LA NOCHE DE SAN JUAN – Delia Esther Pérez Almeida
Por Delia Esther Pérez Almeida
Tengo trece años y mi hermana mayor quince. Después de mí hay otras tres hermanas, la pequeña no ha cumplido el mes de vida.
Hoy es 23 de junio, noche de San Juan, las fiestas patronales de mi ciudad. Es sábado así que las calles están llenas de vecinos y visitantes.
Después de haber pasado un día con la familia celebrando la festividad, mi hermana y yo salimos con nuestras pandillas a dar una vuelta por la feria, llena de atracciones y espectáculos.
Es la típica feria de los años 80, donde puedes subirte a la montaña rusa, la noria, jugar al tiro al plato y comerte el algodón dulce de color rosa. Como es una ciudad de pocos habitantes allí nos encontramos con todos los amigos y conocidos, con la euforia común por haber terminado el curso escolar.
Siempre ha sido un día muy feliz para mí, ya que se juntan las fiestas con el inicio de las eternas vacaciones. Después de las fiestas nos iremos a la casa de la playa a disfrutar del verano.
Si me transporto a ese día, antes de los hechos, puedo afirmar que era muy afortunada, tenía una buena familia, amigas inseparables y una economía familiar solvente que nos permitía vivir cómodamente, aunque a esa edad no fuera muy consciente de ello.
Un lugar muy importante para mí fue la casa donde pasé toda mi infancia y parte de mi juventud. Era una casa muy grande, con muchas habitaciones en las que podía buscar un escondite diferente cada día. Mi padre tenía su despacho en la planta baja de la casa y siempre que volvíamos del colegio nos recibía con un beso. Fui muy feliz allí.
Ese día ocurrió una tragedia que marcaría el resto de mi vida y de la de toda mi familia. La muerte de mi querido padre.
Volvamos a ese día.
Tengo recuerdos fugaces pero no he podido borrarlos de mi memoria.
Estoy con mis amigas en la tienda de chuches por excelencia de allí. Su ubicación en el centro neurálgico de la ciudad -al lado del parque y de la Iglesia- hace que mis amigas y yo nos gastemos allí las cien pesetas que nuestros padres nos dan los sábados para salir. Ese día me han dado algo más para disfrutar de las atracciones.
No puedo decir qué hora exacta es. Ya han lanzado los fuegos artificiales, o como decimos nosotros “los voladores”, por lo que es más de medianoche seguro.
Veo a la mejor amiga de mi hermana mayor con cara desencajada, pero no le presto asunto. Viene hacia mí, y lo primero que le digo es que no sé dónde está mi hermana. Se la ve nerviosa y se le traban las palabras, lo único que consigue decirme es que tenemos que irnos a mi casa. No entiendo nada. ¿Por qué? No quiero irme todavía, me han dado permiso para volver más tarde. ¡Es la noche de San Juan!. Pero ella, ya desesperada por llevarme, me dice la verdad, a medias. ¡Tu padre ha sufrido un accidente!
Me agarra del brazo y me lleva en volandas hasta mi casa, yo voy llorando por el camino. Todos nos miran.
Entro en el zaguán de la casa y me encuentro a mi hermana a los pies de la escalera llorando como una Magdalena, en el mismo lugar en que besábamos a mi padre. No sé si hay alguien más con nosotros, solo la veo a ella y su sufrimiento. Me doy cuenta de que la situación es muy grave. No veo a mi madre, ni a mi abuela, ni a ninguna de mis hermanas menores porque no subo a la casa. Aparece mi prima mayor, y me dice que nos tenemos que ir con ella a la casa de la playa, donde están pasando unos días mis tíos y primos, y eso hago sin replicar.
Llegamos a la casa de verano. Se palpa la tragedia en los sollozos de mis tías y de mis primas. Mi primo está estudiando fuera, en la Universidad y aún no ha terminado los exámenes finales.
María está encargándose de la bebé, la baña sin dejar de llorar.
No hago preguntas, solo observo y hago lo que me dicen. Todavía no sé qué le ha pasado a mi padre ni dónde están mi madre y mi abuela. No pregunto, no me siento preparada para saber.
Llegan unas amigas mías del colegio. Las traen sus padres para que me acompañen esa noche. Parece que todos los vecinos y amigos se están movilizando.
Por la mañana mi prima mayor me viene a buscar y me lleva a la terraza de la casa. Mirando al mar me cuenta que mi padre ha fallecido.
Me llevan a mi casa. No recuerdo si mi hermana mayor está conmigo o no. Subo a la casa y mi madre me espera en la puerta, nada más vernos nos fundimos en un largo abrazo entre lágrimas y sollozos. La veo demacrada, hundida en la pena.
No vemos el cuerpo de mi padre. Directamente nos llevan a la misa funeral, a la que asiste muchísima gente. No saludo a nadie, nos meten en la Iglesia por una puerta lateral, y al salir en la escalinata me siento observada por los asistentes que nos miran con lástima. Veo a algunas amigas del colegio.
Nos quedamos en casa varios días, intentando recuperar la normalidad. A mis hermanas pequeñas las cuidan mis tíos.
Nos han contado que mi padre ha fallecido en un accidente de tráfico.
Estamos viendo la televisión, cuando de repente empieza el telediario nacional con el titular del día. En Canarias han asesinado a un político muy conocido y querido. Y vemos la detención del autor confeso. Un amigo suyo que venía mucho a su despacho, y que nos había llevado muchas veces en su coche al colegio donde también estudiaba su hija.
Yo no lo puedo creer. ¡No puede ser!, ¡Es mentira!. ¿No lo ves que es verdad?. Nos vamos corriendo a nuestra habitación y nos tiramos en la cama a llorar desconsoladas. Ante el revuelo mi madre y mi abuela paterna vienen a consolarnos. ¿Por qué?, ¿Por qué?. Mi abuela me dice mientras me acaricia el pelo, la envidia mi niña, la envidia.
Nos vamos a la casa de la playa, con mis tíos y hermanas. Hacemos una piña. Ya lo éramos cuando mi padre vivía, él se aseguró de que lo fuéramos. Su pérdida les destroza también a ellos. Mi primo vuelve de la Universidad. Él también se entera por las noticias. Lo quería como a un padre, y él como al hijo que nunca tuvo.
Intentamos volver a la normalidad, no perder la sonrisa, pasar buenos momentos juntos. Es lo único que nos puede salvar. Mi madre no quiere contagiarnos el odio que siente.
Agradezco esa normalidad. Ir a la playa, salir con la pandilla como si no hubiera pasado nada. Noto que mis amigas están más pendientes de mí. Me meto de lleno en esa burbuja que me han creado, y trato de olvidar lo que ha pasado. Simplemente sigo hacia adelante, sin mirar atrás. Hay tres niñas pequeñas en casa que no saben ni pueden saber nada de lo ocurrido, ahora no. Y en eso nos empeñamos. Tanto que desaparece rápidamente mi dolor y vuelvo a ser la misma de antes en muy poco tiempo.
Tengo claro que para los adultos no fue así. Pero nos crearon una realidad paralela, sin problemas, sin dolor, sin preocupaciones, como en la película “La Vida es Bella”.
La vida siguió, crecí, me enamoré, me rompieron el corazón y me lo volvieron a reconstruir. Conocí a personas estupendas que todavía siguen en mi vida y de ahí no se moverán . Fui a la Universidad y me hice abogada como mi padre.
Ahora soy una persona adulta, con un buen trabajo y una hija estupenda. A esta familia no han llegado varones. Mi madre tiene cinco hijas y cinco nietas, y no sé si llegará alguna más al clan.
Somos mujeres fuertes, empoderadas. Tenemos un ejemplo vital de valentía, esfuerzo y coraje. Mi madre. Nuestra heroína. Y eso quiero que lo sepa mi hija. A pesar de su corta edad, dieciséis años, le conté hace un año lo que le había pasado a mi padre. No quería que se enterara fuera de casa. Los hechos fueron tan notorios que la gente no lo olvida.
Estas Navidades han sido muy especiales para mí, porque después de una dura separación de mi compañero de vida durante veinte años, me he sentido feliz. En familia.
Una amiga nos hizo unos retratos muy bonitos en la finca familiar. La primera foto era mi madre con sus cinco hijas, y en la segunda añadimos a las nietas, todas sonrientes. En casa revisando las fotos del día me paré en estas dos, y lloré por él, por mi padre. Por no poder estar ahí con nosotras, por no haber podido ser parte de nuestra vida, por no haber conocido a las mujeres que somos, a sus nietas. Pero a su vez me sentí muy orgullosa por nosotras, por estar aquí de la manera que estamos. Si él nos viera se sentiría así. Ha dejado un buen legado, y plantó unas semillas en esta familia que hemos sabido regar, cuidar y florecer.
Esa burbuja en la que nos metieron para salvarnos ha ido explotando en cada una de nosotras conforme nos hemos hecho adultas. Las mayores hemos necesitado terapia para afrontar lo que pasó, y las pequeñas quieren saber cómo lo vivimos. Tan profundo enterramos ese dolor que cuesta afrontarlo ahora y abrir la herida ante ellas.
Pero se lo debemos. Es parte de su historia. Este relato va para ellas. Mis queridas hermanas.
RELATO DEL TALLER DE:
Taller de AutobiografíaDeja una respuesta
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María Isabel López Ben
07/10/2024
Muy conmovedor. Esta muy bien relatado.