LA SOLEDAD
Por Syedshahad Ahmad Moriano
La soledad
La puerta se abre, entra una mujer de unos cuarenta recién “graduados”, tiene una piel blanca pero pecosa, su pelo rizado del mismo color del fuego, esboza una sonrisa triste cada vez que cruza la puerta de su casa, viene cargada el bolso, portátil y bolsa del GYM, sus ojos verdes levantan la vista al entra, es el mes de julio hace un calor infernal, lo primero que ve es una persona de piel oscura, melena larga, que la recibe con una sonrisa cariñosa. Hola Jacquelin déjame ayudarte, gracias Yolanda, no sé cómo puedes con todo eso niña. Ella responde con la voz cansada del duro día del trabajo ¡¡ no lo sé¡¡ lo único que si se, es que si no lo llevo yo quien lo haría, por cierto, mi niña… ¿cómo te ha ido el día?, con los bártulos aún colgados, horrible, he tenido un día malo contesta desganada, hay mi niña – Yolanda sujetándola del brazo para que no se derrumbara, el impulso de Yolanda la sorprendió a Jacquelin, la abrazo con los bártulos en mano, sus dientes brillaron como un collar de perlas, Jacquelin ¿y eso?
Yolanda, con toda naturalidad – eso no es un abrazo especial, es un brazo atrapa problemas, se quedó sorprendida por lo que acababa de oír, mi padre siempre me daba ese abrazo especial cuando tenía algún problema, cuando él me lo daba decía- me llevo todos tus problemas ahora son míos, y eso me hacía sentir más fuerte, ahora recuerda tú tienes que ser fuerte.
Esta semana está siendo más fatigoso, Gisela no está, menos mal -exclamo- que viene mañana. Hoy he tenido un rifirrafe con mi supervisor por la llamada, Yolanda recordando la fatídica llamada soltó – espero que no ha sido la llamada de esta mañana -, Jacquelin sabía que no era culpa de ella, No pasa nada, de todas maneras, el encargado es un cretino, no entiende mi problema – Yolanda- pienso que estoy sola en el mundo, hay veces que se me hace cuesta arriba, esto es un infierno sin salida.
Yolanda sabe por lo que ella está pasando, bueno cariño que te parece si entras la dices hola y la das un beso, pero primero sécate las lágrimas. Bien lo haré, pero primero me das un atrapa problemas, porfi.
Hola mamá … es una mujer mayor de unos ochenta y cinco, vestida con un vestido largo rojo, con el pelo canoso, excesivamente delgada, manos temblorosas, tiene las mejillas hundidas, sus ojos verdes siempre están dirigidos a la televisión mirando el programa de cotilleo.
Jacquelin cada vez que ve a su madre en ese estado siente una cicatriz en el corazón, Hola mamá ¿cómo estás?, se acerca para dar la un beso en la frente, – con voz cariñosa -. Me ha dicho Yolanda que no te apetecía comer hoy, sé que no te gustan las coles de Bruselas, pero las tiene que comer. La mira sabiendo que ella no la hace caso. Voy a hablar con Yolanda en la cocina, ahora vuelvo. La mujer la sigue con ojos extraños, le sonríe para volver a su programa.
Entra en la cocina y el olor a pasta con carne hace soltar una sonrisa espontánea a Jacqueline, ¡Esto huele de maravilla! Si no te parece mal a mí me pones. En ese instante saltó Yolanda – SI, a ti te pondré unas gotitas de salsa picante como te gusta, llevo cinco años contigo ¡Cerró la puerta del horno se dio la vuelta y preguntó: dentro de unos días me voy de vacaciones ¿vas a poder tú sola?
Jacquelin cogió de la vinoteca una botella de vino blanco espumoso, y en ese instante sonó su móvil. Escuchó la voz de Gisela y dijo: – Hola, amor, ¿Qué tal te va? Espero que me llames para decirme a qué hora ir para recogerte.
Bajo la atenta mirada de Yolanda, Jacqueline solo sonríe, esperando la respuesta a la pregunta. Yolanda nota que el semblante de Jacqueline empieza a cambiar, por lo que está escuchando, solo puede demostrar su decepción soltando un solo “OK”.
Yolanda entendió de inmediato lo que estaba sucediendo. Ella no volvería pronto.
Jacqueline abrió la botella de vino, cogió una copa, la llenó, de un largo trago lo bebió. Bajo la atenta mirada de Yolanda. A continuación, dijo con tristeza – todos decían que la pusiera en una residencia, – cuando cerraba los ojos me daba miedo que ella estuviera perdida o me estuviera llamando y yo no pudiese ayudarla, hasta Gisela me lo dijo: – “No vas a poder aguantar cuando la llames y ella no sepa tu nombre o sencillamente no sepas quién eres”. Tenía razón, y yo me equivoqué.
Con una sonrisa, Yolanda tomó su cara entre sus manos y la dijo: tienes que vivir cada segundo al lado de tu madre, para que tú no olvides los momentos felices y los atesores en el corazón. Cuando te sientas débil tienes que recordarlos y disfrutar de ellos, porque eso es lo que tú recordarás y no ella. Ahora vete, y date una ducha, que hueles a flores envenenadas.
Agarró el móvil y la botella para ir a la ducha, cerró la puerta, se puso delante del espejo y se desnudó, dejando ver todos los defectos que había acumulado a través del tiempo. La figura no era ya la de aquella chiquilla que trepaba los árboles, o la que saltaba los charcos en pleno mes de octubre con aquellos zapatos de goma rosas. Se acordaba de la primera acaricia de sus senos, sus mejillas brillantes con el color de la inocencia…. todo eso había pasado en un abrir y cerrar de ojos. Tomo el último trago y miró su móvil. El Whatsapp indicaba un mensaje de número desconocido. Desnuda, en medio del baño, sintió que el miedo le calaba los huesos. Temió por lo que iba encontrar, la sombra del pasado volvía a llamar a la puerta, algo que llevaba esperando mucho tiempo. Con miedo en el cuerpo y el alma encogida abrió el video, empezó a llorar amargamente al abrir el video. Se veía una fiesta donde estaba su amor, bailando semi desnuda sobre una mesa, delante de todas sus amigas, besándose con una compañera del trabajo. Le temblaban los brazos, las lágrimas se convirtieron en un mar que inútilmente intentó parar, tapándose la boca. Ella era su apoyo en estos momentos tan difíciles. Miró a su alrededor y solo pudo meterse dentro de la ducha, el agua fría recorrió todo su cuerpo. Se preguntaba en qué se había equivocado, si le tendría que haber dado más libertad y no haber sido tan pesada con la cuestión de su madre o lo de casarse. Solo quería ser feliz, como lo habían sido sus padres
Muy angustiada se sentó en el suelo de la ducha, llorando amargamente. Se miro las manos y sintió que una trágica sombra la acariciaba tiernamente, seduciéndola. La muerte parecía un buen lugar. Cerró los ojos, y en ese instante un ángel tocó la puerta: – ¿Estás bien, Jacqueline?
Se produjo un silencio breve, ella abrió los ojos, tragó saliva mezclada con el agua que recorría su cuerpo y dijo: – ya salgo… apagó el agua y se puso de pie con dificultad, salió de la ducha mareada como si hubiera estado de borrachera toda la noche. Después de secarse se dejó el pelo suelto húmedo y con una toalla rodeó todo su cuerpo, Yolanda, preocupada por el tiempo que había tardado, preguntó con tono serio – ¿Estás bien?
Ella le sonrió, y soltó un – Anda, vete ya, que llevas mucho tiempo, fuera tus hijos te echaran de menos, soltando una carcajada – Yolanda – si solo llaman para pedir dinero o donde están su ropa, pero si debo de irme ya, y pedirte perdón de nuevo por la llamada de tu madre, espero que no te haya causado daño, acordándose lo que la había sucedido en el trabajo esbozó una sonrisa y sintió mariposas en el estómago, Yolanda deslumbró esa actitud en Jacqueline exclamó: ¡cuenta pedorra!
Pego el ultimo trago, termino la copa y soltó de carrerilla – Mi jefe se enfadó conmigo, pero Maite vino en mi ayuda, me dio un beso y se fue… Yolanda con la boca abierta: para…. quiero que me lo cuentes como si fuera fotograma a, fotograma y sobre todo no te saltes nada…
Jacqueline sonriendo empezó: cuando recibí la llamada de mamá, mi jefe me vio hablando, se enojó mucho, pero Maite que tiene el despacho cerca se levantó y me defendió, luego nos fuimos a tomar café y hablamos un buen rato, al final de la jornada coincidimos en el ascensor, delante de todos los que estábamos ahí, me cogió con las dos manos la cara y me beso delante de todos, eso es todo lo que paso…
Yolanda sorprendida exclamo!: Aleluya, te lo mereces, ahí me voy a casa con una gran sonrisa, se dirige hacia la puerta, coge su bolso y dándose la vuelta le dice: Ven, ahora viene ese super atrapa problemas, ven.
La alegría le duró poco, está de pie delante de la puerta, Jacqueline vuelve a la realidad, no sabe cómo va a hacer frente al resto del día. Con su corazón roto, solo piensa en su madre. Respira profundamente, se limpia las lágrimas, pone una amplia sonrisa y entrando en el salón donde está sentada Mia, su madre, se sienta a su lado y empieza a hablar del día que ha tenido en su oficina y el imbécil del supervisor y de que ha conocido a una amiga, Maite. Mientras lo hace mira a su madre y su corazón da un vuelco, recordando cómo solía ser vitalidad, su melena rubia que era la envidia del barrio. Su vida se podía percibir a través de sus manos, ahora viejas, con un tembleque, y curtidas por el duro trabajo. Ya no podía coger una cuchara.
Su voz empezó a temblar y le brotaron lágrimas, que intento ocultar, girando su cabeza para que su madre no la viera. En esos instantes sintió una mano cálida que la acariciaba, se dejó llevar por esa sensación familiar, por sus ojos verdes llenos de vida y esa sonrisa explosiva que la hacía mover montañas y saltar los ríos más grandes del universo. Con la mano limpió las lágrimas de sus ojos sin decir nada, solo le sonreía, sintiendo el cielo abierto con una lluvia purpurina por todo su mundo.
Su madre, con ternura tiernamente cansada, como si hubiera recorrido el universo, preguntó: ¿Cuándo viene mi hija? Jacqueline tragó saliva, se sentía la persona con más mala suerte del universo, solo pudo soltar su alma retenida en forma de lágrimas, diciendo con los labios – Todo está bien – tragó saliva – no se preocupe, viene mañana.
-¡Ahhh! Exclamo Mia – Ya me dijo que tú eras la persona que vendría a cuidarme porque tenía que trabajar. Y sin inmutarse, volvió su mirada hacia el programa.
Jacqueline se levantó, dejándola sola para entrar en la cocina. Cogió otra botella de vino y rompió le boca, porque no la podía abrir con facilidad. Sin importar lo que le pasara tomo un trago largo, en ese instante vio la foto de su padre en blanco y negro colgada en la pared. Era un hombre delgado, con un tupé, sonrisa y mirada de bribón cautivador. Ahí de pie delante de la foto con la botella en la mano, no pudo más y con toda la rabia tiró la botella y gritó como dejando salir el dragón que la tenía retenida: – ¿Por qué tenías que morirte? ¿por qué tenías que morirte………, por qué? Llorando delante del desastre que había creado, pensó, es mejor que vayamos a dormir para que se termine este maldito día. Entró en el salón, miró a su madre y le dijo – vamos, mama, es hora de dormir. Ella la miró con extrañeza y respondió: – Tú no eres mi hija. Jacqueline solo atinó decir – No puedo más, mamá, soy Jaqueline, tu hija, y ahora sé buena, vámonos a dormir. La metió en la cama y dándole un beso antes de salir de la habitación, encendió la cámara que tenía para poder verla por la noche. Se tumbó en su cama, puso su móvil en la mesilla y pensó para sí, en el beso que le dio Maite en el ascensor delante de todos, sintió mariposas en el estómago, sin dejar de pensar que ella todavía podía ser feliz, llena de felicidad y esperanza como si fuera un silbido lejano, Morfeo la acunaba en sus brazos Jacqueline cerraba sus parpados quedado sé dormida, en esos instantes la luz de su móvil se encendió era un WhatsApp – Maite.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024