MI AMOR SENTADA A MIS PIES – Jose Manuel Mateo Grau

Por Jose Manuel Mateo Grau

Debía aprobar el curso para obtener el certificado de estudios primarios. Tuvo la misma habitación que el año anterior, con nuevos compañeros. Los que tenía antes ya habían terminado. Este curso iba a ser totalmente diferente, se iba a poner a estudiar de verdad. Se constipó y tenía un dolor de garganta muy fuerte y con fiebre. La monja como ya le conocía le dijo.

-Si estás acurrucado, es que estás malito, ¿ahora quieres acostarte en la cama?

– Sí, sí, es que tengo un dolor fuerte de garganta.

Ella le tocó la frente y dijo – Uy, sí que tienes fiebre, voy a ponerte el termómetro

– ¿Cuánta fiebre tengo? Lo dijo, con voz apagada.

– Tienes treinta y nueve grados y medio dijo un poco asustada.

Cogió la silla de ruedas y la empujó hasta la habitación, y al llegar llamó al cuidador. Vino este hombre y tuvo que acostarlo. Al rato, vino una chica de las que limpian, para ver cómo estaba.

– ¿Te encuentras bien? Preguntó. Tenía una voz dulce y agradable.

– No, no estoy bien, tengo frío. Le respondió.

– No tengo ninguna duda, con la temperatura que tienes. ¿Quieres que te ponga otra manta?

– Lo que necesito es más calor humano. Se lo dijo con una voz temblorosa.

Ella se acercó y se quitó el vestido, quedándose con su ropa interior Se metió en su cama y estuvo un rato abrazada a él, así se le iba pasando el frío que tenía.

Esta chica se llamaba Karina. Su pelo era liso de color blanco platino con una melena que le llegaba hasta los hombros, ojos azules, una piel suave y blanca. Bajita pero esbelta.

A veces contaba cosas de su tierra, era de Ávila se había venido a Madrid para trabajar y estudiar psicología y pagaba sus estudios con el sueldo que le pagaban por hacer la limpieza del centro Le gustaba viajar y conocer nueva gente.

-Cuando tengo oportunidad me voy de viaje comentó ella un día

– Te organizas muy bien contestó él.

Le miraba mucho a los ojos, y un día le dijo – Qué guapa que eres Tienes unos ojos preciosos, Karina.

Ella dijo – Gracias José Manuel, ¿eres muy romántico?

-A veces, cuando veo una chica guapa y tú lo eres.

– ¿Tú con quién vives? preguntó Karina sonrojándose.

-Con mi familia, mis padres y mis hermanas.

– ¿De dónde eres?

– De Alicante.

– Es una ciudad muy bonita y soleada. Afirmó ella.

– Sé que tú eres de Ávila, ¿no? Esta ciudad también es bonita, aunque no la conozco.

– Sí, tiene muchos monumentos, sobre todo iglesias. Y una muralla muy larga.

Dime, José Manuel, ¿estás enamorado?

– ¿Qué pregunta es esa?

– Como a veces te veo muy nostálgico

– Aquí estoy aburrido, tampoco tengo ganas de estudiar. Lo que quiero es dibujar y pintar.

– Uy, se está haciendo la hora de ir a poner la mesa

– Vale, ¿hablamos otro día?

– Sí, sí. Me siento muy cómoda hablando contigo. Le dice con voz cariñosa.

– Yo también, eres muy encantadora.

– Nos vemos.

Se fue, caminando de prisa para poner los platos de la cena. Cuando se estaba alejando, José Manuel se dio cuenta de que se le había pegado en el vestido un trozo de plástico.

Le llamó gritando. – Karina, ven un momento

Ella se acercó con la respiración acelerada. – ¿Para qué me llamas?

-Por detrás de tu vestido tienes un plástico pegado.

Se quitó el plástico, se sentó encima de sus piernas, se abrazó a su cuello y le estuvo dando un montón de besos Él no sabía que hacer, lo dejó desconcertado

-No sé qué hacer contigo, dijo ella.

– Estoy enamorado de ti. Le dijo él muy nervioso.

– No sé lo que siento, es que soy así, muy espontánea.

– Mi edad es ridícula para esto.

– La edad no importa si una está enamorada.

– Qué quieres decir

– Me gustas mucho.

– ¿Cómo te vas a enamorar de mí? mira como estoy, con esta invalidez.

José Manuel tenía el cabello y los ojos castaños, y había nacido con una particular condición física; sus extremidades estaban vueltas del revés. Su madre había tenido un embarazo normal, por lo que esta malformación congénita no tenía explicación. A pesar de sus dificultades de movilidad, que determinaban la necesidad de ayuda para cubrir sus necesidades fisiológicas, lavarse o vestirse, José Manuel era un ser humano abierto y determinado. Su facilidad para la expresión plástica justificaba sus deseos de abrirse camino en el mundo del arte.

 

 – Eso es lo de menos, a mí me gustas tú, tal como eres. Tengo una idea, quedamos un día y lo hacemos

– ¿Hacer qué?

– El amor, tontorrón Le dijo sorprendida.

– Me gustaría mucho hacerlo contigo, si quieres, vamos a un hotel y lo hacemos allí.

– No sé, lo veo difícil. Le contestó ella y agregó:

– Lo hablamos otro día, se está haciendo muy tarde, tengo que poner la mesa.

– ¿Lo hablamos? repitió José Manuel, pensando en que no iba a suceder nada.

Karina se fue, dándole un fuerte beso en la boca.

Al día siguiente José Manuel encontró debajo de su almohada un mensaje que decía:

Te espero esta tarde en el lugar de siempre.

Por la tarde, cuando salió de clase le pidió a un compañero que le acercara al jardín y escogió un rincón para quedarse a esperar a Karina.

Era un lugar que estaba lleno de plantas de varias clases, eran muy bellas. Al cabo de unos minutos, ella se acercó por detrás y le tapó los ojos con sus manos, diciendo

– ¿Quién soy?

– La más bella de entre todas las mujeres de este centro. Le respondió.

– Qué piropo más bonito acabas de hacerme.

– Es que me gustas un montón. ¿Qué querías decirme?

– ¿Te apetece que vayamos a un lugar para hacer el amor? Le dice sonriendo.

– ¿Estás segura? Le preguntó él.

– Por supuesto que estoy segura respondió ella con firmeza.

– Sí, lo estoy deseando. Puedo darte un beso en esos labios tan preciosos

– Sí.

Ella se sentó encima de sus piernas, y rodeando su cuello con los brazos se acercó su boca hasta la suya y se besaron apasionadamente. Luego se sentó en un banco que había allí y le dijo

– Este sábado te voy a llevar a la casa de mi amiga ¿qué te parece?

– Estoy deseándolo, ¿qué vamos a decir para que pueda salir?

– Que te voy a llevar conmigo a pasear y a merendar por Carabanchel

– Sí, está bien, se lo van a creer. Atinó a responder, aunque albergaba algunas dudas

– Claro que sí. Ella se encontraba muy segura.

– Qué ganas tengo de estar abrazado a ti y sentir tu piel rozando la mía

– Para eso tengo que estar desnuda.

– Eso es lo que quiero.

– Todavía tienen que pasar unos días.

– Lo sé. Espero que me dejen salir.

– Sí, lo harán. Será maravilloso.

Desde el día en que hablaron en el jardín hasta el sábado pasarían cinco días. Esa espera fue un suplicio para José Manuel, pero todo llega a su tiempo. Durante esos días asistió a sus clases, y de vez en cuando la veía en el comedor o en los pasillos. Ella le hacía señales con los ojos y con sus labios le mandaba besos. Los días fueron pasando y él obtuvo el permiso para salir con Karina a dar un paseo por Carabanchel. El sábado por la tarde la esperó en la puerta cercana al comedor. Ella se acercó y al verlo, le dijo:

– Hola, que maravilla, ya estamos juntos. Dijo ella muy emocionada.

– Qué ganas tenía de verte

– Deseaba encontrarme contigo y sentirte.

– Quiero darte un beso dijo él, mirando alrededor para cerciorarse de que no los estaban viendo, y empujando la silla de ruedas, que avanzaba ruidosamente, se acercó y la besó en los labios.

– Qué trasto de silla ¿Eh? Comentó ella.

– Desde luego. Es insoportable estar sentado en esta silla.

– ¿Qué le vamos a hacer?

– La verdad es que nunca he ido en silla de ruedas. Siempre iba en un carrito de niño.

– Ah, no sabía.

– Sí, así era.

Ella con su mano derecha le va tocando el cuello y el pecho. No puede estarse quieta.

-Ya hemos llegado. Esta es la casa de mi amiga dijo ella de pronto.

– ¿Ahora cómo vamos a subir?

Ella lo ayudó a subir el escalón de la acera, empujó la silla hasta la portería, abrió la puerta con las llaves que le había dejado su amiga, y entraron a la portería.

-Subo abro la puerta y bajo a por ti.

– Aquí te espero.

Subió ágilmente la puerta, y una vez abierta bajó sin correr hasta donde él la esperaba. Rodeó su espalda con sus brazos lo fue subiendo hasta la altura de sus pechos Él aprovechó ese momento para darle un beso, y ella lo rezongó, entre risas

-No me hagas reír Si no, no podré subirte.

– Es que no puedo esperar Tengo tantas ganas de ti

– Y tú qué crees, que tengo yo

– Vale, vale. Te he hecho reír, ¿te ha gustado?

– Si, muchísimo.

Karina subió hasta el primer piso llevándolo en sus brazos, y cerró la puerta al entrar en la casa de su amiga. Mientras se acercaba a la habitación donde estaba la cama, unieron sus labios y se besaron largamente. Con esfuerzo, ella lo depositó en la cama y se dejó caer sobre su cuerpo.

 

 

 

 

 

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