MALDITO SAN VALENTÍN – Juana Reyes Perelló

Por Juana Reyes Perelló

Entraba por la cafetería y de repente se cayó un corazón en forma de globo.

— Se te ha caído el corazón —Oí.

Era el día de los enamorados y a mi me habían dejado. Supongo que hay muchos días al año para que te dejen, pero este día era especial en el calendario. El día de los enamorados, que contradicción tan grande.

Era la típica cafetería con encanto, que entras y te cautiva por su decoración acogedora, los sillones de época, los percheros con sombreros antiguos, una estantería con máquinas de escribir y libros, muchos libros.

Ese día estaba emocionalmente perdida, andaba sin rumbo fijo, y de repente la puerta estaba tan bonita decorada, toda llena de corazones, pensé que alguno de ellos podría servirme para recomponer el mío.

Me acerqué a una mesa, dejé el abrigo, el ordenador y un bolso en el que solo podía poner mi móvil y una cartera. Me sentí como el bolso.

Abrí el ordenador, una hoja en blanco y era incapaz de escribir. Me sentía como si estuviera cayendo por un acantilado y no pudiera parar. Cada minuto que pasaba me sentía más perdida.

Tengo que intentarlo, para por favor, la cabeza me daba vueltas.

Me levanté despacio de la silla y me acerqué a la barra, vi al camarero y cuando le miré le dije:

—Un café solo, con canela.

Y él me contestó:

—Como siempre.

Me quedé inmóvil, me molestaba la luz, el sonido de la gente retumbaba en mis oídos. El tiempo se detuvo.

—¿Hola? ¿Estás bien? Lo digo por si te lo acerco a la mesa o te lo quieres llevar.

—Perdona, sí, disculpa, a la mesa.

Siempre he sido una persona organizada, y muy planificada. Todo bajo control. Y ahora era como un animal sin cabeza, desorientada.

Podía sentir como si estuviera en medio del desierto, parada, de pie, la nada. Miraba a un lado y a otro y solo había inmensidad. Me envolvía un dolor inmenso en mi corazón, por primera vez sentía lo que era el dolor en lo que llaman el alma.

Era como cuando te asomas a un pozo y sólo ves la oscuridad y tiras un cubo de hierro, antiguo, pesado para sacar agua. Cuando lo dejas caer puedes hacerlo despacio o sin pararlo hasta que se estrella contra el fondo del agua. Impacto, oscuridad, así me sentía yo. ¿Y ahora qué?

Paralelamente al vacío que sentía, maldita vida, casualidades o no, para quién las crea, había estado muchos años esforzándome, estudiando horas y horas al día para obtener un puesto de trabajo seguro. Estudié durante horas, días, meses, sin mirar el reloj, como si no existiera el tiempo, y el mismo día en que me habían roto el corazón, recibí la noticia que no había obtenido el puesto porque no tenía puntos suficientes para obtenerlo.

¿Casualidades de la vida? Así estaba yo, en medio del desierto, sin saber hacia donde tirar.

Oí un susurro en mi oído: «¿Eh, despierta? Estás blanca.

—Ah sí, disculpa, me siento.

Me dirigí hacia la mesa, abrí el ordenador y me dispuse a escribir como medianamente pude. Empecé a vomitar las palabras sin ningún tipo de orden, sin coherencia, solo dejándome llevar. Quería sacar toda la rabia, el vacío que llevaba dentro.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué la vida me estaba quitando toda la ilusión?

Siempre hay algún motivo para sonreír, pero yo no encontraba ninguno.

Es como cuando vas por la calle, andando, sin rumbo fijo, algo en mi interior me decía: sigue andando no te pares. Y ahí me encontraba yo, en medio de una cafetería rota de dolor, porque me habían roto el corazón y mi vida profesional se había desvanecido.

No sé el tiempo que pasó, pero me quedé sola escribiendo. No podía parar de hacerlo.

Señora, se tiene que marchar.

— ¿Tiene a dónde ir?

– Sí, claro, tengo una casa, y tengo a mi perro Bob, que como siempre me recibirá con alegría.

— Me alegro, estaba empezando a preocuparme. De todas formas, hoy es San Valentín y no debería estar sola. ¿Cenaría conmigo?

— Por supuesto que no, la respuesta es no. Qué descarado pensé.

Así que recogí tan rápido como pude, y salí por la puerta llena de corazones.

 

Tenía mil cosas en la cabeza, pero me encontraba muy mal.

No tardé en llegar a casa, abrí la puerta y Bob me recibió dando saltos de felicidad y noté como mi boca hacía un gesto hacia arriba, estaba sonriendo.

Entré dejando las cosas caer, el bolso, el abrigo, y mi alma. No podía con mi cuerpo.

¿Qué podía hacer? Solo me repetía lo desgraciada que era.

Al entrar en el pequeño salón, había una mesa de madera todavía con los restos del incienso, los lápices, y todos los libros que durante años había estudiado. Miles de papeles subrayados por mí. Tanta vida en una mesa.

Como estaba tan exhausta, decidí abrir una botella de vino tinto, ribera de Duero, con cuerpo, ese que yo no tenía. Lo había comprado días antes para celebrar juntos San Valentín.

— Alexa, pon Diana Krall en spotify.

La música de Jazz siempre me ha dado calma y en ese momento la necesitaba.

Me senté en mi sillón favorito, encendí unas velas y me dejé llevar por ese momento de paz.

Miré hacia la ventana que daba a la calle, y podía ver los coches pasar porque vivía en un entresuelo y las luces de los vehículos me deslumbraban como cuando alguien te pone una linterna cerca de los ojos.

Cerré los ojos y disfruté del sabor del vino en mi boca, un sabor intenso, y cuando lo tragaba sentía esa fuerza, con sabor áspero, que me recordaba lo que estaba viviendo.

¿Qué cosa peor me puede pasar? Me han roto el corazón y mi vida profesional no tiene sentido.

Recordé que tenía sales de baño y que me vendría bien darme un baño relajante, a la luz de las velas. Así que me dispuse a irme al baño, abrí la puerta, me acerqué a mi bañera blanca y abrí el grifo del agua.

Busqué en el armario pequeño donde tenía todas las cosas para mi autocuidado y saqué las sales de baño y las dejé caer en el agua.

Encendí las velas, colocándolas alrededor de la bañera, y fui al salón para traerme la copa de vino.

Decidí dejar solo las luces de las velas, poniendo el pequeño calefactor en el baño para no pasar frío.

Me desnudé poco a poco, sintiendo mi cuerpo. Primero las medias, la falda, y la camisa blanca que aquél día había estrenado para nuestro día de San Valentín.

Me quité la ropa interior blanca de encaje, con una dulzura como si me abrazaran en ese momento.

Introduje un pie en el agua y después el otro, muy despacio. Quería sentir el roce del agua en mi cuerpo. La espuma entre mis piernas, sintiendo como al querer agarrarla se deslizaba entre mis dedos.

Me dejé llevar y me hundí en el agua, sintiendo el calor en mi cuerpo y cuando no podía respirar más sentí el aire fuera que me recordó que podía seguir respirando cuando yo lo decidiera.

Apoyé mi cabeza en una toalla que me servía de almohada y cerré los ojos.

Era un momento perfecto: el olor del jabón, el calor del agua, la luz de las velas y el vino que me sabía a ilusión y decepción. Con cuerpo y a la vez áspero.

No sé el tiempo que había pasado, abrí los ojos y recordé lo fuerte que siempre había sido, no podía permitir que nadie que no fuera yo me arrebatara mi corazón. Porque lo sentía y muy fuerte. Sí, la vida hoy me había dado la espalda pero no estaba dispuesta a darme por vencida.

Y me recordé en ese desierto, parada de pie, sin saber hacia donde ir. Y me dije a mi misma:

— Sigue andando, no te pares, aunque no sientas las fuerzas. Sí, yo puedo, venga vamos. Solo tengo que creer en mí, y hoy no es el día para pensar.

Me dispuse a salir de la bañera, con una fuerza interior desmesurada y la desilusión que dejaba irse al quitar el tapón de la bañera con todas mis fuerzas.

Al salir de la bañera resbalé con las medias que había dejado al borde de la bañera y noté como caía lentamente hacia el suelo y sentí un fuerte golpe en la cabeza.

Tiempo, espacio, el desierto.

 

— Rápido, la perdemos, no respira. Y de repente, sentí un frío en mi cuerpo, una luz intensa, y una mano que apareció de la nada y me agarró muy fuerte. Mis ojos no podían creer lo que estaba viendo, era él.

Me susurró: no tengas miedo, coge mi mano y sigue caminando conmigo hacia las estrellas.

Unos años antes habíamos hecho un viaje al desierto del Sáhara para celebrar San Valentín.

Aquél día, madrugamos y cogimos el jeep que nos llevaría a disfrutar de la experiencia. Estábamos tan felices, la vida nos sonreía.

Cogimos el coche y comenzó a ir a demasiada velocidad, y yo no dejaba de repetirle: — Para, no vayas tan deprisa. Pero él no escuchaba.

De repente el coche comenzó a ladearse hacia la izquierda y sólo pude agachar la cabeza y cogérmela entre las manos y todo comenzó a dar vueltas.

No sé el tiempo que transcurrió, pero cuando abrí los ojos estaba llena de arena y todo estaba revuelto. Enganchada a un cinturón que me asfixiaba, giré mi cabeza y lo vi inerte.

— Despierta cariño, por favor, despierta. Pero no respondió. Y el mundo se me paró.

Salí como pude del coche, arrastrándome y conseguí ponerme de pie. Estaba ante la inmensidad del desierto.

— Ayuda! Por favor, ayuda! Qué alguien me escuche y con todas mis fuerzas grité: Maldito San Valentín.

 

 

 

 

RELATO DEL TALLER DE:
Taller de Escritura Creativa

Deja una respuesta

Esta entrada tiene un comentario

  1. Anonima

    Maravilloso como ya sabes cuando la primera vez q lo leí t lo mereces vecina amiga,ya espero el siguiente q escribas sigue así besicoooos.

Descubre nuestros talleres

Taller de Escritura Creativa

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Escritura Creativa Superior

95 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Autobiografía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Poesía

85 horas
Inicio: Inscripción abierta

Taller de Literatura Infantil y Juvenil

85 horas
Inicio: Inscripción abierta