LAS PIEDRAS Y LAS FLORES DEL CAMINO – Elena Beatriz Muñoz Ilincheta

Por Elena Beatriz Muñoz Ilincheta

CAPÍTULO 1

Cuando nos mudamos del barrio de Flores, dejamos no solo, la casa, el perro y nuestras amistades. Para mis hermanos, y para mí, fue muy duro. Pedro, mi hermano mayor, se sentía enjaulado. Antes, al vivir en casa, no teníamos portero. Ahora, para todo lo malo que pasaba en el piso, Pedro llamaba al portero. Si salía poca agua del grifo, si se tapaban los sanitarios… Este hermano mío tenía tanta bronca que todo se lo atribuía al portero.
José María, el segundo en orden de aparición en la familia, era más callado. Empezó a estar más cerca de mi papá y le daba una mano en el comercio. Papá, en ese entonces, no tenía un negocio instalado. Luego contaré por qué.
Felipito, mi hermano menor, era el más mimado por todos.
Todos sufrimos mucho al dejar la casa en un barrio tranquilo, con una hermosa arboleda, e irnos al centro. Todo resultaba ingrato y hostil a nuestros ojos.
Mi mamá, Clara, una mujer muy aguerrida, no decía nada. El piso ¡era feo! Todas las habitaciones daban a un patio en común, cubierto por un toldo metálico en el techo. Quedaba totalmente cerrado cuando llovía, y la lluvia al caer provocaba un sonido ensordecedor. Cuando estaba abierto, daba lo mismo el sol, que no entraba nunca. Así que nos tuvimos que mudar.
Mi padre, Felipe, hizo de todo para no llegar a esa situación, pero el temporal nos arrastró. Tuvimos que dejar la casa de Flores porque no podíamos pagar el alquiler. El juicio tardó dos años y nos desalojaron.
Los dueños de la propiedad eran vecinos nuestros. Nosotros vivíamos abajo y ellos arriba, siempre fuimos con ellos como una familia. Esperaron todo lo que humanamente pudieron porque mi padre quería pagar, pero el dinero no rendía para todo y no levantábamos cabeza. Para colmo, después de haber tenido una economía tan holgada con viajes a Europa, Mercedes Benz…
Sí reconozco que mi padre tendría que haber comprado una casa propia cuando pudo, pero para qué ser propietario si los alquileres estaban muy bajos. De hecho, en mi barrio de Flores, la mayoría de los vecinos alquilaba en esa época. Tenían un alquiler muy módico con respeto a su ingreso.
Pero todo cambia.
Como arrendatario, había invertido todos sus ahorros. La inversión fue muy importante, dotando al negocio de todo lo necesario para el desenvolvimiento del mismo. Teníamos una confitería pizzería ubicada en Cabildo y juramento.
Como la economía de mi casa se había complicado, mi madre dijo una mañana que todo el mundo se tenía que poner a trabajar en el negocio. Creo que ese fue el primer quiebre anímico que tuvimos. Dejamos, un poco, la niñez aparcada. ¡Ese fue un verano intenso! A mí me tocó atender el kiosco de golosinas que estaba delante, a la derecha de la entrada. Al lado había un cine. Cuando la gente entraba al cine, se abarrotaba de gente. Todos querían comprar al mismo tiempo. Mi padre ya me había dicho que en el alboroto algún vivillo se iba a llevar alguna cosita sin pagar. Me advirtió que no me hiciera problema, que no dijera nada y que fuera sumando todo lo que veía. En ese momento no había calculadoras pequeñas y las cuentas las hacíamos mentalmente. Me dijo también que el principal artículo en el kiosco eran los cigarrillos, estos se vendían contra factura al contado. Ese dinero había que guardarlo aparte. También tenía que reponer, los chocolates, los caramelos, etcétera, conforme se consumían, atender a los representantes de las diferentes firmas cuando vinieran, hacer el pedido de cada producto y estar atenta si me ofrecían algo novedoso. En ese momento estaba de moda el chupetín con el Topo Gigio (muñeco de plástico), por eso lo puse en el medio, el mejor lugar.
A mis hermanos les tocó en el restaurante. Mi madre y mi tía dolores se quedaron en la cocina. Mi padre hacía el turno de la tarde, hasta el cierre.
Cuando pasó el verano, comenzaron las clases porque teníamos que estudiar. Así lo hicimos. Pero los fines de semana nos poníamos a trabajar. Fueron tiempos difíciles en los que solíamos estar muy cansados. Recuerdo que algunos detalles me hicieron crecer de golpe. Al lado de la confitería, después del cine, había una tienda de ropa hombre muy elegante, Juventus. Tenía un cuidador que venía a la mañana y se ponía a charlar. Cuando no venía gente, conversábamos mucho. El cuidador de la Juventus era un hombre de unos cincuenta o cincuenta y cinco años. Parecía buena persona, era correcto y respetuoso y daba buenos consejos. Hasta que de pronto un día me empezó a decir que si por qué no me mostraba las instalaciones de la Juventus por dentro. Que era muy grande, que tenía una terraza hermosa. Yo le escuché sin más. Pero se puso pesado. Yo tenía en ese entonces doce años y estaba en séptimo grado. Y era pequeña pero no estúpida. Desde entonces me quedó menos gente para hablar. Cuando venía, quería retomar conversación, pero fue un antes y un después. Ya no me caía en gracia. Cuando venía le decía que estaba ocupada, que no tenía tiempo, o no le contestaba para que se aburriera y se fuera.
De normal, a mí me relevaba mi padre. Hasta que él llegara, pasaba sola ocho horas en un espacio de 2×2. Entonces hablaba con todo aquel que venía y se paraba frente al kiosco.
Primero, como dije, cuando ya no pudimos pagar, nos fuimos del barrio. Dejamos a Sandy, una perra divina ovejero alemán. Quedó en la casa. Los que alquilaron la querían para que acompañara a una mujer mayor. Con el tiempo llegó a nuestros oídos que mi perra le había salvado la vida. Por lo visto, la cocina se incendió y la perra la arrastró hasta el patio para que pudiera respirar. No me extraña, era muy inteligente. También dejé a mi gran amiga Silvia. Éramos inseparables. ¡Qué bien que nos lo pasábamos!
Luego lo peor, mi padre tenía vendido el fondo de comercio en 60.000 dólares. En ese momento era mucho dinero, como para montar otro negocio. Tenían que firmar en días, pero empezó el runrún. En la noticias se hablaba de que algo iba a pasar con la ley de alquileres. Entonces, ante la incertidumbre, decidieron esperar. ¡Y pasó! En vez de los 60.000 dólares, ¡salimos sin un duro!
Entonces tocamos fondo.
Vaciamos el negocio en una noche: muebles, sillas botellas de licores, vajilla, etc., antes de que llegaran los acreedores. El patio de mi casa estaba irreconocible. Todo fue rápido. El primero de los acreedores fue mi tío Cecilio, hermano de mi padre. En el desayuno, comenzó a gritar en casa para que le pagara. Estaban todos muy alterados. Le pagaron, pero las relaciones no quedaron muy bien. Mi tío Pablo esperó y nos acomodamos todos como pudimos.
Cuando nos fuimos de allí, yo tenía quince años.

CAPÍTULO 2

El periódico estaba lleno de artículos curiosos. Claro que siempre estuvieron ahí, pero yo ahora los veía interesantes. Se busca modelo publicitario. Lo vi en un costado del diario, abajo a la derecha, antes de dar vuelta a la página. Después de unos segundos pensé que por qué no. No lo consulte con nadie. Primero quería comprobar si era factible, así que me emperifollé con todo lujo de detalles: abrigo de piel, ojos bien delineados y un labial rojo en los labios. ¡No podía fallar!
Entre las calles Corrientes y Callao, en el cuarto piso. Al llegar vi gente por todas partes, todos jóvenes, sentados en las escaleras esperando poder entrar. Con paciencia y tiempo entramos todos a un gran salón lleno de cámaras. En un rato se vació y solo quedamos tres personas. Nos atendieron individualmente y nos explicaron que teníamos que hacer una prueba de fotos para nuestro álbum de modelo.
—¿Tengo que pagar las fotos? —pregunté pensando que todo ese asunto podía tratarse de una pequeña estafa, algo tan habitual en Buenos Aires.
—No, eso corre por cuenta de la agencia. Te espero el martes y armamos el álbum.
—Vale. Pero antes tengo que hablar con mis padres.
El martes me presenté, pero para hablar. Le pedí disculpas por haberle hecho perder el tiempo, ya que mis padres no estaban de acuerdo.
—¿Si quieres voy yo personalmente hablar con tu madre?
—No me parece una buena idea.
—Es que mi padre dice que el mundo de la farándula es gente de baja moral y pecaminosa.
—Sí que es verdad, porque se escuchan muchos comentarios. También es verdad que viven de la publicidad y que a veces todo eso está incentivado por los medios para vender noticias. Tu madre puede venir contigo a las sesiones de fotos y también a los trabajos publicitarios que te contraten. Es más, ya tengo en mente tu primer trabajo.
A mí la propuesta me pareció correcta. Pero no tomé en cuenta algunos detalles en ese momento. Mis padres nacieron en España, mamá en la comunidad foral de Navarra, en Abaurrea Alta, en el Valle de Aezkoa, a setenta kilómetros de Pamplona. Papá nació en Escalada, un pueblo de Burgos situado en el valle de Sedano.
A los pocos días, mi madre lo recibió, lo escuchó y lo despachó. Todo lo que le dijo, le entró por un oído y le salió por el otro.
Situación inamovible. ¡Tema archivado!

CAPÍTULO 3

En busca de una salida laboral, hice un curso de secretariado ejecutivo. Era un curso bastante caro. La escuela estaba ubicada en la calle Florida al 600.
La zona era superbonita, inmejorable, lo mejor de la clase porteña, donde conocí a Claudia, una gran amiga. Al igual que yo, padecía de una fuerte protección de la familia. Claro que yo lo apreciaba bien en ella y no tanto en mí, que lo fui descubriendo después. Los abuelos de Claudia eran de Calabria. Su madre, que se había separado del padre de Claudia, vivía con sus padres. Ella y su hermano Sandro le decían la mami. Vivian en una gran casa propiedad de Filomena, la abuela. Desde la silla de ruedas, Filo dirigía todo el avispero. La mami no trabajaba, hacía las labores del hogar y cuidaba de sus hijos y de la abuela Filo.
Durante una época importante de nuestras vidas, Clau y yo estábamos siempre juntas.
Luego, de las clases del secretariado, que eran a la mañana, a veces íbamos a la casa de ella a comer y otras a la mía. Clau no pensaba en trabajar, siempre pensaba en casarse. Estaba de novia desde los quince años con Tito. Gastaba todas sus energías en buscar un buen piso para comprar. En realidad, para que lo comprara Tito.
Todas las compañeras del Instituto de S. Ejecutivas soñábamos con una salida laboral. Nos reuníamos en el bar, en el último piso, donde nos contábamos infinidad de historias.
Los sábados por la noche comenzábamos a salir en pareja con nuestros respectivos novios. Yo estaba también de novia, con Roberto.

 

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

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Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. Miguel Ángel Ortega O.

    Este relato es como las pinturas realistas, descripciones precisas, contornos bien delineados y con entidad. Solo una observadora profunda puede describir personajes con tanta claridad. Felicitaciones a la Autora y a seguir escribiendo, pensando, escribiendo, corrigiendo y elevándose hasta donde sus alas la desplacen.

  2. Pablo

    Es un relato sincero, cercano, sin vueltas, con gran detalle de los personajes. La autora logra atrapar al lector; llegas al final del relato con ganas de más. Hermoso camino el de la escritura, gracias por este regalo. No dejes de escribir, sin duda, hay potencial para seguir compartiendo este hermoso hobby.

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