MEMORIAS DE UNA JUEZA EN LA HABANA – Lilliam Valenzuela Rodríguez

Por Lilliam Valenzuela Rodríguez

—Ponga los pies en las marcas del suelo y mire a la cámara—Ordena el oficial de inmigración—¿Cuál es el motivo de su viaje a España?

—Voy a estudiar.

—¿Por cuánto tiempo?

—Un año.

—Permítame el pasaje de vuelta.

El oficial hojea el pasaporte y me mira, con un aire de desconfianza.

—Espere aquí—Dice, levantándose de su asiento.

En mis oídos rugen puñetazos, que no son más que los sellos estampados sobre los pasaportes de los pasajeros afortunados de la derecha y de la izquierda. ¡Buen viaje! dicen a todos.

Algo pasa conmigo.

El aeropuerto de huele a humedad, como toda La Habana. Las muchachas de la aduana se pavonean caminando de un lado al otro, con más maquillaje que vergüenza, con sus medias de rejilla y esas faldas que casi dejan asomar los vellos del pubis.

El tiempo corre, el oficial no aparece.

Sobrevuelo mi vida entera y veo a mi padre, quince años atrás, improvisando una décima guajira desde el sillón del salón, sin camisa, y con una pierna encaramada en el reposabrazos derecho.

—Yo soy revolucionario y pertenezco al partido, en cambio, me quiero ir pa´ los Estados Unidos.

Veo a mi madre, sin arrugas, sacudiendo la polvorienta superficie del tocadiscos y recordándole a papi que debe hablar más bajo para que los vecinos no escuchen su décima contrarrevolucionaria. Encima del tocadiscos veo el búcaro de flores plásticas en cuyos pétalos abundaban las cagadas de moscas. A mami le encantaban aquellas flores plásticas y no veía las cagadas, ni con espejuelos.

Me siento feliz.

De repente, me invade el recuerdo abrumador de todo lo que hice para llegar hasta aquí, lo digno y lo indigno: las mentiras que dije, los documentos que falsifiqué, los acusados a los que juzgué, los policías a los que soborné, los orgasmos que fingí. Escucho la voz de Fidel Castro en aquel discurso de 1980, con esa soberbia tan suya: «Quien no tenga una mente que se adapte a las ideas de la revolución (…) no lo queremos, no lo necesitamos».

—Acompáñeme ciudadana—Ordena el oficial.

Me niego, mis papeles están en orden, no puedo perder el vuelo de mi vida.

—¡No me toque!

Me agarra bruscamente.

Me resisto, pero él es más fuerte.

Me quiero morir.

 

 

Lilliam Valenzuela Rodríguez

 

 

 

 

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