NO HAY CASUALIDADES

Por Yeneba López

Amy finalmente asumió que el patán de su novio nos había dejado tiradas en mitad de un barrio de mala muerte sin teléfono móvil, dinero ni plano. Quizá decidió colaborar por la bofetada que le di, y buscar una solución para que llegáramos a casa sanas y salvas, en vez de patalear y cuestionarse qué tipo de hombre debería escoger como pareja la próxima vez. En fin, no me importaba demasiado de todas formas.

Hacía frío. La luz macilenta de las farolas, los contenedores destrozados con la basura visible y amontada y el prostíbulo abierto a diez metros de nosotras me provocaron escalofríos. Un entorno tan desolado era propio de películas sobre crímenes. Esos pensamientos me inquietaron aún más.

A pesar de todo no podía echar la culpa a los demás. Fue mi decisión acompañar a Amy a una fiesta en las afueras sin evaluar previamente el lugar. Llegamos a las siete de la tarde y la zona estaba tranquila y ordenada. Después de tomar café en un bar fuimos al lugar de quedada. Allí Amy reconoció a los amigos de su novio, si todavía podía considerarse como tal, y a partir de ahí descubrí por qué los alquileres de esa zona estaban tirados de precio. A medida que nos adentramos en el barrio encontrábamos las papeleras, los bancos y las farolas en un estado deplorable. Al caer la noche las calles carecían de suficiente iluminación y comenzaba a juntarse gente para intercambiar drogas o a saber qué.

Una voz me alejó de mi mundo.

—Qué preciosidades tenemos aquí. Vosotras estabais en la fiesta, ¿no? Mi colega quería conoceros.

—Piérdete —contesté vagamente sin mirar a un tipo pelirrojo que acababa de hablar, y pensando cómo volver casa.

—Qué borde, ¿no? —rió como si estuviera hipando. —Tu amiga está bien, pero tú pareces más interesante —entonces giró la cabeza y habló a su amigo. —Tío ,¿alguna vez te has tirado a una titi con el pelo blanco?

La distancia entre nosotros se había acortado, y acarició mi cabello.

—¡Déjala en paz, idiota! —gritó Amy.

—Oh, vamos, cállate —el pelirrojo mostró una sonrisa torcida que recordaba a un zorro. Agarró a Amy de la muñeca y ésta chilló pidiendo auxilio. Comencé a preocuparme y tragué saliva. No podía permitir que mi amiga resultara herida.

—Todavía no puedo creérmelo, tío… Eres el mejor… —intervino el otro, respirando entrecortadamente y sin apenas mantenerse en pie.

Me dispuse a hablar, pero alguien se adelantó.

—Será mejor que la sueltes o llamaré a la policía ahora mismo. Tengo el móvil a mano, ¿lo ves?

—¿Damián, qué haces tú aquí? —dije sorprendida.

Abrí los ojos de par en par,  respiré fuerte y un súbito sofoco recorrió mi cuerpo. Mis piernas parecían gelatina y juraría que el corazón iba a salirse de mi pecho. Damián, el vanidoso que dedicaba su tiempo a meterse con mi pelo y mis manías. Cuando me llamó canosa por quinta vez mantuve una charla seria con él para decirle que odiaba mi cabello rubio y por eso prefería teñirme de mi color favorito. ¿Su respuesta? Una carcajada monumental en mis narices. Para colmo era compañero de trabajo de mi padre, aunque mucho más joven, y su presencia me recordaba a su fuga.

Cuando Damián aparecía por arte de magia, me planteaba la duda de si era un acosador o si yo le dije adónde iría y después lo había olvidado.

Podía apostar que se trataba de la primera opción.

—Vale, vale. Lo hemos captado. Nos piramos, no quiero problemas —dijo el pelirrojo.

Ya tranquila, exclamé:

—Estoy harta de que aparezcas en cualquier parte, Damián. Muy harta.

—Eres una cría de quince años. Eres valiente como tu padre y más inteligente que la media gracias a tu madre, pero no dejas de ser una niña.

—Sí, una niña que necesitas normas y hasta prohibiciones, no un acosador las veinticuatro horas del día.

—Perdona, Agatha… ¿Los conoces? —dijo Amy.

—¿Por qué hablas en plural?

—Por…

—Cuánto tiempo —se unió una cuarta voz.

Volví a sorprenderme. Odiaba las sorpresas y justamente aquel día no dejaba de recibirlas. Sin embargo, aquella era dulce y me quitó cualquier enfado o sentimiento negativo.

—¡Harry! —exclamé.

Me lancé a sus brazos y le besé en la mejilla. Damián carraspeó.

—¿Podrías ocuparte de la otra chica y llevarla a casa? Me gustaría dar una vuelta con Agatha y charlar con ella., —le dijo Harry.

Entonces pude apreciar de nuevo sus hoyuelos. Jamás entendí por qué cerraba tanto los ojos al sonreír.

—Por supuesto —dijo Damián.

—¿Se puede saber qué pasa? —dijo Amy—  No entiendo nada…

—Lo siento, Amy —dije en tono amable. —Es una larga historia. Son conocidos míos,  no debes preocuparte. Por el momento ve a casa con Damián, estarás cansada.

Una vez a solas, comenzamos a caminar y nos alejamos de aquella zona. A quince minutos de allí parecía como si estuviéramos de repente en el campo. El barrio todavía estaba en construcción.

Yo era feliz de disfrutar de la compañía de Harry y escuchar sus recientes descubrimientos, informes y los artículos que publicó la semana anterior. Se tomaba su trabajo con mucha seriedad y jamás hablaba de algo que no conociera a fondo.

—Perdona a Damián, incluso a mí, por actuar de este modo. Preguntamos a una de tus amigas dónde ibas hoy y nos acercamos, por si las moscas. Has comprobado que es un lugar peligroso.

—No necesito tanta protección.

—Agatha, deberías preocuparte más. Tu situación…

—Sí, mi situación es complicada. Que Damián y tú  calléis sobre el tema como si fuera tabú me entristece aún más. Mi padre fue un corrupto y decidió abandonarnos, mi madre se suicidó y mi hermana está siguiendo el camino de mi padre y metiéndose en asuntos turbios cada vez más serios.

—Tu padre fue un buen hombre. Estoy seguro de que volverá —comentó tajante.

—Si vuelve sabrá que lo detesto —mis lágrimas comenzaron a brotar e intenté detenerlas, en vano.

—Consideramos que es necesario protegerte, eso es todo. Aún hay asuntos enrevesados que no podemos contarte, pero  todo a su tiempo.

—Lo entiendo —hice una mueca, comprensiva.

—¿Puedo contarte un secreto?

—Supongo.

—A pesar de que Damián tiene treinta años y, bueno, me acerco a su edad, tú pareces más madura que él.

—Hasta un niño de cinco años es más maduro que Damián —sonreí abiertamente, sin disimular la malicia de mis palabras—. Además tienes veintidós años, no seas exagerado —tras un breve silencio, proseguí. —En fin, me gustaría ir a casa ya. Estoy agotada…

—Claro. Por cierto, por muy tópico que suene, no dejes de sonreír nunca, a pesar de lo que esté por venir. Hay cosas que no se eligen ¿sabes? Como la familia.

—No sé a qué viene eso, pero vale —al decirlo sonreí flojamente, ladeando la cabeza.

Al día siguiente recibí una llamada desde Londres, mi ciudad natal. Esperaba que fuera mi hermana para desearme un feliz decimosexto cumpleaños y descolgué emocionada el teléfono. Al otro lado hablaba  un hombre que decía ser mi hermano. Me propuso un trato que consistía en traicionar a nuestra hermana y desenmascarar sus trapos sucios. Sin dudarlo, me negué en rotundo. Llamé a Harry, asustada y con la sospecha de que fue una broma de mal gusto.

Al cabo de unos meses, volvieron a llamar. Esta vez se trató de una mujer que insistía en conocer el paradero de mi padre y las razones que lo impulsaron a ausentarse. Quería incriminar a mi hermana con la ayuda de pruebas falsas. Volví a negarme. Una sensación de zozobra me desarmó por completo. No cedí, sin embargo.

Al día siguiente, acudí a una fiesta en mi honor. La única asistente fui yo. Al entrar, imaginé que todos estaban escondiéndose para darme una sorpresa, pero el apartamento estaba vacío. Había un sobre encima de la mesa y sin vacilar lo abrí. Contenía una foto. El cuerpo sin vida de Damián y un siniestro mensaje sin firma:

¿Volverás a negarte?

Intuí que fueron las mismas personas que me llamaron. Comencé a llorar, presa del miedo. Damián era como un tío para mí y no quería creer que estaba muerto.

Seis años después, volví a Londres en compañía de Harry. Mi vida había dado un giro dramático y me encontraba perdida: la única respuesta para encontrarme estaba donde empezó todo.

Descubrí que tenía un hermano poco mayor que yo y que mi hermana iba en contra de ambos. Asimismo, entendí por qué mi padre se fugó y qué pretendía con ello: que yo encajase todas las piezas y pudiera resolver el crimen que llevó a mi madre suicidarse. Aparte, fue el único modo de mantenernos con vida a los dos.

Estaba segura de que sería un camino difícil de recorrer y que aún quedaban muchas incógnitas por resolver. Al mismo tiempo, jamás me permitiría olvidar el día que Harry y Damián vinieron a buscarnos a Amy y a mí. Fue el último día que pude verle y el último que pude tener en armonía.

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