LA NOVIA BICHO BOLA – Mª del Mar Domínguez Yanes

Por Mª del Mar Domínguez Yanes

Al fuego se le acusa de destructor.  Sin embargo, se puede decir que también es antídoto para el frío, catarsis e hipnosis.  Y tanto el fuego como la niñez comparten espontaneidad, intensidad y brevedad.
Reinaba la noche en un pequeño pueblo del litoral canario, lugar en el que todos los días parecían iguales, donde la mayor atracción que acontecía era ver a uno de sus vecinos haciendo footing. El silencio sepulcral de aquella madrugada no lejana, se vio trucado por la estridente sirena del camión de bomberos.  Una patrulla de la policía nacional trasladó a sus dependencias a una menor, única
superviviente de la vivienda convertida en un contenedor de cenizas.
Eran las seis de la mañana en la comisaría comarcal. ― Buenos días Rosalía.
Me llamo Manuel Ramírez y soy miembro de la unidad de menores de la Policía Nacional.  Seguimos intentando localizar a tu madre.  Mientras tanto, ¿Podrías contarme que ha sucedido? Le dijiste a mi compañero que tu padre estaba en la casa, ¿Es eso verdad? ― Manuel, al comprobar que ni quisiera había contacto visual con la pequeña, decidió adoptar otra estrategia. ― Imagino que no habrás
desayunado, ¿te apetecería tomar un chocolate caliente y algo de comer?
La niña levantó con sigilo la cabeza que coronaba un inmenso lazo rosa, enredado con su pelo rubio y con un hilo de voz dijo ― Mire señor, mi padre dice que yo no debo coger cosas que me ofrezcan los desconocidos.
Manuel cogió una de las sillas y se sentó frente a la niña mientras decía ― Pero ya sabes quién soy. Además, soy un policía de los buenos, estoy aquí para ayudarte y protegerte de los malos.
Rosalía deslizó sus pequeñas manos por la mesa y las posó sobre su abdomen
― Señor policía, yo he visto muchas películas de policías y la verdad, es que sí, que parece usted bueno ¡Al menos a mi barriga sí que se lo parece! Me gusta mucho el chocolate, pero si me trae uno, no le ponga drogas dentro, ¿Vale?
Esbozando una sonrisa tierna y un tanto desconcertado por la respuesta de la niña, Manuel abrió la puerta de la sala de interrogatorios y le pidió a su compañero que trajera la bebida caliente.  Se percató del frío que hacía en aquella estancia, así que se quitó la americana y la puso sobre los hombros de Rosalía, quien vestía un pijama veraniego en pleno invierno. La palidez de sus mejillas se acentuaba bajo la luz artificial y parpadeante del fluorescente que colgaba de un techo demasiado alto para las construcciones de la época.  Le preguntó entonces cuando fue la última vez que había visto a su madre.
―Señor Don policía, yo no sé cómo es mi madre ni dónde está. Mi padre dice que ella me había tenido porque el gobierno pagaba por traer bebés. A veces me dice que mi madre no me parió, sino que me cagó ¿Le cuento un secreto?,
yo siempre que voy al baño a hacer caca miro por si soy como mi madre y un día me sale un bebé. De momento no me ha pasado, ¡Menos mal! Yo eso no lo entiendo muy bien, la verdad, porque en el colegio mis amigas dicen que a los bebés los traen unos pájaros gigantes que no me acuerdo como se llaman,
¿Gaviotas? ― ¿Querrás decir las cigüeñas? ― No estoy segura Don Señor policía, dónde yo vivo hay muchas gaviotas así que yo creo que mi madre habrá pagado a una gaviota para que me trajera, en todo caso. Mi padre dice que su novia Yésika es ahora mi madre. Ellos se casaron ayer. Estoy triste Don Señor policía.
― Me puedes llamar Manu. ¿Por qué estas triste? Rosalía contestó ― porque no me dejaron llevar a mi muñeca al matrimonio y eso que se lo pedí por favor, pero Yésika me dijo que le afeaba las fotos. Ella sí que es fea, no mi Lulú.
Rosalía dio un golpe en la mesa que resultó hasta cierto punto cómico, por sus minúsculas manos y continuó diciendo ― los matrimonios son aburridos, al menos Lulú no se perdió nada divertido.  ¿Sabe?  Yo no voy a tener un novio nunca. Me da asco las cosas que hay que hacerle a un novio, lo he visto en las películas y a Yésika también.
Cogió la taza entre las temblorosas manos con claros signos de onicofagia y dermatofagia. Bebió rápidamente el contenido.― ¿Puedo  pedir  otro?  ― Preguntó sonriendo con un bigote de espuma de cacao.
El reloj marcaba ya las ocho de la mañana ―Rosalía, soy el inspector Egea. Ya me ha dicho el compañero que te has tomado dos colacaos y te has comido un bollo. Si quieres, puedo traerte otro bollo de chocolate, pero tienes que contarme de una vez, qué fue lo que pasó.
― Señor, yo no voy a hablar con usted, porque mi padre me ha enseñado que no debo hablar con desconocidos. No hacen más que traerme chocolate y yo por educación, me lo he tomado, pero la verdad es que ya me duele un poco la barriga. Así que no se lo tome usted a mal, pero por favor, mire que se lo pido con educación, no me traiga más colacao. Si es que es tan importante para usted que yo hable, pues será mejor que llame a mi vecina, que yo a ella sí le contaré todo, porque ella no es una desconocida ¿Usted me entiende?  Además, yo a Carola le cuento cosas y nunca se lo ha dicho a mi padre, ni se enfada conmigo porque es mi amiga. Ella vive en la casa azul, al final de mi calle. Si va a buscarla puede pedirle que le haga unos panqueques que le salen riquísimos, aunque
para mí no traiga porque ya estoy muy llena. Muchas gracias. Y fíjese que le doy las gracias porque yo soy agradecida como las niñas que no son malcriadas.
¿Podría decirle que traiga a Lolo? Por favor, y mire cómo se lo estoy pidiendo, por favor, porque las cosas se piden así, que mi padre siempre me lo dice. Ese perrito Lolo me quiere mucho, siempre que me ve me quiere chupetear la nariz y me hace reír. A lo mejor, encuentra por el camino a mi muñeca Lulú. Siempre está conmigo. Seguro que está asustada.
Habían pasado cuarenta y cinco minutos cuando la cerradura de la puerta giró para dejar pasar a Carola, que con ojos vidriosos vio a Rosalía sentada en una silla demasiado grande para ella, torpemente  manipulaba  un  lápiz  de  color dibujando en un papel, sobre una mesa que constituía el único mobiliario de la
estancia.
Cariño mío, ¿estás bien?, ―se abalanzó sobre ella y la estrechó entre sus brazos. Con la mano cuidadosamente le movió el fleco hacia detrás y le dio un beso en la frente. ―Mi niña, perdóname. Nunca debí dejarte volver a esa casa.
Ve lo que pasa señor inspector, las cosas de palacio van despacio, pero la administración pública no debe ser tan lenta cuando hay niños por medio. Yo lo advertí. Rosalía, tienes que contarme que sucedió anoche. ― Inquirió Carola
seguido de un no te preocupes, estoy contigo y no dejaré que te pase nada. La niña comenzó su testimonio: ―Mi padre me dijo que era su noche de bodas y que yo no podía molestar. Así que me metió en la cama, me dio el móvil y me puso unos cascos para que escuchase mejor los dibujos. Luego cerró la puerta de mi habitación. Pero el móvil se quedó sin batería y yo quería saber cómo iba a terminar la película que estaba viendo, así que me quité los cascos. Entonces
empecé a escuchar ruidos, parecidos a los que te conté de las películas de novios, ¿te acuerdas Carola?, pero eran fuertes, raros; pensé que quizás se habían peleado y le estaba haciendo daño, como cuando papá se enfada mucho conmigo  porque  me  porto  mal  y  me  pega,  tú  sabes.  No sabía qué hacer y fui caminando despacito hasta la habitación para que no me oyeran. Yesika estaba
como llorando y empujé un poco la puerta para ver qué pasaba. ¿Y qué viste?
― preguntó Carola expectante ― pues mi padre la tenía amarrada con cuerdas, como si fuera un perro o algo peor y desnuda, ¡con el frío que hace! Parecía que ella quería escaparse y digo parecía porque a la luz le pasaba algo, era como roja, estaba oscuro. Mi padre que es muy malo, le había puesto una cosa en la boca como  una  bola  para  que  la  pobre  no  pudiera  pedir  ayuda. Tenía miedo, quería ayudarla, pero no sabía cómo. Luego, él cogió un látigo, como esos que yo he visto en la tele que usan en el circo para domar a los leones y empezó a pegarle. Ella se quejaba mucho. ¡No podía hablar y se retorcía! Mi padre siempre dice que cuando el culo quiere látigo el solo lo busca. Siempre me dice eso cuando hago algo mal, pero, aunque a mí no me guste Yésika, creo que no se merecía eso. Así que como yo soy una niña valiente, porque yo he visto Brave y todo, ¿Sabes? Pues fui corriendo a la cocina, cogí el cuchillo grande del primer
cajón y cuando llegué al cuarto, mi padre estaba sobre ella como un animal de los documentales, así que me abalancé por la espalda y le clavé el cuchillo gritando que la dejara en paz. Entonces, cayó al suelo. Empezó a retorcerse en
el suelo, como aquella vez que le dio un palo al perrito que yo tenía  que  se llamaba Pupi, porque le había ensuciado la ropa con las patas. Yo tiré el cuchillo y le dije, perdona papá, porque él me ha enseñado que cuando uno hace algo malo,  hay  que  pedir  perdón.  Y tú sabes Carola que yo soy educada.  Tiré el cuchillo y me subí a la cama. Le quité la cosa de la boca a Yésika y en lugar de
darme las gracias empezó a chillar y a gritarme que qué había hecho, hasta me llamó niña del demonio.  Y yo dije que la había salvado,  que  no  fuera  mal agradecida que eso estaba mal. Luego mientras ella seguía gritando socorro, no entiendo por qué, si yo ya la había salvado y moviéndose en la cama como uno de esos bicho bola con los que yo juego en el patio, ¿Sabes? Miré a mi padre y
no se movía, había sangre por todo el suelo de la habitación.  Lo llamé varias veces, pero no me respondía. ― ¡Niña del demonio has matado a tu padre, loca, te mataré yo a ti! ― me dijo. Así que no sabía qué hacer, yo no quería ir a la cárcel y sé que, si matas a alguien, vas a la cárcel, lo he visto en la televisión. Y tampoco quería morir, Yesika dijo que me mataría y eso debe de doler mucho.
Así que fui a la cocina, cogí el mechero y le prendí fuego al colchón y la cortina.
Yésika gritaba que no lo hiciera, pero ella se casó con mi padre y juraron estar siempre juntos.  Se acababan de casar, ¿Cómo iba yo a separarlos?, Así irían juntos al cielo, pero no al cielo donde está mi perrito Pupi, ese cielo es solo para los buenos. Luego salí corriendo de la casa y me senté en la acera de enfrente,
¡hice una hoguera enorme Carola! Como en las pelis ¿Tu no la viste? Mi muñeca se me cayó cuando me subieron en el coche para traerme aquí. Por favor, te lo pido con educación, si encuentran a Lulú; ¿Me la podrías traer? Creo que estos
hombres me quieren meter en la cárcel, pero yo no quiero ir sin mi muñeca.

 

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