LILY – Marta Bernal Romero

Por Marta Bernal Romero

Lily es una de esas personas que irradian energía, contagia su alegría a quienes la rodean. Tiene 55 años, es alta, de tez morena, su cabello es negro como el azabache y sus ojos, rasgados de color miel. Emigró de su país buscando una vida mejor.

Al llegar a España se instaló en un pueblo de los Pirineos. Como todos los principios, fue duro adaptarse al lugar, a sus gentes y costumbres. A su marido lo contrató una empresa de construcción como peón, y a ella una peluquería.

Trabajaba todas las horas que podía y más, para sacar su casa adelante. Al cabo de unos meses, la dueña de la peluquería le propuso traspasarle el negocio. Aceptó sin pensarlo dos veces.

Por suerte el negocio funcionaba, tenía una buena clientela, lo que le proporcionaba una tranquilidad económica. Del pequeño apartamento que alquilaron al llegar, se mudaron a un piso de tres dormitorios, rodeado por una amplia terraza que iluminaba todas las estancias de la vivienda. Además, estaba muy cerca del trabajo, por lo que no tenía que hacer grandes desplazamientos.

Lily se quedó ¡embarazada!, un acontecimiento que la llenó de felicidad e ilusión. Siempre había querido tener un bebé, pero con la inestabilidad económica, tanto en su país como la de los primeros tiempos en España, ni se lo había planteado. Ahora, su situación le permitía la tranquilidad de ofrecerle a su hijo lo que necesitara.

Durante los meses de embarazo Lily trabajó más que antes. Su peluquería era la única que permanecía abierta desde  las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Pudo ahorrar un dinero para los días posteriores al parto, en los que no podría permitirse pagar a nadie que ocupara su lugar.

Llegó el día del nacimiento, por fin podía ver, tocar, acariciar a su bebé. Se sintió la persona más dichosa del mundo. Su marido besó a Lily en la frente y con su habitual tono de voz, neutro, exclamó:

̶  Ya tenemos a Walter aquí.

Lily le rectificó:

̶  Walter es tu nombre, él se llama Hugo.

 

Ya en casa con su bebé, Lily notó el cansancio acumulado de los meses anteriores. Agradecía poder tener unos días de descanso. Pensaba en cocinar algunos platos de su país. No eran muy elaborados, como las deliciosas empanadas uruguayas, rellenas de carne, cebolla, pimientos, ajo, aceitunas y especies. La milanesa a la napolitana, carne muy fina empanada, que se sirve con jamón, sobre salsa de tomate, mozzarella y una buena porción de patatas fritas.

Añoraba los asados, el plato estrella de Uruguay, que incluye todo tipo de carne imaginable y el propio ritual en su elaboración, en el que se reunían la familia y los amigos durante varias horas. La familia y los amigos era lo que no podía sustituir.

Lily tenía tres buenas amigas, pero su marido no era una persona muy sociable.  A las reuniones y almuerzos a los que les invitaban no acudían por él.

Tenía programado cuándo retomaría su actividad laboral, cómo compaginar los horarios para cuidar a Hugo, sin necesidad de llevarlo a la guardería, ni dejarlo a cargo de una persona desconocida. Durante la mañana lo tendría ella, en la peluquería. Allí disponía de una habitación que había convertido en un cuarto infantil. Su bebé podría estar atendido por ella y una de sus amigas que se había ofrecido para echarle una mano. Después del mediodía, lo podría cuidar su marido, ya que tenía las tardes libres.

No sabía que su marido llegaba a casa cada día a una hora diferente. Se dio cuenta cuando lo esperaba para almorzar y este no aparecía. Lo llamaba al móvil, le enviaba mensajes sin recibir contestación.

Un día él llegó a las nueve de la noche, ella le reprochó que no le avisara ni que contestara a sus llamadas. Le recordó que tenían un hijo y que cuando volviera del trabajo, debían combinar el horario para cuidarlo. Él la miro fijamente y le propinó una bofetada al tiempo que la insultaba. Lily no reaccionó, se llevó la mano a la mejilla, no podía articular palabra. ¿Quién era aquel ser que tenía frente a ella? Nunca fue una persona detallista y le costaba mostrar sus sentimientos, pero jamás había actuado así. Era impensable tal comportamiento.

Lily tomó en brazos a su pequeño y se encerró en un dormitorio, no tenía intención de compartir el espacio con alguien que la había golpeado y humillado. Intentaba buscar una explicación, razonar lo sucedido. ¿Cómo se justifica una agresión? Lloró de rabia, de impotencia, de la humillación y la falta de respeto. ¿Qué estaba pasando, cuándo se había producido ese cambio en él? Ninguna de sus preguntas y reflexiones obtuvieron respuesta.

Al día siguiente ella estaba en la cocina, cuando apareció él con un ramo de flores y una cara que parecía la de un cordero degollado. Le pidió perdón una y mil veces, le suplicó que no tuviera en cuenta lo ocurrido. Le dijo que estaba pasando por un mal momento y los nervios lo traicionaron y que sin ella la vida no tenía sentido. Ella mostró su desconfianza y cierto temor ante todo lo que iba escuchando. Veía su arrepentimiento, sus ojos llorosos y manos temblorosas. Él se acercó lentamente y la abrazó. Le prometió que jamás volvería a ocurrir nada parecido. Una promesa que evidentemente no cumplió.

Los meses pasaban y la situación fue empeorando cada día. La vida a veces nos asombra y Lily se volvió a quedar embarazada. No había comentado a nadie por lo que estaba pasando. Pero una de sus amigas vio un día unas marcas que el maquillaje no había podido cubrir, no fue necesario que le explicara nada. A Lily se le llenaron los ojos de lágrimas, el silencio fue demoledor, lo suficientemente explícito. Hablaron del embarazo, no fue deseado ni buscado; sin embargo, ella solo pensaba en la parte positiva, su hijo no estaría solo, tendría con quien compartir sus vidas. Amaba al bebé que venía en camino y no permitiría que nadie le hiciese daño.

Los maltratadores suelen hacer sentir culpables a sus víctimas. En este caso, él no era una excepción y consiguió su propósito durante un tiempo. Tal vez por desconocimiento, se suele clasificar con ligereza a quienes tienen o no el perfil de mujer maltratada. Craso error que se comete con demasiada asiduidad.

Lily no cumplía ese perfil. Era una mujer fuerte, luchadora, siempre sonreía y tenía palabras amables para todos. No podía estar viviendo un infierno.

Y llegó el día en que no pudo soportar más. Él, antes de que ella cerrara la peluquería, pasaba y se llevaba la recaudación de todo el día de trabajo. Lo hacía sin ningún tipo de pudor, sin pensar si sus hijos comían o no.

Ella retiraba lo que podía, en alguna ocasión peinaba a alguien en casa a una hora que sabía que no iba a aparecer. No alcanzaba a hacer mucho más. A él lo despidieron del trabajo, se dedicaba a ir de bar en bar hasta que lo echaban. Tuvo que cerrar su negocio.

Con la ayuda de su amiga inició los trámites de la separación. Una vez conseguida, dejó su casa, el lugar que la había acogido y a las personas que la querían y se fue a la ciudad.

Sola con dos niños pequeños, pocos recursos economicos, sin amigos. Se presentó a la hostilidad y la indiferencia que ofrece una gran urbe.

Lily no se acobardó ante tanta adversidad. Consiguió trabajo y una guardería para sus pequeños. Por fortuna compartía piso con una familia uruguaya que le dio el calor y el apoyo que necesitaba. Fregaba  platos en un restaurante, limpiaba casas, hacía arreglos de ropa. Nada le quitó su maravillosa sonrisa ni su energía.

Mantuvo la relación con su amiga y ella fue quien le dio la mejor noticia. El maltratador se había ido a su país. A la semana siguiente, Lily regresaba al pueblo.

En la actualidad tiene la nacionalidad española, sigue trabajando en todo lo que puede y más, la diferencia es que ahora tiene la libertad y la paz que se merece. El trayecto que ha recorrido hasta llegar donde está no ha sido un camino de rosas. Su valentía, esfuerzo y vitalidad son las que han hecho posible conseguirlo.

El maquillaje es algo que no ha vuelto a utilizar, ya no hay nada que esconder ni tapar. Ya no, todo eso quedó relegado. Si bien en algunas ocasiones Lily recuerda aquel periodo de su vida. Sacude la cabeza y lo aleja cuando aparece.

Mantiene la ilusión de volver a tener su propia peluquería.

 

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