MINA Y EL RATÓN PÉREZ – Beatriz Socorro Suarez-Vence Castro

Por Beatriz Socorro Suarez-Vence Castro

Mina se despertó aquel día más temprano que su despertador. Lo miró. Estaba empezando a odiarlo y a ella no le gustaba odiar. Además, éste era muy bonito: verde, con la figura de una niña india americana dibujada dentro y un botón rojo grande que parecía el sombrero del despertador.

A la niña se le habían escapado dos plumas de la cinta que llevaba en el pelo y se habían convertido en las dos agujas del reloj.

Mina tenía seis años, pero ya sabía qué significaban las agujas y cómo se interpretaban para poder saber la hora del día: la aguja pequeña, la pluma roja, estaba parada en las seis, y la aguja grande, la pluma verde, se había ido volando al número cinco. Eran las seis y cinco de la mañana.

El despertador no sonaría hasta las siete, que era cuando ella tenía que darle al sombrero y hundirlo para que parase de sonar.

Mina se desperezó y fue al baño todavía medio dormida.

Tenía su propio cuarto y su propio baño. No tenía que compartirlos con Estrella, su hermana. «Menos mal», pensó Mina, porque desde que Estrella había cumplido los dieciséis estaba súper rara. Todo el mundo decía que estaba muy guapa, como si eso fuese tan importante.

A Mina, su hermana le gustaba mucho más antes, cuando no tenía esa expresión de estar en otro planeta.

Ahora Estrella no presta atención a nada de lo que Mina le cuenta y se pasa el día mirando el teléfono móvil.

Mientras se lavaba las manos, se miró en el espejo. Su cara le parecía un completo desastre. Estaba llena de pecas. Debía tener por lo menos cinco mil. Parecían motitas de polvo que se habían caído sobre su piel blanca. Solo que no se iban si las soplaban y las motitas, en cambio, sí.

Cuando era pequeña le había pedido a su madre que le soplase en la cara para ver si se iban, pero no se había movido ni una.

Su pelo también era un problema. Cada vez que Mina intentaba peinarlo se movía para un lado y para el otro sin hacer caso al cepillo. Cuando su madre lo intentaba le costaba un montón, y eso que su madre peinaba muy bien y sabía hacer trenzas y moños. El pelo era naranja. Naranja como las calabazas que se preparan en Halloween.

Mina se palpó uno de los dientes de delante, que estaba flojo. El otro ya se había caído hacía muchos días. Este único diente allí, en la primera fila de la boca, le hacía parecerse a la Niñera Mágica. Aunque por suerte, no tenía verrugas como ella. Empujó un poco el diente con los dedos, para ver si se caía por fin, pero nada. No se movió.

Salió del baño y volvió a meterse en la cama.

A Mina le encantaba ese ratito en el que se tumbaba de lado y se imaginaba que, en el colegio, todo el mundo iba a querer jugar con ella.

Allí solo los mellizos Cleo y Leo, sus mejores amigos, jugaban con ella y siempre la defendían cuando el resto de los niños le llamaban zanahoria, calabaza o cacatúa. Lo de cacatúa era lo peor porque ella no se parecía nada a ese pájaro. Lo de zanahoria o calabaza lo podía entender por el color de su pelo.

Los demás empezaron a llamarle cacatúa porque un día, Ricardo, que era el niño de clase que más se metía con Mina, dijo que hablaba como las cacatúas porque siempre se sabía todo lo que la profesora preguntaba. Y eso sí que no era justo, pensó Mina. Ricardo decía muchas tonterías, pero Mina no se atrevía a decírselo.

También se imaginó que el resto de los niños no le hacían caso a Ricardo cuando hablaba mal de ella y que la dejaban jugar con ellos en el patio y le sonreían siempre, no solo cuando la profesora estaba mirando.

A Mina le encantaba ese ratito en que soñaba con los ojos abiertos. Era cuando pasaban cosas bonitas, aunque fuese solo en su cabeza.

Cuando estaba así, tan a gusto, soñando despierta, notó que algo se movía debajo de la almohada. Metió la mano y alguien dijo: » ¡Ay, me has hecho daño!»

De debajo de la almohada salió un ratoncito de mediana edad, vestido muy elegante, que trepó por la barriga de Mina y se colocó justo enfrente de su cara.

Mina creyó que aún seguía soñando despierta, así que se frotó los ojos, pero cuando acabó de frotárselos, el ratoncito seguía allí.

– ¿Quién eres? –le preguntó

– ¿Cómo qué quién soy? ¿No has oído hablar nunca del Ratón Pérez?

-Sí, claro. Pero el ratoncito Pérez sólo viene cuando se cae un diente y a mí no se me ha caído aún el diente que tengo flojo.

– ¿Estás segura?

– Fi- dijo Mina. Y volvió a decirlo: «Fi». No podía pronunciar la S porque el segundo diente se había caído también y el aire se colaba por el agujero que tenía ahora.

– ¡Ahí va! Pero, ¿Cuándo ha sido? Si he vuelto derecha del baño a la cama y no me he golpeado con nada.

– ¡Ejem! Es que he tenido que improvisar porque necesitabas ayuda, explicó Pérez, poniéndose un poco colorado.

– ¿Qué significa improvisar?

– Improvisar es cambiar rápido de plan por una buena razón. Tú necesitabas ayuda y yo hice que el diente se cayese para poder venir a visitarte.

-Ya- dijo Mina. Y empezó a preocuparse un poco pensando en el colegio.

– Escucha, Mina. Sé que tienes problemas, así que te propongo un plan para que puedas enfrentarte a ellos, porque si uno no trata de resolver los problemas, se hacen cada vez más grandes.

– ¿Y qué plan es ese, Pérez? –

– Acompañarte al colegio y asegurarme de que haces lo necesario para ser más feliz allí.

– ¿Y cómo lo harás? -Pues me meteré en tu bolsillo y te iré diciendo lo que tienes que hacer cuando no te sientas bien. ¿Empezamos hoy?

– ¡Sí! Voy a vestirme y cuando esté lista te aviso, que ya llega mi madre.

 

Pérez se escondió en el bolsillo del uniforme de Mina y se fue con ella en el autobús.

Mina siempre se sentaba sola en el autobús porque sus mejores amigos, Cleo y Leo, los mellizos, vivían tan cerca del colegio que iban andando.

Al ver que iba a sentarse sola, Pérez se agitó dentro del bolsillo y tiró de la falda de Mina en dirección al asiento donde estaba sentada otra niña.

Mina se asustó muchísimo y empezó a hablar con Pérez, utilizando solo un lado de la boca para que nadie pensase que hablaba sola.

¿N s spone que m ibs aydr ? Mina se comía muchas vocales porque como os digo,hablaba utilizando solo un lado de la boca.

-Y eso estoy haciendo- dijo Pérez. -Prueba a sentarte al lado de esa niña y no pongas esa cara de susto.

-Pro no me hblará. N l cnzco

-Prueba a hablarle tú primero y así la conocerás- dijo Pérez, poniendo los ojos en blanco, aunque daba igual porque nadie le veía. Mina hizo lo que Pérez le decía y se sentó al lado de la niña.

-Hola- dijo Mina

-Hola-. ¡Ay va! Se te han caído los dos dientes de delante ya. ¡Qué suerte!

Pérez se rió haciendo ruiditos en el bolsillo.

-Sí, se me ha caído hoy el segundo. Y ha venido el Ratón Pérez a… (en este momento Pérez le dio un codazo a Mina. Un codazo de ratón que no duele nada para avisar a Mina de que no debía descubrirlo)

-A traerme una moneda- dijo Mina. Y Pérez suspiró aliviado mientras el bolsillo de Mina se inflaba un poquito con el aire del suspiro y luego se desinflaba.

– ¡Qué bien! ¿Le has visto? Preguntó la otra niña, que se llamaba Laura.

-Pues no. Solo he visto la moneda debajo de la almohada, mintió Mina, mientras el bolsillo de su falda se inflaba y se desinflaba de nuevo.

Mina sabía que no estaba bien mentir, pero no quería meter a Pérez en un lío.

 

Laura y Mina siguieron charlando muy animadas, mientras Pérez, que como ya sabéis es un ratón de mediana edad, se quedaba dormido de puro cansancio por todo el esfuerzo que había hecho. Estamos llegando casi el final del cuento, así que tengo que deciros que Pérez se despertará cada vez que Mina lo necesite.

Pérez sabe que los niños empiezan a estar preparados para arreglar cualquier problema por sí mismos cuando se les caen los dientes.

En realidad, Mina sólo necesita una pequeña ayuda para que todo fuese mejor en el cole. Así que ahí se va a quedar, calentito en el bolsillo de la falda de la niña, hasta que ella se dé cuenta de que ya no le necesita. Entonces se irá a recoger dientes en casa de otros niños y se los cambiará por monedas o regalos.

Pero el trabajo más importante del Ratón Pérez es, como habéis aprendido en este cuento, ayudar a los niños que estén tristes o preocupados, echándoles una mano, una patita de ratón que no se ve, para que se sientan seguros de sí mismos y así puedan salir de casa cada día contentos y sin miedo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Esta entrada tiene un comentario

  1. María M

    Precioso cuento. A veces necesitamos creer en la magia para recibir ese empujoncito y alcanzar lo que queremos.

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