LA VENGANZA

Por Jacinta Navas Amez

“Un anciano, paralítico desde hace años, se levanta de su silla dos días antes de morir”.

Esta sensacionalista noticia, revoluciona a los lectores de prensa y oyentes de informativos y destierra temporalmente de periódicos y telediarios el manoseado tema de la okupación de viviendas.

Se comenta constantemente la noticia en tiendas y bares de los barrios y también en las casas, sobre todo en una casa, en la de Fermín Solares, el anciano recuperado milagrosamente.

La Residencia de Mayores Las Delicias, recibió como cliente importante al jerarca de la familia Solares un día de primavera de hace tres años. Llegó en su vehículo particular adaptado, conducido por su chófer, con su silla de ruedas, la cual él mismo manejaba con excelente soltura, rodeado de una cohorte de personal sanitario propio: médica, enfermero, fisioterapeuta. Los presentó como el personal que atendería su salud, prescindiendo del que Las Delicias tenía en su plantilla.

Fiestas de cumpleaños con orquesta en los jardines, excursiones a la playa para los internos con mejor movilidad, incluso algún concierto musical de cantantes de segunda fila. Buscando siempre la oportunidad para exhibir su poderío económico, tenía al director de la residencia de mayores comiendo de su mano y concediéndole todos los caprichos, aunque algunos fueran un tanto disparatados.

Las personas residentes en el geriátrico disfrutaban encantadas de los agasajos de tan generosos compañero, unas con envidia incluida, otras con adulación y otras con simple agradecimiento, pero todas ellas coincidían en que tanto derroche de dinero, no podía sustituir dos bienes de inapreciable valor para cualquier ser humano y que le faltaban a Don Fermín, la familia y la salud.

Además de su invalidez, Fermín Solares empezaba a dar muestras de una incipiente demencia. Su silla de ruedas tomaba con bastante frecuencia la dirección equivocada, confundía los nombres del personal, demandaba paella de marisco para desayunar y la melancolía se asomaba en sus ojos hasta entonces vivaces y despiertos. Se achacaba la repentina tristeza a la soledad familiar en la que se hallaba y que forzosamente había llevado al hombre a un estado depresivo. Era el único residente que no había tenido visitas de su familia, aunque ahora, tal vez fruto de su deterioro cognitivo, anunciaba la llegada en breve de su hija, una vez finalizados los largos y complicados trámites que se lo impedían.

Ninguna credibilidad ofrecían las palabras del pobre Fermín, que ya había descendido a esa categoría, bastante inferior a la hasta entonces ostentada sin discusión de señor importante, “Don Fermín”; Pero una tarde de domingo, se apeó de un lujoso automóvil, una mujer de mediana edad impecablemente vestida y peinada, seguida de un señor con el mismo aspecto y de dos chicas adolescentes con cara mal disimulada de preferir estar en cualquier otra parte.

Dolores Solares, traía colonias, corbatas, camisas y pijamas de grandes marcas, pero sobre todo traía unos brazos para mover por todo el jardín la silla de ruedas de un anciano demenciado y un pequeño séquito familiar que les acompañaba, mientras ella sonreía a los grupos de familias que se iban encontrando y su padre saludaba con la mano desde su trono de invalido a modo de rey.

—Vaya, esta habitación parece otra Don Fermín— comentó la supervisora de la planta girándose para observar bien todos los cuadros y fotografías que colgaban de las paredes y reposaban sobre los muebles. —¿es su familia?, preguntó tomando en la mano una de las fotografías para mirarla mejor.

El anciano dio muestras de sentirse nervioso, comenzó a jadear y a manipular la silla de ruedas que giraba y giraba sobre sí misma. Os dejo tranquilos — dijo la supervisora mientras depositaba un vaso de zumo de naranja encima de la mesa, haciendo ademán de marcharse, convencida de que su presencia interrumpiendo la escena familiar había puesto nervioso al pobre Don Fermín.

Dolores la detuvo ofreciéndole una silla, para que se quedará un rato comentando las fotos: Don Fermín en sus años mozos en el despacho de su empresa, Don Fermín en la playa, Don Fermín con Dolores y sus hijas cuando este ya padecía su enfermedad, pues aparecía en la misma silla de ruedas.

  • ­Mi padre era muy guapo de joven ¿verdad?
  • Todavía lo es, respondió con gentileza la supervisora pasándole una mano cariñosa por el pelo.

El anciano haciendo amago de ponerse de píe, retiró su mano con brusquedad al tiempo que gritaba: —No me toques bruja.

— Lo siento, lo siento, te ha confundido con otra persona, mi padre necesita ayuda especial y en breve la tendrá, estamos buscando la mejor, por supuesto— se apresuró a disculparse Dolores ante la supervisora que restaba importancia a lo ocurrido y acogía con agrado la ayuda exterior que se presentaba.

Así hizo su aparición en Las Delicias Joaquín Palomares, en principio psiquiatra, después psicólogo, más tarde sacerdote, finalmente gurú sanador.

En cuanto empezaba el horario de visitas, allí estaba Joaquín sin separarse de Don Fermín hasta que dicho horario finalizaba. Se movía por toda la residencia empujando la silla del anciano, hablando y sonriendo a todo el mundo y soltando pequeñas reflexiones sobre la importancia de la voluntad y el poder de la mente en la superación de las dificultades, incluidas las relacionadas con la propia salud.

  • Hay que ver lo que este hombre ha mejorado desde que le visita el sacerdote. — ¡Qué dices!, será desde que está bajo la supervisión de su psicólogo — O será por el apoyo espiritual que tanto necesitaba…

Así eran las distintas visiones sobre la influencia de Joaquín Palomares en los cambios favorables de conducta del anciano. Reconocía de nuevo a las personas, y orientaba perfectamente su silla hacia el lugar adonde quería ir, incluso volvieron algunas actividades extraordinarias que él patrocinaba. Así, poco a poco el pobre Fermín pasó a ser de Nuevo “Don Fermín”.

Dolores, acompañada de su marido y sus hijas acudían con más frecuencia que nunca a festejar la buena salud del anciano y a rodearle de mimos y carantoñas que agradecía con tanta efusividad que a veces daba la impresión de que intentaba levantarse de la silla para responder a los abrazos.

Tan reconfortante armonía se quebró de pronto con la aparición inesperada de una mujer hasta entonces desconocida, de cierto parecido con Dolores, pero con algunos años más, que gritaba a los cuatro vientos para que no le quedase a nadie duda, que ella era la verdadera hija de Don Fermín, al tiempo que mostraba libro de familia a residentes despiertos y adormilados, creando un gran revuelo en unos y total indiferencia en otros. Gritaba que    Dolores y Joaquín eran dos impostores que se habían aprovechado de la incapacidad y de la demencia de su padre para embaucarle y quedarse con su herencia.

La conmoción fue considerable, pero sin alcanzar el nivel máximo al que se podía llegar; Ese nivel, se alcanzó cuando el anciano, puesto en pie, dio unos pasos hacia la recién llegada para gritarle:

— ¡Mentirosa!, ni estoy invalido, ni estoy demente, ni me ha engañado nadie.

Yo te engañé a ti, mala hija, egoísta desconsiderada.

Acto seguido, Don Fermín se desplomó en el suelo.

El pobre Fermín, Don Fermín, el engañado, el curado milagrosamente por la fuerza de su voluntad había sufrido un ataque al corazón y estaba en la UCI del hospital en estado muy grave.

La noticia de la milagrosa curación aparecía en todos los medios. Dolores la leía en su casa, que era la del anciano hospitalizado, mientras comentaba con su marido y sus hijas la cantidad de tonterías que pueden inventarse los periódicos para llenar páginas, sin tener ni puñetera idea sobre lo que escriben.

A los dos días de su ingreso en la UCI, Don Fermín falleció sin oportunidad de disfrutar de su recuperada y nunca perdida movilidad

Aparecía en su esquela como viudo y sin familia, aunque Dolores, su marido y sus hijas acudieron al entierro seguidas de un séquito de periodistas ansiosos de declaraciones y a los que malamente consiguió satisfacer anunciando que en breve daría una rueda de prensa.

Meses después, ya olvidado el caso del invalido que caminó por su propio pie poco antes de su muerte, el tema de los okupas volvió a los medios y trajo nuevamente consigo “el correveydile” del caso Fermín Solares.

“Se paralizó en el último momento, el desalojo de una familia que había sido denunciada por ocupar ilegalmente una vivienda”

Esta noticia vuelve a conmocionar a los lectores, pero esta vez de manera extraordinaria, no quedaba lugar de reunión donde no se comentase el caso de la venganza de Don Fermín Solares, el empresario al que diagnosticaron por error una paraplejia. Error que coincidió con la salida de sus hijos del país y la preparación de su ingreso en un geriátrico, lo que al empresario le pareció un abandono de sus obligaciones de hijos que huían de la carga de tener que cuidarle de por vida.

Las que sí fueron desalojadas un tiempo después, fueron algunas pertenencias personales de los antiguos habitantes de la vivienda que Dolores ocupaba y que recibió como donación de Don Fermín, por cuidarle y ayudarle junto con un grupo de actores amateurs a preparar la farsa.

Se escribieron muchos artículos de opinión sobre el tema, muchos artículos de contra opinión, repartiendo papeles de buenos y malos al gusto del opinador, alimentados todos ellos por los sucesivos pleitos que la verdadera familia Solares iba perdiendo, en su interés por recuperar un patrimonio repartido entre Dolores, Joaquín Palomares y la residencia de mayores Las Delicias, testigo pasivo e ignorante del transcurrir de una realidad aparente.

Un inesperado ataque al corazón impidió al anciano resentido, disfrutar de su pergeñada venganza.

 

 

 

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