiano que trabajaba como arqueólogo. Estábamos parados al final de la calle Mesones, junto al torreón que permanece en pie de la antigua puerta de Zamora, mientras observábamos a la excavadora de Construcciones Resty demoler el antiguo edificio talaverano.
-El corregidor de obras municipales, Gabriel Arranz, ha ordenado esta histórica barbarie - dijo exaltado mi vecino.
Ante mi sorpresa las tablas del artesonado mudéjar del Siglo XIV se astillaban sobre el asfalto dejando al descubierto unos glifos cincelados a mano en la madera y algunos mensajes grabados en los arcos de medio punta que yacían destruidos.
Los vestigios se convirtieron en un narrador demiurgio dando testimonio de aquello que estuvo silenciado, del diálogo prohibido de la cárcel a la ciudad como si se tratase del amor vedado entre demonios y ángeles.
Traté de encontrar las piezas necesarias para descifrar algunas frases encubiertas en las paredes con ayuda de Ocelli que interpretó los logogramas, ideogramas e ilustraciones vectoriales dibujadas.
En sí, hacían referencia a las tribulaciones sufridas en el potro por don Alejandro Pérez Calderón y su cómplice Manuel Ramos Sanz. Fue entonces cuando recordé algo que había leído en las actas:
“4 de avril de Mil setezyentos diezyocho.”
“Declaro que es un morbo edematoso de las umedades de la prision que no sirve ni puede servir de ympedimento para la ejecuzion de tormento.”
El solar frente a la primera Cárcel Real en las inmediaciones del Mercado y el Teatro Rojas había sido la casa de un vecino llamado Francisco Puebla, donde se realizaban secretas torturas a la nobleza y otros tipos de tormentos. Identificamos el icono medieval del torno, una garrucha, un plano y extremidades girando en sentidos diferentes.
Escondido allí, el alcaide de la causa Duque de Orellana, el ejecutor, el médico y el cirujano Manuel Vicente Figuereo ataron al noble tras su inspección ocular con cuerdas por bajo del brazo para sentarlo desnudo sobre el potro. Se ordenó la segunda vuelta de garrote en el brazo y el tercer trampazo en los pies pese a comprobar que tenía las piernas y muslos hinchados y envarados aunque finalmente pidió que bajo juramento entrase el cirujano y declarase el estado en que se hallaba.
-De proseguir el tormento podrá sobrebenir riesgo o accidente por donde pueda perder la bida o miembro alguno -aclaró.
La sesión, que combinaba distintas modalidades de cuerdas, cesó con el clamor de don Alejandro casi desvanecido, que siendo demasiado fornido y grueso y el potro tan estrecho podía acabar con el esqueleto dislocado.
Ninguno de los dos confesó delito alguno y la entereza demostrada en el potro los libró, sin duda alguna, de una segunda pena de muerte por ahorcamiento en el patíbulo por lo que fueron sentenciados a penas de prisión y destierro.

Lo sorprendente, es que la tétrica casa fue reconstruida como edificio de tres plantas con el devenir del tiempo. El mismo inmueble donde yo había nacido unos años antes de la II República y que seguía siendo mi residencia familiar. Una sensación de pánico, ansiedad y terror me invadió por completo. Caminé hacia el portal de entrada con unas tablillas del artesonado que guardé para mí, sin contar a nadie qué enigmático y perverso juego ilustraba el reverso de la antiquísima cubierta.

FIN.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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