PERLAS NEGRAS

Por Cristina Olmo

Ella sabe que ésta pulsión ha llegado para salvarle; no sabe todavía de qué, pero lo siente.

Abre los ojos, gira la cabeza bruscamente mientras pone las manos en señal de perdón y lo mira haciendo un puchero.

-¡No Tea! No me fastidies…hoy no, ya llegamos tarde al cocktail del Club – lo dice sin retirar apenas la vista de la carretera; sólo el instante justo para ver enmarcados en sus largas pestañas esos ojos que con todo pueden, pero ya sabe que ha perdido. Volverán a casa.

-Lo siento, no lo puedo evitar, lo sabes. No es culpa mía pero si no volvemos voy a estar todo el día pensando que la plancha se ha quedado encendida y se va a quemar la casa.

Como siempre, Nacho da la vuelta y como siempre, al llegar a casa, la plancha está apagada.

Están atravesando ya el jardín de orquídeas y bambús y a través de la cristalera del restaurante intuye cómo la observan los miembros con desaprobación, así que se centra en provocar la risa en él y la indignación en ellos al verlos llegar tan relajados y divertidos.

-Todos estarán pensando que llegamos tarde porque nos pasamos el día retozando como animales y me muero de la vergüenza.

-Jajajajaja qué cosas tienes Tea…si quieres les decimos por lo que hemos vuelto y así que piensen que estás trastornada… ¡y que  además sabes utilizar la plancha!- le dice mientras la rodea con su brazo y nota cómo se le eriza la piel sólo con el leve roce entre ellos- No sé cómo lo haces, pero siempre sientes la necesidad de  ponerte lo que no ha pasado todavía por la plancha de María.

-¡Ni se te ocurra!, eso queda entre tú y yo.  Sólo faltaba darles un pequeño motivo para tirar del hilo y convencerte de que no he sido una adecuada elección.

-¿Ah pero hay hilo del que tirar?- pregunta en tono burlón y absolutamente seguro de que no lo hay.

Tea se agacha de repente soltándose del abrazo para sacar del zapato de satén verde esmeralda una piedra que no existe en realidad y se endereza con toda la seguridad ya recuperada. Odia fingir.

Los recibió un camarero igual de estirado que las dos copas de champán que les ofrecía y ella agradeció poder darse un empujoncito a sorbos para aguantar la velada que tenía por delante.

-Cada vez disfruto más de éstas reuniones – mintió- aunque en algunos momentos todavía me hacen sentir como si fuese una loba en un desierto.

-Ya sabes que te apoyo prácticamente en todo Tea, pero en esto no te puedo dar la razón.

-Para ti es fácil sentirlo así, la verdad, aunque me imagino que saber que perteneces a éste selecto círculo desde que naciste te ayuda a ti y les ayuda a ellos.

-Eso no es justo y lo sabes, tu actitud es una pieza muy importante en el puzzle y no siempre es positiva.

-No es fácil adoptar una postura positiva en algunas conversaciones.

-Te voy a dar un consejo y te lo digo sin acritud ni reproche: piensa en todas las puertas que se te han abierto. Recuerda que tu proyecto de empresa se convirtió en real gracias a alguno de éstos contactos. Quizá eso te ayude.

De repente se sintió muy torpe, no había sabido dirigir la conversación hacia donde ella pretendía, pero ya no insistió más. Repasaría más tarde qué es lo que había fallado. Optó por  rozarle la palma de la mano con los dedos y sonreírle.

Todo transcurrió de manera previsible: acuerdos cerrados con brindis discretos, besos al aire; algunos sinceros, otros no tanto, música en directo, el sereno Mediterráneo a través de las cristaleras y sus ganas de que todo termine y salir de allí.

Él todavía tiene una reunión que se alargará y ella no ve el momento de estar sola en casa.

 

Oye el sonido del mar y abre los ojos despacio, se obliga a disfrutarlo hasta que desliza el dedo por la pantalla de su teléfono y desconecta la alarma. Su cuerpo le grita que salte de la cama y se levante a toda prisa, pero respira y aparta con suavidad el nórdico de plumón de oca y se incorpora despacio para no despertarle. Hoy es el día.

Cuando Nacho se levanta ella se está colocando los pendientes de perlas negras que le regaló por su último cumpleaños y que se han convertido en uno de sus amuletos; siempre que tiene un día importante los lleva y hasta ahora, no le han fallado.

-Tu proyecto es insuperable y la presentación es simplemente, espectacular; sabes que no tienes rival. Por cierto ¿has visto mi camisa azul del Club? No la tengo en ningún armario y he de ir un momento ésta mañana.

-No está planchada, no le dio tiempo a terminar de organizar toda la ropa a María y no sabía que ibas a necesitarla hoy.

-¿Te importa planchármela antes de irte? Perdona que te lo pida en éste momento, pero sabes que yo soy un desastre y necesito llevarla.

-Tranquilo, sabes que a mí no me cuesta nada y soy experta en necesitar ponerme lo que no le ha dado tiempo a María- le contestó Tea cruzando los ojos y sacando la lengua.

– Touché…qué haría yo sin ti.

Se desearon los dos un estupendo día y Nacho se dirigió a la ducha lanzándole corazones al tiempo que hacía una lamentable imitación de Fred Astaire que la obligó a fingir que reía a carcajadas.

Acababa de terminar la presentación y se dirigía a la puerta de salida de la sala mientras veía en el reflejo de la cristalera cómo destacaban los pendientes negros sobre todo lo demás y sabía que era una buena señal.

En el mismo instante en que atravesaba la puerta vio cómo llegaba Sandra, su ayudante; sus ojos la esquivaban, no llevaba el cuello de la camisa en perfecta alineación y andaba con el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante dando la impresión de querer esconder la cabeza como los avestruces.

-¿Qué ha pasado Sandra? ¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte en algo? Ya sabes que puedes pedirme lo que necesites.

Y estas palabras la hicieron sentirse peor por lo que tenía que decirle ya que no era ella la que iba a necesitar ayuda.

De repente sintió como si en vez de en el suelo estuviese sobre una tabla de surf en el mar. Le costaba aguantar de pie y notaba las greñas rojizas de su pelo pegadas en las sienes y en el largo cuello. Se lo han llevado al hospital Tea, no me han querido dar más explicaciones, quieren hablar contigo o con algún familiar. Se lo han llevado al hospital Tea, se lo han llevado al hospital Tea…no podía dejar de escucharlo en su cabeza, no podía pensar en nada más.

Nadie consiguió convencerla de ir al hospital en un taxi o dejarse llevar por alguna compañera, necesitaba estar sola y pensar. Puso el navegador con la dirección del hospital y se dejó guiar poniendo su cabeza en modo automático.

Un vecino que estaba almorzando al sol vio humo salir de la casa y el coche de Nacho todavía aparcado en la explanada. Los bomberos entraron en la vivienda y mientras unos apagaban el fuego otros los buscaban a él. Lo encontraron en el suelo de su dormitorio, con la toalla en la cintura, asfixiado por el humo del incendio. Estaba muy grave, pero todavía respiraba y se lo habían llevado al hospital. Se quitó los pendientes con rabia y los lanzó al suelo del copiloto mientras gritaba. No podía ser verdad, no…

Siguió pensando en todo lo que Sandra le había contado; el incendio se originó al quedarse la plancha encendida sobre una camisa. Él estaba en la ducha y no pudo darse cuenta de lo que ocurría hasta que fue demasiado tarde y abrió la puerta. El humo lo atrapó y se fundió con el vapor del baño. No pudo dar más de tres pasos…

Seguía en modo automático cuando llegó al mostrador de urgencias y preguntó por él. La hicieron sentarse en una silla blanca, aséptica como el cuarto al que la acompañaron  y donde sólo había otra silla, una camilla y una planta que debía ser artificial porque la única luz que había era la de los enormes focos blancos.

-Hemos hecho todo lo que hemos podido- comenzó a explicarle un doctor del que no se fijó ni en el nombre, no le interesaba- pero había aspirado demasiado humo y cuando llegó al hospital ya no había nada que hacer; lo lamento de verdad, ahora la llevaran a…ya no le escuchaba, no le interesaban más detalles ni escuchar las palabras de apoyo que tenía que darle.

Se había adelantado al dudar de ella misma, pero ahora sabía que todo había salido como tenía planeado; pensarían que él mismo provocó un terrible accidente y la apoyarían en todo lo posible. Sólo le quedaba una cosa por hacer. Tenía que buscar en el coche los pendientes de perlas negros y volver a guardarlos con el respeto que se merecían. Eran el amuleto perfecto.

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