MARTES
Por Elena Calafat Polo
Un martes cualquiera puede ocurrir que tu vida dé un viraje. Un martes de noviembre le
pasó a Clara. Hacía frío y tenía ganas de llegar a casa; llevaba todo el día fuera, de
reuniones agotadoras, horas interminables frente al ordenador, sin comer bien, cansada
de todo lo acontecido durante el día.
Muerta de hambre, de camino al apartamento, pensó en lo poco que había en la
nevera y en las nulas ganas que tenía de cocinar para conseguir una cena decente. No
podía desconectar, el contenido del último correo electrónico le seguía resonando en la
cabeza.
Cuando entró en el portal de la finca, Clara se dio cuenta que el ascensor no
funcionaba y subió regañando los cinco pisos. Siempre había pensado que los pisos altos
son los que tienen mejor vista. Como si estuviese dentro de un reloj de cucú, subió las
escaleras topándose con vecinos que abrían y cerraban puertas anunciando la falta de luz.
Llegó a su casa agotada, se dio cuenta que a pesar del tiempo que llevaba en la ciudad,
seguía sintiéndose como una extraña. Ningún vecino entabló conversación para decirle
que se encontraría sin luz y preguntarle si tal vez necesitaba algo. Comprobó todos los
interruptores para definitivamente reconocer que no había luz ni dentro ni fuera de casa.
Inquieta, recurrió al móvil para ver si podía averiguar algo pero había olvidado cargarlo
en el trabajo y se encontraba casi sin batería. Lo lanzó con rabia sobre el sofá.
Con desgana abrió la nevera y vio que lo único que podía cenar esa noche era un
triste trozo de queso y unas galletas. Buscó unas velas en un cajón de la cocina. Las únicas
que encontró fueron las de su último cumpleaños. Un 5 y un 0. Las clavó en una patata y
se sentó a pensar, frente a la imagen que se acababa de crear delante de ella. El mensaje
del correo electrónico tenía cada vez más sentido. “Tres respiraciones”, recordó,
“necesitas tres respiraciones profundas para tranquilizarte”.
Se sentó en el suelo sobre unos cojines y se envolvió con la manta del sofá. Podía oír su
propia respiración, los latidos de su corazón, sentir el peso de la manta sobre sus hombros,
el suave perfume de las velas, la presión del sofá contra su espalda, y en ese estado, poco
a poco, empezó a ver con claridad. Todo es cierto, se dijo a sí misma.
Se incorporó y, a tientas, llegó a la entrada. Cogió las llaves, cerró la puerta con
un golpe seco y bajó las escaleras no sin antes encontrarse con algún vecino que repetía:
no hay luz. Al salir a la calle, el aire de la noche le pareció más ligero y más fresco, por
lo que agradeció llevar todavía la manta sobre sus hombros. Clara subió al coche y
encendió las luces. La calle bullía de gente: unos salían de sus casas confundidos, otros
hablando con el móvil quejándose a gritos.
Entonces no lo dudó. Puso rumbo hacia el puerto, comprobó la hora en el reloj del
salpicadero y aceleró un poco más de lo recomendado. Aparcó al final del camino y
empezó a andar con paso firme por el muelle. El olor a mar empezó a reconfortarla
mientras buscaba la luna como quien busca un aliado. Ahí estaba, dejando su reflejo sobre
el mar. Vio la silueta de la ciudad sin apenas luces. El sonido de un motor la sacó de sus
pensamientos y se paró ante el velero que preparaba su salida. Una salida que ella conocía
y venía detallada en el correo electrónico. Clara tiró con fuerza del amarre y, al instante,
una cabeza salió asomándose por la cabina. La recibió con una sonrisa, de esas que
iluminan, y le tendió la mano para subir a cubierta.
─¡Pensaba que no vendrías!
─Ya ves que estoy aquí.
─¿Me crees entonces? ─le preguntó él con cierta ansiedad.
─Estuve leyendo los últimos informes que adjuntaste y aunque al principio me
pareció todo una locura, me di cuenta que cuando esto se filtre en los medios será un caos.
Es mejor irse cuanto antes. ¿Es verdad que el lugar es tan seguro?
─Es el único lugar donde podremos confinarnos ─le contestó Salva, metiendo
todos los víveres en los tambuchos de proa.
─No nos lo pensemos más. Descansa, porque partiremos con los primeros rayos
del sol y ya sabes que el trayecto es muy largo. De momento no han puesto controles en
el mar por lo que es el momento perfecto.
Clara se acomodó en la cabina e intentó estirarse sobre una de las colchonetas. No
podía cerrar los ojos, los pensamientos se agolpaban. El mundo iba a cambiar demasiado
y esa embarcación le ofrecía la oportunidad de cambiar su vida para siempre.
RELATO DEL TALLER DE:
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María Isabel López Ben
07/10/2024