MUNDO REAL – Eva Mª Pascual López

Por Eva Mª Pascual López

Sábado, 23:00h

La noche podría ser perfecta. El jardín viste el tono dorado del sol cuando se esconde. María mira a su alrededor. La música suena. Las mujeres, con melenas largas, vestidos escotados y manicuras brillantes, cotillean con las que parecen sus amigas, mientras miran a su alrededor para asegurarse de que, por supuesto, son la más guapa de la fiesta. Los hombres, con camisas blancas y bronceados ganados a pulso, hablan todos demasiado alto mientras sonríen como si nada en el mundo pudiera preocuparlos.

Gonzalo se acerca y se lleva a María hasta un círculo donde parece que aún se habla más alto. Hace las presentaciones: Javier, que a María le parece el típico empleado de mirada interesada de banca personal; Francisco, sacado de la planta alta de una multinacional casi seguro; Cristina, directora de comunicación de una fundación de cuyo nombre no puedo acordarme; Mario, que parece no haber trabajado en su vida; y María, “mi mujer”.

María odia que la presente como “mi mujer”, como si fuera “mi coche”, “mi barco”, “mi casa en Menorca”.

La conversación es la de siempre. Que si los negocios en Chile, que si la nueva startup que lo va petar, que si los nuevos unicornios, …. Y la pregunta de rigor: “Y tú, María, ¿en qué mundo estás?”

Y María sonríe, encantadora, a punto de descolocar a su audiencia tal y como le pasa a menudo. “¿Yo? ¿En qué mundo estoy? En el mundo real”.

Lunes 6:30h
Suena el despertador mucho antes de lo necesario. María se levanta con sueño y pereza, pero necesita esos 30 minutos de más para tomar un café y leer el periódico en su iPad mientras aún es oscuro, mientras la casa aún duerme, mientras aún nadie le pide nada.
El día se presenta movidito. Los niños empiezan vacaciones y ella se ha cogido el día libre para llevarlos a la playa, a casa de sus padres. Gonzalo se va de viaje hasta el sábado, por trabajo, como otras 15 o 20 semanas al año. Maletas, prisas, el Cabify que ya espera abajo, emoción de vacaciones de los niños y agobio de llamada urgente de Carla desde la oficina. ¿Por qué todo el mundo espera hasta el último minuto, hasta que lo menos importante se convierte en urgente?
Por fin salen. El viaje es de poco más de una hora, pero María prefiere quedarse a dormir en casa de sus padres y madrugar al día siguiente. Si puede, después de cenar, cuando los niños se hayan metido ya en la cama y sus padres estén mirando la televisión, María se acercará a la playa.

22:45h
El sonido del mar siempre le devuelve la calma. Una y otra vez el mismo rumor, siempre igual, siempre distinto. La noche es clara y tranquila. Estamos en junio y es lunes, por lo que aún no hay veraneantes, ni turistas apenas, nadie se acerca al final de la playa aunque se oye, lejana, la canción que suena en el chiringuito de la otra punta del paseo.
María se sienta en el murete levantado donde empieza la arena. Y mira el mar, el cielo, el silencio, la nada. Y cierra los ojos.
-Sabía que estarías aquí.
A sus espaldas, con la misma voz suave y los mismos ojos burlones con los que la miró por primera vez hace casi 20 años, Gabriel la mira de nuevo. Se acerca, la abraza. La besa en una sola mejilla. La pilla por sorpresa.
María se separa, algo incómoda, algo nerviosa, algo a su pesar. Pero Gabriel la retiene cerca, cogiéndole la mano.
-Y cómo lo sabías?
-Ayer vi a tu madre en el colmado, me dijo que venías a dejar a los niños, que tu marido está de viaje y que tú tienes mucho trabajo y aprovechas la semana para hacer recados porque nunca tienes tiempo de nada.
-Ya veo, la discreción en persona –y sonríe porque su madre es peligrosa cuando le dan conversación y Gabriel lo sabe de sobras.
-Además, sabía que no te irías sin pasar por aquí. Y tenía que aprovechar la ocasión– y la mira travieso, cómplice aunque ya no sea cómplice de nada.
María también sonríe y siente como si los años desaparecieran de sus hombros, del ceño de su frente, de la rigidez de su mano, que disfruta, ya relajada, del tacto familiar de una juventud ya demasiado lejana.

23.55h
-Una mala época entonces?
María sonríe, pero la tristeza se cuela en su mirada, perdida entre el cielo y el mar.
-No lo sé, tal vez sólo sea la edad, que nos hace pensar si estamos dónde queríamos estar porque, si no es así, no nos queda mucho margen de rectificación.
Gabriel insiste, quiere saber:
-Necesitas rectificar?
María le mira directamente a los ojos y duda.
-Creo que te estoy contando demasiadas cosas y tú no me has contado nada sobre ti todavía.
-Es que no tengo mucho que contar. Me casé con Marta y nos divorciamos, sin hijos, a los cinco años, ya lo sabes. Probablemente por mi trabajo, viajar tanto no es bueno para la vida de pareja, por lo que me cuentas, ya lo sabes también. Desde entonces, nada serio. Paseo por la vida, disfruto lo que puedo y, si me dejan, un poquito más.
María ríe, sincera, y su risa trae recuerdos lejanos de otros veranos más libres e irresponsables.
La música del chiringuito suena algo más fuerte. Una vieja canción de The Police. “Every breath you take and every move you make…”
-¿Bailas?
Y, sin esperar respuesta, Gabriel estira a María de la mano, la hace levantarse y la coge fuerte, seguro. Bailan en silencio, como si no hubieran pasado los años. Gabriel se acerca aún más. Sienten de nuevo el olor ya conocido de sus cuerpos, que encajan como piezas que ya conocen el puzle. Se miran a los ojos, sin distancias, y, como en un acto reflejo, se besan. Suave. Despacio. María recuerda, de repente, el tacto sorprendentemente frío y algo salado de los labios de Gabriel. Los días largos, las noches en la playa, los veranos casi eternos en los que el tiempo se paraba.
Gabriel susurra:
-Y nosotros, ¿por qué lo dejamos?
María sonríe, sorprendida:
-Gaby, ¡me dejaste tú! ¡Dos veces!
-Sí, pero la tercera me dejaste tú a mí… aunque yo sé que no será la última.
Ella no sabe ahora si sonreír o no. Ambos sienten la tensión que se cuela entre los dos y se separan.
-Buenas noches, Gaby
A lo lejos, aún suena la canción “… Every breath you take and every move you make, I’ll be watching you”.
Sólo María le llama Gaby.

Martes, 6:45h
Pilar se levanta y va directa a la cocina. Su hija ya está allí, con un café, sentada a la mesa, leyendo el periódico en su iPad.
-La mejor hora del día, ¿verdad, cariño?
-Sí, mamá, buenos días– responde María sonriendo–. ¿He hecho ruido? No quería despertarte tan temprano.
-No me has despertado, yo también madrugo mucho ahora. Debe ser la edad. Volviste muy tarde a casa ayer -Pilar titubea pero lo dice porque no puede evitar decirlo-. ¿Viste a Gabriel?
María se pone en guardia.
-Mamá, sabes que sí. Fuiste tú quien le dijo que venía. Podías imaginarte que iría a buscarme.
Pilar mira a su hija, entre ofendida y orgullosa. Siempre tiene la virtud de dar la vuelta a la tortilla. A veces aún se sorprende de su habilidad en las conversaciones. De niña, cuando discutían, cosa no poco frecuente, siempre la hacía dudar.
Lo cierto es que a Pilar nunca le gustó Gabriel, aunque al final dicen que se gana muy bien la vida con negocios raros de esos modernos. Pero no prometía nada bueno. Un chico del pueblo, repetidor en el colegio, fumador, dos años mayor que su hija, una niña estudiosa, guapa y lista de Sarriá. No, no le gustaba. Pero no puede negar que entre ellos había algo especial. Tres veranos seguidos fueron novios.
¡Ay! Educar es tan difícil. Y con María fue más difícil todavía. Mira que trataron de hacer lo posible para que se alejaran, enviaron a María a estudiar fuera, invitaron a sus amigas del colegio, la apuntaron al club marítimo para que hiciera nuevos amigos, … pero no hubo forma. Verano tras verano, lo mismo, las mismas discusiones, los mismos engaños, y, al final del verano, los mismos desengaños.
María siempre fue la más independiente de sus hijas, la que se rebelaba a la más mínima imposición que ella creyera que no estaba justificada. Siempre fue la que le exigió ser más coherente. Con ella no valía el “porque yo lo digo” o “porque soy tu madre”. Y Pilar no estaba preparada para educar de otra forma.
Menos mal que apareció Gonzalo, tan distinto, tan guapo, tan educado. Y Gabriel se casó con la pobre Marta, que hasta tres veces le perdonó que la dejara. Claro que no duraron mucho…
María se levanta de la mesa y le da un beso a su madre.
-No te preocupes, mamá, está todo bien. Me marcho, que quiero llegar temprano a la oficina. Te llamo esta noche.

8:30h
-María, menos mal que has llegado. ¡No sabes la que se lio ayer! La CEO de MoveUp llamó poniendo pegas al acuerdo y Manuel se puso de los nervios.
María suspira mientras saca su portátil del bolso y la deja hablar. Carla es su asistente desde hace 6 años. Empezó de prácticas, bajo su supervisión, aunque en realidad se llevan pocos años. Han ascendido juntas y son más que compañeras de trabajo.
-En seguida saltó el trepa de Fran, que si él llamaba a MoveUp y lo arreglaba, ya sabes cómo es, pero Manuel prefirió llamar él personalmente.
Así es la vida en la empresa. Te vas un día y si te descuidas, te sacan de tu silla. Aunque tampoco es que Fran no se lo merezca. María no lo tiene por muy listo pero, hay que reconocer que le pone muchas más horas que ella. Ventajas de tener un ego más que grande, una ambición no tan sana, y ningún niño pequeño que cuidar.
Mientras Carla sigue hablando, la pantalla del teléfono de María se ilumina: “No puedo dejar de pensar en volver a besarte. Me dejó el mismo sabor que nuestro primer beso”
María lee el mensaje y deja de oír a Carla. Hoy será complicado concentrarse.

Jueves, 22:30h
María está en la cocina, con una tortilla y una copa de vino frente a ella. La semana está siendo difícil en la oficina. Flecos y más flecos que no se acaban de resolver. Está preocupada. Debe cerrar la operación antes del viernes porque sabe que, si pasa el fin de semana, el lunes estará todo mucho más frío y puede perderse el acuerdo.
Por eso, no ha tenido mucho tiempo de pensar. Por eso, y porque ha intentado evitarlo.
En lo que va de semana, no ha sabido apenas nada de Gonzalo. Un escueto “Ya estoy en Milán. Todo bien. Te llamo luego”. La llamada no llega hasta el día siguiente y María, en una reunión en ese momento, no puede cogerlo. Silencio desde entonces.
María está ya acostumbrada. Gonzalo, en teoría el marido perfecto, es la persona más independiente y, a veces, más egoísta que conoce. Se ha sentido sola muchas veces, con los niños pequeños, un trabajo exigente, la carga de la casa. Sí, tiene ayuda en casa pero no es eso. Es el peso de la responsabilidad no compartida, la sensación de que su trabajo es menos importante, de que lo que ella necesita es menos importante, de que ella, en general, es menos importante. Y lo peor de todo es que, según el mundo, ella no tiene nada de lo que quejarse y probablemente sea cierto y no lo tiene.
Siente vibrar su móvil en la encimera de la cocina, donde lo ha dejado cargando, y se asusta. Lo coge y lee:
G
00:30
Te propongo un plan
M
00:32
¿?
G
00:34
Encontrarnos el sábado a las 19h. en el Hotel W
M escribiendo…
M escribiendo…
G
00:42
¿No sabes qué responderme? ¿De verdad? ¿La abogada que tiene una respuesta para todo? Juega conmigo, vamos…
María sonríe. Ya se lo dice Carla. “Es que, si te pican, siempre acabas entrando al trapo”
M
00:43
ok
G
00:43
Bien! Te pasaré datos de reserva. Me muero por verte
María deja el teléfono. Hoy sí que le va a costar dormir.

Sábado, 17:30h
María se ha vestido y desvestido ya tres veces. ¿Qué te pones para una cita así? Primero se ha vestido de mujer elegante, se ha mirado al espejo y ha visto ¡a su madre!
Luego se ha puesto un vestido corto, escotado, sexy, que ni siquiera recordaba que tenía. Se ha mirado al espejo y se ha visto ¡cómo una auténtica buscona de bar!
Después ha probado con unos tejanos bootcamp y un corpiño con lentejuelas. “Con una americana negra arremangada lo remato”. Se ha mirado al espejo y “pero ¿a dónde voy? ¿A Studio54 en los 90?
Ya casi no le queda tiempo si no quiere llegar tarde. Se pone un vestido negro, medio formal pero extremado, a media pierna. “Con unos taconazos puedo darle otro aire. Y sin medias”. Efectivamente, no está mal. No lo piensa más. El Cabify está ya en la puerta.
Baja y se sube al coche. El conductor la mira por el retrovisor. Una mujer sola, arreglada, camino de un hotel de lujo. Medio sonríe por debajo de la nariz cuando le pregunta “Va al Hotel W, ¿verdad?”
-Sí –responde con tono de “ni se te ocurra decir nada más”.
“A saber lo que se ha imaginado el tipo este”. Pero, aunque no está muy segura de por qué, se siente culpablemente algo más excitada todavía.

19:00h.
María entra en el hotel y va directa al ascensor. No ha mirado a nadie y nadie le ha dicho nada. “¿De verdad es tan fácil colarse en un hotel?”. Claro que si le preguntan puede dar los datos de su reserva, pero quizás están acostumbrados a que las mujeres entren y salgan y nadie dice nada. Nota un cosquilleo y se pone aún más nerviosa.
Sube sola en el ascensor y se mira en el espejo. Trata de calmarse. Sí, se gusta. Ella también puede ser la más guapa de la fiesta.
Sale del ascensor y lee los indicadores: a la derecha de la 701 a la 715. A la izquierda de la 716 a la 732. Gira a la izquierda y avanza decidida.
Se para frente a la 720, quieta, pensando, cierra los ojos, coge aire y lo saca lentamente. Algo la ha estado inquietando toda la semana y sabe que lo tiene pendiente. Debe terminarlo.
Saca el móvil de su bolso, abre whatsapp y escribe: “Sólo hay dos besos que saben igual: el primero y el último”. Enviar.

Domingo, 7:50h
Un rayo de luz entra por la ventana hasta la retina de María y la despierta. Ayer dejaron las cortinas sin pasar. Todo fue tan rápido… Cuando llamó a la puerta, Gonzalo no tardó ni tres segundos en abrir y arrastrarla dentro. “En serio, me moría de ganas de verte”
Mira su vestido tirado en el suelo y recuerda a Carla, burlona, diciendo “cuanto mejor te queda un vestido, menos te dura puesto”. Cómo puede ser tan sabia a veces.
Se gira y ve a Gonzalo aún dormido. El mismo rayo de luz que la ha despertado a ella demuestra que es cierto que Gonzalo, de pequeño, era rubio. Lo mira mientras duerme, tan guapo, tan fuerte, tan tranquilo.
Sí, aunque parezca mentira, a veces, sólo a veces, la noche puede ser perfecta. Y no, tal vez no necesite rectificar.

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